- Sacar partido al egoísmo
OPINIÓN DE BORJA
VILASECA
EL PAÍS SEMANAL, 7 ABR 2013;
Tacharnos
de “egoístas” es una de las peores etiquetas que nos pueden poner. En general
lo asociamos con ser “mezquino”, “ruin” e incluso “mala persona”. Curiosamente,
es difícil –por no decir imposible– encontrar un ser humano que no lo sea. De
hecho, cada vez que señalamos el egoísmo de otro lo hacemos porque se ha
comportado de manera que no nos beneficia o directamente nos perjudica. Así,
tildamos de “egoístas” a todos los que piensan más en sus necesidades que en
las nuestras.
Etimológicamente,
la palabra egoísmo procede del latín ego, que significa yo. Lo cierto es que
ser egoístas no es bueno ni malo; es necesario. Necesitamos pensar en nosotros
mismos para sobrevivir física y emocionalmente. Por más que nos cueste
reconocerlo, todo lo que hacemos es por nosotros mismos. ¿Por qué emparejarse?
¿Por qué decidir ser padres? ¿Por qué cultivamos relaciones de amistad? ¿Por
qué trabajamos? ¿Por qué ayudamos a los demás?
Al
analizar en profundidad las motivaciones que residen detrás de nuestras
decisiones y conductas, siempre encontramos una ganancia, por pequeña que sea,
que justifica que las hayamos llevado a cabo. Ahora bien, en función de cuál
sea nuestro nivel de consciencia, nuestro grado de comprensión y nuestro estado
de ánimo, este egoísmo puede vivirse de tres formas muy diferentes.
La
invisibilidad del egocentrismo
Una
orquestra formada por 100 músicos estaba ensayando el día antes de un
importante concierto. De pronto, un electricista entró en la sala dando un
portazo, lo que distrajo a varios intérpretes, que desafinaron un par de notas.
Seguidamente, el operario abrió su caja de herramientas, sacó un taladro
eléctrico y empezó a desmontar unas butacas. El ensordecedor ruido provocado
por el taladro hizo que los 100 músicos dejaran de tocar sus instrumentos casi
al mismo tiempo. Y el electricista, nada más darse cuenta, se giró hacia el
escenario y les dijo: “¡Oh!, por favor, sigan tocando. ¡A mí no me molestan!”.
El
primer tipo se denomina egoísmo egocéntrico, aquel que orienta nuestro
comportamiento a saciar únicamente el propio interés. Cegados por nuestros
deseos, aspiraciones y expectativas, vamos por la vida sin tener en cuenta la
repercusión que nuestras palabras y actos ocasionan sobre los demás.
Paradójicamente, al esperar que el mundo gire alrededor de nuestro ombligo,
nuestra existencia suele estar marcada por la lucha, el conflicto y el
sufrimiento.
Tiranizados
por este egocentrismo, nos empachamos tanto de nosotros mismos que somos
incapaces de empatizar con las personas con las que interactuamos. El ego ocupa
tanto espacio que apenas dejamos sitio para los demás. El egoísmo egocéntrico
se nutre de nuestra sombra o lado oscuro, esto es, carencias, frustraciones y
miedos. Estas son las armas con las que guerreamos contra nosotros mismos y,
por ende, contra los demás.
Este
egoísmo egocéntrico es la raíz desde la que vamos construyendo una personalidad
victimista y reactiva, quejándonos y culpando siempre a algo o a alguien cada
vez que las cosas no salen como uno esperaba. Y pone de manifiesto una
permanente sensación de vacío e insatisfacción que nos lleva a buscar de forma
obsesiva fuentes de evasión y narcotización. Irónicamente, cuanto más
egocéntrica es nuestra visión del mundo, más tachamos de egoístas a los demás.
EL
EGOCÉNTRICO
“Un
egoísta es aquel que se empeña en hablarte de sí mismo cuando tú te mueres de
ganas de hablarle de ti” (Jean Cocteau)
Desde
el mismo día de nuestro nacimiento, cada uno ha ido perdiendo el contacto con
su esencia, también conocida como ser o yo verdadero. La esencia es el lugar en
el que residen la felicidad, la paz interior y el amor, tres cualidades de
nuestra auténtica naturaleza, las cuales no tienen ninguna causa externa, tan
solo la conexión profunda con lo que verdaderamente somos. En la esencia
también se encuentra nuestra vocación, nuestro talento y, en definitiva, el
inmenso potencial que todos podemos desplegar al servicio de una vida útil,
creativa y con sentido.
Eso
sí, para reconectar con nuestro bienestar perdido necesitamos cultivar el
denominado egoísmo consciente. Es decir, aquel que nos permite resolver los
conflictos internos por medio del autoconocimiento. Para llevar un estilo de
vida saludable es importante dedicar algo de tiempo cada día para darnos lo que
necesitamos y preservar así el equilibrio emocional. ¿Cómo podemos estar bien
con otras personas si no sabemos estar a gusto con nosotros mismos?
EL
CONSCIENTE
“Nadie
ni nada pueden hacerte feliz. Solo tú puedes hacerte feliz a ti mismo” (Gerardo
Schmedling)
En
este punto es cuando sentimos la necesidad de decir no a los demás. Y es que, a
menos que aprendamos a ser felices cada uno por su cuenta, difícilmente
podremos ser cómplices de la felicidad de la gente que forma parte de nuestro
entorno familiar, social y laboral. Por medio de este egoísmo consciente
sanamos nuestra autoestima y fortalecemos la confianza en nosotros mismos.
El
egoísmo consciente es el puente que nos permite evolucionar del egoísmo
egocéntrico al egoísmo altruista. Este deviene de forma natural cuando
reconectamos con nuestra esencia. Entonces uno dispone de todo lo que necesita
para sentirse completo, lleno y pleno por sí mismo. Sabemos que estamos en
contacto con nuestro yo verdadero cuando, independientemente de cómo sean las
circunstancias externas, a nivel interno sentimos que todo está bien y que no
nos falta de nada.
También
estamos en contacto con nuestra esencia cuando podemos elegir nuestros
pensamientos, actitudes y comportamientos, cosechando resultados emocionales
satisfactorios de forma voluntaria. Cuando dejamos de perturbarnos, haciendo
interpretaciones de la realidad mucho más sabias, neutras y objetivas. Al
conseguir ver el aprendizaje de todo cuanto nos sucede. Cuando experimentamos
una profunda alegría y gratitud por estar vivos. Cuando confiamos en nosotros
mismos y en la vida.
EL
ALTRUISTA
“El
amor beneficia más al que ama que al que es amado” (Anthony de Mello)
Por
medio de la habilidad para aprender y evolucionar, los seres humanos tenemos la
capacidad de poner nuestro interés al servicio del bien común de la sociedad.
Es decir, hacer un bien al mundo y que, como resultado, eso nos haga bien, algo
que puede ser tanto emocional como una recompensa económica. Este egoísmo
altruista consiste en hacer algo que nos gusta hacer y que además reporta
beneficios para otras personas. El altruismo no es un acto moral. No lo hacemos
porque tengamos que hacerlo. Y no tiene nada que ver con la caridad. Tampoco lo
hacemos para ser buenas personas. Somos altruistas simplemente porque hacer
algo bueno nos hace sentir bien. Nos genera bienestar. Por todo ello, demonizar
el egoísmo nos impide hacer un adecuado uso de él. Saber diferenciar entre
estos tres tipos de egoísmo es clave para disfrutar más plenamente de nuestras
relaciones.
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