25 jun 2023

¿Qué ha pasado en Rusia y cuál es la situación de Putin hoy?

 ¿Qué ha pasado en Rusia y cuál es la situación de Putin hoy?/ Nicolás de Pedro es experto en geopolítica y jefe de Investigación y Senior Fellow del Institute for Statecraft.

El Español, Domingo, 25/Jun/2023 

Resulta imposible albergar demasiadas certezas sobre lo sucedido en Rusia desde el viernes. Esa es la premisa de la que debe partir cualquier análisis honesto e inevitablemente provisional.

En este momento, entre la comunidad de expertos hay, en esencia, dos grandes perspectivas. Por un lado, quienes sospechan que todo esto no ha sido más que un engaño masivo orquestado por el propio Vladímir Putin. El rápido acuerdo alcanzado por Yevgueni Prigozhin y el Kremlin cuando parecía que ya no había vuelta atrás y la batalla por Moscú era inminente, alimenta esta visión.

Una popular comentarista radicada en Viena ha llegado a calificarlo de "inicio de la campaña de Putin para ser reelegido en marzo de 2024". En su opinión, Prigozhin, siguiendo las órdenes de Putin, habría enmascarado un supuesto golpe para poder culpar del fracaso en la guerra al ministro de defensa, Serguéi Shoigú, y al jefe del Estado Mayor, general Valeri Gerásimov. Putin tendría así una excusa para purgarlos y quedaría, quizás, exento de responsabilidad a ojos de la opinión pública rusa.

Hay, por otro lado, quienes creen, y me incluyo entre ellos, que esta asonada ha sido genuina y que sus consecuencias serán profundas.

La primera y más importante es que, suceda lo que suceda en los próximos días, la figura de Putin sale inevitablemente debilitada de esta crisis. Su régimen se ha construido sobre la premisa de la fortaleza e infalibilidad del zar. Pero si algo ha quedado de manifiesto en las últimas veinticuatro horas es que su control, su gran obsesión en estos veintitrés años en la cúspide del poder, es mucho más frágil de lo que sugieren las apariencias.

Y eso ha quedado claro a ojos de todo el mundo. No hay más que comparar su vídeo del sábado por la mañana llamando traidores a las fuerzas sublevadas mientras se agita nervioso de un lado a otro con, por ejemplo, el emitido un par de días antes de lanzar la invasión de Ucrania en febrero de 2022, cuando Putin humillaba al jefe del SVR, servicio de inteligencia exterior, Serguéi Naryshkin, frente a las cámaras.

Por no mencionar que, pese a que Putin había asegurado en esa alocución que "tras emprender el camino de la traición y emplear métodos terroristas" los sublevados serían castigados severamente, según el acuerdo alcanzado no se presentarán cargos penales contra ningún miembro de Wagner y su líder, Prigozhin, será acogido por Bielorrusia.

Su presidente, Alexander Lukashenko, ha dado, por cierto, otra muestra más de su inigualable capacidad para aprovechar cualquier oportunidad para reforzar sus opciones de supervivencia en cualquier escenario de futuro en Moscú y Minsk.

A la hora de evaluar este desenlace cuando, insisto, la batalla por Moscú parecía inminente, conviene no perder de vista la naturaleza del sistema político ruso. Rusia es un estado cuyas instituciones han sido sistemáticamente vaciadas de poder y contenido real durante el putinismo. No hay ningún poder institucional más allá de la administración presidencial. Se trata, en esencia, de un régimen premoderno y feudal respaldado por un uso ingente de la manipulación informativa y de la fuerza cuando es necesario.

La cercanía y acceso al zar (Putin) y el poder efectivo (la fuerza bruta) determinan el poder relativo de cada actor en ese ecosistema. Así que, más que a un golpe en el sentido que se entiende en Europa, a lo que hemos asistido es a la revuelta de un señor de la guerra, Prigozhin, enfrentado desde hace meses con un señor feudal, Shoigú, más próximo al zar y, en consecuencia, con acceso a más recursos del sistema.

Eso explicaría por qué, probablemente, el objetivo final de Prigozhin nunca fue la deposición de Putin, sino una mayor cota de poder dentro del sistema y, sobre todo, frenar un posible desmantelamiento de facto de Wagner por parte de Shoigú. Sin ese instrumento, no solo la supervivencia política, sino inclusa física de Prigozhin estaría amenazada.

Entre las muchas cosas inauditas vistas en estas últimas veinticuatro horas que refuerzan la hipótesis del carácter genuino de la sublevación, tres me parecen particularmente destacables.

La primera, la toma de Rostov del Don (más de un millón de habitantes), incluido el cuartel general del Comando Militar del Distrito Sur, sin ninguna resistencia y con, aparentemente, unidades regulares sumándose a los sublevados.

La segunda, el vídeo de la amigable conversación en ese mismo cuartel de Prigozhin con el viceministro de defensa, Yevkúrov, y con el general Alekséyev. Este último, por cierto, había aparecido en un vídeo la noche anterior (al igual que el respetado y duro general Surovikin) llamando a las fuerzas de Wagner a detener su sublevación.

Para algunos esto es prueba del engaño al que hemos asistido. Para mí, unido a la falta de resistencia en Rostov, un indicio de las fracturas en el seno de las fuerzas armadas rusas tras meses de reveses y de sufrir decenas de miles de bajas en lo que iba a ser una operación relámpago sobre Kyiv.

La tercera, que la columna de Wagner fuera capaz de alcanzar Lípetsk, a unos 400 kilómetros de Moscú, sin que las fuerzas de la Guardia Nacional (Rosgvardiya) fueran capaces de contener su avance y apenas presentaran resistencia.

Esto último es, quizás, de lo poco que resultaba previsible. La Rosgvardiya, creada en 2016 como guardia pretoriana de Putin bajo el mando de uno de sus guardaespaldas, Víktor Zólotov, está concebida, fundamentalmente, para la contención de masas y disturbios y no para el enfrentamiento con unidades operativas de combate.

Todo ello sugiere que Putin ha afrontado una situación verdaderamente crítica. Pero que, dado que lo que buscaba Prigozhin era la caída de Shoigú y no asaltar el Kremlin, que haya decidido parar en las puertas de Moscú ante lo incierto del empeño y la posibilidad de que eso pudiera propiciar, incluso, el inicio de una guerra civil en Rusia no resulta tan extraña su decisión.

En los próximos días veremos qué suerte corren unos y otros. Shoigú, por cierto, conviene indicar porque a veces se olvida, no es militar aunque se pasea con uniforme de general desde su nombramiento como ministro de defensa en noviembre de 2012.

En cualquier caso, no será fácil para el Kremlin convencer a su opinión pública de que aquí no ha pasado nada y de que Putin sigue siendo el zar idóneo para sostener una "Rusia fuerte". Quienes, probablemente, no resultarán tan difíciles de convencer de cualquier narrativa que diseñe el Kremlin serán algunos de sus estrafalarios mariachis por Europa. En propiedad, activos de los servicios de inteligencia rusos que operan en el interior de los Estados miembros de la UE de los que son nacionales.

Queda por ver el impacto de esta crisis en el frente ucraniano y, confiemos, en una comunidad euroatlántica excesivamente complaciente con el curso de la guerra. Moscú no ha dicho su última palabra y, suceda lo que suceda en el campo de batalla ucraniano, Rusia seguirá representando una grave amenaza para la seguridad de Europa.



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