.El crimen generó, como no había sucedido desde el asesinato de Manuel Buendía, en 1984, un sentimiento de indefensión e impotencia en el gremio...
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Sin capitán de barco/ Raymundo Riva Palacio
El Financiero, 19 de mayo de 2017
El asesinato de Javier Valdez Cárdenas, esta semana, fue el catalizador de que 'algo' está sucediendo en la guerra contra el narcotráfico.
No está claro qué es, pero enseña que esa lucha no puede seguir analizándose con las categorías hasta ahora utilizadas. El asesinato de Valdez Cárdenas fue producto de una inteligencia criminal diferente.
El fundador y director del semanario sinaloense Ríodoce no firmaba los textos más penetrantes sobre el narcotráfico, por lo que la hipótesis sobre el qué había escrito para buscar pistas sobre presuntos asesinos, es endeble. Es decir, pese a haber realizado una crónica a través de varios libros sobre el narcotráfico, no estaba directamente en la línea de fuego. Sin embargo, el respetado periodista, galardonado internacionalmente, era un símbolo en esta profesión que sobrevive en el ecosistema de la violencia y la inseguridad, por lo que se puede argumentar que el crimen fue contra un objetivo de alto impacto, bien pensado para que sacudiera todas las estructuras.
Así fue. La posición de la Fiscalía de Sinaloa, que tiene como principal línea de investigación el que haya sido un robo de auto, no se sostiene: la dispararon 12 tiros de cuando menos dos calibres diferentes, lo que habla de al menos dos asesinos quienes, lo más importante, nunca intentaron llevarse el vehículo. El crimen generó, como no había sucedido desde el asesinato de Manuel Buendía, en 1984, un sentimiento de indefensión e impotencia en el gremio, particularmente entre aquellos que, a diferencia de los charlatanes y oportunistas en la profesión, saben cuándo las amenazas y los entornos significan algo. El crimen de Buendía fue en un inefable mayo, al cerrar un mes de inestabilidad política originada en Estados Unidos, con denuncias nunca probadas de desvío de dinero del entonces presidente Miguel de la Madrid, y pocas semanas después de que el columnista había retomado una denuncia de los obispos del Pacífico, donde alertaban que las estructuras políticas estaban coludidas con el crimen organizado.
Ese crimen abriría una década de turbulencia narcopolítica. Casi una década después fue asesinado, en Guadalajara, el cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo, durante un extraño intento de asesinato de Joaquín El Chapo Guzmán, por parte de matones de los hermanos Arellano Félix, del Cártel de Tijuana. Posadas Ocampo fue acribillado en el aeropuerto de esa capital, a donde había ido a recoger al nuncio apostólico, Girolamo Prigione, quien lo iba a acompañar a la inauguración de una mueblería de un amigo del obispo, Eduardo González Quirarte, lugarteniente de Amado Carrillo, el inmortalizado –por las telenovelas– Señor de los Cielos, y quien era el encargado del Cártel de Juárez para penetrar y reclutar a generales.
Visto en la línea de tiempo histórica, el crimen Buendía comenzó una década de turbulencia, donde los sobresalientes de esa época incluyeron el asesinato del agente de la DEA, Enrique Camarena Salazar, que había infiltrado al Cártel de Guadalajara, por lo que sus jefes, Rafael Caro Quintero –por quien la PGR, en el gobierno del presidente Enrique Peña Nieto, no actuó para impedirle que recuperara su libertad por un tecnicismo jurídico–, y Ernesto Fonseca, quien logró del Poder Judicial su liberación anticipada por enfermedad, y la irrupción maldita del narcotráfico en el Ejército, con la compra de protección del general de tres estrellas, Jesús Gutiérrez Rebollo, quien era el zar contra las drogas en el gobierno del presidente Ernesto Zedillo. Esa época trajo el magnicidio del candidato del PRI a la presidencia, Luis Donaldo Colosio, y del secretario general del PRI, José Francisco Ruiz Massieu. Durante esos años, las instituciones se fueron debilitando y los cárteles de la droga fortaleciéndose y penetrando las estructuras políticas nacionales.
Lo que se sembró en aquellos años llegó a niveles de rebase en el gobierno del presidente Vicente Fox, donde Michoacán y Tamaulipas se habían convertido prácticamente en narcoestados, lo que detonó la guerra contra las drogas en el gobierno del presidente Felipe Calderón. La llegada de Enrique Peña Nieto a la presidencia trajo consigo una gran estrategia de lengua, que se hizo añicos en el primer año de administración, y un rezago en la lucha contra la delincuencia organizada. El asesinato de Valdez Cárdenas se inscribe en el desbordamiento en el que se encuentra el gobierno frente a los criminales, y la notable falta de estrategia para combatirlos, pero no sólo como consecuencia de la ineptitud en materia de seguridad pública, sino como un desafío al Estado mexicano.
Ese es el algo que no se puede definir pero que existe, que cambió la dinámica del crimen organizado y, por tanto, también deberían de cambiar las formas de combatirla. El secretario de Relaciones Exteriores, Luis Videgaray, estuvo en Washington este jueves para concretar una nueva estrategia con Estados Unidos en este campo, donde se abordará el fenómeno desde el punto de vista del negocio que representa, para atacarlo en todas sus facetas. Será un combate integral –económico, financiero y social– que deje atrás el énfasis policial de Calderón. Pero un día antes, en respuesta a las presiones por el asesinato de Valdez Cárdenas, Peña Nieto anunció un paquete de medidas para proteger a periodistas que sólo tiene medidas policiales. La transversalidad acordada por Videgaray en Estados Unidos fue ignorada por un presidente que, o no entiende lo que le plantean o no escucha lo que le dice su canciller. En todo caso, qué preocupante. El barco no tiene capitán.
Twitter: @rivaa
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Ego sum qui sum; analista político, un soñador enamorado de la vida y aficionado a la poesía.
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