14 feb 2017

Los “hechos alternativos” nacen de nuestros prejuicios

Los “hechos alternativos” nacen de nuestros prejuicios/Jesús Andreu Ardura, es Director de la Fundación Carolina.
 El País, 14 de febrero de 2017
Coincidiendo con la elección y el recién inaugurado mandato de Trump se ha puesto de moda criticar la aparición de noticias falsas, lo que muchos llaman “post-verdad”, como si las mentiras de toda la vida fuesen una novedad inédita. Una novedad, además, que hubiesen impulsado desde la sombra un contubernio de oligarcas, por supuesto neoconservadores. No obstante, a poco que nos detengamos a pensar en la cantidad de mantras de todo signo que se publican a diario, acaso los analistas más críticos deberían de reflexionar si ellos mismos no están contribuyendo a alimentar la emergencia de “hechos alternativos”.
A propósito de Trump, precisamente, a menos de 48 horas del inicio de su presidencia circuló como una verdad contrastada que su Administración había eliminado la página web en español de la Casa Blanca. Ningún medio escrito ni ningún tertuliano tuvo la paciencia de esperar a que el nuevo portavoz del Gobierno estadounidense explicase que, lejos de ser una decisión política, se trataba de un ajuste técnico, pero el daño ya estaba hecho y poco importó que poco después comenzaran los tuits en español. Casi lo mismo cabría decir sobre la medida de suspender el TTP, sin aludir a las remotas posibilidades de que el tratado superase la ratificación por parte del Congreso de EEUU o mencionar que la candidata demócrata también había sugerido la posibilidad de paralizarlo. Cierto que la actitud hostil y agresiva de Trump no ayuda, pero realmente toda la información que rodea al nuevo presidente está tan repleta de infundios que se hace imposible distinguir el grano de la paja.

Pero basta con asomarse a España para ver reproducida esa “post-verdad” en los sitios, aparentemente, más insospechados. Ahí está por ejemplo, tras el proyecto de peatonalizar la Gran Vía de Madrid, la nueva consigna de que en todas las capitales del mundo el centro está cerrado al tráfico, cuando cualquiera que haya visitado París, Londres, Nueva York, Estocolmo o Ámsterdam sabe que el acceso en coche al casco urbano es perfectamente viable y como mucho, desincentivado por ciertas tasas. Otro “hecho” incuestionable, repetido hasta la saciedad por quienes presumen de “espíritu crítico”, lo encontramos en la precarización del trabajo, cuando resulta que en la actualidad hay un porcentaje de contratos indefinidos de más del 73%, mientras que en 2007, antes de la crisis, era de un 69%.
A ello se añaden los machacones augurios apocalípticos sobre el riesgo de pobreza, tomados de indicadores que dicen que “carencia material severa” es padecer una de estas situaciones: no poder irse de vacaciones, tener retraso en el pago del alquiler o la hipoteca, no tener coche, lavadora o televisión y no poder comer carne o pescado cada dos días. Lo que nos hace pensar si nuestros padres estuvieron en situación de “emergencia social” o, más aún, si los que sufren alguna de estas carencias se consideran a sí mismos en “riesgo de exclusión”. Podría seguir enumerando ejemplos de titulares que se lanzan día sí día también, y que por más “políticamente correctos” que sean, no son más verdad que las promesas que muchos políticos ofrecen en campaña.
Así las cosas, quizá los expertos y “líderes de opinión”, en vez de echarle la culpa de sus pronósticos fallidos (Brexit, victoria de Trump, referéndum de Colombia…) a una nueva post-verdad maquinada por un complot de magnates, habrían de preguntarse si no han sido sus prejuicios los que han contribuido a que ya nadie dé crédito a los análisis rigurosos. Ahora bien, no se trata de acusar a un bando frente a otro de acuerdo con impulsos reactivos y criterios sectarios. En los debates que se producen en el espacio público, ante todo en los medios de comunicación, todos somos responsables de actuar con buena fe, ecuanimidad y respeto al que piensa diferente, más allá de nuestras legítimas opiniones personales. Al haber a menudo desatendido esta deontología básica, no es inverosímil sospechar que el propio establishment haya sembrado la semilla del populismo.

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