25 ago 2018

Discurso del papa Francisco al Primer Ministro y a las autoridades irlandesas,

El papa Francisco en Dublin/
Es su viaje apostólico número 24; viajó hasta allá con motivo del Encuentro Mundial de las Familias.
Durante el vuelo y como es tradición, el líder religioso envió un telegrama al Presidente de la República Italiana, Sergio Mattarela, en el que invoca “sobre la nación copiosos dones y sabiduría para continuar apreciando y custodiando el valor del matrimonio y de la familia”.
Durante el vuelo, saludó a los 70 periodistas que lo acompañarán a lo largo de esto fin de semana  y explicó que guarda un buen recuerdo de Irlanda porque estudió inglés durante tres meses allí. ....

Palabras del Papa en el avión
-Buenos días, Santo Padre, y gracias por este saludo. Hacemos un viaje corto pero intenso: un país pequeño pero un país importante que ha tenido tanta influencia en el mundo, tanto en la Iglesia como en el mundo. Tenemos 70 periodistas aquí, varios son de Irlanda, algunos irlandeses residentes en Roma que hacen el viaje con nosotros. Y debo decir que hay muchos esperando el viaje. Si quiere decir algo…., dijo Greg Burk, el vocero papal.
El papa  dio un mensaje, primero agradeció la compañía de los reporteros: 
“Gracias por venir. Será mi segunda Fiesta de Familias: la primera fue en Filadelfia, esta es la segunda. Y me gusta estar con las familias, estoy contento con este viaje. Y también otra motivo que me toca un poco el corazón: vuelvo a Irlanda después de 38 años, donde estuve casi tres meses para practicar inglés, en el año 1980. Y este es un hermoso recuerdo para mí también. Gracias por vuestro trabajo. Ahora me gustaría saludarles…
A su llegada, fue recibido por las autoridades del país, y por dos familias: una de refugiados y otra irlandesa que acoge a refugiados en su casa que le ofrecieron unas flores. 
Desde el aeropuerto, Francisco se trasladó hasta la residencia presidencial, donde tuvo lugar la ceremonia de bienvenida.
Más tarde, se reunió con ocho sobrevivientes de abusos sexuales; la reunión duró una hora y media.
En el primer discurso en Irlanda, además de abordar el motivo de su viaje, el papa Francisco se refirió a los abusos sexuales, al desafío de la migración y a la cultura del descarte que “nos ha hecho cada vez más indiferentes ante los miembros más indefensos de la familia humana”, incluso los no nacidos
La primera cita de Bergoglio fue en el Castillo de Dublín, sede de representación del gobierno irlandés. Allí dirigió su primer discurso a las autoridades del país, a la sociedad civil y al cuerpo diplomático, tras haber realizado su visita privada al Presidente de la República en el Palacio Presidencial.
Discurso del PapaFrancisco al Primer Ministro y a las autoridades irlandesas, hoy, 25 de agosto de 2018...
Taoiseach (Primer Ministro), 
Miembros del Gobierno y del Cuerpo Diplomático, 
Señoras y señores: 
Al comienzo de mi visita en Irlanda, agradezco la invitación para dirigirme a esta distinguida Asamblea, que representa la vida civil, cultural y religiosa del país, junto al Cuerpo diplomático y a los demás asistentes. Doy las gracias por la acogida amistosa que me ha dispensado el Presidente de Irlanda y que refleja la tradición de cordial hospitalidad por la que los irlandeses son conocidos en todo el mundo. Valoro además la presencia de una delegación de Irlanda del Norte. Agradezco, señor Primer Ministro, sus palabras.
Como sabéis, la razón de mi visita es la participación en el Encuentro Mundial de las Familias, que se realiza este año en Dublín. La Iglesia es efectivamente una familia de familias, y siente la necesidad de ayudar a las familias en sus esfuerzos para responder fielmente y con alegría a la vocación que Dios les ha dado en la sociedad. Este Encuentro es una oportunidad para las familias, no solo para que reafirmen su compromiso de fidelidad amorosa, de ayuda mutua y de respeto sagrado por el don divino de la vida en todas sus formas, sino también para que testimonien el papel único que ha tenido la familia en la educación de sus miembros y en el desarrollo de un sano y próspero tejido social. 
Me gusta considerar el Encuentro Mundial de las Familias como un testimonio profético del rico patrimonio de valores éticos y espirituales, que cada generación tiene la tarea de custodiar y proteger. No hace falta ser profetas para darse cuenta de las dificultades que las familias tienen que afrontar en la sociedad actual, que evoluciona rápidamente, o para preocuparse de los efectos que la quiebra del matrimonio y la vida familiar comportarán, inevitablemente y en todos los niveles, en el futuro de nuestras comunidades. La familia es el aglutinante de la sociedad; su bien no puede ser dado por supuesto, sino que debe ser promovido y custodiado con todos los medios oportunos. 
Es en la familia donde cada uno de nosotros ha dado los primeros pasos en la vida. Allí hemos aprendido a convivir en armonía, a controlar nuestros instintos egoístas, a reconciliar las diferencias y sobre todo a discernir y buscar aquellos valores que dan un auténtico sentido y plenitud a la vida. Si hablamos del mundo entero como de una única familia, es porque justamente reconocemos los nexos de la humanidad que nos unen e intuimos la llamada a la unidad y a la solidaridad, especialmente con respecto a los hermanos y hermanas más débiles. Sin embargo, nos sentimos a menudo impotentes ante el mal persistente del odio racial y étnico, ante los conflictos y violencias intrincadas, ante el desprecio por la dignidad humana y los derechos humanos fundamentales y ante la diferencia cada vez mayor entre ricos y pobres. Cuánto necesitamos recobrar, en cada ámbito de la vida política y social, el sentido de ser una verdadera familia de pueblos. Y de no perder nunca la esperanza y el ánimo de perseverar en el imperativo moral de ser constructores de paz, reconciliadores y protectores los unos de los otros. 
Aquí en Irlanda dicho desafío tiene una resonancia particular, cuando se considera el largo conflicto que ha separado a hermanos y hermanas que pertenecen a una única familia. Hace veinte años, la Comunidad internacional siguió con atención los acontecimientos de Irlanda del Norte, que llevaron a la firma del Acuerdo del Viernes Santo. 
El Gobierno irlandés, junto con los líderes políticos, religiosos y civiles de Irlanda del Norte y el Gobierno británico, y con el apoyo de otros líderes mundiales, dio vida a un contexto dinámico para la pacífica resolución de un conflicto que causó enormes sufrimientos en ambas partes. Podemos dar gracias por las dos décadas de paz que han seguido a ese Acuerdo histórico, mientras que manifestamos la firme esperanza de que el proceso de paz supere todos los obstáculos restantes y favorezca el nacimiento de un futuro de concordia, reconciliación y confianza mutua. 
El Evangelio nos recuerda que la verdadera paz es en definitiva un don de Dios; brota de los corazones sanados y reconciliados y se extiende hasta abrazar al mundo entero. Pero también requiere de nuestra parte una conversión constante, fuente de esos recursos espirituales necesarios para construir una sociedad realmente solidaria, justa y al servicio del bien común. Sin este fundamento espiritual, el ideal de una familia global de naciones corre el riesgo de convertirse solo en un lugar común vacío. 
¿Podemos decir que el objetivo de crear prosperidad económica conduce por sí mismo a un orden social más justo y ecuánime? 
¿No podría ser en cambio que el crecimiento de una “cultura del descarte” materialista, nos ha hecho cada vez más indiferentes ante los pobres y los miembros más indefensos de la familia humana, incluso de los no nacidos, privados del derecho a la vida? 
Quizás el desafío que más golpea nuestras conciencias en estos tiempos es la enorme crisis migratoria, que no parece disminuir y cuya solución exige sabiduría, amplitud de miras y una preocupación humanitaria que vaya más allá de decisiones políticas a corto plazo. 
Soy consciente de la condición de nuestros hermanos y hermanas más vulnerables —pienso especialmente en las mujeres que en el pasado han sufrido situaciones de particular dificultad y a los huérfanos de entonces—. 
Considerando la realidad de los más vulnerables, no puedo dejar de reconocer el grave escándalo causado en Irlanda por los abusos a menores por parte de miembros de la Iglesia encargados de protegerlos y educarlos. El fracaso de las autoridades eclesiásticas —obispos, superiores religiosos, sacerdotes y otros— al afrontar adecuadamente estos crímenes repugnantes ha suscitado justamente indignación y permanece como causa de sufrimiento y vergüenza para la comunidad católica. 
Yo mismo comparto estos sentimientos. Mi predecesor, el Papa Benedicto, no escatimó palabras para reconocer la gravedad de la situación y solicitar que fueran tomadas medidas «verdaderamente evangélicas, justas y eficaces» en respuesta a esta traición de confianza (cf. Carta pastoral a los Católicos de Irlanda, 10). Su intervención franca y decidida sirve todavía hoy de incentivo a los esfuerzos de las autoridades eclesiales para remediar los errores pasados y adoptar normas severas, para asegurarse de que no vuelvan a suceder. 
Cada niño es, en efecto, un regalo precioso de Dios que hay que custodiar, animar para que despliegue sus cualidades y llevar a la madurez espiritual y a la plenitud humana. La Iglesia en Irlanda ha tenido, en el pasado y en el presente, un papel de promoción del bien de los niños que no puede ser ocultado. Deseo que la gravedad de los escándalos de los abusos, que han hecho emerger las faltas de muchos, sirva para recalcar la importancia de la protección de los menores y de los adultos vulnerables por parte de toda la sociedad. En este sentido, todos somos conscientes de la urgente necesidad de ofrecer a los jóvenes un acompañamiento sabio y valores sanos para su camino de crecimiento. 
Queridos amigos: 
Hace casi noventa años, la Santa Sede estuvo entre las primeras instituciones internacionales que reconocieron el libre Estado de Irlanda. 
Aquella iniciativa señaló el principio de muchos años de armonía y colaboración solícita, con una única nube pasajera en el horizonte. Recientemente, gracias a un esfuerzo intenso y a la buena voluntad por ambas partes se ha llegado a un restablecimiento esperanzador de aquellas relaciones amistosas para el bien recíproco de todos. 
Los hilos de aquella historia se remontan a más de mil quinientos años atrás, cuando el mensaje cristiano, predicado por Paladio y Patricio, echó sus raíces en Irlanda y se volvió parte integrante de la vida y la cultura irlandesa. Muchos “santos y estudiosos” se sintieron inspirados a dejar estas costas y llevar la nueva fe a otras tierras. Todavía hoy, los nombres de Columba, Columbano, Brígida, Galo, Killian, Brendan y muchos otros son honrados en Europa y en otros lugares. En esta isla el monacato, fuente de civilización y creatividad artística, escribió una espléndida página de la historia de Irlanda y del mundo. 
Hoy, como en el pasado, hombres y mujeres que habitan este país se esfuerzan por enriquecer la vida de la nación con la sabiduría nacida de la fe. Incluso en las horas más oscuras de Irlanda, ellos han encontrado en la fe la fuente de aquella valentía y aquel compromiso que son indispensables para forjar un futuro de libertad y dignidad, justicia y solidaridad. El mensaje cristiano ha sido parte integrante de tal experiencia y ha dado forma al lenguaje, al pensamiento y a la cultura de la gente de esta isla. 
Rezo para que Irlanda, mientras escucha la polifonía de la discusión político-social contemporánea, no olvide las vibrantes melodías del mensaje cristiano que la han sustentado en el pasado y puedan seguir haciéndolo en el futuro. 
Con este pensamiento, invoco cordialmente sobre vosotros y sobre todo el querido pueblo irlandés bendiciones divinas de sabiduría, alegría y paz. 
Gracias. 


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