24 nov 2013

La victoria de la derrota (Puebla, hace 150 años)/JEP


 La victoria de la derrota (Puebla, hace 150 años)/JOSÉ EMILIO PACHECO
Revista Proceso # 1934, 23 de noviembre de 2013;
 A Raúl Álvarez Garín, con admiración y respeto.
Termina 2013 y pasará mucho tiempo antes de que vuelva a llamar la atención el Sitio de Puebla (16 de marzo-17 de mayo de 1863). A diferencia de las grandes conmemoraciones que hubo el año pasado por la victoria del 5 de mayo, esta vez no se hizo ninguna celebración nacional, si bien el estado de Puebla y el mundo académico no dejaron pasar en silencio este hecho fundamental para nuestra historia.  Se presentó así mismo un excelente documental de Enrique Krauze en Clío Tv. (25 de agosto) en que participaron Jean Meyer, Pedro Ángel Palou Pérez, Humberto Morales Moreno, Pedro Mauro Vázquez, el comandante Antonio Campuzano, historiador del Colegio Militar, y Jorge Carretero, creador de la Fototeca Antica de Puebla.

 El relativo silencio debe de tener muchas causas. El sesquicentenario pasó sin gloria como transcurrieron los dos siglos del verdadero comienzo de la Independencia en el Congreso de Chilpancingo, la Constitución de Apatzingán y el gran texto de José María Morelos sobre Los sentimientos de la nación. Los lugares sagrados de aquel momento quedaron invadidos por las aguas salvajes o son escenarios de la violencia armada. México está más lejos que nunca del país que soñaron los insurgentes de 1813.
Respecto a Puebla, el 5 de mayo de 1872 no sufrió sitio alguno y fue clara la victoria de Zaragoza sobre Lorencez. Todo se resolvió en un día. En cambio al año siguiente hubo un larguísimo asedio en que se llegó a combatir casa por casa y el heroísmo de Jesús González Ortega y sus generales se ganó el respeto y la admiración del enemigo. El problema se ahonda porque el héroe de aquel asedio terminó por convertirse en enemigo de Juárez y porque tanto en la segunda como en la primera batalla tuvo una participación muy destacada Porfirio Díaz. Se prefirió pues silenciar el acontecimiento y no insistir en hechos que estremecen la historia oficial.
Los generales del pueblo
Si la rebelión de Ayutla (1854-1856) fue el último enfrentamiento entre los antiguos insurgentes como Juan Álvarez y los que militaron en las filas virreinales como Santa Anna, su consecuencia directa, la guerra de la Reforma (1858-1861) vio la lucha entre la primera generación de generales egresada  del Heroico Colegio Militar, y por tanto héroes del 47, como Miguel Miramón y Leonardo Márquez, contra los generales del pueblo que se improvisaron con el mayor éxito pero sin instrucción bélica alguna, por ejemplo Zaragoza y el propio González Ortega. Este, en Calpulalpan, derrotó por completo al Joven Macabeo, Miramón, el principal jefe militar de los conservadores. En vez de seguir la tradición romana del general triunfante que se convierte en Imperator entregó a Benito Juárez la capital y la presidencia.
Luis Bonaparte, Napoleón III, había triunfado en la guerra de Crimea y contribuido decisivamente a liberar a Italia de los austriacos. Era, antes del inminente surgimiento del canciller Bismarck, el amo de los destinos de Europa e intentaba extender los dominios de Francia a Argelia y a Vietnam. Los libros de Humboldt y Clavijero propagaron la idea de México como cuerno de la abundancia, un país de infinitas riquezas a las que sus ineptos habitantes no sabían explotar. La imagen del mexicano en aquel entonces: el mendigo sentado y soñoliento sobre una mina de oro.
 La invención de “América Latina”
 La Guerra de Secesión, al poner fuera de juego a los Estados Unidos, daba a Luis Bonaparte la oportunidad única de establecer en nuestro país una cabeza de playa que con el tiempo le permitiría dominar todo el subcontinente. Surgió entonces, aunque hay antecedentes locales, la idea de una América Latina opuesta a la América Sajona que jamás ocultó sus deseos expansionistas. El catolicismo y las lenguas romances que nacieron del latín, así como el inmenso prestigio cultural de Francia, eran los mejores aliados de Bonaparte. La expresión “América Latina” borraba de un solo trazo la presencia española.
 El procónsul Forey
 En 1862 Napoleón III creyó que conquistar México iba a ser un día de campo. La derrota en Puebla lo enfureció al máximo y preparó su venganza mediante una gran intervención que comprometía a la mayor parte del ejército francés, considerado entonces el mejor del mundo. La puso al mando de Frédéric Forey, héroe de Sebastopol y Solferino, que llevaba como segundo a Achile Bazaine.
 Forey, investido de plenos poderes por Luis Bonaparte, contaba con 28,000 soldados franceses y 7,000 mexicanos a las órdenes de los architraidores Juan Nepomuceno Almonte, el extraño hijo de Morelos, y Leonardo Márquez, el llamado Tigre de Tacubaya. La división del país entre liberales y conservadores hizo que Juárez no pudiera reunir todo lo necesario para la defensa de Puebla. Muerto Zaragoza durante una epidemia de tifo, se dio el mando del Ejército de Oriente a González Ortega, quien sólo pudo contar con 22,000 efectivos.  Los ricos y poderosos abandonaron la ciudad junto con los eclesiásticos y sólo quedaron los pobres para contribuir a la defensa.
 Cuerpo a cuerpo, casa por casa
 Los críticos de Juárez, encabezados por Francisco Bulnes, lo culpan de encerrar a sus mejores elementos en Puebla y no haberles proveído de suficientes pólvora, municiones y víveres. Contra lo que suponían los mexicanos, Forey, en vez de tomar por asalto a la ciudad, la puso bajo asedio. En descargo de Juárez hay que señalar la sorprendente ineptitud del ministro de la guerra, Pedro Hinojosa, y del desdichado Comonfort que, en vez de combatir mediante batallas campales al sitiador se limitó a intentar procurarles abastecimiento a los sitiados. Como no pudo hacerlo, se concretó a saquear los pueblos vecinos y, para colmo, en el transcurso de una fiesta fue sorprendido y derrotado por los franceses.
 El gran desarrollo de la artillería hizo que la hermosa ciudad barroca fuera arrasada por los franceses. En principio Bazaine sólo consiguió tomar el Fuerte de San Javier. Avanzaron hacia el centro de Puebla. Sin embargo fueron rechazados por Díaz.
 A partir de entonces se combatió cuerpo a cuerpo, manzana por manzana, casa por casa, cuarto por cuarto. No había manera de sepultar a los muertos. La corrupción emponzoñaba el agua y el aire. Al fracasar las tentativas de reabastecimiento, el hambre y la enfermedad fueron los otros jinetes del Apocalipsis. Al terminarse la carne de caballos, mulas y burros, dice Pedro Ángel Palou Pérez en La voluntad heroica, “el salvado fue el único alimento disponible. Hubo defunciones por hambre, sobre todo en los niños. No había cloroformo ni hielo para los heridos. La peste se esparció, se caminaba entre restos humanos, se pisaban cráneos; lo común eran el hedor, el fuego, las cenizas, las ruinas y los escombros. Ese era el telón siniestro de aquellos días en Puebla”.
 González Ortega, ejemplo en Francia
 El 17 de mayo, ante la imposibilidad de seguir resistiendo, González Ortega y sus oficiales decidieron la rendición pero antes acabaron con toda su artillería. Cuenta Fernando del Paso en Noticias del Imperio: “El general Forey permitió que los jefes principales conservaran sus armas, los recibió en el cuartel general; les ofreció cigarros puros y cognac, elogió la valentía con la que se había defendido la plaza y se admiró del gran número de oficiales y hasta generales jóvenes que había en el Ejército de Oriente”.
 Cerca de 10,000 soldados mexicanos murieron en el combate. A 5,000 sobrevivientes los pusieron a las órdenes de Márquez. Almonte pidió que los fusilaran a todos. Forey se negó y dispuso que se trasladaran como prisioneros a Francia a quienes se habían negado a firmar un documento en que juraban no volver a luchar contra los invasores. Camino a Veracruz, casi todos los prisioneros escaparon para continuar la lucha al lado de Juárez.
 González Ortega rechazó la propuesta de Forey para hacerse presidente con el apoyo de los franceses. Dijo que nunca sería un traidor ni un usurpador y que no era un ejército sino un pueblo al que defendía dentro y fuera de las murallas de Puebla, al igual que la autonomía de su patria, su honor y sus derechos.
 Puebla no fue tomada por los franceses. Se rindió en un acto para el que no existe un término en el vocabulario militar. Los jueces de Francia que en 1871 juzgaron a Bazaine por su vergonzosa capitulación en Metz ante los prusianos pusieron como ejemplo la actitud de González Ortega. En 1865, cuando Juárez, cumplido su periodo, se negó a dejarle a González Ortega el poder que le correspondía como vicepresidente, se dividió el Partido Liberal y González Ortega se refugió en Estados Unidos junto con liberales como Guillermo Prieto.
 Jesús González Ortega merece figurar entre los grandes héroes mexicanos. Juan de Dios Peza en Memorias, reliquias y retratos elogió al humilde escribiente de notarías y juzgados que en Calpulalpan derrotó a un ejército profesional y en Puebla, hace 150 años, puso en jaque a las que eran entonces las mejores tropas del mudo.

(JEP)

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