El sueño europeo de Turquía/ Hugh Pope, analista jefe del International Crisis Group, es escritor y periodista residente en Estambul.
Publicado en El País, 20/08/2007
Traducción de M. L. Rodríguez Tapia.
La última vez que se tambaleó medio siglo de convergencia entre Turquía y la Unión Europea, hace 10 años, los turcos se reagruparon y siguieron adelante, y la UE llegó a un compromiso con ellos. El resultado fue una revolucionaria etapa de reformas. El mes pasado, en agradecimiento por el periodo de estabilidad política más fructífero en decenios, el electorado dio, con el 46,7%, un rotundo voto de confianza al partido gobernante, el reformista Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP).
Ahora le toca dar un paso a Europa. Pero, en vez de hacerlo, va dando traspiés, considera que la ampliación está pasada de moda, teme a la inmigración y confunde a unos turcos marginados en la UE con la propia Turquía. Empezaron varios políticos, y ahora los gobiernos de Francia, Alemania, Austria, Dinamarca y los Países Bajos están tratando de dar gato por liebre a Turquía con la nueva idea de una "relación privilegiada", no la integración de pleno derecho prometida en repetidas ocasiones desde 1963.
Los europeos no tienen por qué tener miedo al objetivo de integración de Turquía. Todos los turcos reconocen que el país no está listo, ni mucho menos. Faltarían 10 años, como mínimo, para que pudiera incorporarse. Turquía debe satisfacer las condiciones más estrictas que se han impuesto a ningún candidato. Cualquier gobierno de la UE puede vetar su entrada, y el pueblo francés puede rechazarla en un referéndum. Y, en el caso de que el país llegara a cumplir los requisitos impuestos por la UE, los turcos, celosos de su soberanía, no ocultan que también ellos tendrán que pensarse mucho el último paso.
Tampoco existen razones para tener miedo a la concepción turca del islam, que es fundamentalmente pragmática. El afable ministro de Exteriores del AKP, Abdullah Gül, que casi con seguridad será elegido este mes presidente por el Parlamento, ha anunciado su compromiso de preservar el carácter laico del sistema político turco. Su mujer viste el elegante pañuelo de los nuevos conservadores musulmanes del país pero, con el tiempo, ese símbolo dejará probablemente de llamar la atención, como ocurrió con el de la mujer de Erdogan, igualmente polémico cuando fue elegido primer ministro hace cuatro años. Las masivas manifestaciones de abril y mayo a favor de un Gobierno laico demuestran que el siempre poderoso aparato kemalista y la sociedad vigilante serán los primeros en impedir cualquier intento de establecer un régimen teocrático.
Los europeos deberían distinguir entre el presente y el futuro y recordar que la meta de entrar en la UE sirvió de estímulo y motivación para la edad de oro de la reforma turca en 1999-2005. Irónicamente, aquello produjo avances en muchos terrenos de los que utilizan los críticos de derechas en Europa para explicar por qué Turquía no puede ser miembro: pobreza, malas prácticas de gobierno y falta de libertades religiosas y de otro tipo. Los avances, sin ninguna duda, redundaron en beneficio de los intereses europeos. Durante cinco años, la economía tuvo un crecimiento del 7,5%, la renta per cápita se duplicó y las inversiones extranjeras vivieron un auge sin precedentes. Las firmas europeas, especialmente las alemanas, han marcado el camino al abrir hipermercados y hacerse con bancos, empresas de alimentación y compañías de seguros. Desde la firma del tratado de unión aduanera con Europa en 1995, el volumen de intercambios comerciales de Turquía se ha duplicado, y la mitad es comercio con la UE.
En el plano internacional, Turquía suele adoptar la mayoría de las decisiones europeas en materia de política exterior y de seguridad. Hace una aportación importante a las fuerzas de paz en Afganistán, Congo, Líbano y la antigua Yugoslavia. Su situación, a caballo de rutas que, según la UE, tal vez lleguen a transportar un día el 15% del petróleo y el gas que consume Europa, hace que pueda contribuir a mejorar la seguridad energética europea.
Una avalancha histórica de leyes de reforma propiciadas por la UE ha ayudado a transformar y democratizar la sociedad turca. La supervisión legal europea calmó los ánimos de la tradicional insurgencia kurda. En 2004, incluso, el acercamiento entre la UE y Turquía hizo entrever una posibilidad pasajera de resolver el conflicto de Chipre, paralizado desde hace tiempo. Es una posibilidad que tal vez vuelva a darse. Al fin y al cabo, el paraguas protector de la UE ayudó a dejar atrás el resentimiento entre Turquía y Grecia, en otro tiempo aparentemente insoluble.
Sin embargo, desde 2005, el nerviosismo de la UE ha añadido presión al proceso. Además, la guerra emprendida por Estados Unidos en Irak hizo que en Turquía se despertaran aún más sentimientos antioccidentales; éstos derivaron en actuaciones inquietantes por parte de fiscales nacionalistas y generales autoritarios que, a su vez, provocaron nuevas críticas europeas.
Ahora, los políticos turcos evitan posturas favorables a la UE. El ejército ha reducido las compras a Europa. Las empresas francesas, en especial, han sufrido pérdidas. Las minorías religiosas y étnicas sufren nuevas presiones. Las disputas relacionadas con Chipre hacen cada vez más daño a la diplomacia de la UE y la OTAN. Ankara da muestras de tener una actitud unilateral en asuntos militares, sobre todo en relación con el norte de Irak, en el que tienen bases los rebeldes kurdos turcos.
No es demasiado tarde para invertir esta tendencia. En la capital turca continúan los trabajos técnicos sobre el acervo comunitario. En abril, el AKP elaboró el plan de acción que con más intensidad ha preparado el país para la convergencia con las normas de la UE. El primer ministro Recep Erdogan no se ha subido al carro neonacionalista que se puso en marcha como reacción a las desilusiones a propósito de la UE. En su primer discurso después de la victoria, prometió utilizar su sólido nuevo mandato para reavivar las reformas exigidas por la UE.
Para ayudar a que eso ocurra, Europa tiene que tender la mano, en serio y sinceramente, sin perder de vista el objetivo de la integración. El proceso de incorporación de Turquía a la UE no es, como dijo un político francés, un coqueteo ni un compromiso que se puede romper. Igual que dos ciudades que se han extendido hasta juntarse, Turquía y Europa, antes separadas, están ya tan unidas que no pueden volver atrás.
Ego sum qui sum; analista político, un soñador enamorado de la vida y aficionado a la poesía.
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