28 nov 2022

Crónica de Arturo Cano, reportero de La Jornada

Al clásico es un honor estar con Obrador se sumó el grito acarreados de corazón

Arturo Cano, reportero


Periódico La Jornada, lunes 28 de noviembre de 2022 , p. 5

No era uno, sino varios ríos que fluían de un lado a otro, a veces al parecer sin dirección definida. Alrededor de las 9:30, varios contingentes caminaban rumbo al Ángel de la Independencia, en busca de un sitio para avanzar hacia el Zócalo. Sus integrantes no tenían idea de que poco antes había pasado por ahí, frente a la embajada de Estados Unidos, el convocante de la marcha más nutrida de los últimos tiempos. Más que una marcha, en realidad una parada que llenó el Paseo de la Reforma, la avenida Juárez, el Zócalo y sus inmediaciones.

“¡Es un honor estar con Obrador!” La consigna se repitió al infinito, a falta de temas más concretos para convertirlos en estandarte.

La mayor parte de las personas que esperaban frente a la embajada no pudo ver al Presidente. Vio remolinos, empujones, secretarios de Estado y legisladores que trataban de no terminar apachurrados.

La caminata duraría algo más de cinco horas, el tiempo que tarda un corredor promedio en terminar un maratón. Y en el centro de esos ríos iba Andrés Manuel López Obrador (Infinito, como le llaman en clave policial, había arribado pasaditas las nueve de la mañana por la calle de Estocolmo).

Se llenaron los dos sentidos del Paseo de la Reforma y las laterales. Pero había grupos que avanzaban también por las calles adyacentes. En una de esas calles, entre multitudes y camiones estacionados, el Metro seguía vaciándose en las estaciones cercanas.

Era la hora de la chacota de los grupos organizados, lo que antaño se conocía como acarreo y que se vio en esta marcha igual que en la manifestación pro INE de la semana pasada.

“¿Y cuál de los 7 mil camiones blancos es el nuestro?”, gritó un hombre, y sus compañeros estallaron en carcajadas.

Más adelante, un cartel descansaba a los pies de otro hombre: tenía una imagen del presidente López Obrador con lentes negros y la leyenda “no vine por mi torta, ¡vine por mis huevos!”

A juzgar por los muchos letreros hechos a mano, con plumones y cartulinas, es decir, improvisados por los marchistas, la acusación de “marcha de acarreados” pegó fuerte. “Soy acarreada de corazón”, se leía las cartulinas de unas muchachas.

Mientras la marcha seguía su lento avance, entre tambores, bailes folclóricos y bandas de música, aparecían consignas renovadas: “¡No somos uno, no somos cien, pinches riquillos, cuéntennos bien!”

Una suma de multitudes unida por dos gritos, quizá los más repetidos: el clásico “es un honor estar con Obrador” y “acarreados de corazón”.

La larga, lenta, marcha de Andrés Manuel López Obrador fue vaciando el Zócalo. Desde antes de que llegara el Presidente, los ríos comenzaron a fluir en sentido contrario: “Ya ni lo intenten, está imposible”, decían a quienes avanzaban hacia la plaza mayor.

Así, al comenzar el discurso presidencial, algunas porciones de la plaza estaban vacías, sin contar el trozo ocupado por los maestros guerrerenses. Muchos optaron por esperar el mensaje frente a las pantallas gigantes colocadas en diversos puntos.

“Ya nos hacía falta una marcha”, suspiró un hombre mayor que viajó desde Culiacán.

–¿Para qué?

–Para defender al Presidente.

–¿De qué hay que defenderlo?

–De la oligarquía –respondió de botepronto, y pasó a hacer una lista de “adversarios” que fue de empresarios a periodistas.

–Las oposiciones dicen que la gente aquí es acarreada –se dijo a una joven que se tomaba fotos.

–Nosotros no, para nada. Somos seguidoras de sus ideales porque los demuestra con hechos –aseguró Verena Molina, maestra de Izúcar de Matamoros, quien no vino en el contingente del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (hasta un mitin en el Hemiciclo a Juárez improvisó su líder, Alfonso Cepeda), sino con sus amigas.

Metió su cuchara Gabino Aguilar, comerciante de la alcaldía Gustavo A. Madero, quien aceptó que a él le facilitaron el transporte. “Pero nunca nos condicionaron nada, nomás aceptamos el aventón”.

“A nosotros nadie nos dio un peso”, se sumó la pareja queretana formada por Pedro Guerrero y Claudia Ramos.

–Sus críticos dicen que el Presidente está destruyendo la democracia.

–¿Cuál democracia? ¿Había democracia? Ahora la estamos haciendo –respondió Aguilar.

Los suspirantes

Los tres suspirantes a la candidatura presidencial se habían tomado la selfi en el arranque de la marcha, pero en el camino Marcelo Ebrard se apartó y Adán Augusto López tuvo que caminar detrás de López Obrador y Claudia Sheinbaum. “¡Presidenta!”, “¡presidente!”, gritaban a su paso, según las preferencias.

“¡Presidente Noroña!”, le gritaron también al diputado del PT, que se dejaba apapachar.

Una mujer que vio la escena le dijo a su pareja: “¿Ves por qué todos creen que pueden ser?”

Había para todos. Según su nivel de exposición eran celebradas o celebrados los integrantes del gabinete que llegaron desperdigados al Zócalo.

Sobre advertencia no hubo engaño. El Presidente había anticipado un discurso largo, y cumplió al informar de “110 acciones y logros”. La mayor parte del mensaje fue una reiteración de datos, afirmaciones, anuncios ya conocidos por las conferencias matutinas.

Las personas que seguían desde las pantallas celebraban, igual que las presentes en el Zócalo, los datos conocidos, las obras muchas veces informadas, los “logros de la 4T”.

Las reacciones de los asistentes remitían a lo que López Obrador entiende como “pedagogía política”. Por ejemplo, si hablaba de un tema árido, la refinería Deer Park en Texas, la gente hacía exclamaciones de aprobación y terminaba en ovación.

Mientras hablaba el Presidente, dos mujeres sostenían un cartel muy grande que resumía el ánimo de los asistentes: “Escucha bien, derecha transa, esta marcha no es venganza”; “No somos acarreados/ no somos chayoteros/ no somos iguales/ bola de rateros”.

Una semana atrás, la oposición lanzó el reto de la calle. El obradorismo respondió, como era de esperarse, en un terreno en el que se mueve como pez en el agua (aunque la República de Twitter halle consuelo en las fotos de un Zócalo con huecos).

En el remate del día de la larga marcha, el presidente López Obrador puso a girar a los teóricos de la 4T con su idea de nombrar “humanismo mexicano” a su propuesta política. Un concepto, dijo, que resuma “la grandeza de nuestra cultura” y nuestra “excepcional y fecunda historia política”.

Hacia fuera, el reto de la calle estaba resuelto. Hacia adentro, decían los enterados, López Obrador afianza el control de su sucesión.

El camino a 2024, sin embargo, es todavía más largo que la marcha de este domingo.


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