17 mar 2024

Elecciones presidenciales en Rusia: simulacro en tiempos de guerra

 Elecciones presidenciales en Rusia: simulacro en tiempos de guerra/ Mira Milosevich-Juaristi

 Real Instituto Elcano, 13/Mar/2024; 

Rusia celebrará elecciones presidenciales entre el 15 y el 17 de marzo de 2024, siendo obvio el triunfo de Vladimir Putin, con lo que ello conllevará.

Resumen

La guerra en Ucrania es el telón de fondo de las elecciones presidenciales rusas. Por muy obvio que sea el triunfo de Vladimir Putin, que conseguirá su quinto mandato presidencial, estas elecciones de 2024 no serán un ritual vacío. Están destinadas a mostrar el dominio y la legitimidad de Putin dentro de Rusia, pero también, de cara al exterior, se presentarán como un referéndum sobre la guerra contra Ucrania.

Análisis

Introducción

Desde la llegada al poder de Vladimir Putin en 2000, y durante los largos 24 años de su permanencia en el mismo, el Kremlin ha organizado sus elecciones presidenciales, regionales y generales mediante el sistema de la “democracia soberana”, basado en el supuesto de que cada pueblo, según su carácter y tradición, debe poseer su propia democracia: un concepto inventado por Vladislav Surkov (antiguo asesor del propio Putin). Se trata de un simulacro de principios democráticos (como, por ejemplo, el pluripartidismo), aunque sólo sirva como un medio para apuntalar el régimen y promover la popularidad del presidente.

En las elecciones presidenciales de 2024 que se celebrarán entre el 15 y el 17 de marzo, participan Vladimir Putin, como candidato de Rusia Unida, y los candidatos de la “oposición oficial”, que están registrados pero controlados por el Kremlin. La “oposición no oficial” está silenciada y la oposición en el exilio no tiene posibilidad alguna de influir en los resultados. La “oposición oficial” es un instrumento más del simulacro democrático, en el que el Kremlin combina métodos autoritarios y pseudo-democráticos, restringiendo la competencia política y garantizando así la victoria de Vladimir Putin. Los candidatos de la “oposición no oficial” no podrán participar porque no han conseguido registrarse como candidatos o han sido eliminados físicamente, como demuestran los ejemplos de Alexéi Navalni en febrero de 2024 y Boris Nemtsov en febrero de 2015. Los impedimentos para registrar candidaturas para competir con Vladimir Putin se basan principalmente en la Ley de Partidos (2001), que contempla la posibilidad de prohibir el registro de un partido/candidato por su emblema, su programa o el lenguaje que utiliza, o porque no ha reunido suficientes firmas “auténticas” para su candidatura. Otro obstáculo clave es la cláusula que prohíbe que un candidato represente a una coalición.

En diciembre de 2023 las autoridades rusas prohibieron a Ekaterina Duntsova, ex periodista de televisión y candidata contra la guerra, con cientos de miles de seguidores en Telegram, incluso recoger las firmas necesarias para aparecer en la papeleta electoral. Dos meses más tarde, la comisión electoral central vetó a Boris Nadezhdin, el único candidato contra la guerra que quedaba, anulándole un gran número de firmas. Cuando el nombre de Nadezhdin se mostró por primera vez como posible candidato, la mayoría de los analistas rusos asumieron que llevaría a cabo una campaña mansa en estrecha coordinación con el Kremlin. Durante la mayor parte de su carrera, Nadezhdin ha estado activo en grupos políticos leales al Kremlin. Ha figurado en Rusia Unida (sin éxito en sus primarias) y también ha intentado (de nuevo sin éxito) entrar en la batalla electoral para las elecciones de gobernador en la región de Moscú. Lo más importante es que Nadezhdin es conocido por sus vínculos con el poderoso supervisor de política interna del Kremlin, Serguéi Kiriyenko, de quien ha estado cerca durante más de 25 años. Cuando Kiriyenko fue brevemente primer ministro en 1998, Nadezhdin fue su asesor. Por lo tanto, Nadezhdin era el ideal “candidato liberal” auspiciado por el Kremlin. Sin embargo, su manifiesto electoral sostiene que Putin está “arrastrando a Rusia hacia el pasado”, que “Putin cometió un error fatal” cuando ordenó la invasión de Ucrania, y que el país está “corriendo hacia el feudalismo medieval y el oscurantismo”, palabras que el Kremlin no le iba a perdonar. Su eliminación de la lista electoral revela que el Kremlin ya no tolera un panorama electoral competitivo, incluso uno que garantice la victoria de Putin.

La oposición rusa en el exilio ha solicitado a las instituciones europeas y estadounidenses que dejen de reconocer a Vladímir Putin como “presidente legítimo” de Rusia, una vez se celebren las elecciones presidenciales, y que busquen interlocutores diferentes, tanto en la sociedad civil opuesta a la guerra contra Ucrania como entre la actual elite política rusa. El texto de la Asociación de Rusos Libres ha sido apoyado por la organización Open Russia, liderada por el ex oligarca y ex cautivo Mijaíl Jodorkovski. Tal texto estipula un enorme listado de razones por las cuales Vladímir Putin no debe ser reconocido presidente legítimo de Rusia, apelando a la resolución 2519 de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa (PACE) adoptada en octubre de 2023. Entre ellas destacan: la falsificación sistemática de los resultados en las sucesivas elecciones; la encarcelación o asesinato de oponentes políticos; la clausura o neutralización de medios de comunicación independientes; la celebración de comicios en territorios arrebatados a Ucrania a raíz de la guerra; y la intimidación de los votantes en estas regiones con métodos como la extorsión y la amenaza o la manipulación de los censos electorales y el veto a las organizaciones de observación electoral. Por supuesto, también, la imputación internacional por crímenes de guerra lanzada por el Tribunal Penal Internacional contra el mandatario.

Las elecciones presidenciales rusas de 2024

El 8 de diciembre de 2023 Putin anunció que se presentaría a las elecciones presidenciales de Rusia de marzo de 2024. El anuncio estuvo auspiciado por Artyom Zhoga, presidente del parlamento regional de la región ucraniana de Donetsk, ocupada por Rusia, que pidió al líder ruso que se presentara a los comicios y afirmó estar hablando en nombre de “todo el pueblo” de Donbás. “No lo ocultaré. He cambiado de opinión varias veces, según el momento”, le dijo Putin a Zhoga y otros reunidos a su alrededor en una sala del Kremlin. “Pero tienes razón. Ahora es necesario tomar una decisión. Me presentaré”. [1] Nadie se sorprendió. En 2020 la Duma rusa cambió la Constitución para que Putin pudiera presentarse a dos mandatos más. Sin embargo, el momento elegido para anunciar su nueva candidatura sorprendió a los que esperaban que Putin evitaría una guerra en Ucrania durante la campaña. El escenario, la sala de San Jorge del Kremlin, símbolo de la gloria militar de Rusia, con soldados uniformados presentes, sugería que la campaña la haría como líder de guerra, pues su figura es imprescindible para ganarla.

Después de dos años de guerra a gran escala en Ucrania y de una brutal represión contra cualquier forma de disidencia doméstica, el Kremlin ha optado por deshacerse de la fachada de la “democracia soberana” por completo. A pesar de que está tratando de enmarcar la próxima votación como un gran acontecimiento nacional, acompañado de exposiciones, concursos y conferencias, el decepcionante calibre de los oponentes de Putin devalúa todos esos esfuerzos porque todo el proceso va pareciendo cada vez más una farsa. El mayor problema para el régimen no es si Putin gana o no las elecciones, sino que estas, incluso bajo criterios rusos, parezcan una farsa.

Desde hace mucho tiempo el Kremlin sabe lo que quiere de las elecciones presidenciales de 2024: una participación récord y que el presidente Putin obtenga la mayor parte del voto. Sin embargo, sus planes tuvieron que ajustarse sobre la marcha, porque varios líderes dijeron que no intentarían postularse y porque los candidatos que lo harán son sustitutos, por lo que socavan la narrativa del Kremlin sobre la importancia de las elecciones y la grandeza de Vladimir Putin. En las elecciones presidenciales de 2018 Putin obtuvo el 76,7% con una participación del 67,5%. Ambos récords deben ser batidos en 2024.

Los candidatos de la “oposición oficial” se reducen a tres: Nikolái Jaritónov, candidato del Partido Comunista (su tradicional candidato, Guennadi Ziugánov, se ha negado a participar); Leonid Slutski, del partido Liberal Demócrata de Rusia (que es el mayor rival del presidente en términos de estatus formal); y Vladislav Davankov, de Nuevo Pueblo (que sustituye al líder del partido, Alexéi Nechaev). Entre los rusos, no es ningún secreto que el Kremlin quería a Ziugánov y Nechaev en la papeleta electoral, porque son políticos de alto rango conocidos por el público y porque su participación habría facilitado a los gerentes políticos del Kremlin la “gran victoria” de Putin que están buscando. En otras palabras, el Kremlin puede permitir que los oponentes de Putin obtengan hasta el 20% de los votos, pero no más.

Nikolái Jaritónov, candidato del Partido Comunista, publicó en sus redes sociales fotos donde aparecía hablando sentado en una mesa bajo un retrato de Vladimir Putin. Ziugánov se mostró reacio a participar en la campaña. Temía que un resultado mediocre pusiera en peligro su posición dentro del partido, dada su edad de 79 años. Jaritónov es una oposición débil porque, aunque fue una figura bastante prominente en la década de 1990 y principios de 2000, ha perdido su atractivo político desde entonces. En 2000 Jaritónov, entonces teniente coronel en la reserva, fue ascendido a coronel en la reserva del Servicio Federal de Seguridad (FSB) en reconocimiento de su activa defensa de la restauración del monumento a Félix Dzerzhinski (fundador de la Checa) en Lubyansk. En las elecciones presidenciales de 2004 ya representó al Partido Comunista, en las que obtuvo el 14% de los votos. Es muy probable que en 2024 reciba un apoyo mínimo. Si compitiera Ziugánov, habría podido aspirar a alrededor del 10% (aproximadamente el nivel actual de apoyo al Partido Comunista).

Leonid Slutski, candidato del extremista Partido Liberal Democrático de Rusia (LDPR), del que se hizo cargo en 2022 después de la muerte de su inveterado líder, Vladimir Zhirinovski, tiene estrechos vínculos con el régimen. En marzo de 2022 formó parte del equipo ruso en las negociaciones “de paz” con Ucrania en Estambul. También participó en las conversaciones sobre el canje de prisioneros en 2023 en Abu Dabi. Su margen de actuación es limitado porque está supervisado por el Kremlin. Además, reforzó su posición dentro del partido modificando los estatutos para ampliar los poderes del líder, concretamente en relación con la forma de seleccionar a los dirigentes y rotando el Consejo Supremo para incorporar leales a su persona. Slutski, al igual que Jaritónov, ha declarado que su campaña no tratará de ganarse a los votantes que apoyan a Putin. Expresó su convencimiento de que las próximas elecciones consolidarán aún más a la sociedad en torno al actual presidente. Sin embargo, su carrera sólo se consideraría un éxito si obtuviera al menos el 5%-6% de los votos, como solía hacer su predecesor Zhirinovski. Slutski cree que esto es posible.

Por tanto, el candidato de Nuevo Pueblo, Vladislav Davankov, podría esperar alrededor del 3% del voto. Davankov acaparó gran atención durante su campaña a la alcaldía de Moscú en septiembre de 2023 y se dio a conocer como una nueva voz en política, a pesar de que sólo obtuvo el cuarto puesto, con el 5% de los votos. Es el diputado de la Duma que encabezó el proyecto de ley de 2023 que penaliza las cirugías transgénero. A sus 39 años, su relativa juventud es la única ventaja sobre los demás candidatos. Aunque es posible que su campaña sea marginal entre los votantes, Davankov podría ser un indicador que muestre hasta qué punto la sociedad rusa se ha militarizado y ha adoptado las creencias del Estado como resultado de la guerra. Su retórica ya ha molestado a las facciones “patrióticas” de los demás partidos rusos.

La única incógnita de las elecciones es quién ocupará el segundo puesto. El Partido Comunista, que tradicionalmente lo ha ocupado en todas las elecciones desde la desintegración de la Unión Soviética, podría perderlo.

Cuestión clave para el Kremlin es la de garantizar una participación adecuada, porque una campaña con candidatos poco destacados no atraerá a los votantes a las urnas. Por tanto, el Kremlin se esforzará en establecer objetivos para la participación de los votantes. La campaña está diseñada para generar entusiasmo por la candidatura de Putin, con un especial enfoque en destacar sus éxitos del pasado reciente. Estos se centran en la guerra en Ucrania y en la guerra híbrida que supuestamente el “Occidente colectivo” está ejerciendo en contra de Rusia y los rusos. No menos importante es la promoción de la resiliencia rusa, la deficiencia ucraniana y la irresolución de Occidente.

La campaña electoral de Vladimir Putin

Putin tiene razones para creer que el tiempo juega a su favor. Contrariamente a las expectativas generalizadas en los meses posteriores a la invasión a gran escala de Ucrania, las sanciones occidentales no han paralizado la economía rusa. Después de un declive en 2022, los pronósticos del Kremlin, así como los del FMI, auguran un crecimiento de la economía rusa de alrededor del 3% en 2024, debido al aumento de la producción militar y a la ayuda de terceros Estados –del espacio post soviético, China, la India y otros– para eludir las sanciones.

La decisión de adoptar una economía de guerra ha asegurado el flujo continuo de armamento y proyectiles al frente, al tiempo que empuja la economía hacia el pleno empleo. Mientras tanto, en el campo de batalla, Rusia ha provocado el fracaso de la contraofensiva ucraniana. Por problemas burocráticos y falta de munición, el apoyo occidental a Ucrania va disminuyendo. Putin lo está aprovechando en su campaña para afianzar la confianza en que Rusia está progresando constantemente hacia el logro de sus objetivos en Ucrania. No habla del elevado coste humano de la invasión ni de la posibilidad de una movilización general. Su objetivo es mantener la ilusión de que la “operación militar especial” no es una guerra que exigirá sacrificios genuinos de la gran mayoría de la población rusa.

Sin embargo, como refleja el discurso sobre el estado de la nación del presidente ruso el pasado 29 de febrero, su campaña electoral se centra en la hostilidad contra Occidente apelando al sentimiento antioccidentalista ruso, pero sobre todo amenazando a Bruselas y Washington. Durante el discurso, Putin se mostró convencido de que Rusia se ha apoderado de la iniciativa militar en la guerra en Ucrania y que, a pesar de que esta recibe ayuda de Occidente, desmantelará la cobarde ambición occidental de “derrotar a Rusia estratégicamente” y, sobre todo, de convertir a Rusia en un “espacio dependiente, en declive y moribundo donde puedan hacer lo que les plazca”. Presentó a Rusia como “un bastión de los valores tradicionales sobre los que se sostiene la civilización humana”, respaldada por “la mayoría de las personas en el mundo, incluidos millones en los países occidentales”. Putin ve a Rusia como el último bastión de los valores tradicionales y como un paladín de la lucha con la cultura woke.

Después de las declaraciones del presidente francés Emmanuel Macron de que la OTAN no debe excluir ningún escenario, que era una declaración de gran “ambigüedad estratégica” y no un anuncio de que la OTAN fuera a intervenir en la guerra como muchos quisieron entender, era previsible que Putin hablase de Rusia como la mayor potencia nuclear, subrayando que “las fuerzas nucleares están en plena preparación para el combate”, que el sistema de misiles estratégicos Sarmat ha sido entregado a las tropas y que los sistemas de misiles hipersónicos Kinzhal y Zircon ya están en uso. Un ejemplo más de la guerra psicológica contra Occidente.

Las autoridades rusas ya han dejado claro que sólo están preparadas para entablar un diálogo estratégico con Washington sobre una base “inclusiva”, es decir, como parte de la búsqueda de una solución para Ucrania. En realidad, esto significa que Rusia está exigiendo que EEUU acepte la partición de Ucrania, lo cual no es realista en las circunstancias actuales. En su discurso, Putin llamó a las propuestas de diálogo “demagógicas”, negó tener planes para desplegar armas nucleares en el espacio, como informaron recientemente los medios de comunicación occidentales, y dijo que tales acusaciones eran un intento de Occidente de atraer a Rusia a negociaciones que sólo beneficiarían a EEUU. La arenga de Putin va mucho más allá de unas elecciones presidenciales: anuncia la continuidad de las hostilidades tanto en Ucrania como con Occidente y, si “fuera necesario”, la escalada.

Conclusiones

Por todas estas circunstancias, y aunque hace tiempo sabemos quién va a ganar las elecciones en Rusia, la victoria de Vladimir Putin fortalecerá la legitimidad de su régimen y la legitimación interna de la invasión de Ucrania, así como la ruptura histórica entre Rusia y Occidente.

Mira Milosevich-Juaristi es investigadora principal para Rusia, Eurasia y los Balcanes del Real Instituto Elcano, profesora asociada de The Foreign Policy of Russia en School of Global and Public Affairs de IE University.

[1] “Putin says ‘I will run’ when asked about Russia’s presidential election”, In March, Radio Free Europe, 9/XII/2023.

Este artículo se publicó originalmente en Real Instituto Elcano.

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