26 dic 2016

La pesadilla/

La pesadilla/François Mathieu es redactor jefe adjunto de Le Soir. 
Traducción de José Luis Sánchez Silva.
 El País, 25 de diciembre de 2016
Hace poco tuve un sueño. Un mal sueño. Fue más una crisis de angustia que la clásica pesadilla, muy improbable, que tenemos cuando inconscientemente desenterramos los miedos que nos mortifican. Fue hace 15 días. Soñé que enviaban al frente a mis dos chicos, que pronto cumplirán 16 y 13 años. Soñé que mis hijos iban a la guerra. A primera vista, puede parecer absurdo, pero ese temor encontró algunos ecos a mi alrededor. No entre mis hijos… Confieso que, después de encajar sus sonrisitas socarronas nada más evocar la pesadilla, pensé inmediatamente en Stefan Zweig, el escritor austriaco, que a comienzos de los años cuarenta escribía: “Y el 28 de junio de 1914 resonó en Sarajevo ese disparo que, en un segundo, hizo saltar en mil pedazos, como un jarrón de terracota vacío, el mundo de seguridad y razón creadora en el que nos habían educado, en el que habíamos crecido y en el que nos sentíamos en casa…”. 
Esta frase inolvidable procede del libro El mundo de ayer: memorias de
un europeo, obra de una actualidad y riqueza infinitas que, sobre todo, trata de las derivas del populismo, y que los diseñadores de los programas escolares (o los padres) podrían proponer a los jóvenes que terminan sus estudios para evitarles esa sonrisa socarrona ante la mención de una posible guerra en Europa. En efecto, ante los explosivos acontecimientos que conoce nuestro mundo, ¿cómo no estremecerse como hacía Stefan Zweig a comienzos de los años cuarenta cuando plasmaba sobre el papel su angustia ante la ascensión del nazismo, apenas unos meses antes de suicidarse, abrumado por la insoportable angustia de vivir en un mundo sometido al fascismo? En la acomodada Viena de fines del siglo XIX, como en nuestro mundo actual, “vivir confortablemente y en toda libertad” era algo tan obvio para Stefan Zweig como para la mayoría de los ciudadanos. Lamentablemente, todos sabemos qué sería en el siglo XX de la vida confortable y tranquilizadora de los vieneses y de tantos millones de personas. Pero también deberíamos saber que hoy no estamos a salvo de lo que ocurrió ayer. A muy pocos se les ocurriría cuestionar la continuidad de nuestra humanidad hipertranquilizadora. Y sin embargo… ¿Por qué el caldo de cultivo que permitió la eclosión del nazismo en los años treinta tendría que ser tan diferente del que, insidiosamente, descompone la Europa actual? En 2008, con la emergencia de la crisis financiera, uno tras otro, los dominós europeos cayeron implacablemente. Y, ya entonces, se impuso una evidencia, casi un lugar común: nada está garantizado. Unos años más tarde, los que caen a tierra son algunos de los valores humanistas que, desde los años cincuenta, hicieron de Europa un remanso de paz. Monnet y Schuman se revolverían en sus tumbas… Zweig, probablemente también. El auge del nacionalismo. El resurgimiento del proteccionismo. La pérdida de nuestros valores humanistas ante una crisis migratoria que nadie parece capaz de gestionar. El abandono de nuestros valores en el infierno de Alepo. La irresponsabilidad e incompetencia de un número creciente de políticos atrapados en sus reflejos electoralistas. El odio al otro. Una distribución de la riqueza tan desigual que genera frustraciones y cólera. La creciente cólera de los “excluidos del sistema”. Los “sin dientes”, los “sin papeles”, los “sin opinión”… En resumen, actualmente, Europa vive la “antifederación”, contraria a los ideales de los padres fundadores de la construcción europea.
Con los cimientos minados por diferentes formas de extremismo, de Berlín a París, de Madrid a Londres, Europa se tambalea. Por supuesto, hay que esperar que no tenga que tocar fondo para levantarse. Para beber de esa fuente de esperanza, todos nosotros haríamos bien en releer a Stefan Zweig, que renunció a la vida porque no pudo soportar la idea de ver a la humanidad y a la paz doblegadas por los asaltos destructivos de los extremismos. ¿Qué será del proyecto europeo? ¿Qué será de nuestros valores? Y, más importante aún, ¿qué futuro les espera a nuestros hijos y nietos? Lo único que Europa parece capaz de garantizar hoy, lo mismo en 2008 que en 2016, son los activos bancarios. Sombría perspectiva. Por más que la falta de perspectivas tranquilizadoras y la incertidumbre de los pueblos porten el germen de la deriva humana, rememorar el pasado puede ser un acto salvador. Deberíamos tener el valor de reescribir el libro de Stefan Zweig, con conocimiento de causa: se titularía La reacción.

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