18 sept 2020

Putin es el responsable último

Putin es el responsable último/ Nina L. Khrushcheva, es professor of International Affairs at The New School, is a senior fellow at the World Policy Institute. Her latest book (with Jeffrey Tayler) is In Putin’s Footsteps: Searching for the Soul of an Empire Across Russia’s Eleven Time Zones

Traducido del inglés por David Meléndez Tormen.

Project Syndicate, Viernes, 18/Sep/2020;


Los expertos médicos alemanes, franceses y suecos concuerdan en que Alexei Navalny, el crítico local de más alto perfil del Presidente ruso Vladimir Putin y fundador de la Fundación Anticorrupción, fue envenenado con el agente nervioso Novichok. Sobrevivió. Es posible que no haya sido así con la relación ruso-germana, y eso no necesariamente sería una mala noticia.
Recalcando la importancia de tomar “una posición clara”, la Canciller alemana Angela Merkel declaró que Navalny “fue víctima de un crimen que pretendía silenciarlo”. En su opinión, el caso plantea “preguntas muy serias” que “solo el gobierno ruso” puede –y debe- responder. “El mundo estará a la espera de una respuesta”, afirmó.
Merkel ha llamado a las autoridades rusas a iniciar una investigación independiente y transparente sobre el caso. La Unión Europea y el Reino Unido se han sumado. Si una investigación así expusiera al estado ruso como culpable, la Comisión Europea sugiere que eso ameritaría nuevas sanciones. Después de todo, según la Organización para la Prohibición de Armas Químicas, el envenenamiento se puede calificar como uso de un arma prohibida.
No es la primera vez que el gobierno ruso se ha visto implicado en el uso de Novichok contra supuestos enemigos de Putin. En 2018, el ex doble agente ruso Sergei Skripal y Yulia, su hija, fueron envenenados en suelo británico. Ambos sobrevivieron y viven en la clandestinidad.
El Kremlin niega vehementemente su implicación en ninguno de los dos casos. Sobre el envenenamiento de Navalny, el vocero oficial Dmitry Peskov insiste en que “no hay pruebas para acusar al estado ruso”. Por su parte, Sergei Naryshkin, jefe de la agencia de inteligencia exterior rusa, fue más allá, argumentando que las agencias de inteligencia occidentales pueden haber orquestado el envenenamiento para desacreditar a Rusia.
Si bien la narrativa de Naryshkin es bastante improbable, tiene razón en un aspecto: el ataque a Navalny le hace a Rusia más mal que bien. La decisión de envenenar a un opositor político de alto perfil inmediatamente antes de las elecciones –nada menos que con un agente nervioso desarrollado en la época soviética- desafía a la lógica política. Y su falta de oportunidad, con las protestas frescas contra el fraude en las presidenciales de la vecina Bielorrusia, parece particularmente extraña.
Más todavía, la respuesta inicial del Kremlin al envenenamiento de Navalny fue bastante confusa. ¿No deberían las autoridades tener una coartada sólida antes de ordenar el ataque? Si el estado ruso realmente estaba implicado, como afirman los alemanes, la trama parece haber sido un fracaso espectacular.
Por largo tiempo se ha presentado a Putin como una especie de Darth Vader de la política mundial, capaz de interferir en las elecciones estadounidenses, organizar protestas en Francia, azuzar el Brexit y apoyar a dictaduras como la de Bashar al-Assad en Siria. Ex agente de la KGB, es una persona con conocimientos, perspicacia y habilidades estratégicas. Entonces, ¿por qué no se las pudo arreglar para asesinar a los Skripals o a Navalny? ¿Y por qué Rusia habría de enviar a Navalny a Alemania, donde se pudo detectar rápidamente la presencia de Novichok?
Ahora Putin enfrenta una oleada internacional de indignación y la amenaza de sanciones, incluida la potencial cancelación de proyectos lucrativos como el gasoducto Nord Stream 2 a Alemania. Frente a ello, no merecía la pena envenenar a Navalny. De hecho, el ataque parece una táctica de relaciones públicas antirrusa de efecto máximo, más que una siniestra trama originada en el Kremlin.
Sin embargo, si se sospecha como cierta la noción de que Putin ordenó directamente el ataque, la acusación de que los agentes de inteligencia occidentales la orquestaron lo es aún más. A diferencia de sus contrapartes rusos, es improbable que los científicos alemanes o suecos pudieran ser convencidos de fingir que encontraron Novichok en el cuerpo de Navalny.
Una explicación más plausible se podría encontrar en el sistema político de Rusia, en que los siloviki (aliados políticos de Putin) sustentan su base de poder en el aparato de seguridad. Puede que algunos funcionarios hayan supuesto que Putin quería silenciar a Navalny antes de las elecciones locales, mientras que otros podrían haber resultado acusados por sus investigaciones anticorrupción.
En Rusia, todo tipo de bienes y servicios (incluidos agentes nerviosos de calidad militar) se transan en el mercado negro. Y los siloviki deben sus cargos a la lealtad, no a ser competentes. Cualquiera de ellos puede haber caído en la insensatez de creer que envenenar a Navalny era una buena idea. Un par puede haber bastado para pasar a los hechos.
Otros envenenamientos fallidos, como los de Vladimir Kara-Murza, periodista y coordinador de la organización Rusia Abierta de Mijail Jodorkovski, en 2015 y 2017, y el de Piotr Verzilov, editor de MediaZona, un sitio noticioso que publica crónicas de los abusos en el sistema judicial ruso, en 2018, pueden tener orígenes similares. Lo mismo puede decirse de la muerte en 2006 de Alexander Litvinenko, ex oficial de la KGB que a menudo criticaba a los servicios de seguridad rusos.
Al igual que el de Navalny, estos ataques han resultado ser contraproducentes. En 2004, Anna Politkovskaya, columnista del periódico liberal Novaya Gazeta, enfermó de toxinas introducidas en un avión que viajaba desde Moscú a Beslán. Sobrevivió, pero fue asesinada dos años después en el ascensor de su edificio. Como observara Putin en ese entonces, su “muerte provocó más daños a la imagen de Rusia que sus reportajes”.
Esto no quiere absolver al Kremlin de cualquiera de estos ataques. Los haya ordenado Putin o no, él ha sido quien creó el sistema que permitió que ocurrieran: ineficaz, impune y fácil de desestabilizar por actores que actúan por su cuenta.
La muerte de Navalny podría haber sido algo que deseara el amo del Kremlin, y agradar al amo es el máximo objetivo de los siloviki. En un sistema inestable que gira alrededor de Putin, hay pocas opciones legítimas para asegurar la estabilidad. E incluso si sus esfuerzos por saldar rencillas personales y políticas fracasan, no se les castigará. Siempre pueden aducir que intentaban defender los intereses del presidente.
Es improbable que aquellos que hoy acusan al Kremlin por el envenenamiento encuentren pruebas irrefutables. No importa: en última instancia, el Kremlin es culpable. Los países de Occidente deberían ser consistentes y estar unidos para que rinda cuentas, incluso si eso significa sanciones u otras medidas que vayan contra sus propios intereses económicos.
Putin creó un sistema que lo pone en el centro. En Rusia, allí es donde hay que buscar las responsabilidades, o las culpas.


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