14 ene 2018

Julio Scherer con Arthur Miller

Revista Proceso # 2150, 13 de enero de 2018..
Julio Scherer con Arthur Miller/JULIO SCHERER GARCÍA
Esta entrevista con el célebre dramaturgo estadunidense ocurrió hace medio siglo, y fue publicada el 17 de febrero de 1968 en Excélsior, que envió al reportero Julio Scherer a Nueva York. El tema central fue la Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética, y si bien Miller no descartó una conflagración mundial, asentó, a pesar de no entender del todo la realidad de esos tiempos, que “Estados Unidos se autodestruirá si no ayuda a los países pobres” –como se cabeceó entonces la conversación–. También tocó el fenómeno de los “hippies” y eludió el de Marilyn Monroe. A tres años del aniversario del fallecimiento del director fundador de Proceso –7 de enero– se reproduce el diálogo íntegro con el autor de El precio.
NUEVA YORK.- De ojos hundidos y piel pegada a los huesos, de enormes gafas y finos dientes maltratados, alto y casi calvo, con toscas manos de trabajador y delgadas piernas que mal cubren diminutos calcetines, Arthur Miller, el universalmente célebre dramaturgo nacido en Brooklyn, dijo hoy que para los Estados Unidos ha sonado la hora decisiva: o emplean su poder para ayudar a desarrollarse a otros países por su propio esfuerzo, sin imposiciones políticas o culturales, o un proceso de autodestrucción se habrá iniciado para ellos.
Muerto para la etiqueta, incapaz de un gesto afectado o de una mueca “interesante”, tan espontáneo como sus personajes y tan esforzado como ellos, habló de Vietnam con esta rudeza:
“No se ha contado con el nacionalismo que allí se ha desarrollado, con la dignidad nacional, con esa fuerza que las balas no pueden destruir, Vietnam no tiene una justificación realista, sino que es una guerra simbólica. Pero los soldados mueren en realidad y no simbólicamente.”

Lo de Vietnam se inició con buenas intenciones –agregó–, pero falta hoy la decisión para admitir que se cometió un error.

Mientras la ciudad aclama en el “Morosco” su nueva obra –¡El precio!– y algunos críticos, como el del New York Times, afirman que en el público hay una conmovedora aceptación ante la fuerza y sinceridad de la pieza, el autor encara con Excélsior la situación “desesperadamente idiota” en que nos encontramos todos, enloquecido el mundo en una carrera que al parecer no tiene límites: la de armarse más y más y más.

Pero los Estados Unidos y la Unión Soviética no luchan ya por destruirse uno al otro. Eso pasó. Ambas potencias tienen la misma meta, que es organizar la productividad a un alto nivel tecnológico. El gran problema ha sido desplazado hacia los países subdesarrollados. Es aquí, en puntos que concentran la mayoría de la población humana, donde pueden desatarse los conflictos regionales que nos lleven a la hecatombe, dejen en suspenso la historia y hagan buenas las palabras de Sartre acerca del fin, o sea el momento de “matar a los muertos”.

Otros temas se tocaron durante la entrevista: La incapacidad de los dirigentes de los Estados Unidos y la Unión Soviética –el telón bajado sobre China, que desde lejos parece un manicomio–, el naciente idealismo americano y ruso, capitaneado por jóvenes –el sentimiento de derrota y desesperación de la literatura contemporánea–, los “hippies”, que nada transforman y rápidamente pierden importancia, un próximo viaje de Miller a México, quizá en abril, y Marilyn Monroe, para quien el dramaturgo pidió, tan amargo como enérgico:

“Dejemos que ella descanse en paz.”
La excepcional aventura diaria
En la agencia que maneja los asuntos del dramaturgo, de Ingrid Bergman, de Audrey Hepburn, la misma que se ocupa de las nuevas ediciones de la obra de Thomas Mann, Excélsior localizó al escritor. En un vigesimosexto piso de la Avenida de las Américas y en una pequeña oficina que en todo lo contradice –sillones verdes, rojos y azules, paredes blancas pintadas con finas rayas grises, igual que cierto tipo de camisas pasadas de moda–, una puerta inexplicablemente negra y secretarias sofisticadas que se comportan como si el mundo estuviera realmente a sus pies, veintiséis pisos más abajo–, Miller habló de sus propósitos de visitar México.

¿Razones especiales? Ninguna. Su mujer tiene un hermano con negocios en nuestro país. ¿Planes para escribir? Ninguno, aunque el escritor siempre está en ello. ¿Temas, en todo caso? Los de siempre: el hombre, su vida y sus problemas cotidianos. Nada de gestos heroicos o aventuras extraordinarias. La excepcional aventura diaria, y nada más.

Miller detuvo sus ojos oscuros en el reportero. Lo invitaba al interrogatorio.

–Es evidente, señor Miller, que el mundo vive un momento trágico. ¿Cuál es la actitud que frente a este drama debe asumir el escritor?

–Yo creo que los escritores deben prestar atención al aspecto humano y a los ideales humanos que la crisis contradice. El mundo continúa haciendo progresos sorprendentes en el ámbito científico y técnico, que no usa para ideales humanos, sino que aplica a la guerra, lo que es inaceptable.

–En la imposibilidad moral de que estalle una guerra nuclear, pero en vista de los enormes sacrificios que significa para los pueblos el crecimiento del poderío nuclear, ¿no es tan urgente, como el problema militar, llegar a acuerdos que impliquen la convivencia pacífica? ¿No encuentra usted que una paz fundada en el temor de una guerra nuclear es obligadamente inmoral y antihumana?

–Yo no creo que una guerra nuclear sea imposible.

–¿Desde el punto de vista moral…?

–Sí, estoy de acuerdo. Pero insisto: La guerra nuclear no es imposible. Para evitarla debemos tomar medidas básicas y llegar cuanto antes a un equilibrio en la riqueza y en las oportunidades para la humanidad y no para unos cuantos, como hoy acontece. Hasta que hayamos alcanzado esta meta de equilibrio tendremos que vivir en una paz con terror. Sobre todo necesitamos tiempo, tiempo que debería utilizarse para aumentar el nivel de vida en los países subdesarrollados. Las medidas para lograrlo pueden ser socialistas o adecuadas al espíritu del capitalismo privado. Lo mismo da, porque la meta es la misma: el desarrollo de los niveles de vida.

“Eso” que se llama Vietnam

Fuma Miller como un desesperado. La pipa entre sus labios acaba por ser una parte de él mismo. Un humo azulado envuelve sus palabras y a veces su alargado rostro de piel oscura.

–¿Cómo entiende usted “eso” que hoy se llama simplemente Vietnam?

–Yo no lo entiendo. Yo creo que la situación que allá existe se produjo por miedo a China, por miedo de que en el Extremo Oriente, en Asia, se establezca el comunismo. Pero la situación no se puede explicar por sí misma. Temo que los dirigentes de nuestro país se encuentren rodeados por hombres que tratan de analizar los hechos como si existiera un plan metódico. Pero en el fondo los dirigentes son víctimas de una ilusión: que los Estados Unidos es el país más poderoso, la potencia más fuerte y como tal puede controlar algunas partes del mundo, tal como Vietnam, con la idea, además, de que es por el bien del pueblo vietnamita. Estoy convencido que muchos actuaron así, que tuvieron el propósito de favorecer a Vietnam. Pero estoy igualmente convencido que no contaron con el nacionalismo que allí se ha desarrollado, con la dignidad nacional, con esa fuerza que las balas no pueden destruir. Y el drama ha crecido y sigue creciendo porque no se atreven a admitir que hicieron mal sus cálculos, porque no pueden admitir que se han equivocado.

–¿El crecimiento gigantesco de los Estados Unidos, en todo orden, no los lleva necesariamente a la creación de un superestado? ¿Un superestado no representa, por su propia naturaleza, un peligro para los valores culturales, sociales e históricos de las demás nacionalidades? ¿No necesariamente, como lo señala la historia, la creación de un poder tan vasto implica su autodestrucción?

–Si la historia ha de repetirse, habrá autodestrucción. La última esperanza que nos resta es que los Estados Unidos tomen conciencia de una alternativa y esta alternativa es posible, pero no probable. La alternativa es que empleemos nuestro enorme poder como nunca ha sido usado en la historia, es decir, para ayudar a desarrollar a los otros países por medio de su propio esfuerzo, con su propia idiosincrasia, sin que nosotros impongamos un dominio cultural ni político. Esto nunca ha ocurrido hasta ahora. Y como digo, no es probable que ocurra. Pero, por otra parte, se ha despertado una conciencia como nunca había existido. Mi esperanza es que esta conciencia sea utilizada, puesta en práctica. No porque una nación sea pequeña o débil significa necesariamente que carece de valor moral o espiritual. En tiempos pasados todo lo que tenía valor era en función del poder militar y económico. Hoy sabemos que hay valores intrínsecos que no pueden ser destruidos.

–¿Pero no están gastando los Estados Unidos gran parte de su riqueza nacional en detrimento de fines verdaderamente humanísticos?

–Sí.

–¿Adónde nos lleva esto?

–Yo creo que en última instancia nos conduciría a una confrontación con China y la Unión Soviética, a pesar de las apariencias que nos hacen observar a la Unión Soviética en estado de quietud. La lógica me lleva a pensar que terminaría todo con una confrontación en amplia escala. Por eso digo que nosotros lo que necesitamos desesperadamente es tiempo, tiempo para ayudar a los pequeños países a desarrollar una vida independiente. Y cuando digo tiempo pienso en cincuenta años. La base del conflicto, y creo que esto es algo que se explica por sí solo, es la desproporción enorme de poderes de los Estados Unidos y la Unión Soviética, por una parte, y el resto del mundo. El aumento incesante, más y más profundo de este desequilibrio, puede desencadenar la guerra. Ha habido ya indicios.

Un análisis de los grandes guías

Contagia la permanente excitación de Miller. Deja su silla sin motivo y vuelve a ella por el mismo impulso. Revuelve papeles en un escritorio –quiere cerillos, un lápiz, ¿algún número de teléfono?– y busca sin preocuparse más, sólo para reiniciar la búsqueda cinco minutos después. Pero no por esto deja de escuchar y, sobre todo, de hablar.

–Es evidente que los Estados Unidos representan en todos los órdenes un fenómeno de excepcional grandeza histórica. ¿Están sus dirigentes, por su inteligencia, por su ideología, por su habilidad y por sus principios éticos, a la altura de esa grandeza?

–Yo creo que nuestros dirigentes sufren de parroquianismo. Desde que crecimos de manera tan prodigiosa no pueden concebir que haya otros países que se desarrollan de distinta manera. Ellos son, por lo tanto, incapaces de aceptar diferencias, diferencias de puntos de vista en lo que concierne a la vida y al sistema de valores en otros países. Los dirigentes terminan siendo paranoicos al pensar que no habrá seguridad en este mundo hasta que todos sean iguales. Considero por tanto que no están a la altura de las necesidades actuales. Yo nunca he vivido por largo tiempo en naciones subdesarrolladas y con esto quiero decir que no conozco América Latina. Sólo he vivido en Europa y en África. Pero tengo la impresión de que en los países subdesarrollados se acepta con demasiada facilidad el punto de vista cultural americano y también europeo. La cultura se crea en Nueva York, a veces también en París y en Londres. Me parece que las culturas autóctonas han sido indebidamente menospreciadas. Este es un problema que puede ser resuelto por hombres fuera de los Estados Unidos. Es un problema que los dirigentes de otros países pueden controlar, encauzar. Sé que no es fácil, pero deberían tratar de fomentar su propio arte dramático, su cinematografía, sus valores culturales en general, que quizá terminaran por ser más valiosos que los nuestros y los europeos.

–¿De lo que usted dice se desprende que los dirigentes de Estados Unidos buscan una solución americana para cada problema del mundo?

–Yo creo, para ser concretos, que los dirigentes no son capaces de comprender que la sociedad bourgeoise no puede imponerse a voluntad de cualquier país. Hay muchos tipos de sociedades que tienen derecho a existir y no sólo la sociedad de la clase media. Este es el corazón del problema.

–¿Qué opina usted de los dirigentes de la Unión Soviética y de China?

–Hay que examinar los problemas internos de los países. El nuestro tiene enormes problemas de educación, raza, pobreza y crimen. Nuestros dirigentes no han llegado a establecer todavía un sistema de prioridades para combatirlos. Por ejemplo, este año se construirán nueve millones de automóviles y, sin embargo, continúan existiendo los problemas de educación y de pobreza. En la Unión Soviética existe un ejemplo típico: ellos no han encontrado todavía una solución al problema de la libertad. Este conflicto no sólo se plantea a los artistas y a los escritores, sino al ciudadano que no puede establecer un diálogo con su gobierno. Este problema no ha tenido solución y continuamente se va, y se cae, de un extremo a otro. Tampoco han podido desarrollar en la Unión Soviética adecuados estímulos para el trabajo, es decir, cómo desarrollar la capacidad productiva del individuo al máximo y que éste la acepte con buena voluntad. De China no se tienen bastantes informaciones. Nadie sabe lo que ocurre en el interior del aquel país. A veces, por las noticias que recibimos, nos parece que es un manicomio. Pero estoy seguro de que los acontecimientos tienen mucho más sentido de lo que se nos ha dicho.

“Hippies” y otros temas

–Si hay un idealismo americano contemporáneo, ¿cuál es, cómo lo caracterizaría usted?

–Yo creo que en los Estados Unidos existe idealismo, sobre todo entre los jóvenes. Este idealismo reviste diferentes formas. Por ejemplo, el abandono de la sociedad, la resistencia al reclutamiento, el aislamiento, ideas políticas rebeldes, sobre todo con una tendencia de izquierda. Pienso que está desarrollando un idealismo subterráneo. Por lo menos sé que hay mucho más idealismo que hace veinte años. Pero no está institucionalizado, no hay un partido político que lo represente, no está unificado en organizaciones, pero es intenso. Estoy seguro que en el futuro se hará oír. Y que volverá a florecer.

–¿Ese idealismo incluye a los hippies?

–Yo no lo creo, porque el movimiento de los hippies está perdiendo importancia rápidamente. Se advierte que nada ha cambiado con la reacción hippie.

–¿Hay un idealismo soviético?

–Existe en su juventud, en aquellos que tienen menos de 30 años. Es una expresión de disgusto ante la estupidez burocrática. Es la rabia ante las persecuciones. Es un enfoque realista y no metafísico de la antigua ideología. Miran al individuo en su verdadero valor sin tratar de crear entidades ficticias. Esta es una poderosa fuerza de la Unión Soviética. Pero como en los Estados Unidos, no está institucionalizada. Pero existe.

–¿Decía usted que capitalismo privado y socialismo conducen a las mismas metas? ¿Son hoy más numerosas las causas de entendimiento que de fricción entre Estados Unidos y la Unión Soviética?

–No existe un conflicto de sistemas entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Ambas potencias tienen la misma meta, que es organizar la productividad a un alto nivel tecnológico. Los sistemas empleados son similares. Las fricciones existen entre los países subdesarrollados y los dos gigantes. El problema es tratar de mantener una vida independiente para los países subdesarrollados. Y no es verdad que nosotros, en América, tratemos de derrotar a la Unión Soviética ni que la Unión Soviética trate de derrotar a los Estados Unidos. El problema es el resto del mundo. Radica en esos países donde vive la mayoría de la población humana. Cómo lograr que mantengan su independencia al mismo tiempo que intervienen los gigantes con su ayuda, es el gran eje de toda la cuestión.

–Pero los gastos militares crecientes, en una carrera que al parecer no tiene límite, ¿no significa que los Estados Unidos y la Unión Soviética han perdido en cierto modo su libre dominio para estar ya, por lo menos en parte, a merced de voluntades extrañas?

–Claro. Sí, estamos a merced de una situación desesperadamente idiota. Nos encontramos enfrentados en una guerra por problemas que podríamos resolver de otra manera. Cada país lucha por defender su honor y su poder, por extender su “protección” sobre regiones que no hacen sino aumentar las posibilidades de desafío y las probabilidades de guerra. Se lucha hoy por razones simbólicas y yo creo que es esta la gran dificultad en Vietnam. Vietnam no tiene una justificación realista, sino que es una guerra simbólica, pero los soldados mueren en realidad y no simbólicamente.

La literatura y Marilyn Monroe

–¿Afrontan hoy los escritores los problemas humanos inmediatos o hay una literatura de evasión?

–Es muy difícil comprender los problemas de la actualidad. Es difícil tener una actitud concisa. Existe un sentimiento de derrota en el mundo literario. Un sentimiento de desesperación por la imposibilidad de imponer orden en las experiencias contemporáneas. No es que se traten de evitar los problemas. Lo difícil es encontrar la solución. Yo encuentro muy difícil dirigirme a los seres humanos, comunicarme con ellos. Me esfuerzo, me esfuerzo todos los días, pero no he encontrado la solución. Trato en mis obras dramáticas de hablar sobre la vida real, de encarar los problemas más difíciles. Trato y sigo luchando…

Cuelga de la pared, exactamente frente al escritor, el cartel de uno de sus dramas: La última caída. Una mujer de dorados cabellos, de mirada incandescente, incandescente toda ella, evoca a Marilyn Monroe.

La última caída, presentada aquí y en Europa en teatro, Hollywood va a llevarla al cine. Con ese motivo Miller pide, exige casi, que la actriz no corresponda al tipo físico de Marilyn Monroe, pues el drama no lo inspiró ella y mucho menos su suicidio.

En Europa algunos periódicos han querido establecer una relación entre la obra y “el alma perturbada” del autor. Pero no han pasado de presunciones.

La vida de Miller es hoy otra. Sin embargo en sus libros, casi en cualquiera que uno abra, aparece la familiar dedicatoria tan breve como expresiva: “to Marilyn”.

La entrevista llega a su fin, “una pregunta más”, dice el escritor, “la última”.

–¿Usted, señor Miller, es un escritor porque escribe aquello que tiene que escribir. Un periodista ha de preguntar aquello que tiene que preguntar, se acomode o no a su temperamento. Permítame, acerca de Marilyn Monroe…

La respuesta corta como un tajo:

“Dejemos que ella descanse en paz. Mis sentimientos al respecto son personales. No quiero hablar sobre esto.”

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