Brasil:
¿Puede alguien explicar lo que está ocurriendo?/Carl Meacham, director del Programa Internacional del CSIS en Washington.
El
País, 22 de junio de 2013;
Cuando
los estadounidenses piensa en Brasil, las manifestaciones son lo último que
llega a su mente. El fútbol, el carnaval y, más recientemente, el Mundial de
Fútbol y los Juegos Olímpicos han sido, para bien o para mal, las imágenes más
asociadas con el gigante Americano.
Imaginen
entonces la sorpresa de los estadounidenses al ver las fotografías de las
protestas masivas y continuas -algunas de ellas violentas- en todo Brasil.
Los
estadounidenses han oído hablar de agentes de policía arrojando sus armas a las
hogueras creadas por los manifestantes y uniéndose al movimiento; de miles de
brasileños dando la espalda a la bandera durante la reproducción del himno
nacional en la Copa Confederaciones, y de una joven brasileña pidiendo a
ciudadanos de EE UU a través de YouTube que escuchen las peticiones de los
manifestantes.
Y
mientras los medios estadounidenses cada vez publican más información de los
brasileños pidiendo un cambio en su país, los ciudadanos no pueden dejar de
preguntarse de dónde viene este movimiento. Pero responder esa pregunta no es
algo sencillo.
Cuando
los medios de comunicación de EE UU comenzaron a hacer referencia a las
manifestaciones del pasado lunes, los reportajes se centraron en las tarifas
del transporte público como la motivación principal, si no la única, de las
protestas y del descontento popular. Sin embargo, cada vez es más evidente que
el precio del transporte era solo la punta del iceberg.
Dada
la limitada cobertura dedicada por los medios a las manifestaciones, y la
todavía menos detallada información sobre las peticiones de los protestantes,
los estadounidenses recurrieron rápidamente a las redes sociales, conectando
con sus familiares y amigos en el extranjero para conocer los avances.
Facebook, Twitter y YouTube contaban una historia completamente diferente.
A
través de esas fuentes, los estadounidenses obtuvieron acceso a las voces y las
perspectivas de los propios manifestantes.
A
pesar de que la subida del precio del transporte afecta directamente a los más
pobres y la clase trabajadora, pronto se esclareció que los ciudadanos más
jóvenes, los estudiantes, también estaban entre los protestantes. Y la
naturaleza masiva de las protestas y la diversidad demográfica de sus
participantes llamó la atención de los estadounidenses acerca de las
preocupaciones de los brasileños, que demostraron ser mucho mayores que el
coste del transporte público.
Cada
vez más, los medios de comunicación y las redes sociales han trasladado las
demandas de los manifestantes en cuanto a mejoras en sistema de salud,
educación y transporte, así como el fin del gasto temerario por parte del
gobierno y la corrupción que durante tanto tiempo han plagado el sistema.
Y
aunque las protestas se han mantenido pacíficas en su mayoría, los
estadounindeses han sido testigos de imágenes en las que los manifestantes
huyen de la policía amenazados por mangueras y gas lacrimógeno lanzado contra
ellos y, a veces, contra la prensa.
Avaaz.org,
la red social de activismo, ha llegado a organizar una petición para solicitar
la impugnación de la presidenta Dilma Rousseff y ya ha logrado el respaldo de
más de 270.000 firmas.
Una
vez más, la audiencia de EE UU se vio sorprendida, habiendo oído hablar de
Brasil como el ejemplo del éxito en Latinoamérica, el país con una creciente
economía y un sistema político estable cuya influencia global y regional sólo
podía crecer y que podría demostrarlo al celebrar los próximos Juegos Olímpicos
y Mundial de Fútbol.
Pero
ahora Brasil cada vez parece más a Chile, cuyo éxito económico y fiscal de la
última década cada vez está más ensombrecido por el movimiento de protestas en
aquel país -constante, a pesar de algunos períodos de calma y resurgimiento,
desde 2011.
Si
acaso, lo que el movimiento chileno nos ha enseñado es que el crecimiento no es
una panacea para los problemas de un país, sino lo contrario. Mientras que el
éxito económico de un estado permite a un gobierno responder a problemas
domésticos, ese mismo éxito aumenta la presión sobre los líderes políticos para
que hagan precisamente eso.
En
Brasil, como en Chile, la presión se ha traducido en una mayor demanda de
servicios: infraestructuras, salud, educación y programas sociales.
Un
vídeo en YouTube grabado por una joven brasileña demuestra el alcance de esas
demanda. La mujer explica que el éxito económico de su país vino acompañado de
grandes esperanzas sobre la capacidad del país para asistir a sus ciudadanos.
Y,
mientras que el Gobierno ha invertido 14.000 millones de dólares en las
infraestructuras del Mundial de Fútbol y los Juegos Olímpicos, aumentaba la
impaciencia de los ciudadanos por la reticencia de las autoridades a emplear
ese dinero en ayudar a una población necesitada desesperadamente de mejores
escuelas y un sistema de ayudas sociales.
En
cierto modo, quizás Brasil sea víctima de su propio éxito económico. Parece que
los brasileños que se han echado a las calles a favor del cambio no piden más
que un gobierno que emplee sus recursos para proporcionar a sus ciudadanos los
servicios que tanto les faltan.
Toda
la sorpresa con la que han reaccionado los estadounidenses ante las manifestaciones
carece así de sentido.
Aunque
los norteamericanos quieren saber qué ocurrirá ahora. Los protestantes han
dejado claras sus preocupaciones y su presencia en el escenario internacional
crece cada día.
Ahora,
Estados Unidos, espera con curiosidad para ver cómo responderá la presidenta
Rousseff. Con suerte, podrá movilizar a su propio gobierno y sus amplios
recursos para cumplir y gestionar las expectativas de la población brasileña.
Lo
que ella sabe sin duda -y lo que muchas veces olvidan los manifestantes- es que
el cambio político y social es inevitablemente un proceso constante. Esperamos
que pueda sumar a él a los protestantes.
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