27 jul 2013

PML, 80 años


Porfirio piensa en el retiro
Dirigió el PRI y el PRD, fue dos veces secretario de Estado, embajador en la ONU y la Unión Europea, candidato presidencial, senador, diputado...
Carole Simonnet
Enfoque, de Reforma; (14 julio 2013).- En agosto de 1988 el senador electo Porfirio Muñoz Ledo recibió en la sala de su casa de San Jerónimo a un enviado de Miguel de la Madrid. Poco tiempo después de la polémica elección del 6 de julio, el secretario de Desarrollo Urbano y Ecología, Manuel Camacho Solís, intentó convenir los términos de su participación en la Cámara alta.
 –Yo seré senador de cuerpo entero y haré lo que mi conciencia me dicte –le espetó Muñoz Ledo–. El encuentro fue tenso. Pero el principal ideólogo del Frente Democrático Nacional no despidió de inmediato al también operador de Carlos Salinas de Gortari. Con ademanes enérgicos, se puso a disertar sobre los procesos de transiciones democráticas en el mundo y, de repente, se paró de su silla para llevar a su interlocutor a un anaquel de su biblioteca de más de siete mil libros.
 –Mire, para qué le damos vueltas, lo que necesita el país es hacer las cosas con grandeza –señaló un libro y le propuso un pacto de cambio de régimen al estilo portugués–.


Veinticinco años después, Camacho Solís, hoy senador del PRD, recuerda que aquella convicción democrática lo dejó marcado. "A mí me dice todo esto y me causa un tremendo impacto, a tal grado que dos días después me entrevisto con el presidente (Miguel de la Madrid) y le propongo que hagamos el Pacto de la Moncloa, yo ya no me refería a Mário Soares (presidente portugués) pero era lo mismo", subraya Camacho Solís.

Como se sabe, el planteamiento para encontrar una salida a la crisis institucional quedó en letra muerta, pero Porfirio recurrió a un ideal que a punto de cumplir 80 años de edad, y 50 años de intensa carrera política, sigue anidado en su cabeza.

Porfirio recibe a Enfoque          en la biblioteca estilo Barragán de su casa en Lomas de Chapultepec. Está rodeado por bustos de personajes como Miguel Ramos Arizpe, Pancho Villa, José Morelos y Pavón, Napoleón Bonaparte, y que comparten el espacio con fotos personales con líderes internacionales y libros de derecho, historia universal, relaciones internacionales y arte.

Vestido de traje, Muñoz Ledo acaricia un cigarro con sus dedos temblorosos que dejan asomar uñas bien cuidadas. Ha cambiado los Benson & Hedges que fumaba en 1986 frente a los estudiantes de la Facultad de Derecho de la UNAM por unos Marlboro. Está más delgado que en sus años de vigor político, su rostro refleja el paso del tiempo y su tic de morderse y mojarse los labios se ha hecho más frecuente. Porfirio ya no es el mismo. Lo sabe y lo sufre. Sabe que su pasión por la grandeza nacional y los hombres de acción sigue intacta, pero que no cuenta con la misma energía ni la misma salud ni el tiempo para alcanzarla.

"Mi peor defecto es la impaciencia, siempre fui muy impaciente, pero mi mejor virtud, te hablo en tiempo pasado, fue la voluntad de hacer cosas que fueran importantes, la voluntad de estar en la historia, si quieres decirlo de alguna manera", reflexiona.

En cinco décadas, cambió al menos tres veces de domicilio, se divorció en dos ocasiones y saltó de un cargo a otro sin hacer pausa alguna, porque una de sus virtudes ha sido la de reinventarse hasta en los peores momentos. Fue el primer senador de la oposición en 1988, el primer mexicano en dirigir dos partidos políticos nacionales y el primer presidente de oposición de la Cámara de Diputados, en 1997.

Pero también ha cosechado frustraciones y tropiezos. Figura ineludible de la política mexicana, con una longevidad envidiable, Porfirio es también un ave fénix que se quema las alas al poco tiempo de renacer: fue el promotor de la transición democrática con Cuauhtémoc Cárdenas y el negociador de la reforma electoral de 1996, pero no pudo cumplir su sueño de ser Presidente, ni pudo ser el padre intelectual de un nuevo Constituyente. Sus amigos atribuyen esto a la envidia que lo rodea; sus adversarios, a su complicada personalidad.

Brillante, culto, audaz, inigualable, gracioso... sus cercanos lo definen con estos y otros elogios, y resaltan sus múltiples facetas: maestro, funcionario público, constructor de instituciones, intelectual, parlamentario y diplomático. Y destacan una característica notable: su probidad en un país donde políticos mediocres ostentan riquezas inexplicables. A pesar de haber ocupado cargos de alto nivel, no se le conocen propiedades en San Diego o Miami, ni siquiera en Acapulco. Porfirio, por su parte, asegura vivir de sus ingresos como conductor de televisión y conferencista.

"Es un mexicano ilustradísimo en un país que no tiene memoria, es el mexicano más reconocido en el mundo diplomático internacional, pero le han regateado sus logros y el reconocimiento porque son chiquitos. No lo han dejado ser un hombre de Estado", sostiene uno de sus mejores amigos, el politólogo y poeta Arturo González Cosío, quien fue compañero suyo en la Facultad de Derecho de la UNAM.

Sus adversarios, en cambio, subrayan sus defectos: prepotente, altanero, vanidoso, ególatra, histriónico, exagerado, desmedido. En una acalorada sesión de la Cámara de Diputados, en octubre de 2011, el priista Julián Nazar lo definió en una frase por la que después tuvo que disculparse: "si le hiciéramos un examen de sangre a Porfirio, 90 por ciento sería alcohol y 10 por ciento botana".

Uno de los pocos amigos que le queda en el PRI, el ex senador y ex cónsul de México en Brasil, Luis Martínez Fernández del Campo, asegura que a Porfirio le hubiera gustado ser un "André Malraux a la mexicana" o el gran político que el filósofo español José Ortega y Gasset describe en su ensayo Mirabeau, el arquetipo        . Porfirio conoció al famoso político y escritor francés en sus tiempos de agregado cultural de la embajada de México en Francia y fue incluso su guía turístico por el Museo Nacional de Antropología cuando en su calidad de ministro de Cultura galo visitó México en 1966.

Porfirio genera pasiones encontradas y a lo largo de su vida se ha hecho de muchos enemigos. Traidor para el PRI, se convirtió en un personaje criticado en las filas del PRD por haberse sumado al foxismo en el 2000. Su regreso junto a Andrés Manuel López Obrador en la campaña del 2006 y su elección como diputado federal por el PT por la LXI Legislatura (2009-2012), le valieron ser tildado de oportunista por miembros de la corriente Nueva Izquierda y de golpista por parte de los panistas, que no le perdonaron sus llamados insistentes a que Felipe Calderón dimitiera.

Quizá el reflejo más claro de la falta de reconocimiento político por parte de sus pares sea el que en el salón Presidentes del CEN del PRI no figura su retrato en el lugar que le correspondería, entre Jesús Reyes Heroles y Carlos Sansores. Sí están, en cambio, los retratos de Roberto Madrazo o Humberto Moreira, defenestrados pero incondicionales del priismo. O el de Cristina Díaz, que dirigió el partido tricolor apenas 11 días en diciembre del 2012.

Y en el PRD, que Porfirio contribuyó a fundar en 1989, el que ostenta el cargo de "líder moral" es el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas, con quien tiene una larga lista de desencuentros.

Hoy en día, otro dato lo distingue: el abismo generacional que existe entre él y dos personajes de poder: el presidente Enrique Peña Nieto, a quien ha visto en contadas ocasiones, y el jefe de Gobierno Miguel Ángel Mancera, quien le encomendó la reforma del Estado del Distrito Federal.

Porfirio, el admirador de la grandeza, piensa en el retiro: "he pensado en la jubilación. En realidad es muy difícil en la vida pública jubilarse, más bien lo jubilan a uno. Sí, ésta es la última función que pienso desempeñar".

El PRI

Muñoz Ledo no entró a la política por palancas o herencia familiar. Pertenece a una estirpe de políticos intelectuales en extinción que veían en la educación el mejor vehículo para ascender.

Desde muy joven aspiró a pasar a la historia, motivado por el entorno familiar. Sus padres, de clase media, le inculcaron a él y a sus tres hermanos (una mujer y dos hombres) el amor a la lectura y a la historia. Capricho de la vida o azar del destino, tuvo de compañero a Cuauhtémoc Cárdenas en el kínder "Brígida Alfaro", al cual no ingresó por tener el abolengo del hijo del general Lázaro Cárdenas, sino por vivir en la cerrada de Xola, a unas cuadras de la escuela.

Con una beca de la Secretaría de Educación Pública, cursó la primaria y la secundaria en el Instituto México.

Su papá, Porfirio Muñoz Ledo Castillo, profesor de educación física, lo preparó para ser un guerrero. Tomó clases de natación y de box por un asunto de autodefensa y ganó peleas en el Colegio Universitario México, una institución marista privada donde fue becado para estudiar la preparatoria.

Su talento de orador lo adquirió mediante el esfuerzo, la determinación y la disciplina. Tartamudo de niño, su mamá, Ana Lazo de la Vega Marín, profesora de primaria, lo entrenó para superar su trastorno de lenguaje con base en sesiones diarias de lectura. Su amigo, González Cosío, no duda en afirmar que en la Facultad de Derecho de la UNAM fue el más dotado de una generación de por sí brillante, llamada "Medio Siglo", a la que pertenecían también Carlos Fuentes, Víctor Flores Olea, Javier Wimer y Carlos Monsiváis, entre otros.

A sus 83 años, González Cosío habita un penthouse con vista al Parque México. Ahí, recuerda que él, Porfirio y Javier Wimer (fallecido en 2009) no sólo eran los mejores amigos, sino "intelectuales sin miedo" que cometieron tropelías de adolescentes. Como un día de 1953, en el que viajaron a Guanajuato a participar en el concurso nacional de oratoria. Al no tener dónde bañarse en el "cuchitril" donde se hospedaron por falta de recursos, se metieron en el hotel de los miembros de otra delegación, los encerraron mientras se bañaban en sus habitaciones y se perfumaban con sus lociones.

Porfirio ganó el primer lugar. Para festejar su triunfo, salió al balcón de su habitación con una sábana como única prenda, emulando la prestancia de un senador romano. "Se la arrancamos, cerramos la ventana y se quedó desnudo en el balcón", relata González Cosío soltando la carcajada. Después, Porfirio fue campeón internacional de oratoria.

Muñoz Ledo era un joven audaz, con mucho ímpetu. Durante su carrera de derecho, que concluyó con un promedio de 9.8, fundó en 1952 la revista Medio Siglo          , animado por uno de sus maestros, el doctor Mario de la Cueva, y en la que sus autores buscaban enarbolar la lucha social desde la inteligencia. Se convirtió en el presidente de la Sociedad de Alumnos y logró que el entonces secretario del Trabajo, Adolfo López Mateos, apadrinara la organización sindical estudiantil, una acción que le permitiría años después ingresar al gobierno federal.

Así, pudo presumir que se incorporó a la política por sus dotes académicas y su elocuencia, y no por vínculos con el aparato priista. Al terminar la licenciatura impartió clases de historia universal y sociología en la Escuela Nacional Preparatoria y, como la mayoría de los de su generación, sintió la necesidad de estudiar en el extranjero. El gobierno francés le dio una beca para tomar clases en la Universidad de la Sorbona, en París.

Allí quedó marcado por las conferencias del sociólogo Raymond Aron, quien se definía más como reformista que como revolucionario. Con sus compañeros de estudio, instauraron la "Hora del Boulevard" que consistía en quedarse en la calle a hablar de política y de las obras que estaban leyendo.

Durante cuatro años permaneció en el extranjero haciendo su doctorado en derecho constitucional y ciencias políticas y luego dando clases en la Universidad de Toulouse, al sur de Francia. En ese país conoció a su primera esposa, Marie Hélène Chevannier, con quien procreó dos hijos: Lorena y Porfirio Thierry, actual embajador de México en Marruecos.

Por falta de dinero y por tener a su primer descendiente a los 27 años, regresó a México en 1960 y se reintegró a la vida académica dirigiendo la cátedra de Teoría del Estado en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM.

"Cuando regresé a México, a través de don José Iturriaga, hubo una reunión en su casa donde me volvió a introducir con el presidente Adolfo López Mateos. Pero no acepté de inmediato entrar a un cargo público, porque estaba en lo de mi tesis; ya al año siguiente, acepté una asesoría", rememora Muñoz Ledo.

A partir de ahí, su carrera en un sistema que se tornaba autoritario y hegemónico fue en ascenso. De office boy de López Mateos, pasó a ser subdirector de Enseñanza Superior y de Administración Científica de la SEP en 1961, por invitación de otro de sus maestros, Jaime Torres Bodet. Ese mismo año enseñó en la Escuela Normal Superior y un año después, a invitación de Daniel Cosío Villegas, fundó en El Colegio de México el curso "Gobierno y Proceso Político en México".

En 1963, a sus 30 años, obtuvo su primer cargo en el PRI: presidente de la Comisión de Estudios sobre el Federalismo Mexicano del Instituto de Estudios Políticos, Económicos y Sociales (IEPES).

Con la llegada al poder de Gustavo Díaz Ordaz, se convirtió en consejero cultural de la embajada de México en Francia, un cargo que desempeñó apenas un año, entre 1965 y 1966, pues el embajador Ignacio Morones Prieto lo invitó a trabajar al IMSS.

Muñoz Ledo vivió la masacre de Tlatelolco del 2 de octubre de 1968 como secretario general de dicho instituto. El ataque a estudiantes en la Plaza de las Tres Culturas ocurrió mientras él realizaba un viaje fuera de México.

"Ese día iba a Canadá a un Congreso. Donde me enteré fue en Washington porque pasaba por Washington y el embajador me lo platicó. Me dijo que había habido un incidente. No había mucha información, no se hablaba de muertes de estudiantes, sólo que se había producido un incidente. La información se vino conociendo después", se justifica hoy en día.

Concluido el sexenio de Díaz Ordaz, Porfirio se incrustó plenamente en el sistema priista, al punto de formar parte del primer círculo del presidente Luis Echeverría, quien había sido el secretario de Gobernación de Díaz Ordaz. Lo hizo, primero, responsable de sus discursos durante la campaña presidencial; después, subsecretario de la Secretaría de la Presidencia y, finalmente, secretario del Trabajo.

Para el jurista de la UNAM, Ricardo Valero, Porfirio fue un priista que supo modernizar el lenguaje presidencial anquilosado de los setenta y luego crear instituciones. "Desde un principio, en algunos aspectos empezó a modificarse el discurso político al más alto nivel hacia uno más crítico y progresista. Porfirio fue subsecretario de la Presidencia entre 1970 y 1972, que era una secretaría que habían inventado poco tiempo antes para atemperar a la Secretaría de Gobernación y a la Secretaría de Hacienda", subraya quien fue colaborador de Muñoz Ledo en dicha subsecretaría y en cargos posteriores.

Como titular de la Secretaría del Trabajo, entre 1972 y 1975, Muñoz Ledo creó la Comisión Nacional de Protección al Salario, el Fondo Nacional para el Consumo de los Trabajadores y la Comisión Nacional de Salarios Mínimos.

El estilo personal de Porfirio despertaba envidias y su talento molestaba. Echeverría lo descartó como sucesor y se inclinó por José López Portillo. "No elimino la idea de que yo cometí errores, excesos, sí, porque yo no me medí, yo no tuve por mi propio carácter el privilegio del disimulo que era muy propio del antiguo gobierno. Yo presidía la comisión nacional tripartita, dialogaba con empresarios, organizábamos reuniones muy importantes, quizá me dejé ver demasiado para los usos y costumbres de aquella época. Además me divorcié, el primer año de gobierno de Echeverría me volví a casar, y eso no era muy bien visto en esta época", alega.

Amante de la grandeza, Muñoz Ledo lo es también de las mujeres y de la buena vida. A pesar de dedicar horas a la administración pública, disfrutaba del baile, de copiosas comidas y del alcohol como una forma de confraternizar y de hablar de literatura, pintura, arquitectura y cine. En la casa de su amigo González Cosío, a la que acude todavía a sus casi 80 años a una comida al mes con un grupo de amigos, tiene reservado su vaso de martini, su bebida favorita que prepara personalmente. Su conocimiento del séptimo arte es tal que Gustavo Alatriste, fallecido director y productor de cintas de Luis Buñuel, llegó a decir que pocos conocen la gran pantalla como él. En su casa, además de sus libros, destacan una colección de arte africano y una carta del pintor ruso-mexicano Víctor Vlady que enmarcó y colgó en una pared de su sala.

Aunque no encajaba perfectamente en el sistema del disimulo priista, Porfirio aceptó resignado el dedazo a favor de López Portillo y éste lo premió con la presidencia del PRI y la coordinación de la campaña presidencial.

Como líder del partido, entre octubre de 1975 y noviembre de 1976, Muñoz Ledo lanzó su iniciativa de diplomacia partidaria para vincular el tricolor a los partidos latinoamericanos y en particular con los de la Internacional Socialista. Al copatrocinar la reunión de partidos de América Latina y Europa en Caracas, conoció al político portugués Mario Soares, que se convertiría en Presidente y en uno de sus mejores amigos hasta la fecha. Apenas en diciembre pasado, Porfirio pasó la Navidad con él en la capital lusa.

Muñoz Ledo siguió aspirando a la Presidencia y, cuando López Portillo lo designó secretario de Educación –en diciembre de 1976– cometió el error de publicitar su ambición política, en un sistema donde el que se movía no salía en la foto.

"En Educación usé la indebida palabra, era yo un precandidato abierto a la Presidencia; entonces, no le llames envidia, llámale rivalidad, adversarios gratuitos por todos lados para que no creciera", explica a 37 años de distancia.

En el año que duró al frente de la SEP, elaboró el Plan Nacional de Educación bajo fuertes presiones del Sindicato de maestros.

La modernización del Canal Once TV, creado desde 1959, se convirtió en otra fuente de fricciones con otros miembros del gabinete. Una de las anécdotas de su pasado que Muñoz Ledo disfruta escenificar a sus cercanos es la conversación que tuvo con el entonces secretario de Gobernación, Jesús Reyes Heroles:

–¡Está tratando de hacer oposición dentro del gobierno con el canal! –le recriminó–.

–No, secretario, no se está tratando sino se trata precisamente de eso, hacer oposición al gobierno –respondió, ufano, Muñoz Ledo–.

El 9 de diciembre de 1977, el Presidente le pidió la renuncia al cargo y Porfirio encontró de nuevo refugio en El Colegio de México, como profesor asociado responsable de un seminario sobre política mexicana. Durante dos años, se dedicó a ser también profesor itinerante. Al no haber roto su relación personal con López Portillo, consiguió que éste lo nombrara consejero para asuntos especiales y pagara sus viajes a Europa, Estados Unidos y Sudamérica para dar clases y conferencias en universidades.

La diplomacia

Con la llegada de Jorge Castañeda y Álvarez de la Rosa a la Cancillería, en 1979, López Portillo ofreció un exilio dorado a su ex colaborador. Lo mandó a Nueva York como representante de México ante las Naciones Unidas.

En esa primera faceta de diplomático, que duró seis años, Muñoz Ledo promovió el multilateralismo, organizó a los países no alineados en el contexto de la Guerra Fría y fomentó el diálogo Norte-Sur. Intensificó sus contactos políticos con cientos de jefes de Gobierno y Estado y entabló relaciones amistosas con el ex canciller alemán y presidente de la Internacional Socialista, Willy Brandt, el primer ministro sueco Olof Palme y el presidente francés François Mitterrand.

Pero también se hizo de enemigos: uno de ellos fue la temible embajadora de Estados Unidos ante Naciones Unidas durante el gobierno conservador de Ronald Reagan, Jeane Kirkpatrick, quien le reprochó públicamente votar en 95 por ciento de las veces en contra de los acuerdos que asumía Estados Unidos.

Muñoz Ledo aprovechó su oratoria y su habilidad diplomática para presidir el Consejo de Seguridad de la ONU en 1980, cuando México volvió a ser miembro.

Pero su alejamiento de la vida política mexicana no le impidió soñar de nuevo con la Presidencia.

Un día de 1981, López Portillo lo invitó a la residencia oficial de Los Pinos para analizar con él los perfiles de sus posibles sucesores, y aprovechó el encuentro para autopromoverse. Al referirse a la anécdota que fue revelada por Jorge Castañeda en su libro La Herencia           (Alfaguara, 1999) Muñoz Ledo precisa el contexto en que se dio su atrevimiento.

"Dijo varios nombres y analizamos las personalidades y los pros y contras, yo con mucho respeto con cada uno, muy cuidadoso, y entonces cuando yo me iba a ir le dije ¿por qué no ha pensado en otro? Me dijo ¿quién? y le contesté: está parado en frente de usted. Por eso dice Castañeda que yo le pedí la Presidencia a López Portillo".

El Presidente no tomó en cuenta su sugerencia y, peor aún, en 1981 le impidió participar en la elección de secretario general de las Naciones Unidas.

La Corriente Democrática

Al llegar al poder Miguel de la Madrid, su compañero de generación en la Facultad de Derecho, Muñoz Ledo se quedó esperando una invitación al gabinete, pero se mantuvo como representante en la ONU cuatro años más.

Fue en ese contexto que maduró, gradualmente, su idea de democratizar la vida interna del PRI y del país. En un parque atrás de la librería municipal de Nueva York, Porfirio solía pasear con Eugenio Anguiano (representante suplente de México en el Consejo de Seguridad) y con Adolfo Aguilar Zinser, para reflexionar sobre cómo concretar la apertura del tricolor y modificar la orientación neoliberal y tecnócrata de la economía impulsada por De la Madrid.

Ifigenia Martínez asegura que él fue sin duda el principal cerebro de la Corriente Democrática.

"La idea de democratizar al PRI fue de Porfirio, porque él comentaba desde Nueva York la desviación hacia la derecha que estaba sufriendo, lo había observado y comentaba conmigo la necesidad de rectificar", sostiene la economista, quien fue integrante de la delegación mexicana en Naciones Unidas y, durante dos años, fue acogida por Muñoz Ledo como miembro de su familia.

Con Porfirio y Bertha Yáñez –su segunda esposa–, salían a museos y exposiciones todos los fines de semana. Aunque dedicaba horas a la política internacional, Porfirio se daba el lujo de ir a la ópera invitado por el tenor Plácido Domingo, ocho años menor que él y con quien había coincidido en el Instituto México. Un día se encontraron en el aeropuerto, fueron a comer y simpatizaron.

Muñoz Ledo subraya, en un afán de preservar la verdad histórica, que la idea de la creación de la Corriente Democrática fue del ex embajador de México en España, Rodolfo González Guevara. "Yo estaba hablando de organizar un movimiento intelectual, de opinión en favor de la apertura del proceso de la sucesión presidencial y en eso voy a una reunión en España en octubre de 1985, hablé con Rodolfo y él me dijo que había que hacer como el partido socialista (PSOE) en España, cuando hubo un grupo de oposición a Felipe González. Posteriormente nos volvimos a ver y me dijo que ya había logrado convencer a Cuauhtémoc Cárdenas para que fuera nuestro candidato a la Presidencia", aclara.

En 1985, un incidente embarazoso precipitó su regreso a México. "Pistola en mano, Porfirio Muñoz Ledo, embajador de México ante las Naciones Unidas, protagonizó anteayer un escándalo en Nueva York", tituló Excélsior   en su edición vespertina del sábado 6 de abril de 1985. Los diarios mexicanos, con base en información de la policía de Nueva York y de diarios sensacionalistas, refirieron que el empresario Steven Goldstein, de 24 años, estacionó su vehículo dejando que su cajuela ocupara 30 centímetros el espacio que tenía reservado Muñoz Ledo frente a su residencia diplomática y éste al llegar colocó su Mercedes tan cerca del auto que no lo dejó salir. Cuentan que al rozar Goldstein el vehículo, Muñoz Ledo salió furioso del edificio donde se había metido y con una pistola rompió la ventanilla derecha de su auto. La nota incluía el testimonio hecho por Goldstein a la policía: "este tipo es un animal, se me vino encima blandiendo una pistola, gritando ¡Este sitio es mío!... rompió la ventanilla de mi auto, quedé cubierto de vidrios".

La noticia corrió como pólvora en México, empañando la reputación de Porfirio, aunque la Cancillería aclaró casi de inmediato que si bien ocurrió el incidente fue protagonizado por el chofer del diplomático ya que éste se había ido horas antes de vacaciones de Semana Santa a Long Island con su familia.

A la sola mención del caso, Porfirio se endereza en su silla. "¿Quién te contó eso?", pregunta con la voz entre amable y firme. "Esto se documentó. Hubo una declaración de la SRE, pero luego no me defendieron, ya querían que me viniera, yo les había pedido regresarme un año anterior, tenía muchas presiones, tenía una posición muy avanzada en Naciones Unidas, pero el presidente Miguel de la Madrid prefería que me quedara un rato más, luego me ofrecieron la embajada de Londres, pero yo me regresé".

El PRD

El senador del Frente Democrático Nacional entró a uno de los elevadores de la Cámara alta con los priistas Héctor Hugo Olivares Santana y Luis Martínez Fernández del Campo. Este último usaba muletas por una fractura del pie derecho.

–¿Qué te pasó? –preguntó Porfirio–.

–Me accidenté sirviendo al PRI –respondió–.

–No me dejarán mentir, profesor Olivares: el PRI no se salva ni a patadas –reviró Porfirio con sorna–.

De mente ágil, Porfirio es un hombre que además de haber tenido iniciativas audaces, fue propenso a hacer bromas que no siempre eran bienvenidas ni entendidas por sus correligionarios, menos en momentos de tensión histórica. La formación de la Corriente Democrática dentro del PRI no fue de hecho para Porfirio un momento especialmente gracioso. De ser un priista respetable, a sus 54 años se convirtió en un traidor.

"Conforme la Corriente Democrática avanzaba se dieron cuenta de que Porfirio era realmente un disidente, un rebelde y un luchador social. Entonces no sólo se alejaron, sino que lo negaron y negaron su amistad. Dejaron de contestarle el teléfono, de invitarlo a comer. Luego le retiraron el saludo y afortunadamente su lambisconería", narra María Xelhuantzi en el libro Porfirio. Una memoria          (STAUDG, 2005).

Porfirio, Ifigenia Martínez y Cuauhtémoc Cárdenas (una vez que dejó la gubernatura de Michoacán), se reunían en una casa en Coyoacán para afinar la propuesta de la Corriente y definir las principales acciones de cara a la XIII Asamblea Nacional del PRI.

El 15 de diciembre de 1987, nueves meses después de que los principales responsables del movimiento fueran tildados de "caballos de troya" en dicha asamblea, Muñoz Ledo renunció al tricolor mediante una carta pública. Y el mismo día se presentó la Propuesta del Frente Democrático Nacional.

"Fuimos agredidos y marginados. Nos vimos precisados a transitar de una actitud crítica a otra disidente, hasta promover abiertamente la oposición progresista a efecto de honrar nuestras convicciones. Estamos empeñados en conformar, mediante la concertación de diversos partidos y fuerzas políticas, un amplio frente democrático que sostenga la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas a la Presidencia de la República y se convierta en la primera fuerza electoral de México. Sólo así podremos derrotar al continuismo y devolver al pueblo la facultad suprema de autodeterminarse", escribió ese día.

En 1988, Porfirio vivió intensamente la campaña presidencial de Cárdenas y la suya por llegar al Senado. Por primera vez, cuatro senadores de oposición fueron electos. Su equipo, formado por jóvenes de la UNAM, entre ellos Ricardo Álvarez Arredondo, Lorena Villavicencio, Marcela Britz y Mariana Saiz –que después se convirtió en su esposa–, recuerdan que llegaba a los mítines preguntando por la avanzada y el templete. Ante la penuria de recursos, se subía a los coches y con su oratoria juntaba a sus auditorios en los mercados, las plazas públicas y los centros universitarios.

Aunque los 60 senadores priistas le hicieron el vacío total, Porfirio destacó como parlamentario por sus intervenciones brillantes y por su audacia. Conserva a la fecha el récord del mayor número de intervenciones, 746 en seis años. Más de una vez, puso contra la pared a los priistas, a tal grado que la revista Proceso  recogió la versión de que el presidente Carlos Salinas de Gortari los había regañado por dejarse apabullar por el perredista.

Los priistas no le perdonaban el gesto de interpelar a Miguel de la Madrid en su Sexto Informe de Gobierno, el 1o. de septiembre de 1988, una acción realmente osada que fue concertada previamente con los integrantes del Frente Democrático Nacional. Al salirse del salón de sesiones, Muñoz Ledo fue perseguido en los pasillos del Senado entre jaloneos, patadas y mentadas de madre. "Pinche rojo", le gritó, por ejemplo, el general Alonso Aguirre.

Mariana Saiz comenta que ese día llegó temblando de coraje a la casa de una amiga donde se había quedado su equipo cercano. Saiz fue la tercera esposa de Muñoz Ledo. Se casó con él en 1998 tras más de 10 años de conocerse y tuvo una hija –Tamara–, quien acaba de cumplir 14 años. Mientras Mariana y esta reportera conversamos en un café de Polanco, un barrio donde la pareja vivió varios años en un departamento, antes de divorciarse en 2006, Muñoz Ledo le habla en cuatro ocasiones para ponerse de acuerdo respecto a un compromiso que tienen horas después. En una de las llamadas, el político pide hablar con la reportera para sugerirle: "¿le has preguntado ya por qué se divorció de un hombre tan brillante?". A sus casi 80 años, Porfirio sigue teniendo sentido del humor, incluso cuando se trata de su propia persona.

En aquella época Porfirio era un torbellino; hiperactivo y muy exigente consigo mismo y con los demás. Se despertaba a las 6:30 AM y, como regla personal, se impuso ducharse y arreglarse en exactamente 14 minutos, para tener tiempo de tomar café y leer al menos tres periódicos antes de trasladarse a la oficina o a sus citas.

"El reloj no es de hule, es de acero", subrayaba a los impuntuales. Su agenda estaba repleta de desayunos, comidas y cenas. Ricardo Álvarez Arredondo, actual asesor de la fracción de los diputados del PRD y uno de sus discípulos, recuerda que cuando le pedían ayuda el político contestaba "estoy ocupado, mano"; pero atendía sus peticiones.

Porfirio se empeñaba en atraer los reflectores con declaraciones contundentes. Construía sus discursos en voz alta en la regadera y seguía afinando las frases en caminatas en los parques para lograr notas de ocho columnas. Los priistas criticaban su afán protagónico y su ego consolidado. El ex gobernador de Veracruz Miguel Alemán Velasco llegó a decir un día que, así como los vampiros necesitan sangre, Porfirio necesita tinta en los periódicos.

–¿Has leído mis declaraciones hoy? –preguntó un día Porfirio a Luis Martínez, que llegaba de Oaxaca. Y, cuando el senador priista tuvo el periódico en las manos, Porfirio se lo arrancó.

–Déjamelo, no resisto el placer de leerme y escucharme –le dijo–.

El fallecido escritor Andrés Henestrosa definía en una frase las contradicciones de Muñoz Ledo. "Es un homo enredado y por eso es fascinante".

El tránsito accidentado de Muñoz Ledo en el PRD no se puede entender si no se toma en cuenta el choque de personalidades y de estilo con Cuauhtémoc Cárdenas, con quien tuvo serias diferencias ideológicas y personales desde su participación en la construcción del Frente Democrático Nacional y del PRD, en 1989.

Porfirio estaba molesto con el ingeniero porque, a pesar de dar contenido ideólogo al FND, él lo bloqueaba cuantas veces podía.

Le reclamó primero haber desinflado el movimiento tras las elecciones de 1988 con arreglos secretos con varios dirigentes de partidos y, más adelante, por haberse apropiado de la estructura orgánica del PRD cuando, al ser designado primer presidente nacional, Cárdenas eliminó la figura del secretario general y centralizó la toma de decisiones.

Heberto Castillo asumió como secretario de Movimientos Sociales y Muñoz Ledo como secretario de Organizaciones, pero en ese cargo fracasó en construir bases sólidas de apoyo y, en cambio, vio cómo poco a poco iba surgiendo el "grupismo" en el partido.

Todavía hoy, Muñoz Ledo evoca con amargura el episodio. "El problema fue que el ingeniero Cárdenas nunca nos dijo que había hablado con Salinas, ese fue el problema y él lo reconoció después... El hecho es que hicimos un esfuerzo excepcional para cambiar el rumbo del país, para que no se enquistara la doctrina neoliberal en México, y sacamos lo contrario", menciona.

En ese contexto de tensiones, Porfirio se lanzó a una aventura personal en 1991: la conquista de la gubernatura de Guanajuato. Consiguió apenas 7.7 por ciento de los votos, pero gracias a una estrategia de protestas sociales contra el fraude electoral concertada con el candidato panista Vicente Fox, el priista Ramón Aguirre Velázquez nunca tomó posesión.

Muñoz Ledo fue electo presidente del PRD en 1993 apoyado por una coalición de corrientes.

En 1994, la segunda campaña presidencial de Cárdenas puso al descubierto sus diferencias, tal como lo describió Adolfo Aguilar Zinser en su libro sobre la campaña Vamos a ganar  (Océano, 1995): "Porfirio entendió la campaña como una lucha por el poder, Cuauhtémoc como una lucha por la democracia; Porfirio veía la contienda como un problema de estrategias, tácticas y recursos, Cárdenas como un asunto de congruencia y principios. Para Muñoz Ledo, la transición se alcanzaría sólo si después de combatir al régimen y medir fuerzas con él, se edificaban los puentes, las amarras y los compromisos por los cuales cruzar, más o menos de acuerdo con los vencidos, el último trecho. Cuauhtémoc entendía ese desenlace como la aniquilación definitiva del contrincante. Esas eran sus diferencias de fondo; en ellas se cifraban su conflicto y desencuentro definitivo. Porfirio es un hombre político, Cuauhtémoc es un líder moral".

Tras la victoria de Ernesto Zedillo, las diferencias se exacerbaron. Porfirio impulsaba un proyecto de transición que desembocaría en una reforma de las instituciones; Cuauhtémoc promovía un "gobierno de salvación nacional", que implicaba la renuncia del Presidente electo.

Porfirio convocó al Congreso de Oaxtepec, en agosto de 1995, para definir el rumbo del PRD tras la debacle electoral. Tras una discusión intensa entre ambos bloques, ganó su propuesta de llevar a cabo acuerdos de índole político-electoral con el gobierno de Zedillo.

Con el aval de su partido, el dirigente perredista encabezó las negociaciones, que se concretaron el 25 de julio de 1996 con la reforma electoral que ciudadanizó al IFE y abrió la puerta a la primera elección de autoridades en el Distrito Federal.

Pero un año después tuvo un nuevo fracaso personal frente a Cárdenas, cuando ambos compitieron por la candidatura a jefe de Gobierno capitalino. Derrotado por amplio margen, Porfirio fue rescatado por el entonces presidente del PRD, Andrés Manuel López Obrador, quien lo propuso para encabezar la lista de diputados federales.

Cárdenas se convirtió en el primer jefe de Gobierno electo de la capital, y Porfirio revivió políticamente al inicio de la LVII Legislatura, gracias a una exitosa negociación del PRD con PAN, PVEM y PT para quitarle la mayoría al PRI, que por primera vez en la historia había alcanzado apenas la primera minoría en las elecciones intermedias. Las cuatro fracciones opositoras eligieron a Muñoz Ledo presidente de la Mesa Directiva, lo que prendió focos rojos en el PRI.

El gobierno de Zedillo mandó a operadores para impedir que el ex presidente del PRI respondiera a su Tercer Informe de Gobierno. Intentaron negociar primero que una mujer asumiera la presidencia de la Cámara baja, y ofrecieron luego el cargo al vicecoordinador de la fracción del PRD, Pablo Gómez.

"Los mandé por un tubo", rememora Gómez, "no estábamos en condiciones de obsequiar una satisfacción personal a un Presidente que hacía berrinche y amenazó incluso con que el Congreso no se instalara y no hubiera sesión el 1o. de septiembre".

Finalmente, Porfirio contestó el Tercer Informe con un discurso firme pero sobrio –aplaudido por políticos de todos los partidos–, en el que instaba a Zedillo a regresar a la Cámara a debatir sobre los resultados de su gobierno.

"Ninguna ocasión mejor que ésta para evocar el llamado que, en los albores del parlamentarismo, la justicia mayor de Aragón, hacía el entonces monarca para exigirle respeto a los derechos de sus compatriotas: 'Nosotros, que cada uno somos tanto como vos y todos juntos valemos más que vos'", le dijo.

La pieza oratoria culminaba con tres palabras contenidas en los lemas del PRD y del PAN. "Remontemos las comarcas de la intolerancia; mostremos a todos que somos capaces de edificar, en la fraternidad y con el arma suprema de la razón, una patria para todos".

Como en otros cargos que ostentó, Muñoz Ledo promovió el diálogo y la creación de instituciones internas en el recinto legislativo: la transmisión en vivo de las sesiones ordinarias en el Canal del Congreso, el acercamiento entre los coordinadores parlamentarios y los ministros de la Suprema Corte de Justicia y el diálogo con el Ejecutivo para definir una agenda legislativa común. El gremio periodístico le reprocha, en cambio, haberlo replegado a un palco que Porfirio bautizó como "corral de la ignominia".

En esos años, Porfirio creó su propia corriente en el partido llamada Asociación por la Nueva República, cuyo objetivo principal era impulsar una nueva Constitución.

Y, a la altura de sus virtudes, de su capacidad intelectual y de su anhelo de democratizar el país, florecían sus defectos: impaciente, intolerante y a menudo hiriente.

–Despídanlo –soltó un día Porfirio a uno de sus colaboradores, a quien pedía dejar en la calle era a su chofer, pues esa mañana había escogido mal su portafolio–. Porfirio tenía cuatro de colores diferentes para cada una de sus funciones: diputado, presidente de la Cámara, miembro de la dirección del PRD y representante de los intereses mexicanos en el exterior.

Ricardo Álvarez Arredondo, secretario técnico de la Presidencia, intervino para tranquilizarlo.

–No, no, no, mano, no te metas, este no lo trae, no puede trabajar conmigo, se va. Llámalo y despídelo, los que están conmigo no pueden tener estos errores –insistió–.

Horas después, regresó para tomar sus cosas y salir al aeropuerto.

–¿Dónde está mi chofer? –preguntó– ¿Cómo que lo corrieron? No, no, no, háblale y dile que no sea sentido, y dile que lo necesito–. En realidad, su equipo, que conocía sus desplantes, le había dado el día al chofer.

El foxismo

Porfirio vivía momentos de presión en la coordinación. En 1998, al expresar en una conferencia con estudiantes su interés de ser precandidato a la Presidencia en 2000, provocó que semanas después una mayoría de diputados afines a Cárdenas y otras corrientes lo desconocieran como líder parlamentario.

Dejó finalmente la coordinación el 3 de marzo de 1999 y fue postulado por el PARM como su candidato presidencial. Al no recibir apoyos del PRD, renunció al partido el 13 de enero de 2000, tras 10 años de militancia.

Ese día escribió en una carta que los dirigentes no merecían ni su respeto ni su amistad. Y, a diferencia de su ruptura con el PRI, Muñoz Ledo se fue sin seguidores. "Me hicieron la guerra todos, la mayor parte me dieron la espalda, perdí amigos, fue un momento difícil para mí. Ahora la llevo bien con la dirigencia del PRD, pues han pasado muchos años", asegura.

Pablo Gómez, quien se convirtió en jefe nacional interino del PRD en 1999, sostiene que no tuvo una confrontación personal con él. Pero ironiza sobre el hecho de que, cuando quiso ser candidato presidencial, Porfirio iba a sus oficinas a cada rato para pedir que el proceso se llevara a su manera.

Muñoz Ledo se postuló finalmente como candidato presidencial del Partido Auténtico de la Revolución Mexicana y, meses después, declinó a favor del candidato panista Vicente Fox, desatando una nueva polémica.

La Secretaría de Gobernación priista lo acusó de haberle pedido que el gobierno vinculara al líder del PARM, Carlos Guzmán, con el narcotráfico para quedarse con el partido, o de lo contrario declinaría su candidatura para apoyar al guanajuatense. Muñoz Ledo siempre negó la acusación.

Durante siete meses, de agosto a diciembre de 2000, asumió la coordinación de la mesa de estudios para la Reforma del Estado, y ante la falta de interés del presidente Fox por el tema, solicitó ser designado embajador de México ante la Unión Europea.

Sus amigos califican su decisión como su principal error político, aunque lo justifican por el contexto personal e histórico. "Fue una equivocación, lo cual demuestra que tampoco hay infalibilidad de la persona. Pero fue temporal, afortunadamente", expresa Ifigenia Martínez.

José Agustín Ortiz Pinchetti, cercano a López Obrador, admite que existía la esperanza de que Fox pudiera llevar a cabo la transición democrática. "En ese momento no veíamos a Fox como lo que era. Yo mismo brindé cuando ganó Fox y me pareció una exageración lo que dijo Cárdenas, de que era 'un día negro para la historia de México'... pero tenía razón", dice.

Hace no mucho tiempo, Porfirio le dijo a Ortiz Pinchetti que su experiencia central de la política había sido el sufrimiento, una confesión que dejó asombrado al ex secretario de Gobierno del Distrito Federal, porque poca gente a su juicio ha tenido un desarrollo tan fantástico de su vocación política.

En este momento del recuento de su vida, Porfirio hace una pausa. No llega a expresar su arrepentimiento, pero este episodio lo hace cavilar sobre cuál hubiera sido su destino si hubiera aceptado la propuesta que le hizo López Obrador en 1999 de ser el candidato del PRD a la jefatura de Gobierno del DF.

"Ahí tomé una decisión que, hoy lo digo, no necesariamente fue correcta. Son las decisiones que uno vuelve a pensar; en las circunstancias que yo me encontraba, yo no tenía hígado para seguir. Frente a la agresión que habían mostrado los grupos que estaban a favor del ingeniero Cárdenas, pensé que no me iban a dar facilidades para ser jefe de Gobierno y que iba a ser una pelea muy dura (...) Nos vimos en tres ocasiones Andrés Manuel y yo, y yo me negué, no sé si cometí un error. Pudo haber cambiado la historia, pero uno nunca sabe", afirma.

Porfirio sigue hablando de él en pasado. Parece haber entrado a sus casi 80 años en una nueva etapa de su vida. El que ponía apodos y se mofaba en el pasado de sus adversarios políticos, se modera.

"Yo me he hecho una filosofía: no sé si sea parte de la edad, es que yo no quiero tener ya confrontaciones personales con nadie, puedo tener diferencias ideológicas y políticas, pero ya no quiero confrontaciones personales".

No ha sido el único cambio en su vida. El hiperactivo y empedernido viajero ha bajado también su ritmo de trabajo y no sale casi del país. Hace apenas cuatro meses, el avión de Aeroméxico que tomó para ir a Guadalajara se despresurizó y tuvo que regresarse de urgencia. A este incidente angustiante se agregó un accidente de coche que pudo ser grave y la operación de una hernia inguinal en 2012 con complicaciones cardiacas. Muchos problemas para un hombre acostumbrado a vivir a 100 por hora.

Ya no usa los mocasines de bailarín de mambo, tango y samba. Y ha suspendido sus inmersiones en la pequeña alberca que tiene en su casa, por un problema de oídos. Ya sólo toma un café en la mañana para despertarse. Bebe tés de manzanilla para cuidar su estómago. Pero sí, Porfirio fuma sin parar.

"No hables de lo que estoy fumando", pide durante la entrevista, "lo he dejado durante un tiempo. Por una distracción, alguien me ofreció un cigarro y creí que era muy fácil... con uno solo basta".

La vía radical

Su segunda etapa diplomática fue más accidentada y menos productiva que la primera. Confrontado con el canciller foxista Jorge G. Castañeda, Muñoz Ledo regresó en julio de 2004 de Bruselas para incorporarse a la vida política y promover, otra vez, la reforma del Estado. Esta vez desde el Centro Latinoamericano de la Globalidad, una pequeña fundación que creó en 1997.

En una cena privada, Fox le pidió operar a favor del desafuero de López Obrador y, con sus esposas Marta Sahagún y Mariana Saiz como testigos, Porfirio le reviró que su maniobra era un craso error.

El desafuero le dio el pretexto ideal para romper con Fox y volver a la izquierda, pero el regreso no fue fácil. Muñoz Ledo pagó su aventura foxista con una rechifla memorable en la plancha del Zócalo el día de la marcha contra el desafuero –24 de abril de 2005– que congregó a medio millón de personas, ante las cuales Andrés Manuel le pidió de manera imprevista dar un mensaje. Pero, como en otros momentos de su trayectoria, Porfirio se acomodó emulando una estrategia usada por la izquierda francesa: "radicalizarse para recuperar la confianza", según le confió a Manuel Camacho en la campaña presidencial de 2006.

Porfirio no logró pertenecer al círculo más íntimo del candidato, pero participó en la elaboración de la plataforma electoral de la Coalición por el Bien de Todos y consiguió la coordinación del Consejo Consultivo para un Proyecto Alternativo de Nación.

Tras la polémica elección, Porfirio participó en la estrategia de denuncia del fraude y en la conformación del Frente Amplio Progresista, en octubre del 2006.

En abril del 2007 asumió como consultor para la reforma del Estado de la Comisión Ejecutiva de Negociación y Construcción de Acuerdos (CENCA), promovida por Manlio Fabio Beltrones en el Senado de la República. Un proceso de reforma del Estado que, nuevamente, acabó frustrado.

Se convirtió en coordinador del Frente Amplio Progresista el 8 de enero de 2008 y en diputado del PT en el 2009.

De esa época surgió un libro polémico: La vía radical, una vía para refundar la República           (Grijalbo, 2010), en el que insiste en la necesidad de instaurar la revocación de mandato y cambiar hacia un régimen semipresidencial o parlamentario. Fue la quinta obra que escribió tras Compromisos           (1986), La Sociedad Frente al Poder (1993), Sumario de una Izquierda Republicana (2000) y Conclusiones y Propuestas    (2004).

Porfirio niega que haya dejado su convicción reformista del Estado. "No es un cambio de posición, porque yo en la vía radical no llamo al levantamiento armado, sino a la gran movilización social; lo que pasa es que uno es el momento de la transición inicial, que es donde cambiamos las reglas de juego para hacer una estructura electoral que permitiera la pluralidad y para darle la autonomía relativa de la que goza el DF, y otros fueron los momentos posteriores: cuando ni aún por la vía de la pluralidad pudimos cambiar las cosas. Sigue habiendo en México una mayoría conservadora en la toma de decisiones", justifica.

El escritorio donde está sentado está repleto de libros, asoma la última obra que está leyendo: De Senectute     de Norberto Bobbio, en el que el filósofo critica la marginación del anciano en la sociedad.

"No soy creyente y no sé si lo lamento a estas alturas de mi vida. Como dice el De Senectute      , si fuera yo creyente tendría todos mis problemas de vejez resueltos", suelta mirando el libro.

Porfirio está consciente de que no le queda mucho tiempo. Aquilata sus logros y fracasos. Cree haber dejado una incidencia en la historia del país, sobre todo en el momento de la ruptura con el antiguo régimen, pero lamenta que él, su generación y las posteriores, no hayan logrado consolidar la transición democrática y cambiar las instituciones.

En una primera entrevista hecha para este perfil, en su despacho de la calle Eugenia en la colonia Nápoles, Porfirio reconoció pensar en la muerte y se refirió a una frase que le gustó de un diálogo en la película de recién estreno Cuatro Notas            de Dustin Hoffman, que cuenta la vida de tres veteranos músicos en una casa de retiro: "se necesita valor para ser viejo".

Su despacho está amueblado sin lujos, aunque cuenta con una terraza con una vista atractiva de la ciudad. En la pared de su oficina, detrás de un escritorio de madera, cuelga un retrato de Benito Juárez. Cientos de libros descansan en anaqueles. Renta el lugar desde 2008 con los ingresos que recibe por su programa de televisión Bitácora Mexicana         , en el Canal Mexiquense, sus columnas en un periódico nacional y el sueldo de 70 mil pesos mensuales que recibe del gobierno de la ciudad como comisionado. Su secretaria Lilia, su responsable de prensa Alfonso Velasco y otras 4 personas que trabajan bajo su mando se preparan para mudarse a unas oficinas en el Zócalo.

Porfirio ya no hace planes de largo plazo. Aspira a dejar bien encaminada la reforma política del DF y a revisar sus memorias que el profesor Jim Wilkinson, de la Universidad de Los Ángeles, inició como parte de un trabajo sobre la historia oral.

Se trata de horas y horas de entrevistas sobre su vida hasta 1987, que dan a la fecha siete capítulos de mil 349 páginas. Los tomos tienen encabezados que sugieren la multidimensión del personaje: el estudiante, el joven funcionario laborista, el dirigente político, el educador, el dirigente de la oposición y vida personal.

Desde 2009, el hombre que piensa en pasar a la historia donó también al Archivo General de la Nación 608 cajas de documentos que describen agendas de trabajo, informes, discursos, propuestas, correspondencias, iniciativas, entre otras cosas en los 15 cargos públicos en México y en el extranjero y 9 puestos partidarios que ha ocupado en ese periodo. Un total de 120 metros de 

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