EU y China están atascados en un juego de culpas absolutamente contraproducente. El presidente norteamericano, Trump, ha insistido en llamar al COVID-19 el “virus chino”, alimentando la xenofobia e impidiendo el progreso; algunos funcionarios chinos han promovido la teoría conspirativa de que el ejército norteamericano llevó el virus a China.
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Una respuesta coordinada para el COVID-19/ Lee Jong-Wha, Professor of Economics and Director of the Asiatic Research Institute at Korea University, was a senior adviser for international economic affairs to former President Lee Myung-bak of South Korea. His most recent book, co-authored with Harvard’s Robert J. Barro, is Education Matters: Global Schooling Gains from the 19th to the 21st Century.
Project Syndicate, Sábado, 28/Mar/2020;
En apenas pocos meses, el coronavirus COVID-19 ha cubierto al mundo, infectando a 435.000 personas, matando a más de 19.000 y haciendo colapsar los sistemas sanitarios inclusive de las economías avanzadas. Una vez que la crisis llegue a los países vulnerables de bajos ingresos, los costos humanos y económicos ya elevados aumentarán aún más –para todo el mundo-. La única posibilidad que tenemos de limitar las consecuencias es trabajar en conjunto.
Cuando se conoció la noticia de que en China había aparecido un nuevo coronavirus, muchos supusieron que la trayectoria del brote se parecería a la del último coronavirus nacido en China, el síndrome respiratorio agudo severo. Pero el brote de SARS de 2002-03 duró apenas seis meses, y afectó a 26 países solamente.
Así, las consecuencias económicas de aquel brote –que afectaron principalmente al sector de servicios- tuvieron una vida corta y se concentraron principalmente en China, aunque las economías vecinas se vieron afectadas a través del comercio y las finanzas. Cuando el brote terminó, la economía china se recuperó rápidamente, mediante una expansión fiscal y monetaria que sustentó un rebote del consumo y la inversión.
El COVID-19, en cambio, ya se ha propagado a más de 170 países, alterando las cadenas de valor, impidiendo la movilidad de los trabajadores, aumentando los costos de producción y debilitando la demanda. En China, la inversión fija, la producción industrial y las ventas minoristas cayeron a una tasa anual de dos dígitos en los primeros dos meses del año. Estados Unidos y muchas economías europeas también están sufriendo. El mercado bursátil de Estados Unidos acaba de enfrentar su peor semana desde 2008; por cierto, la agitación de los mercados a nivel global evoca la crisis financiera global de hace 12 años.
La OCDE hoy pronostica una caída de 1,5 punto porcentual del crecimiento del PIB global este año, aunque los puntos específicos dependen de cuánto tiempo dure el brote. Si el virus se puede contener en el próximo mes, la economía podría rebotar para fines de 2020. Si no, las consecuencias económicas podrían ser catastróficas. En el peor escenario, el mundo enfrentaría una contracción similar a la de 2009.
Pero esto no significa que los gobiernos no tengan la capacidad de limitar las consecuencias de la pandemia. El problema es que, hasta el momento, han implementado medidas egocentristas, muchas de las cuales han resultado ineficientes o excesivas. Las prohibiciones de viajes unilaterales han generado caos. El alivio monetario –incluido el anuncio de la Reserva Federal de Estados Unidos de que recortaría las tasas de política casi a cero y reanudaría el alivio cuantitativo- ha hecho poco para tranquilizar a los inversores.
Los gobiernos también están implementando varias medidas fiscales, entre ellas recortes tributarios y subsidios. Una acción fiscal de mayor escala vendrá después, y sus efectos –tanto en el corto como en el largo plazo- son inciertos.
En verdad, muchas economías tienen menos margen para una política fiscal y monetaria expansionista del que tuvieron después de la crisis económica global. Las tasas de interés de política en Europa y Japón ya son negativas. Y la mayoría de las economías avanzadas tienen poco espacio fiscal.
En cualquier caso, las medidas unilaterales nunca serían suficientes para proteger a una economía global profundamente interconectada, mucho menos para combatir un virus que no respeta fronteras. Por el contrario, los líderes de todas las economías importantes deberían trabajar en conjunto para diseñar una estrategia integral que incluya una acción a nivel nacional multilateral y coordinada.
Luego de la crisis financiera global de 2008, los líderes del G20 acordaron coordinar políticas monetarias y fiscales –entre ellas recortes de las tasas de interés, alivio cuantitativo y medidas de gasto equivalentes al 5,5% del PIB en 2009 y 2010- y rechazaron el proteccionismo comercial. Junto con las reformas de amplio alcance destinadas a salvaguardar al sistema financiero global, estas medidas desempeñaron un papel crucial para salvar a la economía mundial.
Hoy, los gobiernos –especialmente de las economías del G20- deberían adoptar una estrategia similar. Por supuesto, dada la falta de munición fiscal y monetaria, los detalles tendrán que ser diferentes. Pero una respuesta conjunta coordinada –que incluya medidas fiscales, financieras y comerciales- sigue siendo vital.
Es más, en una pandemia, la política económica no basta; también se necesitan acciones relacionadas con la salud. Las prohibiciones de viajes unilaterales deberían evitarse en favor de respuestas cooperadoras, que incluyan un intercambio de información y coordinación en el desarrollo y suministro de vacunas y tratamientos. Deben protegerse los sistemas de salud pública.
La cooperación es beneficiosa para todos. Sin embargo, en un momento de creciente nacionalismo, liderazgo político débil y tensiones políticas y económicas en aumento entre las dos principales economías del mundo, una acción internacional efectiva está demostrando ser difícil. Estados Unidos y China, por ejemplo, están atascados en un juego de culpas absolutamente contraproducente. El presidente norteamericano, Donald Trump, ha insistido en llamar al COVID-19 el “virus chino”, alimentando la xenofobia e impidiendo el progreso. Algunos funcionarios chinos han promovido la teoría conspirativa de que el ejército norteamericano llevó el virus a China.
Esta estrategia puede utilizarse para justificar las restricciones económicamente perjudiciales a los flujos transfronterizos de bienes y personas. Pero la realidad inevitable es que ningún país puede manejar esta pandemia por sí solo. Como hemos visto en todas las crisis globales pasadas, una coordinación de políticas efectiva es la única manera de limitar los efectos de derrame transfronterizos y de proteger los flujos comerciales y financieros.
Hay algunos motivos para estar esperanzado. Los líderes del G7 han prometido utilizar medidas fiscales y monetarias “apropiadas” para responder a la pandemia y restablecer el crecimiento. Pero el G20, en cooperación con organizaciones internacionales, sería una plataforma mejor –y con mejores recursos- para planificar una respuesta coordinada.
La inminente cumbre virtual del G20 es la oportunidad ideal para empezar. Los líderes deberían compartir información y experiencias de China, Corea del Sur y Europa; acordar colaborar en el desarrollo de métodos de diagnóstico y terapéuticos; y establecer los pilares de la coordinación de políticas económicas. En todo este proceso, el G20 debería tener en mente la necesidad de prepararse para la próxima crisis.
En esta era de interdependencia, la única manera de ayudarnos es ayudándonos mutuamente. A falta de una vacuna, la cooperación internacional es nuestra mejor arma contra un virus letal –y nuestra mejor defensa contra el colapso económico global...
Ego sum qui sum; analista político, un soñador enamorado de la vida y aficionado a la poesía.
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