29 jun 2021

La muerte de la libertad de prensa en Hong Kong

La muerte de la libertad de prensa en Hong Kong/Ian Buruma is the author of numerous books, including Murder in Amsterdam: The Death of Theo Van Gogh and the Limits of Tolerance, Year Zero: A History of 1945, A Tokyo Romance: A Memoir, and, most recently, The Churchill Complex: The Curse of Being Special, From Winston and FDR to Trump and Brexit. 

Traducción: Esteban Flamini.

Project Syndicate, Lunes, 28/Jun/2021

Bertha Wang/AFP via Getty Images

El periódico hongkonés Apple Daily ha sido obligado a cerrar. El día del cierre, la gente hizo fila para comprar un último ejemplar; se imprimió un millón. El destino de la publicación estaba sellado desde el año pasado, cuando el gobierno comunista de China impuso a Hong Kong una dura Ley de Seguridad Nacional. La policía allanó sus oficinas; amenazaron con violencia a sus periodistas; inmovilizaron sus activos, de modo que ya no pudo pagar salarios. Arrestaron a varios directivos y al editorialista.

Al periódico se lo acusó del delito de «confabulación con potencias extranjeras», o como expresó rudamente el ex jefe del ejecutivo hongkonés, C. Y. Leung, «confabulación con escoria de países extranjeros». Pero el delito real fue una cobertura sumamente crítica del Partido Comunista de China, del gobierno de Hong Kong y de políticos y magnates locales corruptos, desde que Jimmy Lai fundó el periódico en 1995.

Lai mismo ya lleva casi un año en prisión, acusado de fraude, confabulación con potencias extranjeras y participación en manifestaciones ilegales. En teoría pueden encerrarlo de por vida.

Lai y su periódico no encajan bien con el ideal cultivado del activismo progresista. El Apple Daily es en parte un tabloide sensacionalista lleno de notas sobre transgresiones sexuales de estrellas del cine y otras figuras locales, chismes picantes y búsqueda de trapos sucios en general. En la mayoría de las democracias liberales a esta clase de publicaciones se las considera el precio desafortunado del derecho a la libre expresión. Por ejemplo, la prensa tabloide británica no es ni progresista, ni cultivada ni principista.

Pero el Apple Daily era principista, a su manera. Es verdad que su tono era populista y no siempre civilizado. Cierta vez comparó con «langostas» a la gente que se mudaba de China continental a Hong Kong con la intención de participar de sus riquezas. Pero también ofrecía una de las coberturas políticas más agudas de Asia, y muchas veces fue la única publicación en Hong Kong puesta a exponer y analizar en forma permanente ilícitos financieros o políticos.

Lai es una figura fascinante y complicada. Admirador declarado de Donald Trump y converso católico devoto, tiene ideas bastante estridentes sobre la superioridad de la civilización occidental cristiana respecto de la china, a la que adjudica una naturaleza tiránica. Una opinión que en China no es infrecuente entre activistas políticos cristianos, pero que tiende a recibir más apoyo de la extrema derecha en Occidente que de los liberales.

Podría decirse sin embargo que detrás de las apariencias hay otra persona. Lai huyó de China en 1959 a la edad de doce años, y en menos de treinta pasó de ser un niño empleado en una fábrica de indumentaria a convertirse en un magnate de la industria textil, dueño de una marca de jeans (Giordano) que se vendían muy bien en toda China y en otras partes de Asia. Llegó a ser un hombre muy rico.

Pero su vida dio un vuelco tras la violenta represión de las manifestaciones prodemocracia de 1989 en China. Lai se puso del lado de los estudiantes que ocupaban la plaza Tiananmen, a quienes envió camisetas de regalo. Cuando el ejército, a las órdenes del gobierno, aplastó las protestas y mató a miles de manifestantes, Lai se convirtió en un opositor abierto al régimen comunista. Vendió su empresa de indumentaria (que de todas maneras estaba amenazada de cierre en China) y fundó una revista llamada Next, a la que siguió el Apple Daily. «Para mí, la información es libertad», decía.

De la pluma de Lai salieron artículos que calificaban a Li Peng (líder de la violenta represión de 1989) de «idiota» y de «hijo de un huevo de tortuga» (un insulto particularmente fuerte en China continental). Se rumoreaba que tras la ejecución del padre de Li lo había adoptado Zhou Enlai (una afirmación que Li negaba), de modo que poner en duda su filiación era una afrenta particularmente hiriente. El gobierno chino tildó a Lai de «traidor», «mano negra», «manzana podrida», etc.; y consideró que su apoyo a políticos y activistas democráticos en Hong Kong y sus intentos de mantener viva la memoria de 1989 sentaban un ejemplo peligroso.

Que un magnate hongkonés desafiara al gobierno comunista y apoyara la democracia no era un hecho común; en general la clase empresarial de la isla optaba por el silencio o se esforzaba por agradar y aplacar al gobierno en Beijing. Las empresas locales dejaron de anunciar en sus publicaciones, y en los periódicos hongkoneses prochinos salían caricaturas que lo retrataban como un monstruo envuelto en la bandera estadounidense.

Su integridad física corría riesgo. Su casa en Hong Kong fue blanco de un ataque incendiario, y le dejaban machetes en la entrada a modo de amenaza. Estaba bajo constante vigilancia y lo seguían a todas partes.

Pero nunca se rindió. Año tras año conmemoraba la Masacre de Plaza Tiananmen. Iba a las marchas prodemocracia. Viajó al Reino Unido y a Estados Unidos para pedir apoyo a la continuidad de las libertades de Hong Kong. Aunque lo ridiculizaron por reunirse con el vicepresidente estadounidense Mike Pence durante el gobierno de Trump, también fue a ver a la presidenta demócrata de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi. Y su tabloide, con su particular mezcla de escándalo, chismerío y análisis político serio, era la voz indispensable de la libertad de prensa en Hong Kong.

Ahora esa voz ha sido silenciada, y a Lai lo encarcelaron, igual que a otros que trataron de proteger el derecho de la ciudadanía hongkonesa a hablar y escribir con libertad, a vivir bajo el Estado de Derecho y a votar por un gobierno autónomo propio. Personas que a pesar de sus muy diversas orientaciones políticas (el venerable abogado Martin Lee, un demócrata liberal moderado; Joshua Wong, joven agitador de izquierda; Lai, cristiano, conservador, anticomunista y admirador de Trump) se mantienen unidas. Porque cuando la libertad está bajo asedio, no hay lugar para el narcisismo de las pequeñas diferencias, que está destruyendo la política liberal en países donde la gente cree que es posible dar la democracia por sentada.


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