1 ene 2023

El viaje de Benedicto XVI, de teólogo a místico

 El viaje de Benedicto XVI, de teólogo a místico/ Armando Pego Puigbó es catedrático de Humanidades en La Salle-Universitat Ramón Llull y autor de Poética del monasterio.

El Español, Domingo, 01/Ene/2023 

Los dos últimos papas monjes de la Iglesia Católica remontan a la primera mitad del siglo XIX: el benedictino Pío VII, que coronó emperador a Napoleón, y el camaldulense Gregorio XVI. Desde entonces los vicarios de Cristo en la Iglesia Católica hasta el jesuita Francisco han sido sacerdotes diocesanos.

No obstante, desde su proclamación como Benedicto XVI (2005), con cuyo nombre honraba a S. Benito de Nursia, padre del monacato occidental, podría decirse que hasta su muerte Joseph Ratzinger ha introducido en el ministerio petrino actual una clave monástica que ha fascinado tanto como desconcertado.

No debiera considerarse circunstancial ni dictado por equilibrios de política interna que, tras su renuncia en 2013, Benedicto XVI decidiese vivir en un retiro casi monacal en su vivienda Mater Ecclesiae dentro de los muros vaticanos. En el progresivo silencio a que se entregó brilla la vocación de un intelectual llamado simultáneamente a convertirse en un callado orante.

Bajo las responsabilidades de catedrático universitario, de arzobispo, de Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe y de Papa y hasta de Papa emérito, la significación histórica de su monumental obra, que ocupa más de doce volúmenes, deberá seguir estudiándose como respuesta a la misión cristiana del estudio cuya única meta, también a través de sus responsabilidades de gobierno, ha sido la contemplación del misterio de Dios.

Nacido en 1927 en la población bávara de Marktl am Inn, Joseph Aloisius Ratzinger ha vivido casi un siglo entero de extraordinarios avances y de extremas convulsiones. Tras su alistamiento adolescente en el ejército alemán durante la II Guerra Mundial, periodo sobre el que se quiso hacer pesar la sombra infundada del nazismo, llegó en los años 50 su etapa de seminarista aventajado y joven sacerdote de brillante carrera académica.

Promesa del progresismo eclesial durante la época del Concilio Vaticano II, fue por un breve periodo obispo de Múnich durante los 70, antes de ser llamado a Roma. Con motivo de las tensiones con la teología de la liberación, especialmente con Leonardo Boff, durante el cuarto de siglo del pontificado de Juan Pablo II se creó en torno a él la imagen del Panzer Cardinal que custodiaba inflexible la ortodoxia.

De repente, en el mundo post-11S se convirtió en el Papa de sonrisa tímida que conoció la miel de los entusiasmos en las Jornadas Mundiales de la Juventud y la hiel de los escándalos sexuales y económicos que han azotado a la Iglesia en este primer cuarto de siglo XXI.

Del autor de Introducción al cristianismo (1968), una de las obras que ha dejado una huella más honda en las sucesivas generaciones del posconcilio, se ha resaltado sobre todo sus aportaciones en torno a las relaciones entre fe y razón, con sus momentos mediáticos culminantes en el diálogo entablado con el filósofo laico Jürgen Habermas en 2004 y la polémica suscitada con el Islam por el discurso de Ratisbona en 2006.

Es sin duda esta apertura al diálogo con distintas tradiciones intelectuales y religiosas una faceta esencial de la trayectoria de Ratzinger, como lo demuestran el exitoso libro-entrevista de La sal de la tierra (1996) o la sincera voluntad ecuménica que animaba Fe, verdad y tolerancia (2003), por citar algunos de los libros más conocidos por el gran público.

Sin embargo, con la insistencia en destacar esta parte de su obra más comprometida en la crítica de los elementos intelectuales de la postmodernidad que han provocado en las sociedades occidentales la creación de nuevos proyectos antropológicos por las denominadas ingenierías sociales, se corre el riesgo de acotar la riqueza de la personalidad de Ratzinger al horizonte que marcaron las encíclicas de S. Juan Pablo II Veritatis Splendor (1993) o Fides et ratio (1998).

Porque existe otro Ratzinger complementario que no corresponde a esa imagen trucada de némesis conservadora de Hans Küng que durante decenios los medios de comunicación han difundido sin descanso. Más cercana a esa clausura interior que la voluminosa biografía reciente de Peter Seewald ha intentado esbozar —la de un sacerdote que entiende in persona Christi como una progresiva desaparición de sí mismo para transparentar más eficazmente a quien representa— ayuda a matizar y precisar los rasgos del último de los grandes teólogos del siglo XX.

Podría calificarse de escatológico ese aspecto decisivo del pensamiento ratzingeriano. Una espera inacabable y confiada en que la historia tiene un fin cierto por la alegría de la fe en la Resurrección de Cristo, cuyo sentido amoroso exige al cristiano combatir el misterio del mal y del sufrimiento que sigue clavando aquí y ahora al Hombre en la Cruz.

Al final de Luz en el mundo (2010) Benedicto XVI recordaba con palabras de S. Bernardo de Claraval, el impulsor de la orden monástica del Císter, que cabía hablar de un adventus medius de Jesucristo, entre Belén y la Segunda Venida, “una venida intermedia por la que el Señor entra periódicamente siempre de nuevo en la historia”.

Nacido un Sábado de Gloria, cuando la Iglesia contempla el sepulcro cerrado de su Redentor, y agonizante durante el tiempo de Navidad que celebra el Nacimiento del Niño-Dios, el propio Joseph Ratzinger-Benedicto XVI ha querido meditar con su vida ese misterio de salvación al que he dedicado su obra entera y que ha intentado proclamar sin descanso ante un mundo secularizado que parece haberle dado la espalda. Tendrá su dies natalis en la eternidad un 31 de diciembre de 2022 (San Silvestre I, Papa).

Junto al realismo metafísico de su defensa de la Verdad, este trasfondo agustiniano también político y social atraviesa la obra entera de Benedicto XVI hasta sus encíclicas Deus charitas est (2005), Spe salvi (2007) o Charitas in veritate (2009). En todo este itinerario se ha esforzado por subrayar una preocupación esencial: la íntima conexión entre exégesis y liturgia, entre la lex credendi y la lex orandi. Buen ejemplo de ello es la trilogía sobre la figura de Jesús de Nazaret (2007-2012). Frente a la oposición entre el Jesús de la historia y el Cristo de la fe y haciendo meditación y oración de la historia, Benedicto XVI firmó como Joseph Ratzinger el testamento de una de las épocas más brillantes y conflictivas de la teología de los últimos cinco siglos.

A esta luz deben entenderse textos discutidos como la declaración Dominus Iesus (2000) o el Motu Proprio Summorum Pontificum (2006), sobre la unicidad y la universalidad salvífica de Jesucristo y de la Iglesia y el reconocimiento de la forma extraordinaria de la celebración del rito romano de la Misa respectivamente. En las tensiones entre doctrina y pastoral, el equilibrio de interpretación y celebración retendrían para Ratzinger la tentación doble de incurrir en un moralismo progresista o en un dogmatismo acartonado.

Muchos han mostrado su incómoda perplejidad por el título de “emérito”. Y también por la insólita convivencia de dos Papas. Pero el afecto y la delicada solicitud de Francisco hacia Benedicto durante esta última década también puede interpretarse en unos términos teológicos, que podría haberles inspirado un libro no suficientemente conocido de Hans Urs von Balthasar, El complejo antirromano (1974).

Para el teólogo suizo, tres son las figuras claves de la Iglesia: Pedro, Juan y María. Con su retiro en Mater Ecclesiae, el Papa que acaba de fallecer habría asumido la función de Juan de seguir colaborando al gobierno de la Iglesia de un modo “escatológico”, como hizo aquel en la isla de Patmos hasta, según cuenta la tradición, casi la misma edad.

Al acabar una de sus catequesis, Benedicto XVI citaba las últimas palabras del De consideratione (1149). Dirigiéndose al también monje Papa Eugenio III, S. Bernardo recomendaba que, incluso en el gobierno, “es mejor orar que disputar con palabras”. Ojalá se haya cumplido así en el momento final de la vida terrena del Papa. Demostró que el estudio y la reflexión son también una alta manera de amar al prójimo, el deseo conclusivo de la hora litúrgica de Completas: “Que el Señor le haya concedido una noche tranquila y una muerte santa”.


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