El
Big Bang económico de la Argentina/Mohamed A. El-Erian, Chief Economic Adviser at Allianz and a member of its International Executive Committee, is Chairman of US President Barack Obama’s Global Development Council. He previously served as CEO and co-Chief Investment Officer of PIMCO. He was named one of Foreign Policy’s Top 100 Global Thinkers in 2009, 2010, 2011, and 2012. He is the author of the forthcoming book The Only Game in Town: Central Banks, Instability, and Avoiding the Next Collapse.
Project
Syndicate |24 de diciembre de 2015..
La
semana pasada, el gobierno de Mauricio Macri, el recientemente electo
presidente argentino, lanzó un plan audaz para revitalizar una economía herida
y atormentada, aquejada por un alto nivel de inflación. En un momento de
condiciones de crisis desalentadoras, no deberíamos subestimar la importancia
de este paso no sólo para la Argentina, sino también para otros países, cuyos
líderes buscan atentamente pistas sobre cómo lidiar con sus propias aflicciones
económicas.
Gracias
a años de mala gestión económica, la economía de Argentina ha venido teniendo
un mal desempeño desde hace décadas. Los gobiernos anteriores intentaron no
hacer elecciones difíciles en materia de políticas y complicaron cuestiones
fundamentales implementando controles ineficientes que distribuyeron recursos
de manera extremadamente errónea y minaron la capacidad de la Argentina de
generar las ganancias de divisas necesarias para cubrir su factura por
importaciones, lo que resultó en una escasez doméstica. La reciente caída de
los precios de las materias primas ha exacerbado la situación, mermando el poco
dinamismo de crecimiento que había dejado la economía y, a la vez, alimentando
la inflación, profundizando la pobreza y propagando la inseguridad económica y
la inestabilidad financiera.
En
teoría, los gobiernos en este tipo de situaciones tienen cinco opciones básicas
para contener las condiciones de crisis, a la espera de que los efectos de las
medidas revigoricen el crecimiento y los motores de crecimiento.
Dilapidar
las reservas financieras y la riqueza que se acumularon cuando a la economía le
iba mejor.
Endeudarse
con prestadores extranjeros y domésticos.
Recortar
el gasto público de manera directa, a la vez que se crean incentivos para
inducir un menor gasto del sector privado.
Generar
ingresos a través de impuestos y tarifas más elevados, y ganar más en el
exterior.
Utilizar
el mecanismo de precios para acelerar los ajustes en toda la economía, así como
en las interacciones comerciales y financieras con otros países.
Mediante
un diseño y una secuencia cuidadosos, estas cinco medidas pueden ayudar no sólo
a lidiar con los problemas económicos y financieros inmediatos, sino también a
crear las condiciones para un mayor crecimiento, una creación de empleo y una
estabilidad financiera en el más largo plazo. De esta manera, pueden contener
la propagación de las penurias económicas entre la población, proteger a los
segmentos más vulnerables y poner a las generaciones futuras en una mejor
posición.
En
la práctica, sin embargo, los gobiernos suelen enfrentar complicaciones que
minan la implementación efectiva de estas medidas. Si los responsables de las
políticas no son cuidadosos, hay dos problemas, en particular, que pueden
potenciarse mutuamente y, llegado el caso, empujar a la economía al precipicio.
El
primer problema surge cuando existen factores específicos, reales o percibidos,
que bloquean algunas opciones del menú de ajuste. Algunas medidas tal vez ya se
hayan agotado: al país quizá no le queden reservas ni riqueza a las cuales
echar mano y puede haber una escasez de prestadores con ganas de prestar. Otras
medidas, como el ajuste fiscal, se deben implementar con sumo cuidado, para
evitar torpedear el objetivo de crecimiento.
El
segundo problema es la elección del momento oportuno. Los gobiernos deben
esforzarse en asegurar que las medidas entren en vigencia en la secuencia
correcta. Una implementación efectiva requiere entender las características
esenciales de las interacciones económicas y financieras, incluyendo no sólo
los efectos de retroalimentación sino también los aspectos conductuales de las
respuestas del sector privado. Y todo esto se debe hacer de manera íntimamente
coordinada con la implementación de reformas del lado de la oferta que prometan
un crecimiento robusto, durable e inclusivo.
Aquí
es donde la estrategia del gobierno de Macri es una excepción histórica. Macri
asumió la presidencia con un estallido, lanzando un plan audaz –y altamente
riesgoso- que coloca en el centro de la escena una liberalización de precios
agresiva y la eliminación de controles cuantitativos, previo a las cinco
medidas que se relacionan con la gestión de la demanda y la asistencia
financiera. Se eliminaron la mayoría de los impuestos a las exportaciones y los
controles cambiarios, se recortaron los impuestos a las ganancias y se liberó
el tipo de cambio, lo que permitió una depreciación inmediata del peso del 30%.
Históricamente,
pocos gobiernos han implementado este tipo de secuencia, mucho menos con
semejante fervor. Por cierto, la mayoría de los gobiernos dudaron,
especialmente en lo que concierne a una liberalización plena de la moneda.
Cuando los gobiernos tomaron medidas similares, normalmente lo hicieron después
de –o por lo menos junto con- la provisión de inyecciones financieras y
esfuerzos por restringir la demanda.
La
razón es clara: al tomarse tiempo para preparar la escena para la
liberalización, los gobiernos esperaban limitar el salto inicial de la
inflación de precios, evitando así una espiral de los precios salariales y
frenando una fuga de capital. Temían que, de surgir estos problemas, echarían
por tierra las medidas de reforma y erosionarían el respaldo público necesario
para seguir adelante.
Para
reanimar la economía argentina de una manera duradera e inclusiva, el gobierno
de Macri necesita actuar con celeridad para movilizar una asistencia financiera
externa considerable, generar recursos domésticos adicionales e implementar
reformas estructurales profundas. Si lo hace, la estrategia económica audaz de
la Argentina se convertirá en un modelo para otros países, tanto ahora como en
el futuro. Pero si la estrategia fracasa –ya sea por una secuencia incorrecta o
porque crece la insatisfacción popular- otros países dudarán aún más a la hora
de levantar los controles y liberalizar plenamente sus monedas. La confusión
política resultante sería mala para todos.
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