15 ene 2018

La renuncia del embajador de EU en Panamá, John Feeley...!

La renuncia del embajador de EU en Panamá, John Feeley...!
El embajador renunció el viernes abruptamente a su cargo diplomático debido a sus propias convicciones, dejando claro en su carta de renuncia al Departamento de Estado que ya no puede servir a su país bajo el gobierno de Donald Trump,..
Según la agencia Reuters la razón de su dimisión, de acuerdo a un extracto de su carta de renuncia, se debe a que siendo un diplomático joven “firmé un juramento para servir fielmente al presidente y a su gobierno de manera apolítica, incluso cuando pudiera no estar de acuerdo con ciertas políticas”.
“Mis instrucciones dejaron claro que si creía que no podía hacerlo, tendría que renunciar debido a mis principios. Ese momento ha llegado”, sentenció Feeley.
Su dimisión se produce un día después de que Trump arremetiera, en una reunión sobre inmigración, contra naciones africanas y latinoamericanas, incluyendo a Haití y El Salvador, calificándolos como “países de mierda”, según el  Post, palabras que el presidente ha negado haber dicho.
Sin embargo, medios locales en Panamá, dijeron que la decisión de Feeley fue tomada antes de que se diera a conocer el comentario ofensivo de Trump.
John estuvo en México como segundo de abordo del embajador...; de lo mejor en el servicio diplomático..: charlé con él en un par de ocasiones...
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Dos comentarios....:
John Feeley o el juramento incumplible/ Jorge G. Castañeda
Amarres
El Financiero..., 15 de enero de 2018.

La semana pasada se hizo pública la renuncia del embajador de Estados Unidos en Panamá. Entregó su carta de renuncia en diciembre, y se volverá efectiva en marzo. Junto con el encargado de negocios norteamericano en Beijing, se trata del único par de jefes de misión, bajo Donald Trump, en haberse negado a seguir siendo sus representantes ante otro gobierno, a un año de haber tomado posesión.
Feeley fue consejero político en la embajada estadounidense en México a principios de este siglo, y después Deputy Chief of Mission, o segundo de abordo, entre 2009 y 2012. Por lo tanto, tiene muchos y buenos amigos en México, entre los cuales me siento orgulloso de contarme. La nota que escribo debe leerse en ese contexto. 
Habiendo sido de joven piloto de helicóptero en el cuerpo de Marines, ingresó al servicio exterior de su país hace treinta años. Las líneas más importantes de su explicación son las siguientes: “Como joven funcionario del servicio exterior, firmé un juramento de seguir lealmente al presidente y a su administración de manera apolítica, aun cuando pudiera no estar de acuerdo con algunas posturas determinadas. Mis mentores me aclararon que si yo llegaba a creer que no podía cumplir ese juramento, mi honor me obligaría a renunciar. Ese momento ha llegado”. Me consta que en sus diversos cargos, Feeley manifestó desacuerdos, incluso con el gobierno de Obama, entre 2009 y 2015, que no lo llevaron a renunciar. Transitó por uno de los momentos más difíciles de la historia de las relaciones entre México y Estados Unidos, en 2010, cuando el presidente Felipe Calderón expulsó al embajador Carlos Pascual de México (entonces jefe y amigo de Feeley), con el pretexto de un cable de WikiLeaks, pero en realidad por haberse relacionado amorosamente con la hija de un alto dirigente del PRI (entonces partido de oposición). La secretaria de Estado Hillary Clinton aceptó sin mayores miramientos la expulsión, actitud que algunos pudieran haber cuestionado. Feeley no.
Pero Trump rebasó el límite de lo aceptable para Feeley, incluso antes de haberse referido a Haití, El Salvador y a varios “países africanos” en los términos que se dieron a conocer hace unos días. Su decisión refleja el dilema que viven todos los integrantes de un servicio civil de carrera, como lo es el servicio exterior en la gran mayoría de los países, incluyendo desde luego al nuestro. Por un lado, trabajan para el Estado, no para un gobierno en particular, a diferencia de los múltiples funcionarios en diversas cancillerías que responden a nombramientos políticos. Su lealtad se debe al Estado, no al presidente de turno. Pero en política exterior, y en realidad en la política a secas, las decisiones presidenciales revisten un peso específico que no puede ser siempre ignorado. En México tuvimos el caso de Octavio Paz, miembro del Servicio Exterior Mexicano, quien solicitó licencia en 1968 después de la matanza de Tlatelolco, un acto de política interna que, sin embargo, imposibilitó la estadía del poeta en la India como representante del Estado y del mandatario responsable de las muertes acontecidas.
Tanto en América Latina como en Europa, abundan las circunstancias que a lo largo de los últimos cincuenta años han llevado a numerosos diplomáticos de carrera a “bellos gestos” como el de Feeley. El costo es elevado: el expiloto, con sus 56 años de edad, poseía un futuro atractivo en el Departamento de Estado, ya sea como subsecretario de Estado para América Latina, o como embajador en México o Colombia, países que conoce al detalle. 
Por eso es tan noble y encomiable su decisión, y tan aleccionadora. Hay momentos en la vida de un funcionario, aun de carrera, ya sin hablar de designaciones políticas, cuando su permanencia en un gobierno resulta, a su entender, intolerable, porque lo vuelve cómplice de acciones, definiciones y comportamientos reprobables. Cada quien tiene su propio límite, y los de un funcionario no son extrapolables a otro. Pero en muchos países existen, y no se acata la consigna de la picardía política mexicana: “Antes de la renuncia, hasta la ignominia”.
Twitter: @JorgeGCastaneda..
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Una renuncia por dignidad/ José Carreño Figueras...
El Heraldo...
Feeley renunció el viernes -o más bien su dimisión ese hizo pública el viernes-, porque no podía seguir bajo el gobierno Trump
John Feeley era considerado una estrella en ascenso de la diplomacia estadounidense y unos de los principales expertos del Departamento de Estado en América Latina.
Tenía, coincide todo mundo, un futuro brillante. A sus 56 años de edad ya era embajador en un punto sensitivo, había sido encargado de negocios en una de las principales embajadas de su país en el mundo, México; en otras partes de su carrera había estado en el equipo de formulación de políticas hacia la región y formado parte del equipo de apoyo al trabajo del Secretario.
Feeley renunció el viernes -o más bien su dimisión ese hizo pública el viernes-, porque no podía seguir bajo el gobierno Trump. “Como oficial junior” del Servicio Exterior, firmé un juramento de servir fielmente al Presidente y su administración de una manera apolítica, incluso cuando no estoy de acuerdo con ciertas políticas”, indicó en una carta de despedida.
“Mis instructores dejaron en claro que si creía que no podía hacer eso, el honor me obligaba a renunciar. Ese momento ha llegado”, dijo Feeley, según un extracto de la carta citada por Reuters.
La versión no ha sido disputada ni tiene porqué serlo. Feeley, de hecho, había informado su intención al Departamento de Estado desde fines de diciembre.
Ferley, que sirvió en la Infantería de Marina como piloto de helicóptero, no está ideológicamente ciego ni tan rico que pueda permitirse no trabajar.
En el gobierno de EU y muy especialmente en el Departamento de Estado, hay un proceso de desmoralización que alcanza a más y más miembros del servicio público.
El Departamento de Estado puede ser el ejemplo mas obvio, ante los conflictos que genera el presidente Trump; pero no es menos difícil, por ejemplo, trabajar en la Agencia de Protección Ambiental (EPA) para llevar adelante políticas que dieron un vuelco de 180 grados, o en los servicios de inteligencia y de policía como la Oficina Federal de Investigaciones (FBI), sin olvidar otras dependencias del aparato policiaco-legal gubernamental, cada vez más expuestas al uso político.
La renuncia de Feeley fue muy personal, pero pone en un brete a otros miembros de la burocracia de EU, que en muchos casos están divididos ahora entre el sentimiento del deber hacia su país, por encima de su gobierno del momento, y la evidente expresión de rechazo hacia las políticas de un mandatario que muchos de ellos consideran ignorante o el eje de políticas negativas para el propio país.
Claro que en una sociedad tan polarizada como la de Estados Unidos, una actitud como la de Feeley es vista también como una adopción pública de una postura política. Puede ser, pero no la hace menos respetable: al contrario, dejó la seguridad de un trabajo cómodo y una prometedora carrera por lo que considera su obligación ética.
No es el único que lo ha hecho y probablemente tampoco sea el último que lo haga.
Tuve, como muchos otros, la oportunidad de conocer y hacer amistad con Feeley. Lo considero un privilegio.
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