3 ene 2018

Psicoanálisis/

Psicoanálisis/Ángel Rupérez, es escritor.

El País, Martes, 02/Ene/2018;
Imaginemos la siguiente hipótesis, estrictamente freudiana y, por tanto, altamente verosímil, en la medida en que Freud fue, por encima de todo, un gran psicólogo clínico que, con la experiencia analítica de sus pacientes, intentó desentrañar las claves del psiquismo humano trastornado, el que conduce a conductas disparatadas y muchas veces causantes de mucho sufrimiento, no solo para esos mismos pacientes sino también para las personas que conviven con ellos.
La hipótesis es la siguiente (y podría explicarse bajo el paraguas teórico de la proyección): los líderes del independentismo catalán han proyectado sobre España lo que ellos cobijan dentro de sí, aunque sin darse cuenta. De este modo, España es el país de los horrores, el peor de los espantajos imaginables, un país atrasado, antidemocrático, entre africano y turco, capaz de poner en práctica actitudes opresivas y dictatoriales que aplastan el legítimo anhelo de libertad de un pueblo. Obviamente, semejante espantajo no existe más que en la imaginación trastornada de esos líderes y en la de muchos de sus incautos seguidores, buena parte de ellos llegados en aluvión a esa ideología como consecuencia de su descontento coyuntural, hijo de la Gran Recesión.

Si examinamos los hechos, también a la luz de la experiencia histórica –lo que sabemos que ha ocurrido en nuestro país en un pasado reciente y aun más lejano–, observamos que lo que los líderes independentistas reprochan a España es parte, efectivamente, de la historia de España, en el peor de los sentidos de esta misma. Pero ya no es la España moderna y democrática la que valida esas conductas, precisamente porque una de las más formidables virtualidades de la democracia española –sí, la que surge del milagro del 78– es haber dejado en la cuneta semejante oscuridad, muchos creíamos que para siempre, pero nos hemos llevado la desagradable sorpresa de que esa España aún perdura y late con fuerza en el corazón inconsciente de muchos españoles. ¿De quiénes?
Esta es la hipótesis que defiende este breve escrito: esa España negra, que tanto dolor de cabeza nos ha dado –el 23-F fue el más reciente ejemplo– ¡pervive en los enfebrecidos y trastornados independentistas catalanes! Son ellos los que han desenterrado a lo bestia ese cadáver que creíamos bien enterrado, en la más profunda fosa de la tierra, a donde no llegarían ni los más sofisticados sistemas de exploración subterránea. Son ellos precisamente esos españoles que dicen detestar por representar viejas y oscuras tradiciones. O sea, lo españoles trogloditas, aficionados a las más grotescas salidas de tono políticas –cómicas si no fueran tan dañinas y peligrosas– ¡son precisamente ellos!
¿Qué más español de la vieja España derrumbada por el constitucionalismo del 78 que esas maniobras en el Parlamento catalán de los días 6 y 7 de septiembre? Ver a la señora Forcadell tapar la boca a los parlamentarios de la oposición como lo hizo ¿de dónde procede ese comportamiento? Procede del terrible autoritarismo hispánico, de tan infausta memoria (al menos para los de mi edad). ¿Y qué decir de Puigdemont, Junqueras et alia, aplaudiendo a rabiar después de haber masacrado a la oposición, negándoles el más elemental derecho a la opinión y a la rectificación? ¿De dónde procede esa sucia oscuridad política? ¿De qué teoría liberadora? ¿De qué Arcadia catalana liberadora?
Surge, ni más ni menos, del oscuro demonio que dicen abominar esos trastornados líderes independentistas y ese demonio ya no forma parte de la noble democracia española que surge del 78 –con todos los defectos que queramos ver en ella– sino que forma parte de la España oscura que han asimilado esos líderes y a la que representan ahora, exactamente como pronosticaría Sigmund Freud. Han proyectado sobre la España democrática –que ha operado el milagro que ha operado– lo peor de la España negra que ellos representan, y que no pueden ver, porque están enfermos. La tradición del golpismo, por ejemplo, o la del fiero autoritarismo, o la de eliminación o aplastamiento del distinto o disidente, o la del pensamiento único e inapelable, o la de la propaganda sin cesar desde plataformas públicas…¿Dónde han aprendido todo eso? ¡En la España negra, sin duda! Ellos son ahora el último reducto de esa España. Son los más grotescos de los españoles, y los más cómicos también, si no fueran –como he dicho– los más dañinos y peligrosos.
Freud curaría esa enfermedad. ¿Cómo? Con largas sesiones de psicoanálisis. No tenemos tanto tiempo pero, aunque parezca increíble, la España moderna y democrática tiene que curar a esos españoles enfermos que son los independentistas enloquecidos catalanes y librarlos de su perversión, y no solo por ellos sino por el resto de los catalanes, que sufren a diario esa enfermedad –véase el impresionante artículo de Isabel Coixet en estas mismas páginas– y por el resto de los españoles que hemos hecho posible con esfuerzo y sudor y lágrimas –recordemos a la salvaje ETA y a sus salvajes seguidores– el milagro de la democracia española.

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