28 nov 2015

Fuego cruzado diplomático sobre Turquía/

Fuego cruzado diplomático sobre Turquía/Ana Palacio, exministra de Asuntos Exteriores y exvicepresidenta primera del Banco Mundial, es miembro del Consejo de Estado de España.
Project Syndicate | 27 de noviembre de 2015
El derribo por Turquía del caza ruso podría abrir un nuevo frente en la escalada de violencia que asola a Siria, y dar al traste con las expectativas de acercamiento entre Rusia y Occidente surgidas tras la masacre de París. Con los presidentes de Rusia –Vladimir Putin– y de Turquía –Recep Tayyip Erdogan– enredados en fintas verbales, y ante la escalofriante posibilidad de un escenario más grave, la Unión Europea no debe escatimar esfuerzos para racionalizar su relación con Turquía.
Antes de la embestida terrorista, Erdogan parecía tener las riendas de esta relación. El mes pasado, los dirigentes europeos, abrumados por la crisis de los refugiados, aprobaron un plan de acción conjunta por el que a cambio de la cooperación de Turquía en su contención, comprometían fondos, liberalización de visados y –significativo– retomar las negociaciones sobre su adhesión a la Unión.
Todo ello benefició a Erdogan en su campaña para las elecciones generales del 1 de noviembre pasado: tanto el plan de acción como la posterior visita de Merkel a Estambul se percibieron en Turquía como apoyos de facto a su presidente en funciones. Y, tras los comicios en los que el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) de Erdogan recuperó una holgada mayoría parlamentaria, la reciente Cumbre del G20 en Antalya debía consagrar el retorno triunfal de Erdogan al escenario global. Pero los acontecimientos frustraron este elaborado programa.

Con las relaciones de su país con Rusia en el punto de mayor tensión desde el final de la Guerra Fría, con una composición de fuerzas sobre el terreno en Siria –indispensables para la derrota del Estado Islámico– inquietante para los intereses de Turquía, y con la amenaza directa del EI –patente desde el doble atentado suicida del mes pasado en Ankara–, la vulnerabilidad de Erdogan es notoria. Además, frente a la ventajosa posición de ambigüedad estratégica que Turquía adoptó cuando la anexión de Crimea por Rusia en 2014 quebró las relaciones entre Occidente y el Kremlin, hoy el derribo del caza ruso y su obstinada oposición a al Asad en cualquier negociación, agravan esta situación. Por último, mientras Francia rehúye de la OTAN para coaligar la respuesta internacional al EI, el enfoque turco de tolerancia cero hacia la intrusión en su espacio aéreo ha tensado las relaciones entre Rusia y la Organización del Tratado Atlántico. En este contexto, la actitud de la UE es trascendental.
Aunque Turquía mantiene cierta ventaja negociadora frente a la UE –el flujo de refugiados todavía representa un reto de calado para Europa–, hoy ambas partes se encuentran en auténtico estado de necesidad, sin poder permitirse que la situación, ya de por sí volátil, se complique más aún. Y esto ha de quedar plasmado en la próxima cumbre del día 29.
Frente al necesario apoyo real por parte de Turquía en materia de inmigración y terrorismo, la Unión debe comprometerse en el establecimiento de garantías creíbles para evitar que las potenciales zonas de seguridad del norte de Siria –esenciales para contener los flujos migratorios y comenzar a estabilizar el país– amenacen la seguridad interna de Turquía. Asimismo, Europa junto con EE.UU. tienen la responsabilidad de utilizar todos los recursos a su disposición para evitar la escalada entre Rusia y Turquía, y deben dejar claro al gobierno turco que no contemplan el respaldo al Asad más allá de –eventualmente– un primer período de pacificación y transición en Siria.
Turquía debe ampliar sus miras. Los acontecimientos en su frontera sur trascienden la cuestión kurda: la estabilidad de toda la región está en juego. La rotunda victoria del AKP en las recientes elecciones brinda una buena oportunidad al gobierno para asumir el liderazgo regional que le corresponde y volcar su atención en la resolución de los problemas de su dilatado entorno, en lugar de perseguir una agenda limitada a planteamientos romos.
Para hacer frente a los retos más acuciantes de hoy, Turquía y la UE deben comprometerse con la construcción de una alianza fundada en intereses comunes como la seguridad, que supere los acuerdos transaccionales de respuestas vaporosas a cuestiones puntuales, con la buena fe rigiendo las negociaciones del proceso de adhesión.
La cumbre UE-Turquía es importante. Ahora, más que nunca, sobre la Unión Europea y Turquía recae la responsabilidad de actuar de consuno antes de que esta ya execrable situación empeore.

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