29 nov 2023

Renato & Oralba/ Raúl Silva de la Mora

Renato & Oralba/ Raúl Silva de la Mora

 LA JORNADA de Morelos..., NOV 25, 2023;



La casa, con una ventana

que da a las montañas;

a las tersas montañas azules

Y el alma,

una pobre alma de segundo patio,

asoma

y ve las montañas

y quiere abrazarlas.

De: Las montañas

I

“Si tu te echas, Oralba, ya te moriste”, le decía Renato, con esa manera de hablar tan claridosa y certera, evocando la imagen de un toro derrotado e incitando al arrojo como forma de vida. Esa lección ha sido para ella un permanente desafío, lo mejor que le transmitió este hombre que fue muchos hombres, todos ellos libres, generosos y malhablados: “En la vida uno debe hacer lo que le venga en gana, porque toda frase que comienza con ´hubiera querido´, vale para una chingada”.

II

“Mijita, tu no necesitas tener un hombre que te mantenga, sino que te divierta”, le decía Renato, y a Oralba le encantaba ese tipo de consejos, porque le proponía un camino posible para la libertad. Este poeta legendario fue un amigo mayor que la enseñó a vivir. Aunque ya Oralba había comenzado a andar esos caminos, desde su pertenencia a la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, su activismo social y político en el México post 1968, sus inmersiones en el anarquismo, sus vivencias en el Taller de Arte e Ideología (TAI) con el legendario Alberto Híjar, de quien aprendió una estética marxista crítica, lo cual marcó sus inicios como escritora, buscando que esa práctica estuviera enraizada en lo social. Comenzó su trayectoria como periodista trabajando para la revista Por Esto!, de Mario Menéndez, quien la formó y la indujo a encarar el periodismo desde la intemperie, buscando en la realidad el pulso de los movimientos sociales. Trabajó también con el Centro Libre de Experimentación Teatral y Artística (CLETA). Pero su aprendizaje fundamental fue con Efrén y Evita Capiz, de la Unión de Comuneros Emiliano Zapata, que fue donde descubrió una dimensión del México profundo, conociendo la lucha comunera y campesina. Allí fue donde conoció a Judith Reyes, una mujer que eligió cantarle a la vida acompañando los movimientos de resistencia contra las injusticias sociales.

III

Su encuentro con Renato Leduc sucedió en 1986, cuando tenía treinta años. La Editorial Domés le encomendó hacer un libro sobre este hombre que, a decir de ese otro periodista excepcional que fue José Alvarado, “todos los días inventa una leyenda para dejarla morir al anochecer”. Renato Leduc y sus amigos fue creado, precisamente, a partir de conversaciones con 15 de sus mejores amigas y amigos, como Aurora Reyes, Juan de la Cabada, Alejandro Gómez Arias, Sonia Amelio, Andrés Iduarte, Juan Bustillo Oro… En el prólogo, Oralba Castillo dibuja a un ser obstinadamente indócil: “Burla al amor eterno, al matrimonio, a todo lo sagrado, rebeldía que fuera trinchera de los intelectuales ante el fascismo, el nihilismo de la guerra que sacudió a Europa. Don Renato estaba en París cuando los apagones y las bombas, él no se enroló en el Quinto Regimiento, ni estaba allí de exiliado como muchos vasconcelistas fracasados; él llegó a Europa porque quería cruzar en un barco el mar, ver bailar y tomarse un buen coñac…”

IV

La vida y la obra de Renato Leduc contiene una biografía infinita, donde la realidad y la leyenda no terminan por ponerse de acuerdo: su abuelo paterno fue un soldado francés traído por las tropas invasoras de Napoleón III, quien decidió quedarse a vivir en México. Telegrafista de las tropas de Pancho Villa, contertulio de los surrealistas André Breton y Benjamín Peret en París, testigo de los bombardeos nazis sobre Ámsterdam. En 1942 se casó con la pintora Leonora Carrington en Portugal. Poeta, novelista, periodista, conversador empedernido, censor cinematográfico. Dicen que fue el inventor del caldo tlalpeño, y que rechazó así la propuesta de matrimonio que le hizo María Félix: “Pero, María… ¿para qué chingaos quieres que me convierta en el señor Félix?”

V

El día que Renato Leduc murió, 2 de agosto de 1986, Oralba corrió a la funeraria y encontró el ataúd en el centro de una sala solitaria, que más tarde sería insuficiente para quienes se acercaron a despedirlo. En esa soledad, ella se entregó a la ceremonia íntima de conversar con su amigo mayor, agradeciéndole todo ese tiempo intenso que les tocó compartir. Trato de imaginarme a Oralba en ese momento, viviendo una profunda tristeza y, al mismo tiempo, entendiendo esa revelación por el regalo que la vida quiso entregarle: “Renato me compartió la luz de muchos conocimientos”.

Renato y sus amigos, Oralba Castillo Nájera. Editorial Domés. Primera edición: 1987.


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