1 jul 2007

Sir Rushdie

¡Larga vida a sir Salman Rushdie!/Tahar Ben Jelloum, escritor.
Traducción: José María Puig de la Bellacasa
Tomado de La Vanguardia, 01/07/2007;
Normalmente, un gran escritor no precisa medallas. Sus galardones son sus libros, que entran en los hogares de millones de lectores y se convierten en sus amigos durante largas veladas invernales. Aunque algunos escritores aprecian en su justo valor tanto su pertenencia a las academias como los honores tributados por su país o por jurados formados por sus colegas, saben que en el fondo lo que cuenta son sus dos o tres obras mejores. La vanidad es, ciertamente, muy humana, aunque estéril; no obstante, debe reconocerse que estimula a un escritor en su resistencia contra la mediocridad.
El caso de Salman Rushdie es distinto. Su destino como hombre y creador de ficción nos concierne a todos por el hecho de haber sido designado como diana por el ayatolá Jomeini en febrero de 1989 por haberse atrevido a escribir el libro Los versos satánicos.
Ya no vivimos en las épocas en que se quemaban libros y se perseguía a sus autores. Puede ser que una obra no guste y sea perfectamente criticable, pero no por ello se condena a muerte a su autor, sobre todo de la manera más etérea e incontrolada; esto es, mediante una fetua, dictamen de carácter religioso que no tiene nada que ver con la justicia y el derecho. Porque, en esta tesitura, ¡cualquier musulmán fanático puede empuñar un arma y asesinar a este hombre, y ser además recompensado por ello! El islam ha alentado siempre la creación y el estudio. Es cierto que los poetas no son vistos con muy buenos ojos, pero de ahí a matarlos…, ¡la sanción del asesinato no aparece por ninguna parte en los textos coránicos!
Creíamos que ya se había levantado esta fetua, de modo que la vida de Salman Rushdie no se hallaba expuesta a una muerte violenta. En 1998, el gobierno iraní precisó en un comunicado que no aplicaría la sentencia de muerte, es decir, la fetua de Jomeini, quien había considerado al escritor como un apóstata cuya sangre podía derramarse impunemente.
La verdad es que posteriormente nos pareció que el caso estaba archivado, aunque, naturalmente, no cabía excluir la acción de un loco furioso y fanático. Salman Rushdie reanudó su vida habitual, prescindió de los servicios de sus guardaespaldas, volvió a casarse y se instaló en Nueva York.
Ya ven cómo la reina Isabel II ha suscitado, merced a su actitud benevolente y cordial, la ira y el fanatismo religioso al nombrarle sir y concederle el título de caballero de la orden del Imperio Británico el pasado 16 de junio.
Y así, se ha reavivado el conflicto - que ya dura 18 años- y de la peor manera.
Cuando observo que esas multitudes fanáticas reclaman otra vez la cabeza de un hombre, cuando oigo sus gritos y alaridos, sus llamamientos a perpetrar un asesinato porque un gran escritor ha sido distinguido por la reina de Inglaterra; cuando hay políticos que nos dicen que el islam y los musulmanes han sido ultrajados porque Salman Rushdie se ha convertido en sir Salman Rushdie, no me queda más remedio que constatar que la ignorancia y el oscurantismo nos asedian de nuevo amenazando la creación literaria y la audacia que promueven la imaginación y estimulan las mentes.
Hemos tenido ocasión de presenciar también diversas manifestaciones - que se saldaron con varias muertes- contra la publicación de las caricaturas de Mahoma, imágenes por cierto que no pueden reportarle ningún daño en la medida en que este gran profeta se sitúa más allá de toda representación; hemos presenciado el asunto de la ópera de Berlín, que hubo de interrumpir sus representaciones porque en el último acto el director teatral vilipendiaba a los profetas, y asimismo hemos podido comprobar que el Mahoma de Voltaire no se ha podido representar en Francia. ¡La regresión ha vuelto! Y también la resistencia.
Lo que se debe decir a estas multitudes que han sido incitadas a manifestarse en las calles en Irán, Pakistán y otros lugares es que un escritor es un hombre libre, que una ficción corresponde al ámbito de la imaginación y no de la realidad, que la cultura es tan vital y esencial para el ser humano como el pan, que la crítica también es libre y que sin tolerancia y respeto a las ideas, creencias y prácticas de los demás la vida en común resulta imposible. Pero ¿cómo llegar a hacerse entender? ¿Cómo alcanzar esos espíritus, mentalidades e inteligencias? Porque, como sabemos, la vía del fanatismo empieza por dar muerte a la inteligencia y a todo espíritu crítico. Acto seguido, queda expedita la senda en dirección a la violencia y la muerte.
Ante este desencadenamiento del odio contra Salman Rushdie, Irán ha remachado el clavo de la invocación a acabar con su vida: el hojatoleslam Jatami manifestó el pasado 22 de junio: “En el Irán islámico, la fetua revolucionario del imán Jomeini sigue en vigor y no cabe su modificación”. Se trata, por tanto, de una especie de billete reservado para el más allá, un billete de avión ¡válido pero no susceptible de modificación!
Una ONG ha decidido incluso aumentar la recompensa por el asesinato de Rushdie de 100.000 a 150.000 dólares, sin contar con la cantidad oficial, mucho más elevada…
En fin. Dudo mucho que quienes persiguen obstinadamente a Salman Rushdie hayan leído Los hijos de la medianoche, su obra maestra, o Vergüenza, para no hablar de Los versos satánicos, novela de ficción, rica y compleja, que honra a la imaginación de su autor.
Deseemos a Salman Rushdie paz y una larga vida. Ha de escribir aún otras obras y enriquecer de este modo la cultura universal.

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