12 abr 2016

EE.UU. insólito/Guy Sorman

 EE.UU. insólito/Guy Sorman
ABC,  Lunes, 11 de abril de /2016
Los estadounidenses se pelean en este momento por unos asuntos que escapan al entendimiento de los europeos. Piensen, por ejemplo, en la ley que acaba de aprobarse en Carolina del Norte que obliga a las personas acuciadas por sus necesidades naturales a utilizar los aseos correspondientes al sexo que figure en su partida de nacimiento. ¿Extraño? El verdadero e inconfesado objetivo es prohibir que los «transgénero» elijan el mingitorio adecuado para el sexo que deciden asumir en vez del que han heredado. En Europa es inimaginable que un Parlamento nacional o local debata un asunto parecido. Pero en EE.UU., la decisión de Carolina del Norte enciende los ánimos, y la cuestión se ha vuelto nacional, porque detrás del carácter anecdótico de esta decisión que, en realidad, afecta a muy poca gente, se esconde algo que no se dice y que todo el mundo adivina: Carolina del Norte se toma así una revancha indirecta contra la mezcla de los «géneros» y especialmente contra la legislación del matrimonio homosexual.

 La negativa a aceptar que la transexualidad existe, que se pueda elegir libremente su sexo y, por último, infringir el juicio de Dios, explica la virulencia del debate. A título de recordatorio, la mitad de los estadounidenses no creen en la teoría de la evolución según Darwin y consideran que el relato bíblico de la Creación debe tomarse al pie de la letra. La mayoría de los colegios enseñan paralelamente las dos hipótesis, sin pronunciarse. Frente a ellos, y con la misma vehemencia, los que apoyan los derechos de los transgéneros se inscriben en una tradición igual de estadounidense como es la de la defensa de las minorías, por muy minoritarias que sean. Como el matrimonio homosexual es una cuestión que ya ha resuelto el Tribunal Supremo, y no los representantes elegidos por el pueblo, los transgéneros constituyen un nuevo frente de liberación. Los aseos para los transgéneros, el matrimonio homosexual y, evidentemente, la interminable batalla en torno al aborto se explican por esta profunda división entre el conservadurismo religioso, generalmente republicano –a una escala desconocida en Europa– y los progresistas, casi siempre demócratas, llamados «liberales», que reduce cualquier debate de sociedad a una guerra interna por los derechos civiles.
Los transgéneros, después de los homosexuales, son los negros de hoy en día. A la larga, los transgéneros serán aceptados, porque las minorías en EE.UU. acaban siempre por imponerse en cuanto unos buenos abogados identifican su reivindicación con la de los derechos civiles. Pero después de que sean aceptados, con el derecho de tener sus aseos, no hay ninguna duda de que aparecerá una nueva minoría para movilizar a los dos bandos. ¿Por qué esta obsesión por los derechos de las minorías? Sin duda alguna, porque EE.UU. está atormentado por el siniestro recuerdo de la segregación. A la izquierda especialmente le aterroriza que surja una nueva segregación, por ínfima que sea, y que se transforme apresuradamente en una gran causa. Estos progresistas liberales son a veces tan excesivos que provocan a su vez un exceso inverso, como el racismo declarado de Donald Trump, por ejemplo, contra los mexicanos y los musulmanes que nadie en Europa, ni tan siquiera los partidos de extrema derecha, se atreve a manifestar sin ningún reparo.
Una de las paradojas es que estas disputas verbales y legales tienen poca influencia sobre la sociedad estadounidense, que cada vez es más diversa, abigarrada y mestiza. Lo ponen de manifiesto los censos de población y todos los cuestionarios que los ciudadanos estadounidenses deben rellenar constantemente en cada trámite oficial, en el que hay que marcar, aunque no es obligatorio, una casilla correspondiente a la etnia: blanco, negro, indio, amarillo, polinesio… Ahora se propone una treintena de opciones, cada año se añade una, y los mestizos pueden marcar varias casillas, algo impensable en Europa. A este lado del Atlántico, los discursos políticos, en su conjunto, respetan las diferencias, pero, más aún, las ignoran como si no existiesen. En realidad, en Europa, en la sociedad actual, la segregación social y racial es importante, como lo demuestra, en todas partes, el desempleo masivo de los jóvenes de origen árabe.
La segregación de antaño explica esta diferencia estadounidense, pero también el derecho constitutivo de EE.UU.
A los europeos les resulta algo difícil entender el carácter sagrado e inalterable de la Constitución, el poder de los estados y el Gobierno de los jueces. Ninguno de estos tres fundamentos de la nación estadounidense se encuentra en Europa. La Primera Enmienda de la Constitución de EE.UU. (Declaración de Derechos, las diez primeras enmiendas, que son tan importantes como la propia Constitución) autoriza a decirlo todo, sin moderación y sin censura, y está prohibido prohibir, de modo que los contrarios cohabitan y se neutralizan. En el extremo opuesto, en Europa tenemos el laicismo francés y belga, una verdadera religión nacional indiscutible, e incluso represiva (prohibición del velo islámico, por ejemplo), que solo reconoce a ciudadanos iguales, mientras que no lo son. Esta es la razón por la cual la sociedad estadounidense tiene costumbres democráticas, mientras que Europa es republicana, pero no siempre es tolerante.

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