9 abr 2017

‘Trumpcare’: la patata caliente del Partido Republicano

‘Trumpcare’: la patata caliente del Partido Republicano/
Alana Moceri es analista de relaciones internacionales, comentarista y escritora y profesora de la Universidad Europea de Madrid.
El EspañolLunes, 20/Mar/2017
Era cuestión de tiempo que el matrimonio entre Donald Trump y el Partido Republicano se rompiera por el propio peso del amor. La relación ha sido como decimos en Estados Unidos un matrimonio de escopeta. Rápido y forzado. O quizá la metáfora más acertada para este hombre de negocios sea que hizo una adquisición hostil por el partido, una transacción que va camino de romperse. Se use la metáfora que se use hay que tener en cuenta que su campaña fue tanto en contra del establishment republicano como de Hillary Clinton y los demócratas.
Conviene recordar que tanto el Partido Demócrata como el Partido Republicano son lo que llamamos big-tent parties -partidos que pretenden ser atractivos para los votantes de todos los estratos sociales-, por lo que existen varias corrientes dentro de cada uno. Son esas corrientes, frente a las batallas entre partidos, las que de verdad han impedido realizar reformas sanitarias de calado en Estados Unidos en los últimos años. Pero cuando los políticos están en campaña olvidan estos enfrentamientos y se empeñan en vender humo. Pero la política sanitaria estadounidense no es apta para los débiles de voluntad.

Para Bernie Sanders y sus seguidores Obamacare no fue nada más que un compromiso hipócrita entre Obama y la industria de la salud. Durante su campaña -lo sigue haciendo- el demócrata prometió un sistema sanitario universal, como el de España, aunque el demócrata hace más referencias a Dinamarca. Lo promete incluso sabiendo que Obama fue incapaz de conseguir el apoyo de un Congreso controlado por los demócratas para desarrollar una alternativa de seguro de salud público.
¿Por qué parece imposible la reforma sanitaria? Probablemente porque muchos de los demócratas de distritos conservadores no podrían votar una restructuración con presupuestos públicos y ser reelegidos en las próximas elecciones. Al no haber disciplina de voto en Estados Unidos las cosas se complican mucho.
Para el Tea Party el programa Obamacare representaba al temido socialismo. Para luchar contra él organizaron varias manifestaciones en 2010, así ayudaron al Partido Republicano a controlar la Cámara de Representantes. Desde entonces, derogar y reemplazar la reforma estrella de Obama ha sido el grito de guerra de los republicanos. En la cámara baja del Congreso votaron más de 50 veces para derogar la ley, a pesar de que sabían que el entonces presidente lo iba a vetar.
Con este panorama no ha sorprendido a nadie que una de las grandes promesas de la campaña de Trump fuera hacer desaparecer Obamacare, que él cree que es un “desastre”, y reemplazarlo. Como ya es costumbre, el presidente no ofreció ningún tipo de detalle sobre su magnífico plan, pero sí aseguró que daría más cobertura a más personas con menos dinero, ¡va a ser tremendo! Incluso Obama ha asegurado que saldría a vender una propuesta de ley que cumpliese con esa promesa.
Pero Trump ha caído en la mismo trampa que Sanders: olvidaron que hacer una reforma sanitaria es tremendamente complejo, no solo por los miles y miles de páginas políticas que hay que redactar. Sino por la maniobra necesaria para conseguir el voto afirmativo de los dos cámaras, ni Trump ni Sanders han caído en la cuenta de que tener mayoría en el Congreso no garantiza absolutamente nada.
A estas propuestas hay que sumarle los resultados del informe independiente realizado por la Oficina de Presupuesto del Congreso (CBO). La principal conclusión del estudio es que la propuesta de ley de los republicanos se saldaría con 24 millones de personas menos sin cobertura sanitaria en los próximos diez años. El plan invertiría los costes de la sanidad: la inversión se destinaría a la gente más mayor y enferma en detrimento de los más jóvenes. Los líderes republicanos sospechaban que el informe sería una noticia dolorosa, por lo que pasaron gran parte de la última semana intentando desacreditar a la CBO, una oficina conocida por ser poco partidista y muy fiable. Pero su campaña de desprestigio no ha dado resultado; muchos demócratas se han indignado por los resultados y parte del Partido Republicano está asustado por las consecuencias que el informe pueda traer en la opinión pública.
La postura de los republicanos en este asunto divide al partido en dos facciones. Por una parte, se encuentra el grupo de los conservadores, formados por el grupo Freedom Caucus, que nace fundamentalmente de los republicanos simpatizantes del Tea Party, y que tienen muchísima fuerza en la Cámara de Representantes. Como ya dijimos, para ellos Obamacare representa el temido socialismo y ni siquiera les interesa reemplazarlo con otras opciones. Creen en la existencia de un mercado absolutamente libre y donde cada uno debe pagar su parte, por lo que un sistema de sanidad pública no es una opción para ellos.
En la otra facción, la de los moderados, están los republicanos más prudentes y que, en general, están preocupados por la gente que va a perder sus seguros médicos y el efecto que estas pérdidas puede tener en las próximas elecciones. Muchos de los republicanos de este grupo pertenecen a estados o distritos con mezcla de votantes de ambos partidos, lo que les sitúa al borde del precipicio e impide que cualquier senador o miembro de la cámara baja vote de forma moderada. Además, muchos son de circunscripciones muy pobres donde la ley podría impactar de manera muy negativa, hay más republicanos en el Senado de esta naturaleza.
Para cumplir su promesa, Trump necesita derogar y reemplazar Obamacare por otro programa que llegue a más gente y necesite menor inversión. Por lo que las subvenciones se vuelven imprescindibles. Sin embargo, no todos los republicanos están a favor de recurrir a las ayudas. A los conservadores, como los miembros de la Cámara de Representantes Ileana Ros-Lehtinen, John Katko y Darrell Issa, no les convence la idea. Tampoco seduce a los moderados, como los senadores John McCain, Rob Portman y Susan Collins, que apelan a la mala situación de la ley de subvenciones.
Tal y como está la situación no se trata simplemente de llegar a un acuerdo. Se trata de un problema de la cámara baja contra la cámara alta, ya que cualquier propuesta deben aprobarlas las dos. La ley sanitaria de Trump ha comenzado en la Cámara de Representantes -aunque una ley puede partir de las dos-, donde los conservadores tienen más peso. Pero los moderados del Senado ya han advertido que por el estado de la propuesta no la van a poder votar. Por su parte, los republicanos conservadores republicanos de la cámara baja han fomentado entre sus bases de votantes la creencia de que el compromiso es débil.
El presidente de la Cámara de Representantes, el republicano Paul Ryan, ya lo tenía complicado intentando controlar a esos conservadores en el Congreso, pero ahora lo va a tener aún más difícil. A esta situación no ayuda el hecho de que hiciera declaraciones contra Trump en plena campaña, declaraciones que han sido destacadas de nuevo esta semana en Breitbart News, la página web de extrema derecha que el asesor de Trump, Steve Bannon, dirigió antes de sumarse a la campaña.
Pero volviendo a nuestro protagonista. Probablemente las palabras más sinceras que ha pronunciado Trump desde que es presidente hayan estado en su declaración sobre la sanidad: “Nadie sabía que los servicios sanitarios podrían ser tan complicados”. Claro, presidente. Pero, ¿ahora qué? No quiere que se nombre se vincule a esta propuesta, aunque los demócratas ya la llama Trumpcare. Además, ha socavado el apoyo de Ryan, quien ya se ha distanciado del programa, ironizando sobre que sería mejor dejar que Obamacare colapse para que los votantes echen la culpa a los demócratas.
¿Es una cortina de humo que juega al despiste? Probablemente, pero estas declaraciones también presentan a un presidente que pone a su partido en una situación dantesca. Como ningún demócrata va a ayudar a los republicanos a destrozar Obamacare, van a tener que votar unidos para lograr el reto de derogarlo y reemplazarlo, que es lo que sus votantes están esperando. No sustituir el programa sería un desastre enorme, parafraseando al presidente.
Trump llegó a la Casa Blanca creyendo que era invencible, pero todo apunta a que la complicada política sanitaria de Estados Unidos va a ser la que, por fin, le humille o haga estallar una sangrienta guerra dentro del partido.

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