Desde 2009 a la fecha, Cuba ha comenzado a transitar. Las reformas han sido lentas, pocas y a regañadientes, pero inevitables. Al sistema cubano se le está acabando la cuerda. El fracaso del modelo económico es obvio y universalmente reconocido hasta por el propio Fidel.
La reducida ventana de Raúl (Castro)/Carlos A. Saladrigas es empresario y presidente del Cuba Study Group.
El
País | 30 de diciembre de 2014
En
2009, tras la sorpresiva elección del presidente Obama, escribí un artículo
para este diario donde hablaba de la ventana de oportunidad que se presentaba
para comenzar a romper el inmovilismo que ha caracterizado la relación entre
los dos países por más de medio siglo. Era el primer mandatario norteamericano
desde 1959 que se enfrentaba al reto de una Cuba cambiante.
No
estaba equivocado. Como candidato, Obama dijo lo impensable en el corazón del
exilio: que estaba dispuesto a dialogar con Raúl Castro. Durante su campaña
prometió levantar las pérfidas restricciones de viajes y ayuda familiar
impuestas por su predecesor y que causaron daño y separación de las familias
cubanas. Ya desde entonces hablaba de actualizar una política exterior hacia
Cuba obsoleta e inefectiva.
Unos
meses después de tomar posesión, Obama anuncia los cambios prometidos relajando
las restricciones de viajes y remesas a la isla. Todo parecía marchar viento en
popa hacia un mayor relajamiento, cuando el Gobierno cubano sorpresivamente
detiene y enjuicia al norteamericano Alan Gross.
Para
muchos de nosotros la detención de Gross no fue sorpresiva. Cuba seguía su
viejo patrón de tomar medidas hostiles para detener las intenciones de
actualizar la política estadounidense sobre Cuba. Esto había sucedido al menos
en cinco ocasiones. El statu quo de un marco de confrontación era muy útil para
la supervivencia del régimen. Por una parte, le ofrecía la legitimidad de un
Estado sitiado, le proporcionaba un fácil chivo expiatorio para sus numerosos
fracasos, y hasta ofrecía una débil razón para justificar los atropellos de los
derechos humanos de la población. Solo en la torpeza apasionada del exilio se
propone hacer aquello que le conviene y quiere el régimen cubano.
Pero
los tiempos y los entornos cambian. Desde 2009 a la fecha, Cuba ha comenzado a
transitar. Las reformas han sido lentas, pocas y a regañadientes, pero
inevitables. Al sistema cubano se le está acabando la cuerda. El fracaso del
modelo económico es obvio y universalmente reconocido hasta por el propio
Fidel. La carencia de libertades ya no se puede empañar. Las tradicionales
fuentes de legitimidad que han sido el carisma de Fidel y los logros sociales
de la revolución están completamente mermadas, uno por los años, el otro por
los fracasos económicos.
Aparentemente,
le tocó al presidente Raúl Castro la parte difícil de cómo lograr el delicado
balance de canjear su única restante fuente de legitimidad —ser víctima de la
agresión de EE UU— por la legitimidad de proporcionarle a su pueblo crecimiento
económico, estabilidad doméstica y una visión de futuro. Es difícil pensar que
esto hubiera sucedido bajo el mandato de Fidel, pero hoy día Cuba ya no es una
nación monolítica. Fuera de los históricos (curiosamente al igual que en
Miami), los más jóvenes en las élites argumentan apasionadamente por el cambio.
La necesidad de cambiar se impone ante la realidad.
Los
pasos dados por Obama le dieron un fuerte espaldarazo a estos sectores que
abogan por cambios más profundos y efectivos. En la forma que lo hizo, le ha
ofrecido una elegancia extraordinaria para que Cuba cambie. Obama tuvo el
coraje de reconocer públicamente el fracaso de la política de su país hacia
Cuba, elegantemente, ofreciéndole a Raúl la oportunidad de también reconocer
los suyos.
Significativamente,
las negociaciones han demostrado que Cuba tiene capacidad de diálogo, algo que
se ha hecho difícil en innumerables relaciones bilaterales a través de los
años. Esto produce un interrogante interesante. ¿Si se puede dialogar con el
enemigo, es posible concebir que se pueda dialogar entre cubanos?
Pero
estos pasos solo han sido el comienzo. No se vive solo de relaciones
diplomáticas. Hay que producir resultados económicos, y para lograrlo Cuba
tiene que tomar pasos fundamentales pero difíciles que necesariamente conllevan
un costo político para el régimen. Cuba solo tiene una opción para generar
crecimiento económico: reducir el control estatal y aumentar la autonomía y el
alcance del sector privado.
No
obstante, aún queda un gran obstáculo. El embargo norteamericano ha sido herido
de muerte, pero no eliminado. Irónicamente, una política impuesta con el fin de
forzar cambios en Cuba, ante una Cuba cambiante representa un enorme obstáculo
al cambio, casi imposibilitando las reformas macroeconómicas que tanto Cuba
necesita.
La
derogación del embargo solo necesita un empujón, y ese empujón se lo puede dar
Cuba, acelerando y aumentando los procesos de cambio. Obama ha abierto la
puerta al cambio, lo ha hecho mucho más fácil. Ha logrado toda una coalición
internacional para ofrecerle a Cuba un aterrizaje suave, pero Cuba tiene que
aterrizar.
Raúl
Castro ha dicho que se retirará del cargo en 2018; Obama, el año anterior. Por
su parte, Raúl sabe que su sucesor posiblemente presida el periodo de mayor
indecisión e incertidumbre visto desde el triunfo de la revolución. También
sabe que la nueva política norteamericana conlleva incertidumbre y riesgos. Le
corresponde dejar a Cuba encaminada en una transición tranquila pero profunda.
Así como Obama ha dejado un legado histórico con Cuba, también será su
oportunidad de hacer lo mismo. ¿La sabrá aprovechar?
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