15 feb 2015

La población y el papa/Peter Singer

La población y el papa/Peter Singer is Professor of Bioethics at Princeton University and Laureate Professor at the University of Melbourne. His books include Animal Liberation, Practical Ethics, One World, The Ethics of What We Eat (with Jim Mason), Rethinking Life and Death, and, most recently, The Point of View of the Universe, co-authored with Katarzyna de Lazari-Radek. In 2013, he was named the world’s third “most influential contemporary thinker” by the Gottlieb Duttweiler Institute. 

Traducción al español por Leopoldo Gurman.
Project Syndicate | 13 de febrero de 2015
Durante el regreso del papa Francisco a Roma desde las Filipinas el mes pasado, les contó a los periodistas sobre una mujer que había tenido siete hijos por cesárea y estaba nuevamente embarazada. Eso fue, dijo, «tentar a Dios». Le preguntó si deseaba dejar a siete huérfanos. Los católicos han aprobado formas de control de la natalidad, prosiguió, y deben practicar la «paternidad responsable», en vez de reproducirse «como conejos».
Si bien el comentario sobre los «conejos» de Francisco tuvo amplia cobertura en muchos medios, menos informaron que también afirmó que ninguna institución externa debe imponer sus ideas sobre la regulación del tamaño familiar al mundo en vías de desarrollo. «Todos los pueblos» insistió, deben poder mantener sus identidades sin ser «colonizados ideológicamente».

La ironía de esta aseveración es que en las Filipinas, un país con más de 100 millones de personas de las cuales cuatro de cada cinco son católicas romanas, es precisamente la iglesia la que ha funcionado como colonizador ideológico. Es la iglesia, después de todo, la que ha buscado vigorosamente imponer su negativa a la anticoncepción en la población, oponiéndose incluso a la provisión de anticonceptivos por el gobierno a los pobres rurales.
Mientras tanto, las encuestas han mostrado reiteradamente que la mayoría de los filipinos están a favor de la disponibilidad de anticonceptivos, algo que no sorprende dado que los métodos de control de la natalidad aprobados por la iglesia y mencionados por Francisco han demostrado ser menos confiables que las alternativas modernas. Resulta difícil creer que si las Filipinas hubieran sido colonizadas por, digamos, la Inglaterra protestante en vez de la España católica, el uso de anticonceptivos sería un problema hoy.
La cuestión mayor que Francisco trae a discusión, sin embargo, es la legitimidad de las agencias externas para promover la planificación familiar en los países en desarrollo. Hay varios motivos que la avalan. En primer lugar, dejando de lado la cuestión «ideológica» de si la planificación familiar es un derecho, existe abrumadora evidencia que muestra que la falta de acceso a la anticoncepción es mala para la salud femenina.
Los embarazos frecuentes, especialmente en países sin atención sanitaria universal moderna, están asociados con una elevada mortalidad derivada de la maternidad. La asistencia de las agencias externas para ayudar a que los países en desarrollo reduzcan las muertes prematuras de mujeres no es seguramente una «colonización ideológica».
En segundo lugar, cuando los nacimientos son más espaciados, a los niños les va mejor, tanto físicamente como en términos de sus logros educativos. Todos debiéramos estar de acuerdo en que es deseable que las organizaciones de ayuda promuevan la salud y la educación de los niños en los países en desarrollo.
El motivo más amplio y controvertido para promover la planificación familiar, sin embargo, es que proporcionarla a todos quienes la desean redunda en beneficio de los siete millones de personas que habitamos el mundo y de las generaciones que, a menos que ocurra un desastre, debieran poder vivir en el planeta durante incalculables milenios. Es aquí donde la relación entre el cambio climático y el control de la natalidad debe pasar al primer plano.
Los hechos clave del cambio climático son bien conocidos: la atmósfera de nuestro planeta ya ha absorbido tal cantidad de gases de efecto invernadero producidos por los seres humanos que el calentamiento global está en camino, con más olas de calor extremo, sequías e inundaciones que nunca antes. Los hielos del océano Ártico se están derritiendo y el creciente nivel del mar amenaza con inundar regiones costeras bajas y densamente pobladas en muchos países. Si cambian los regímenes de precipitaciones, cientos de millones de personas podrían convertirse en refugiados climáticos.
Además, la abrumadora mayoría de los científicos en los campos relevantes cree que vamos camino a superar el nivel de calentamiento global en el cual los mecanismos de retroalimentación se activarán y el cambio climático se tornará incontrolable, con consecuencias impredecibles y posiblemente catastróficas.
A menudo se señala que son los países ricos quienes han causado el problema, debido a sus mayores emisiones de gases de efecto invernadero durante los últimos dos siglos. Esos países continúan teniendo los mayores niveles de emisiones per cápita y son quienes pueden reducir sus emisiones con menos privaciones. No hay duda de que, éticamente, los países desarrollados del mundo deben liderar la reducción de las emisiones.
Lo que no se menciona tan frecuentemente, sin embargo, es el grado en que el continuo crecimiento de la población mundial socavará el impacto de las reducciones de emisiones de las que puedan ser persuadidos los países ricos.
Cuatro factores influyen sobre el nivel de emisiones: el producto económico per cápita; las unidades energéticas usadas para generar cada unidad de producto económico; los gases de efecto invernadero emitidos por unidad energética; y la población total. Una reducción en cualquiera de los primeros tres factores será compensada por un aumento del cuarto. En el «Resumen para responsables de políticas» de su Quinto Informe de Evaluación de 2014, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático afirmó que, a nivel global, el crecimiento económico y poblacional continúan siendo los «principales responsables» del aumento de las emisiones de CO2 por el uso de combustibles fósiles.
Según la Organización Mundial de la Salud, se estima que 222 millones de mujeres en los países en desarrollo no desean tener hijos ahora, pero carecen de los medios para evitar la concepción. Proporcionarles acceso a la anticoncepción las ayudaría a planificar sus vidas como lo desean, debilitaría la demanda de abortos, reduciría las muertes relacionadas con la maternidad, daría a los niños una mejor situación inicial en sus vidas, y ayudaría a reducir el crecimiento de la población y de las emisiones de gases de efecto invernadero, beneficiándonos así a todos.
¿Quién podría oponerse a una propuesta donde tan obviamente todos ganamos? Los únicos negativistas, podemos sospechar, son aquellos atrapados en una ideología religiosa que buscan imponer a otros sin importar cuáles serán las consecuencias para las mujeres, los niños y el resto del mundo en la actualidad y por los siglos de los siglos.

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