5 feb 2018

Homilía de la Misa de Inicio de Ministerio Episcopal como Arzobispo Primado de México

Homilía de la Misa de Inicio de Ministerio Episcopal como Arzobispo Primado de México
 Pronunciada este 5 de febrero en la Insigne y Nacional Basílica de Guadalupe.
Llevamos este tesoro en vasijas de barro.
Al celebrar al primer Santo y Mártir mexicano, San Felipe de Jesús, Patrono de esta Arquidiócesis de México, la liturgia presenta tres textos para fundamentar que la entrega generosa al servicio del Evangelio está destinada a trascender. Por ello la muerte, sea en cualquier edad, temprana, madura o anciana, para el discípulo de Cristo, es siempre el paso a la vida eterna.

Esta convicción fundamentada en la experiencia de la vida de Jesús, da a todas las situaciones humanas un sentido de plenitud en la trascendencia, como en efecto expresa el libro de la Sabiduría: Los insensatos pensaban que los justos habían muerto, que su salida de este mundo era una desgracia y su salida de entre nosotros una completa destrucción.
La comunidad de los discípulos de Cristo está llamada a entregar su vida y a ir muriendo para generar en los demás vida, como dice San Pablo: la muerte actúa en nosotros, y en ustedes la vida. Así una generación desaparece, entregando la vida a la siguiente generación.

En este dinamismo, fundamentado en la convicción de la resurrección de Cristo, estamos llamados a afrontar todo tipo de circunstancias, con fe y esperanza, para transformarlas en fuente de vida. Así expresa su experiencia San Pablo: Por eso sufrimos toda clase de pruebas, pero no nos angustiamos. Nos abruman las preocupaciones, pero no nos desesperamos. Nos vemos perseguidos, pero no desamparados; derribados, pero no vencidos.
Sin embargo antes ha dicho el Apóstol: Llevamos este tesoro en vasijas de barro, para que se vea que esta fuerza tan extraordinaria proviene de Dios y no de nosotros mismos.
La toma de conciencia del barro que somos, de nuestra constante fragilidad y muchas limitaciones, es el punto clave para descubrir las maravillas que hace Dios a través de nosotros en los demás, y la auténtica humildad que nos agiganta sin pretenderlo. Tenemos el testimonio del Papa Francisco, cómo desde el inicio de su Ministerio se presentó como pecador, necesitado de la oración y bendición del pueblo; yo también me uno a esa expresión de humildad y les pido desde este primer día, su ayuda y su oración.
Este es el fundamento de nuestra espiritualidad cristiana y la razón de nuestra esperanza, pase lo que pase. En este camino de entrega generosa en favor del prójimo encontramos la vida para nosotros y para los demás; como escuchábamos a Jesús en el Evangelio: el que pierda la vida por mi causa, ése la encontrará.
Les manifiesto mi deseo de seguir la recomendación que el Papa Francisco nos hizo en su vista Pastoral: Sean, por tanto, Obispos capaces de imitar esta libertad de Dios eligiendo cuanto es humilde para hacer visible la majestad de su rostro y de copiar esta paciencia divina en tejer, con el hilo fino de la humanidad que encuentren, aquel hombre nuevo que su país espera. No se dejen llevar por la vana búsqueda de cambiar de pueblo, como si el amor de Dios no tuviese bastante fuerza para cambiarlo.
Hoy nos abruman situaciones que violentan la justicia y la paz, agresiones que denigran nuestra condición de hermanos, y que fomentan una vida de confrontación, discriminación, de menosprecio a la dignidad humana, y que conducen a la angustia, a la tragedia y a la muerte.
Esto no lo queremos nosotros Pueblo de Dios, pero lo vivimos. Hoy más que antes, nos necesitamos para, a partir de la fe, de esta mirada de trascendencia y convicción de la eternidad, reconstruir el estilo de vida de nuestra sociedad, entregarnos generosamente y replantearnos, como generación del siglo XXI, el aporte y los proyectos pastorales y sociales, que necesitamos realizar para dejar a las nuevas generaciones una Ciudad humanizada y humanizante.
Los convoco a todos para afrontar los retos de nuestro tiempo, en comunión y coordinación, descubriendo juntos la tarea que corresponde a cada sector, mediante la escucha recíproca y la puesta en común, en camino sinodal, como lo está pidiendo el Papa Francisco.
Por eso les propongo como objetivo a todos los fieles en general, y a los hombres de buena voluntad asumir la indicación que nos dejó el Papa Francisco en su visita a la Catedral Metropolitana de México: Que las miradas de ustedes, reposadas siempre y solamente en Cristo, sean capaces de contribuir a la unidad de su Pueblo; de favorecer la reconciliación de sus diferencias y la integración de sus diversidades; de promover la solución de sus problemas endógenos; de recordar la medida alta, que México puede alcanzar si aprende a pertenecerse a sí mismo antes que a otros; de ayudar a encontrar soluciones compartidas y sostenibles para sus miserias; de motivar a la entera Nación a no contentarse con menos de cuanto se espera del modo mexicano de habitar el mundo.
Así nos prepararemos para los 500 años del Acontecimiento Guadalupano, y dispondremos nuestra Arquidiócesis, conforme al Proyecto Global 2031-2033, que en el seno de la Conferencia Episcopal, interpretando los signos de los tiempos y las orientaciones pastorales del Papa Francisco, intenta que lleguemos a ser una Iglesia capaz de dar testimonio, de la Misericordia de Dios Padre, de la vida eclesial en comunión y unidad, y de tejer bajo el ejemplo y el amparo de María de Guadalupe una sociedad fraterna y solidaria, que en Cristo genere vida digna para todos.
Hoy al iniciar mi ministerio como Arzobispo de esta Iglesia Primada de México les expreso mi confianza y mi gran esperanza que el Señor hará maravillas entre nosotros.
Mi oración a María de Guadalupe, nuestra querida madre, es que me acompañe siempre en la custodia de esta casa (y no me refiero simplemente a este Santuario) sino al hogar que ella quiere, al estilo de vida fraterna y solidaria de la gran familia de sus hijos que habitan en estas latitudes del Valle de México y sus confines.
Los invito a ponernos de pie, y mirar a María de Guadalupe para juntos saludarla e invocar su auxilio, diciendo: Dios te salve María, llena eres de gracia, el Señor es contigo, bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.


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