16 ago 2014

124 mártires de Corea del Sur

Ante una multitud calculada en casi un millón de personas,  Francisco beatificó a 124 mártires de Corea del Sur.
Tercer día en Corea, en el Santuario de los Mártires de Seo So Mun, a pocos kilomteros de Seúl.
Llegó a la Puerta de Gwanghwamun en Seoul, lugar de la misa de beatificación, pocos minutos después de las 9:00 horas. Recorrió unas doce cuadras en un vehículo totalmente abierto, ante la alegría de todos los presentes que pugnaron por tomarle una foto o saludarlo.  Iba en el papamóvil abierto con un discreto dosel y vestido de blanco .
Fuentes de la organización de la visita del papa a Corea precisaron que en la Misa han participado 170 mil personas que recibieron una entrada para asistir a la Eucaristía, y estiman que otras 800 mil se han ubicado en los alrededores, pero la cifra sigue creciendo.
Fue un ambiente de fiesta, alegría, combinada con una profunda reverencia y orden.
No faltaron algunas oportunidades en las que la camioneta se detuvo y el jesuita besó y bendijo a algún niño.
Francisco endosó para la misa paramentos rojos, el palio y la mitra crema y dorada. Los obispos que concelebraban vestían también de rojo. El altar delante de la puerta de Gwanghwamun contaba con dos pantallas gigantes a sus lados.
Antes del inicio de la misa le fue pedido al Santo Padre en latín y en coreano que inscribiera como beatos a Paul Yun Ji-Chung y de 123 compañeros mártires, a lo que el Pontífice dio su aceptación leyendo en latín, y despertando una ovación por parte de los presentes mientras tocaban el himno y se leía profunda satisfacción en el rostro del Pontífice.
El papa Juan Pablo II había canonizado a los mártires de segunda y tercera generación que conocieron los misioneros franceses, en cambio ahora Francisco ha beatificado a los de la primera generación, los cuales no habían sido estudiados ni había entonces documentación para beatificarlos.
Paul Yun Ji-Chung y los 123 compañeros mártires son los mártires de la primera generación de la Iglesia en Corea, los fundadores, que son padres o abuelos de los mártires de las generaciones ya canonizadas.
Francisco fue a visitar algunas tumbas antes de la misa.
La celebración de la misa fue en latín y con lecturas y cantos en coreano. La homilía del Pontífice fue en italiano y traducida cada parte fue en coreano a medida que la iba leyendo. 
 Al iniciase la Misa, el Santo Padre escuchó la "petitio", la solicitud que se hace para beatificar a un Siervo de Dios, y procedió a pronunciar la fórmula de beatificación en latín, que fue luego leída en coreano lo que generó una gran ovación de toda la multitud.
Texto completo del discurso del Santo Padre con los líderes del apostolado de laicos en Corea
Queridos hermanos y hermanas:
Me alegro de tener la oportunidad de encontrarme con ustedes, que representan las diversas manifestaciones del floreciente apostolado de los laicos en Corea. Floreciente porque siempre ha sido floreciente. Son flores que permanecen. Agradezco al Presidente del Consejo del Apostolado Seglar Católico, el señor Paul Kwon Kil-joog, sus amables palabras de bienvenida en nombre de todos.
La Iglesia en Corea, como todos sabemos, ha heredado la fe de generaciones de laicos que perseveraron en el amor a Jesucristo y en la comunión con la Iglesia, a pesar de la escasez de sacerdotes y de la amenaza de graves persecuciones. El beato Pablo Yun Ji-chung y los mártires que hoy han sido beatificados constituyen un capítulo extraordinario de esta historia. Dieron testimonio de la fe no sólo con los tormentos y la muerte, sino también con su vida de afectuosa solidaridad de unos con otros en las comunidades cristianas, que se distinguían por una caridad ejemplar.
Este precioso legado sigue vivo en sus obras actuales de fe, de caridad y de servicio. Hoy, como siempre, la Iglesia tiene necesidad del testimonio creíble de los laicos sobre la verdad salvífica del Evangelio, su poder para purificar y trasformar el corazón humano, y su fecundidad para edificar la familia humana en unidad, justicia y paz. Sabemos que no hay más que una misión en la Iglesia de Dios, y que todo cristiano bautizado tiene un puesto vital en ella. Sus dones como hombres y mujeres laicos son múltiples y sus apostolados variados, y todo lo que hacen contribuye a la promoción de la misión de la Iglesia, asegurando que el orden temporal esté informado y perfeccionado por el Espíritu de Cristo y ordenado a la venida de su Reino.
De modo particular, me gustaría reconocer la labor de las numerosas asociaciones que se ocupan directamente de la atención a los pobres y necesitados. Como demuestra el ejemplo de los primeros cristianos coreanos, la fecundidad de la fe se expresa en la práctica de la solidaridad con nuestros hermanos y hermanas, independientemente de su cultura o condición social, ya que en Cristo «no hay judío ni griego» (Ga 3,28). Quiero manifestar mi profundo agradecimiento a cuantos, con su trabajo y su testimonio, llevan la presencia consoladora del Señor a los que viven en las periferias de nuestra sociedad. Esta tarea no se puede limitar a la asistencia caritativa, sino que debe extenderse también a la consecución del crecimiento humano, no solo la asistencia, también el desarrollo de la persona. Asistir a los pobres es bueno y necesario, pero no basta. Los animo a multiplicar sus esfuerzos en el ámbito de la promoción humana, de modo que todo hombre y mujer llegue a conocer la alegría que viene de la dignidad de ganar el pan de cada día y de sostener a su propia familia.  Y esta dignidad, en este momento está amenzada de ser eliminada por esta cultura del dinero, que deja sin trabajo a tantas personas. Y nosotros podemos decir, 'padre, nosotros les damos de comer'. Pero no es suficiente. Él y ella, que están sin trabajo, deben sentir en su corazón la dignidad de llevar el pan a casa, de ganarse el pan. Y os confío este trabajo a vosotros.
También quiero reconocer la valiosa contribución de las mujeres católicas coreanas a la vida y la misión de la Iglesia en este país como madres de familia, como catequistas y maestras y de tantas otras formas. Asimismo, no puedo dejar de destacar la importancia del testimonio dado por las familias cristianas. En una época de crisis de la vida familiar, lo sabemos todos, nuestras comunidades cristianas están llamadas a ayudar a los esposos cristianos y a las familias a cumplir su misión en la vida de la Iglesia y de la sociedad. La familia sigue siendo la célula básica de la sociedad y la primera escuela en la que los niños aprenden los valores humanos, espirituales y morales que los hacen capaces de ser faros de bondad, de integridad y de justicia en nuestras comunidades.
Queridos hermanos, cualquiera que sea su colaboración con la misión de la Iglesia, les pido que sigan promoviendo en sus comunidades una formación cada vez más completa de los fieles laicos, mediante la catequesis continua y la dirección espiritual. Les pido que todo lo hagan en completa armonía de mente y corazón con sus pastores, intentando poner sus intuiciones, talentos y carismas al servicio del crecimiento de la Iglesia en unidad y en espíritu misionero. Su colaboración es esencial, puesto que el futuro de la Iglesia en Corea, como en toda Asia, dependerá en gran medida del desarrollo de una visión eclesiológica basada en una espiritualidad de comunión, de participación y de poner en común los dones (cf. Ecclesia in Asia, 45).
Una vez más les expreso mi gratitud por todo lo que hacen para la edificación de la Iglesia en Corea en santidad y celo. Que encuentren constante inspiración y fuerza para su apostolado en el Sacrificio eucarístico, que comunica y alimenta “el amor a Dios y a los hombres, alma de todo apostolado” (Lumen gentium, 33). Para ustedes, sus familias y cuantos participan en las obras corporales y espirituales de sus parroquias, de las asociaciones y de los movimientos, imploro la alegría y la paz del Señor Jesucristo y la solícita protección de María, nuestra Madre. Os pido por favor que recéis por mí. Y ahora todos junto, rezamos a la Virgen y después os doy la bendición.
(16 de agosto de 2014) © Innovative Media Inc.

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