28 mar 2007

La guerra en Palacio

Columna Estrictamente Personal/Raymundo Riva Palacio, en El Universal, 28/03/2007; La guerra en el Palacio
En el lugar menos esperado, el gabinete de seguridad, una serie de intrigas palaciegas está afectando la labor del secretario García Luna
Genaro García Luna fue el último miembro del gabinete de seguridad en ser nombrado por el presidente Felipe Calderón, y el primero en rendir frutos. Un trabajo acumulado como director de la Agencia Federal de Investigación (AFI) le permitió arrancar la administración con un buen trecho avanzado, que se juntó con la necesidad del nuevo Presidente de dar claras señales que se encontraba al mando. En uno de sus primeros acuerdos, convenció a Calderón de que todas las policías federales pasaran bajo su mando único a fin de ir integrando una policía nacional, y que el Ejército y la Marina se involucraran en el combate al narcotráfico. Le compraron completamente la idea y el resultado fueron los operativos contra la delincuencia organizada en todo el país.
Calderón ha recibido elogios de todo el mundo por el trabajo realizado en ese campo durante el primer trimestre de su gobierno, pero García Luna está lejos de estar disfrutando las primeras mieles de sus éxitos. Al contrario, el secretario de Seguridad Pública federal se encuentra metido en una serie de luchas intestinas dentro de los estratos más altos de la burocracia y presiones desde Los Pinos, de las cuales no se sabe cómo vaya a salir.
García Luna superó sus primeras pugnas con el procurador general, Eduardo Medina Mora, en un decantamiento natural de funciones y responsabilidades. Pero el problema le estalló en casa. Como parte de su gran diseño de policía nacional, logró la aprobación presidencial para integrar a la AFI con la Policía Federal Preventiva (PFP), que dependía de la PGR, y puso al mando de ambas a Ardelio Vargas, un hombre muy experimentado en operaciones tácticas que trabajó con García Luna en el Cisen, en donde estuvo comisionado en Chiapas y en Oaxaca tras el levantamiento del EZLN, y que últimamente había sido jefe del Estado Mayor de la PFP.
Vargas, que durante años fue par de García Luna, comenzó a resentir desde el arranque de la administración calderonista no sólo la jerarquía de quien había sido su igual, sino que García Luna le colocara una serie de mandos mucho más jóvenes que él y a quienes no les reconocía capacidad superior. Conforme pasó el tiempo las tensiones se fueron incrementando y García Luna comenzó a recibir presiones de distintos lados por la inconformidad de su subalterno. El argumento del secretario, de acuerdo con personas que conocen del caso, era que su equipo estaba probado desde la AFI, y que si se deseaban resultados lo debían dejar trabajar. Hace un par de semanas, durante un acto oficial, el presidente Calderón lo respaldó públicamente.
La situación no ha mejorado. Vargas quería ir con el presidente Calderón para quejarse personalmente de García Luna y exponer las razones de su caso, pero hasta donde se sabe, esa cita no se ha dado, ni se dará. El actual titular de la AFI y comisionado de la PFP ya presentó su renuncia, pero no se la han aceptado. Según personas que saben el desarrollo de estos acontecimientos, García Luna está buscando un reemplazo para Vargas, pero no se conocen, hasta este momento, las opciones que pueda estar manejando. Vargas será reubicado en otra función con otros jefes, y García Luna podrá seguir operando, tal y como lo deseaba, con el equipo de confianza, joven pero de resultados, que ha venido colaborando con él desde la AFI en el sexenio pasado. Este fuego se apagará, pero no es el único que tiene en su pradera.
Más grave que el conflicto con Vargas es el que viene escenificando con la Secretaría de la Defensa Nacional. Desde el sexenio pasado García Luna tenía un problema abierto con el entonces secretario de la Defensa Nacional, general Clemente Vega García, que se agudizó tras la ejecución de un grupo de Los Zetas en Acapulco, cuya difusión de un video que registraba el momento en que les disparaban a la cabeza provocó un escándalo público y una confrontación secreta.
La PGR, en ese momento encabezada por el actual director jurídico de la Presidencia, Daniel Cabeza de Vaca, se convirtió en un coliseo romano, donde los altos mandos en el combate a la delincuencia se reprochaban mutuamente responsabilidades y omisiones. La parte más delicada, que arreció el conflicto con la Secretaría de la Defensa Nacional, se dio cuando comenzó a circular la versión, atribuida por generales a García Luna, que presuntamente vinculaba al comando que ejecutó a Los Zetas con el Ejército.
La relación de García Luna con el general Vega García nunca se recompuso. Peor aún, la línea de enfrentamiento se extendió hasta este sexenio, donde los más altos mandos en Lomas de Sotelo están torpedeando sistemáticamente a García Luna. Desde hace varias semanas militares de alto rango vienen sosteniendo que al narco ha infiltrado a la Secretaría de Seguridad Pública, en particular el Cártel del Golfo. La campaña negativa ha trascendido las fronteras y llegado a Washington, donde un sector importante en los asuntos de la seguridad del Estado que conocen a García Luna por sus años de preparación y contacto con las academias del FBI y la CIA ha sufrido un bombardeo de información negativa sobre el secretario, orientada por las insinuaciones de los militares.
García Luna no sólo tiene una reputación impecable en los sectores de la inteligencia estadounidenses, sino que no ha sido sujeto nunca a acusaciones de ese tipo. (Empero) Esto no lo debe tranquilizar, debido a que las presiones y los problemas que le están creciendo con los militares se pueden enmarcar más en el contexto de la política que en el jurídico. La pugna interna con Vargas la puede resolver, en este contexto, sin mayor dificultad. Pero la que tiene enfrente con los militares es de mucho mayor envergadura, y sus posibilidades de salir airoso, entrando a la pelea, son bastante mínimas.
El secretario de Seguridad Pública federal tiene que comenzar a trabajar el restablecimiento de sus relaciones profesionales y personales con el alto mando de la Defensa Nacional, si quiere disminuir la intensidad de bombardeo que hay sobre su persona, su prestigio y su carrera. Sin embargo, esta crisis no empieza y termina con García Luna o con sus pares que lo están enfrentando. El verdadero problema lo tiene el presidente Calderón, quien tiene ante sí una incipiente crisis en su gabinete precisamente en el área más delicada de su administración, la seguridad, que es la que más rédito político le ha dado.
Le urge resolver el problema que tiene en su gabinete de seguridad y restablecer una relación profesional entre los secretarios lo suficientemente sólida para superar las viejas diferencias personales entre ellos. Una falla en la administración de esta crisis dañará el combate al narco y sentará el precedente de que una temprana intriga palaciega, en el lugar menos deseado, marcó negativamente su gobierno.

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