8 jun 2015

Camacho, el villano

Columna Sólo para Iniciados/Juan Bustillos..
Impacto, 5 de junio de 2015
Camacho, el villano
Manlio, Gamboa, Marcelo, López Obrador, Aspe a través de Videgaray, Liébano y Salinas le sobreviven y prolongan la pelea de 1994
Se equivocan quienes califican a Carlos Salinas como el villano favorito de mi generación; el apelativo lo ganó Manuel Camacho con todo merecimiento.
Esta madrugada, aquel personaje fundamental de mi generación, se marchó dejando en la orfandad ideológica a la izquierda y sin protección a Marcelo Ebrard… pero presos de la nostalgia a muchos otros, al menos a mí.
La noticia me impresiona; apenas el jueves en MESA DE REDACCIÓN, el programa en Internet de IMPACTO TV, había dicho a Hugo Páez y Roberto Cruz que Manuel estaba muy grave; había seguido paso a paso sus males; de hecho reportamos lo que muy pocos sabíamos, que en un penúltimo esfuerzo, penúltimo porque el último fue su postrer respiro, viajó a la India en busca de salvación y sólo consiguió agravar más su situación.
No, no fue en busca de la medicina alternativa, pero la ciencia le falló.
En los últimos 25 años sólo nos reencontramos en una ocasión… a instancias suyas.
Acepté con gusto, pero pedí que a la mitad del encuentro se incorporaran Rafa Reséndiz y Manuel Aguilera que lo sucedió en la jefatura del Distrito Federal. Dos testigos de calidad, le dije riendo; riendo, aceptó. Rafa fue el mejor amigo y colaborador de Luis Donaldo Colosio y Aguilera de Camacho.

Estábamos de nueva cuenta ¡cómo no! en lo nuestro, en lo único a lo que le entendemos, en tiempos de sucesión presidencial; hablamos de todo y de nada; de Carlos, Luis Donado Colosio, Pepe Córdoba, Emilio Gamboa, Manlio Fabio Beltrones, el subcomandante Marcos, Liébano Sáenz, Pedro Aspe, Ernesto Zedillo, Cuauhtémoc Cárdenas, de Jorge “El Güero” Rosillo, y de tantos otros grandes de nuestra generación. Marcelo no mereció un segundo de aquel precioso tiempo. Durante hora y media reímos a placer de las cosas que nos tocó vivir; aliados cuando Salinas quería ser presidente y peleando cuando él lo quiso suceder.
 ÉL, NOSOTROS, TODOS PERDIMOS
Antes de llegar Reséndiz y Aguilera, le comenté que me resultaba absurdo que de nueva cuenta nos enfrentáramos como si en realidad fuésemos enemigos, y sólo porque él le iba a Andrés Manuel López Obrador; Manlio a Roberto Madrazo; a Emilio Gamboa se le acabó el royal y se quedó sin candidato porque Enrique Jackson se desinfló como pastel mal horneado, y yo me jugué la vida con Arturo Montiel.
 -Sí, qué güeva, me contestó. Ya estamos viejos.
 A pesar de ser sincero, lo dijo sin mucho entusiasmo porque sabía, sabíamos, que las sucesiones futuras nos enfrentarían de nuevo, El tiempo sólo nos dejó la de Enrique Peña Nieto.
 De aquel único encuentro en un cuarto de siglo no nos despedimos como amigos; no podíamos serlo, habíamos bateado en campos contrarios durante pocos, pero intensos años. No podíamos serlo porque estaba y estoy convencido de que si bien es cierto que no disparó ni ordenó disparar sobre Colosio, sí construyó, con el auxilio de Marcelo, el clima que propició el magnicidio. Nadie puede culparlo del desenlace de aquella batalla por la Presidencia porque ¿quién podía imaginar que Mario Aburto decidiría disparar en Lomas Taurinas por sí sólo, porque lo convencieron o le pagaron?
 En el estacionamiento de la funeraria estaba con algunos amigos cuando Camacho llegó de Chiapas a ofrecer sus condolencias a la familia de Luis Donaldo. Oí que le gritaban asesino. La verdad, se necesitaba valor y no tener cargo de conciencia para presentarse en un escenario tan adverso. Lo menos que le ocurrió fue que Alfonso Durazo, que aún no brincaba del priísmo al foxismo y luego al pejismo, le franqueara el paso diciéndole que no era bienvenido.
Apenas dejó el velatorio, Aguilera le aconsejó ver al presidente Salinas; fue entonces que pidió una carta que lo exculpara del magnicidio.
Diana Laura me contaría más tarde, cuando le propuse postularse candidata en lugar de su marido, que a la petición de Carlos de firmar la misiva de Manuel, contestó con unas cuantas palabras: “No soy tan generosa como mi marido”. No lo fue y Manuel se quedó sin carta que lo hermanara con el difunto.
También recordé aquella mañana con Manuel sus esfuerzos en los medios de comunicación para cargar en las efemérides sobre los hombros de Salinas del cadáver de Colosio en las efemérides del magnicidio; decía que la prensa se movía sola, pero ni él lo creía. Ambos sabíamos que Marcelo la tenía bien aceitada.
Y desde luego, hablamos de los encuentros, propiciado por él, de Salinas con Cuauhtémoc Cárdenas en casa de Manuel Aguilera pasada la elección de 1988.
PROPICIADOS POR ÉL
El oficio, pero sobre todo la confianza ganada a base de amistad leal, me ha permitido saber más de lo que he publicado. Sin duda por Aguilera y por el inolvidable Ricardo Castillo Peralta, “El Güero” Rosillo me dispensaba su amistad. En algunas tardes y noches de whisky, animado por el trío que preguntaba sin cesar ¿”De dónde son los cantantes?”, Jorge nos entretenía con su inagotable egoteca. ¿Cuántas de sus historias son verdaderas y cuántas inventó? ¿De veras fue quien mató a balazos al jefe de la policía de Batistas cuando tomó La Habana con el Che Guevara? ¿Cómo no imaginarlo robando a su esposa en plena fiesta del gobernador de Chiapas? Era una delicia escuchar cómo fue que su cama quedó intacta en el temblor del 85, pese a que se desplomó con todo y penthouse. Ahí estaban en cueros ante los asustados capitalinos que corrían de un lado para el otro.
 Ese hombre de mil anécdotas, que abandonó el convento en Tlaxcala cuando uno de sus compañeros novicios se ahorcó, fue comisionado para viajar a Guatemala a traer a la Ciudad de México a un joven asmático llamado Ernesto Guevara; me contó una noche de aquellas “¿de dónde son los cantantes?” que había llevado al Hijo del Tata a platicar con el candidato ganador Salinas en casa de Aguilera; no una, dos veces: Que Cuauhtémoc había rechazado la jefatura del Departamento del Distrito Federal.
 Me miró con la ferocidad de su único ojo porque el otro lo cubría un parche que ocultaba los estragos del cáncer y me dijo: “Es un secreto, si lo publicas te mato”.
 No lo eché al papel porque temiera por mi vida, lo sabía capaz de todo, pero sabía que no me mataría, aunque presumiera de haber acabado con un líder cañero allá por Martínez de la Torre, Veracruz; tampoco porque considerara que la confidencia era producto de la borrachera, o porque creyera que Cuauhtémoc es tan santo que no era capaz de negociar con Carlos en lo oscurito, sino porque “El Güero” Rosillo me consideraba su hermano y no podía traicionar su confianza; si contaba esa historia tendría que contar las demás y entonces sí habría que temer por su vida y por la mía.
Así que un día resignado leí la “exclusiva” en un periódico y no me quedó más que recordar a Doña Clemen, aunque ella no tuviera culpa de mi traición al oficio y mi lealtad a Rosillo.
¿QUIÉN TE ESCRIBE LAS COLUMNAS?
De aquello platiqué con Manuel, pero hablamos de mucho más, de cosas que sólo los dos sabíamos, por ejemplo, de cuando el presidente Salinas me pidió en Los Pinos, el 19 de septiembre de 1993, que le revelara quién me dictaba las columnas contra el jefe del Departamento del DF que publicaba en IMPACTO y en el periódico La Prensa.
Válgame, el presidente actuando como jefe de prensa de Camacho. Salinas tenía una explicación: los precandidatos se estaban golpeando salvajemente entre sí y estaban ensuciando la sucesión.
La fecha se me quedó grabada porque ese día se suicidó Fernando Serrayonga, que había sido secretario particular de Manlio y de Arturo Núñez en la Subsecretaría de Gobernación.
De Los Pinos me marché a la funeraria; ahí encontré a don Fernando Gutiérrez Barrios y le platiqué lo ocurrido con el presidente Salinas.
“Dele vacaciones a la máquina de escribir de su cuñada”, me recomendó el gran viejo, ya convertido en ex secretario de Gobernación, refiriéndose a las palabras de despedida de Carlos en la residencia presidencial.
Había platicado al mandatario de mi situación familiar de ese momento y en respuesta había recibido la petición de ese favor. Por supuesto, di vacaciones a la máquina de mi cuñada, pero no a la mía. Camacho siguió siendo el personaje principalísimo de la columna. Quien la sufrió fue Liébano, él era el sospechoso de ser mi manipulador.
Un recuerdo más. A Julio Camelo casi lo sacaron del hospital (había sufrido un percance automovilístico) para organizar una cena con Manuel. Hablamos largo, hasta casi sufrir, cual vampiros, los rayos del sol. Camacho quería saber cómo me llegaba la información que él llamaba “privilegiada”. Entre pregunta y pregunta era una delicia escucharlo hablar de historia de México.
Sospechaba de todos, en especial de Manlio, Córdoba y Gamboa, pero se equivocaba.
Al despedirnos, le pregunté qué asunto le había quedado pendiente con Cárdenas después de autorizar la Fiscalía Especial de Leonel Godoy para investigar el asesinato de Gil y Ovando. “¡El teléfono!”, gritó. Hacía tiempo que un viejo amigo de la Dirección Federal de Seguridad había reaparecido y para corresponder un favor, me entregaba de vez en vez una especie de suscripción de lo que llamaba “el antropométrico”; se trataba de un compendio de transcripciones de grabaciones telefónicas de todo tipo de personajes.
La mayor parte del contenido era basura, pero en aquellos tiempos de los pájaros en el alambre y de las cocas en refrigerados, en los que no había smartphones ni redes sociales, aterraba a los indiscretos leer en periódico lo que habían olvidado de sus pláticas telefónicas.
Ya para despedirnos, le platiqué que una mañana en Gobernación me habían obsequiado un expediente de memorándums en los que “El Güero” Rosillo le comunicaba que, conforme a sus órdenes, había entregado al subcomandante Marcos uniformes, botas y todo lo necesario para la revolución, pero que me había negado a publicarlo.
Me preguntó por qué había desperdiciado la oportunidad si tenía lo que parecía un arma mortal en su contra.
Primero, le dije, porque Jorge era mi amigo, y segundo porque no los creía tan tontos como para hacer la revolución a base de memorándums. Era evidente que el gobierno había fabricado las evidencias.
Todavía sin invitados le dije que no había sido el único derrotado de 1994. Tú perdiste con nosotros (Salinas, Beltrones, Gamboa, Aspe, Córdoba, Reséndiz, etcétera), pero todos, tú y nosotros, perdimos con Zedillo. Más aún, la paradoja es que al final tú también ganaste porque la izquierda de López Obrador no tendría sentido sin ti.
--“No lo había visto así”, contestó y se carcajeó. Era cierto, quizá al final él ganó porque terminó adueñándose de la izquierda. No llegó a ser el jefe, pero sí su manipulador ideológico y estratégico; el resto debió sufrir a Zedillo y sus fobias.
Más tarde, conforme a lo convenido, llegaron Rafa y Manuel y la plática giró sobre la actualidad; nunca más nuestros caminos se volvieron a cruzar, pero tampoco nunca más me volví a ocupar de él con la ferocidad de los tiempos de la precampaña y campaña de Luis Donaldo, ni como cuando su privilegiada inteligencia y capacidad de maniobra lo llevaron a inventar y aprovechar al subcomandante Marcos y su revolución de a mentiritas para convencer a Carlos y al país de que él y no “Pelo Chino” era la solución en aquel año convulso 1994.
La chiapaneca fue la más excelsa de sus maniobras magistrales: fabricó un problema para solucionarlo. Era su pan nuestro de todos los días.
Con su muerte no muere mi generación porque de aquellos tiempos aún quedan muchos en el poder o disputando el futuro: Manlio, Gamboa, Marcelo Ebrard, Andrés Manuel, Liébano Sáenz, Pedro Aspe a través de Luis Videgaray, muchos más y, quién lo pudiera creer, Cuauhtémoc Cárdenas. Y, desde luego, Carlos, eternamente omnipresente.
Pero con Camacho perdemos a uno de los grandes. No tengo duda que su ausencia causa pesar, incluso a Salinas, que con él, Emilio Lozoya padre y José Francisco Ruiz Massieu organizaron un grupo para servir a la población y tomar el poder.
No tengo certeza, pero estoy seguro que en aquellos tiempos de bohemia de los años 70s aquel grupo de amigos se comprometió a sucederse en el poder uno a uno. Carlos, el mejor posicionado y con mayores aptitudes, arribó primero y los arrastró a todos consigo, pero llegado el momento, otro fue el elegido, Colosio. ¿Qué motivó el cambio? ¿Por qué Carlos se desencantó de su amigo de la juventud?
Camacho se percató de que algo andaba mal desde que Gutiérrez Barrios y no él fue designado secretario de Gobernación.
Después hizo todo por convencer a Salinas de que el recién llegado, el advenedizo, Luis Donaldo, no era la solución. Llegó a extremos, es cierto; intentó arrebatarle la candidatura en plena campaña e, imagino, que sin percatarse ni proponérselo, creó el clima del magnicidio.
Hoy ya no está con nosotros y los priístas siguen sin perdonarlo.
Descanse en paz.
#SóloParaIniciados

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