1 feb 2016

Remedios Varo, la moderna visionaria

REPORTAJE
Remedios Varo, la moderna visionaria
  • La artista desarrolló su surrealismo en México, donde alcanzó la madurez creadora

Estrella de Diego
El País Semanal, 27 ENE 2016 - 17:00  CST
Una imaginación repleta de mundos fascinantes y pinceles capaces de capturarla. Con ambas herramientas, dio vida a personajes impregnados por su propio exilio. Casi desconocida en España, la artista Remedios Varo desarrolló su surrealismo en México, donde alcanzó la madurez creadora
En los años diez del siglo pasado, una niña de ojos almendrados, de gato, y mirada inquisitiva admira con curiosidad un manuscrito miniado en el cual se relata la historia de la familia. Le fascina la época medieval, dicen, las visiones de Hildegarda de Bingen –la artista y erudita del siglo XI–, los dibujos de la pintora Ende del Beato de la catedral de Girona… Allí, en Anglés, nace Remedios Varo por casualidad el 16 de diciembre de 1908 –su padre, ingeniero, está destinado en Cataluña–.
Los cadáveres exquisitos marcaron su acercamiento al surrealismo.
Desde muy pronto la pequeña Remedios sueña y dibuja. Piensa en viajes, idas y venidas, en una casa gobernada por los traslados que la profesión del progenitor exige: la familia se muda a Algeciras en 1913 durante el tiempo que dura el trabajo en Larache (Marruecos) y el padre cruza con frecuencia el Estrecho para verles. Luego a Madrid. Son los mismos viajes que harán Varo y los personajes que pinta: recorridos que tienen mucho de exilio, quizá porque ese es el destino de los visionarios, aquellos capaces de convertir lo ordinario en extraordinario, en especial.

 Son caminos también hacia el viaje interior, el que Varo va trazando desde pequeña en su imaginación gracias a la educación liberal que recibe. Aprende a diseñar telas y ropas, y el padre le inculca la pasión por la naturaleza y la ciencia: minerales, flores que seca entre las páginas de los libros, paseos por el campo… Después llegará la cámara de fotos, uno de los más apreciados regalos, al que Varo se dedica con entusiasmo.
 A mediados de los veinte entra en la Academia de San Fernando de Madrid, donde conoce a Gerardo Lizárraga, muy comprometido con la República. Se casan en 1930 –la libertad pasaba entonces, paradójicamente, por una boda, hasta para una joven de familia liberal–. Junto a Lizárraga va a París, persiguiendo los ideales vanguardistas, y al volver a España, ya instalados en Barcelona, inicia una relación amorosa con el artista Esteban Francés. Sería la primera de sus rupturas con los estrictos códigos morales de la época.

En esos años, y junto a Francés y el canario Óscar Domínguez, Varo emprende el camino abiertamente surrealista: los cadáveres exquisitos –una forma de juego en el cual cada jugador escribe o dibuja una parte del texto o la figura sin tener en cuenta lo ejecutado por el resto de los participantes, manteniendo por lo tanto el carácter colectivo y azaroso de la obra–. Es todavía una artista tímida. Como recuerda el escritor y artista Marcel Jean en 1935: “Apenas pintaba entonces, dibujaba un poco y pasábamos bastante tiempo haciendo juntos cadáveres exquisitos”. Varo opta por la trastienda como camuflaje, pero no para satisfacer las aspiraciones de Breton –que quiere a las mujeres sumisas–, sino para poder seguir soñando a sus anchas.
 De hecho, Remedios Varo es todo menos sumisa cuando se enamora del poeta Benjamin Péret, a quien había conocido en Barcelona –adonde había llegado entre los primeros extranjeros dispuestos a defender la República– justo un mes después del inicio de la Guerra Civil. Con él compartiría vida y penurias: “No es fácil vivir de la pintura en París. Tuve muchas especialidades, entre ellas fui locutora. Traducía conferencias para latinoamericanos”, explicaba Varo en una entrevista de 1960. Entre estas especialidades se dice incluso que realizó falsificaciones de cuadros de Giorgio de Chirico y hasta trabajos de restauración. Quién sabe si sus múltiples ocupaciones para ganarse la vida fueron la causa de que empezase a pintar muy tarde, ya en la década de los cincuenta.
El exilio hacia México empezaría para Varo y Péret, como para tantos otros, cuando los nazis entraron en la capital francesa. En México se instalarían tras un largo y doloroso periplo –epítome de ese exilio permanente que rememora la obra de Varo El vagabundo–. En México se quedaría la artista tras el regreso de Péret a París y en México cultivaría la amistad de otra refugiada, Leonora Carrington. Ambas poseían un exquisito sentido del humor y una imaginación desbordante que, a veces, aplicaban a sus famosas recetas visionarias. Un buen ejemplo son las Recetas y consejos para ahuyentar los sueños inoportunos, el insomnio y los desiertos de arenas movedizas bajo la cama: “Póngase el corset bastante apretado. Siéntese ante el espejo, afloje su tensión nerviosa, sonría, pruébese los bigotes y los sombreros según sus gustos”.
Sin embargo, el interés hacia lo mágico y lo oculto fue más allá de esos pequeños divertimentos y hasta emprendieron juntas el proyecto de una obra teatral de estilo surrealizante. Varo y Carrington se interesaron de una manera consistente por la alquimia, el poder transformador de las mujeres y sus relaciones con la naturaleza. Hasta se diría que parte de la iconografía explorada por Varo en sus pinturas se debe a las conversaciones que las amigas mantuvieron, los libros que leyeron y la búsqueda espiritual que iniciaron juntas. De esta forma, las ciencias naturales se mezclan en el proyecto de Varo con las ciencias ocultas; visiones y premoniciones que inundan su producción pictórica con mucho de proyecto autobiográfico gobernado por el exilio, las metamorfosis, los viajes, el humor y cierto carácter obsesivo plagado de momentos de inseguridad, de desapego.
Y, pese a todo, incluso los miedos acaban por convertirse en ironía –a menudo comenta los cuadros en las cartas a la familia y los amigos–. Ocurre con Mujer saliendo del psicoanalista (1960), donde uno de sus personajes un poco andróginos se mueve entre una arquitectura fantasmal: “Esta señora sale del psicoanalista arrojando a un pozo la cabeza de su padre (como es correcto hacer al salir del psicoanalista). En el cesto lleva otros desperdicios psicológicos: un reloj, símbolo del temor de llegar tarde, etcétera. El Dr. se llama FJA (Freud, Jung, Adler)”.
Es un curioso juego de dobles en el cual Remedios Varo se esconde tras los personajes tanto como los personajes se esconden tras ella. Cabello convertido en bicicleta en Locomoción capilar, vestidos transformados en sillas en Tailleur pour dames o huesos de pollo y pavo, raspas de pescado, alambre… que se organizan en una pieza de aspecto humanoide subida en una rueda en De Homo Rodans. La acompaña un texto donde imita el estilo pomposo de los eruditos y lo firma con un nombre inventado, Hälikcio von Fuhrängschmidt, un supuesto antropólogo alemán que habla del primer paraguas hallado entre las ruinas de Mesopotamia. Es el juego surrealista de Breton llevado a sus máximas consecuencias en 1959: ser otro, siempre otro, y divertirse, exorcismo contra los miedos y las inseguridades.
Por esos mismos años, en pleno éxito, Varo recibe el encargo de hacer un mural para el nuevo pabellón oncológico del Centro Médico de la Ciudad de México. Nunca llega a concluirlo, seguramente abrumada por una escala que poco o nada tiene que ver con su estilo de miniaturista –o tal vez paralizada por la sombra de la enfermedad, dicen algunos–. Al poco tiempo, el 8 de octubre de 1963, con 55 años, en una pletórica madurez artística, le llegaba la muerte inesperada, aunque la luz de Remedios Varo siguió iluminando la historia con su humor y sus visiones.
La editorial Atalanta acaba de publicar el libro ‘Cinco llaves del mundo secreto de Remedios Varo’.
elpaissemanal@elpais.es


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