6 may 2015

El cambio climático y la Iglesia Católica/Jeffrey D. Sachs

El cambio climático y la Iglesia Católica/Jeffrey D. Sachs, Professor of Sustainable Development, Professor of Health Policy and Management, and Director of the Earth Institute at Columbia University, is also Special Adviser to the United Nations Secretary-General on the Millennium Development Goals. His books include The End of Poverty, Common Wealth, and, most recently, The Age of Sustainable Development.
 Traducido del inglés por Carlos Manzano.
Project Syndicate | 5 de mayo de 2015
El papa Francisco está pidiendo al mundo que adopte medidas contra el cambio climático y muchos conservadores de los Estados Unidos están furiosos al respecto. El Papa debe atenerse a la moralidad –dicen– y no aventurarse a hablar de asuntos científicos, pero, cuando este año se desarrolle el debate sobre el clima, la mayoría de la Humanidad considerará convincente el mensaje de Francisco: necesitamos tanto la ciencia como la moralidad para reducir el riesgo para nuestro planeta.
Lo primero que es digno de mención es que una mayoría abrumadora de los americanos está de acuerdo con el llamamiento de Francisco en pro de la adopción de medidas sobre el clima.
Lamentablemente, sus opiniones no están representadas en el Congreso de los EE.UU., que defiende a las grandes empresas del carbón y del petróleo, no al pueblo americano. La industria de los combustibles fósiles gasta mucho en cabildeo y en las campañas de congresistas como, por ejemplo, los senadores Mitch McConnell y James Inhofe. La crisis climática del mundo se ha agravado con la crisis democrática de los Estados Unidos.
En una encuesta de opinión a los americanos hecha en enero de 2015, una mayoría abrumadora de los encuestados que respondieron (el 78 por ciento) dijo que, “si no se hace nada para reducir el calentamiento planetario”, las consecuencias futuras para los EE.UU. serían “algo graves” o “muy graves”. La misma proporción, aproximadamente (el 74 por ciento), dijo que, si no se hace nada para reducir el calentamiento planetario, las futuras generaciones sufrirán sus consecuencias “en grado moderado”, “mucho” o “muchísimo”. Tal vez sea más revelador que el 66 por ciento dijera que “más probablemente” apoyaría a un candidato que diga que el cambio climático es una realidad y que pida una transición a la energía renovable, mientras que era “menos probable” que el 12 por ciento apoyara a semejante candidato.
En marzo de 2015, en otra encuesta se examinaron las actitudes de los cristianos de los EE.UU., que constituyen el 71 por ciento de los americanos. Se clasificaron las respuestas en tres grupos: católicos, protestantes no evangélicos y evangélicos. Las actitudes de dichos grupos reflejan las de los americanos más en general: el 69 por ciento de los católicos y el 62 por ciento de los protestantes propiamente dichos respondió que el cambio climático es una realidad y una mayoría menor de los evangélicos (51 por ciento) convino al respecto. Las mayorías de cada uno de dichos grupos convinieron en que el calentamiento planetario perjudicará el medio ambiente natural y a las generaciones futuras y en que la reducción del calentamiento planetario ayudaría al medio ambiente y a las generaciones futuras.
Entonces, ¿qué minoría de americanos se opone a las medidas climáticas? Hay tres grupos principales. El primero es el de los conservadores partidarios del libre comercio, que parecen temer la intervención estatal más que el cambio climático. Algunos han seguido su ideología hasta el punto de negar principios científicos bien establecidos: como la intervención estatal es mala, se dicen a sí mismos que dichos principios no pueden ser ciertos.
El segundo grupo comprende a los fundamentalistas religiosos. Niegan el cambio climático, porque rechazan enteramente la ciencia que estudia la Tierra, por creer que el mundo es fruto de la Creación, al contrario de lo que demuestran abrumadoramente la física, la química y la geología.
Pero el tercer grupo es el más poderoso políticamente: los intereses de las empresas del carbón y del petróleo, que contribuyeron con centenares de millones de dólares a la campaña de 2014. David y Charles Koch, los mayores financiadores de campañas de los Estados Unidos, son simples empresarios petroleros empeñados en multiplicar su colosal riqueza, pese a los costos que represente para el resto de la Humanidad. Tal vez sean también auténticos negadores del cambio climático. Además, como dijo con una famosa broma Upton Sinclair: “Es difícil lograr que un hombre entienda algo, cuando su salario depende de que no lo entienda”.
Los críticos derechistas de Francisco tal vez pertenezcan a los tres grupos, pero están financiados –al menos en parte– por el tercero. Cuando la Academia Pontificia de Ciencias y Ciencias Sociales y algunos de los más importantes científicos que estudian la Tierra y de los científicos sociales se reunieron en el Vaticano el pasado mes de abril, el libertario Instituto Heartland, apoyado durante años por los hermanos Koch, organizó una protesta infructuosa en la plaza de San Pedro del Vaticano. Los científicos participantes en la reunión celebrada en el Vaticano procuraron al máximo subrayar que la ciencia y la política del clima reflejan principios fundamentales de la física, la química, la geología, la astronomía, la ingeniería, la economía y la sociología, algunas de cuyas partes fundamentales se conocen perfectamente desde hace más de cien años.
Sin embargo, los críticos derechistas del Papa están tan equivocados teológicamente como científicamente. La afirmación de que el Papa debe atenerse a la moralidad revela una incomprensión básica del catolicismo romano. La Iglesia es partidaria del maridaje entre la fe y la razón. Al menos desde la publicación de la Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino (1265-74), la ley natural y la regla de oro están consideradas pilares fundamentales de las enseñanzas de la Iglesia.
La mayoría de las personas saben que la Iglesia se opuso a la defensa por parte de Galileo del heliocentrismo copernicano, por lo que el Papa Juan Pablo II se disculpó en 1992, pero muchos ignoran el apoyo de la Iglesia a la ciencia moderna, incluidas muchas contribuciones importantes a la biología, la química y la física por parte de clérigos católicos de importancia mundial. De hecho, la fundación de la Academia Pontificia de Ciencias se remonta a más de 400 años atrás, a la Academia de los Linces (Accademia dei Lincei), que admitió como miembro a Galileo en 1611.
Naturalmente, el propósito de Francisco es el de maridar la ciencia moderna, tanto natural como social, con la fe y la moralidad. Se debe utilizar nuestro conocimiento científico, conseguido con gran esfuerzo, para fomentar el bienestar humano, proteger a los vulnerables y los pobres, preservar los frágiles ecosistemas de la Tierra y cumplir con las generaciones futuras. La ciencia puede revelar los peligros medioambientales causados por la Humanidad, la ingeniería puede crear instrumentos para proteger el planeta y la fe y el razonamiento moral pueden brindar la sabiduría práctica (como habrían dicho Aristóteles y Tomás de Aquino) para adoptar opciones virtuosas en pro del bien común.
En la reunión celebrada el pasado mes de abril en el Vaticano participaron no sólo climatólogos de importancia mundial y premios Nobel, sino también representantes superiores de los credos protestantes, hindúes, judíos, budistas y musulmanes. Como Francisco, los dirigentes religiosos de todas las religiones más importantes del mundo están instándonos a que recurramos a la sabiduría de la fe y de la ciencia del clima para cumplir con nuestros deberes morales para con la Humanidad y el futuro de la Tierra. Debemos prestar atención a ese llamamiento.

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