Papa Francisco aprueba milagro que hará santo a niño cristero de México
México tendrá un nuevo santo gracias al papa Francisco, que autorizó la canonización del “niño cristero” José Sánchez del Río, joven de 14 años asesinado durante La Cristiada (1926-1929).
México tendrá un nuevo santo gracias al papa Francisco, que autorizó la canonización del “niño cristero” José Sánchez del Río, joven de 14 años asesinado durante La Cristiada (1926-1929).
Según informó el Vaticano, el pontífice aprobó un milagro atribuido a la
intercesión del adolescente, que ostentaba el título de beato, el penúltimo
paso antes de su reconocimiento como santo de la Iglesia católica.
La aprobación tuvo lugar ayer jueves 21 de enero durante una audiencia de Jorge Mario
Bergoglio con el cardenal Angelo Amato, prefecto de la Congregación para las
Causas de los Santos del Vaticano.
José Luis Sánchez del Río, que fue asesinado con tan sólo 14 años en México a causa de la persecución religiosa que vivieron los cristianos durante el régimen de Plutarco Elías Calles (1924-1928),
, será elevado a los altares por el papa Francisco.
Su vida Santo fue contada brevemente en la película “Cristiada”, que se pudo ver en los cines hace unos años.
El futuro santo nació en Sahuayo, Michoacán, el 28 de marzo de 1913. Hijo de Macario Sánchez y de María del Río,; José Luis fue asesinado el 10 de febrero de 1928, un año antes de su martirio, se había unido a las fuerzas cristeras del general Prudencio Mendoza, enclavadas en el pueblo de Cotija, Michoacán.
Ese viernes 10 de febrero lo sacaron de la parroquia al mesón general del ejército federal. Le cortaron las plantas de los pies, lo condujeron descalzo por la calle Insurgentes, dieron vuelta al Boulevard y siguieron hasta llegar al panteón Municipal.
En todo el trayecto, José iba dando gritos y vivas a Cristo Rey y a la Virgen de Guadalupe.
Llorando pero a la vez rezando por el camino, le fue señalada su tumba y poniéndose al pie de ella fue ahorcado y acuchillado por sus verdugos.
Uno de ellos, Rafael Gil Martínez, apodado “El Zamorano” lo bajó del árbol donde había sido colgado y le preguntó: ¿Qué quieres que le digamos a tus padres? y José, logró decir: ‘Que Viva Cristo Rey y que en el cielo nos veremos’.
El verdugo lleno de odio, sacó su pistola y de un tiro en la sien lo mató. Eran las 23 horas en Sahuayo, Michoacán.
José Luis fue un destacado joven católico que participó de las vanguardias locales de la Acción Católica de la Juventud Mexicano y cuando estalló la Guerra Cristera en 1926 quiso unirse a las fuerzas de la resistencia, pero su madre no se lo permitió.
Luego de una inicial negativa a su alistamiento en las fuerzas cristeras guiadas por el general Prudencio Mendoza, finalmente el joven logró ingresar en el grupo. Convenció a su madre con la frase: “Nunca ha sido tan fácil ganarse el cielo como ahora”.
José Luis Sánchez del Río, que fue asesinado con tan sólo 14 años en México a causa de la persecución religiosa que vivieron los cristianos durante el régimen de Plutarco Elías Calles (1924-1928),
, será elevado a los altares por el papa Francisco.
Su vida Santo fue contada brevemente en la película “Cristiada”, que se pudo ver en los cines hace unos años.
El futuro santo nació en Sahuayo, Michoacán, el 28 de marzo de 1913. Hijo de Macario Sánchez y de María del Río,; José Luis fue asesinado el 10 de febrero de 1928, un año antes de su martirio, se había unido a las fuerzas cristeras del general Prudencio Mendoza, enclavadas en el pueblo de Cotija, Michoacán.
Ese viernes 10 de febrero lo sacaron de la parroquia al mesón general del ejército federal. Le cortaron las plantas de los pies, lo condujeron descalzo por la calle Insurgentes, dieron vuelta al Boulevard y siguieron hasta llegar al panteón Municipal.
En todo el trayecto, José iba dando gritos y vivas a Cristo Rey y a la Virgen de Guadalupe.
Llorando pero a la vez rezando por el camino, le fue señalada su tumba y poniéndose al pie de ella fue ahorcado y acuchillado por sus verdugos.
Uno de ellos, Rafael Gil Martínez, apodado “El Zamorano” lo bajó del árbol donde había sido colgado y le preguntó: ¿Qué quieres que le digamos a tus padres? y José, logró decir: ‘Que Viva Cristo Rey y que en el cielo nos veremos’.
El verdugo lleno de odio, sacó su pistola y de un tiro en la sien lo mató. Eran las 23 horas en Sahuayo, Michoacán.
José Luis fue un destacado joven católico que participó de las vanguardias locales de la Acción Católica de la Juventud Mexicano y cuando estalló la Guerra Cristera en 1926 quiso unirse a las fuerzas de la resistencia, pero su madre no se lo permitió.
Luego de una inicial negativa a su alistamiento en las fuerzas cristeras guiadas por el general Prudencio Mendoza, finalmente el joven logró ingresar en el grupo. Convenció a su madre con la frase: “Nunca ha sido tan fácil ganarse el cielo como ahora”.
El 6 de febrero de 1928, durante una batalla, el muchacho dio su caballo al
general y así lo salvó, quedando él prisionero de las tropas federales.
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Nació el 28 de marzo de 1913 en Sahuayo, Michoacán. Al decretarse la suspensión del culto público, José tenía 13 años y 5 meses. Su hermano Miguel decidió tomar las armas para defender la causa de Cristo y de su Iglesia. José, viendo el valor de su hermano, pidió permiso a sus padres para alistarse como soldado; su madre trató de disuadirlo pero él le dijo: “Mamá, nunca había sido tan fácil ganarse el Cielo como ahora y no quiero perder la ocasión”. Su madre le dio permiso, pero le pidió que escribiera al jefe de los Cristeros de Michoacán para ver si lo admitía. José escribió al jefe cristero y la respuesta fue negativa. No se desanimó y volvió a insistir pidiéndole que lo admitiera, si no como soldado activo, sí como un asistente. En el campamento se ganó el cariño de sus compañeros, que lo apodaron “Tarsicio”. Su alegría endulzaba los momentos tristes de los cristeros y todos admiraban su gallardía y su valor. Por la noche dirigía el santo rosario y animaba a la tropa a defender su fe.
El 5 de febrero de 1928, tuvo lugar un combate, cerca de Cotija. El caballo del general cayó muerto de un balazo, José bajó de su montura con agilidad y le dijo: “Mi general, aquí está mi caballo, sálvese usted, aunque a mí me maten. Yo no hago falta y usted sí” y le entregó su caballo. En combate fue hecho prisionero y llevado ante el general callista quien le reprendió por combatir contra el Gobierno y, al ver su decisión y arrojo, le dijo: “Eres un valiente, muchacho. Vente con nosotros y te irá mejor que con esos cristeros”. “¡Jamás, jamás! ¡Primero muerto! ¡Yo no quiero unirme con los enemigos de Cristo Rey! ¡Yo soy su enemigo! ¡Fusíleme!”.
El general lo mandó encerrar en la cárcel de Cotija, en un calabozo oscuro y maloliente. José pidió tinta y papel y escribió una carta a su madre en la que le decía: “Cotija, 6 de febrero de 1928. Mi querida mamá: Fui hecho prisionero en combate en este día. Creo que voy a morir, pero no importa, mamá. Resígnate a la voluntad de Dios. No te preocupes por mi muerte… haz la voluntad de Dios, ten valor y mándame la bendición juntamente con la de mi padre…”.
El 10 de febrero de 1928, como a las 6 de la tarde, lo sacaron del templo y lo llevaron al cuartel del Refugio. A las 11 de la noche llegó la hora suprema. Le desollaron los pies con un cuchillo, lo sacaron del mesón y lo hicieron caminar a golpes hasta el cementerio. Los soldados querían hacerlo apostatar a fuerza de crueldad, pero no lo lograron. Dios le dio fortaleza para caminar, gritando vivas a Cristo Rey y a Santa María de Guadalupe. Ya en el panteón, preguntó cuál era su sepultura, y con un rasgo admirable de heroísmo, se puso de pie al borde de la propia fosa, para evitar a los verdugos el trabajo de transportar su cuerpo. Acto seguido, los esbirros se abalanzaron sobre él y comenzaron a apuñalarlo. A cada puñalada gritaba de nuevo: “¡Viva Cristo Rey! ¡Viva la Virgen de Guadalupe!”. En medio del tormento, el capitán jefe de la escolta le preguntó, no por compasión, sino por crueldad, qué les mandaba decir a sus padres, a lo que respondió José: “Que nos veremos en el Cielo. ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva la Virgen de Guadalupe!”. Mientras salían de su boca estas exclamaciones, el capitán le disparó a la cabeza y el muchacho cayó dentro de la tumba, bañado en sangre, y su alma volaba al cielo. Era el 10 de febrero de 1928. Sin ataúd y sin mortaja recibió directamente las paladas de tierra y su cuerpo quedó sepultado, hasta que años después, sus restos fueron inhumados en las catacumbas del templo expiatorio del Sagrado Corazón de Jesús. Actualmente reposan en el templo parroquial de Santiago Apóstol, en Sahuayo, Michoacán.
Fuente…varios en web..
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Nació el 28 de marzo de 1913 en Sahuayo, Michoacán. Al decretarse la suspensión del culto público, José tenía 13 años y 5 meses. Su hermano Miguel decidió tomar las armas para defender la causa de Cristo y de su Iglesia. José, viendo el valor de su hermano, pidió permiso a sus padres para alistarse como soldado; su madre trató de disuadirlo pero él le dijo: “Mamá, nunca había sido tan fácil ganarse el Cielo como ahora y no quiero perder la ocasión”. Su madre le dio permiso, pero le pidió que escribiera al jefe de los Cristeros de Michoacán para ver si lo admitía. José escribió al jefe cristero y la respuesta fue negativa. No se desanimó y volvió a insistir pidiéndole que lo admitiera, si no como soldado activo, sí como un asistente. En el campamento se ganó el cariño de sus compañeros, que lo apodaron “Tarsicio”. Su alegría endulzaba los momentos tristes de los cristeros y todos admiraban su gallardía y su valor. Por la noche dirigía el santo rosario y animaba a la tropa a defender su fe.
El 5 de febrero de 1928, tuvo lugar un combate, cerca de Cotija. El caballo del general cayó muerto de un balazo, José bajó de su montura con agilidad y le dijo: “Mi general, aquí está mi caballo, sálvese usted, aunque a mí me maten. Yo no hago falta y usted sí” y le entregó su caballo. En combate fue hecho prisionero y llevado ante el general callista quien le reprendió por combatir contra el Gobierno y, al ver su decisión y arrojo, le dijo: “Eres un valiente, muchacho. Vente con nosotros y te irá mejor que con esos cristeros”. “¡Jamás, jamás! ¡Primero muerto! ¡Yo no quiero unirme con los enemigos de Cristo Rey! ¡Yo soy su enemigo! ¡Fusíleme!”.
El general lo mandó encerrar en la cárcel de Cotija, en un calabozo oscuro y maloliente. José pidió tinta y papel y escribió una carta a su madre en la que le decía: “Cotija, 6 de febrero de 1928. Mi querida mamá: Fui hecho prisionero en combate en este día. Creo que voy a morir, pero no importa, mamá. Resígnate a la voluntad de Dios. No te preocupes por mi muerte… haz la voluntad de Dios, ten valor y mándame la bendición juntamente con la de mi padre…”.
El 10 de febrero de 1928, como a las 6 de la tarde, lo sacaron del templo y lo llevaron al cuartel del Refugio. A las 11 de la noche llegó la hora suprema. Le desollaron los pies con un cuchillo, lo sacaron del mesón y lo hicieron caminar a golpes hasta el cementerio. Los soldados querían hacerlo apostatar a fuerza de crueldad, pero no lo lograron. Dios le dio fortaleza para caminar, gritando vivas a Cristo Rey y a Santa María de Guadalupe. Ya en el panteón, preguntó cuál era su sepultura, y con un rasgo admirable de heroísmo, se puso de pie al borde de la propia fosa, para evitar a los verdugos el trabajo de transportar su cuerpo. Acto seguido, los esbirros se abalanzaron sobre él y comenzaron a apuñalarlo. A cada puñalada gritaba de nuevo: “¡Viva Cristo Rey! ¡Viva la Virgen de Guadalupe!”. En medio del tormento, el capitán jefe de la escolta le preguntó, no por compasión, sino por crueldad, qué les mandaba decir a sus padres, a lo que respondió José: “Que nos veremos en el Cielo. ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva la Virgen de Guadalupe!”. Mientras salían de su boca estas exclamaciones, el capitán le disparó a la cabeza y el muchacho cayó dentro de la tumba, bañado en sangre, y su alma volaba al cielo. Era el 10 de febrero de 1928. Sin ataúd y sin mortaja recibió directamente las paladas de tierra y su cuerpo quedó sepultado, hasta que años después, sus restos fueron inhumados en las catacumbas del templo expiatorio del Sagrado Corazón de Jesús. Actualmente reposan en el templo parroquial de Santiago Apóstol, en Sahuayo, Michoacán.
Fuente…varios en web..
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