12 ago 2007

Lula Da Silva

Sin embargo, sólo al 10 por ciento de los norteamericanos les suena el nombre de Lula da Silva.
Un estudio, dado a conocer este doming, y realizado por el grupo Zogby International y el centro de estudios Diálogo Interamericano, muestra que a tan solo el 10 por ciento de los entrevistados les sonaba el nombre Luiz Inacio Lula da Silva, presidente de Brasil. En el caso de México, el porcentaje de personas que reconocían estar familiarizados con el nombre del jefe de Estado, Felipe Calderón, ascendía al 20 por ciento.
Luis Inacio Lula Da Silva: Un mito viviente/José Vales, corresponsal de El Universal.
El Universal, Domingo 12 de agosto de 2007
BUENOS AIRES.— ¿Qué más se puede decir de un hombre que construyó su liderazgo con pobreza, derrotas electorales y una invulnerabilidad para las denuncias, en proporciones similares y que no lo rozan por más letales que éstas sean? Lo que dicen muchos brasileños, incluso respetados analistas y hasta enemigos políticos, es que el presidente es un “mito político”, solo diferenciado de Getulio Vargas (1930-1945 y 1950-54) y Juscelino Kubischek (1956-61), que él es “un mito viviente”, revestido con el aura de aquellos que nada los tumba o los lastima y actor preponderante de la escena política de su país y de la geopolítica regional.
Luiz Inacio da Silva, apellido común si los hay en Brasil, es el séptimo hijo de una pareja de campesinos analfabetos del pequeño poblado de Garanhuns, en el sertao pernambucano. Como el resto de la familia, tenía un sobrenombre: Lula (Calamar), el que con el tiempo no sólo añadió legalmente a su identificación, sino que supo convertirlo en la marca registrada de una forma de hacer política en el país del subcontinente sudamericano.
La de Lula es una historia digna de novela. El joven surgido de los extractos más bajos de la sociedad que llega a la Presidencia vía el sindicalismo. Fue en 1980 cuando su nombre comenzó a sonar en Brasil, durante la huelga del ABC paulista e industrial contra la dictadura militar. Un Lula, más gordo y joven, líder de los metalúrgicos quedó grabado en el inconsciente de la sociedad brasileña subido en el palco arengando a más de 100 mil obreros en el estadio de Vila Euclides. A partir de ahí, la creación de la Central Única de Trabajadores (CUT), la fundación del Partido de los Trabajadores, sus tres derrotas en elecciones presidenciales y su bulliciosa llegada al poder el 1 de enero de 2002, sólo comparada con la de Nelson Mandela en 1994. El Lula presidente que no perdió ese carisma a prueba de todo, pero sí el pudor para confesar que nunca fue de izquierda, como casi todo el mundo creía. Un político que, fiel a su origen sindical, hizo de la negociación un arte. Lo que explica que haya convencido a empresarios y banqueros, al establishment en su conjunto, de que un gobierno suyo no sería un peligro o de mantener una relación de cercanía con George Bush.
Su primer mandato estuvo signado por haber reducido el número de pobres (11 millones), si bien no al ritmo que lo había prometido, y por sucesivas denuncias de corrupción en su entorno.
Sus primeros meses de su segundo mandato, que comenzó en enero, están marcados por el Plan de Aceleración del Crecimiento Económico (PAC) —con el que busca mejorar los índices de crecimiento y de pobreza— y la crisis área que ya se cobró (en dos accidentes) 352 víctimas.
Por tamaño y por peso económico, Brasil lidera en Sudamérica. Lula se propuso revitalizar ese liderazgo en hechos concretos. Pero en esa empresa sufrió sucesivos traspiés. Las cada vez más frecuentes desavenencias con su par venezolano, Hugo Chávez, y la promocionada nacionalización del gas boliviano anunciada el 1 de mayo de 2006 por Evo Morales.
En estos días fueron los primeros efectos del acercamiento a la administración de Felipe Calderón. Chávez sorprendió al anunciar el restablecimiento del nivel de las relaciones con México, al advertir la jugada del “amigo Lula”, como lo llama cuando quiere poner distancia con Brasil, cuyo Congreso viene impidiendo el ingreso de Venezuela al Mercosur.
Ese es justamente el rol que Washington esperaba de su principal aliado sudamericano. El de articular una política que contenga las sobreactuación de Caracas.

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