Las drogas, armas de destrucción masiva/Joaquín Villalobos, ex guerrillero salvadoreño, y consultor para la resolución de conflictos internacionales
Publicado en EL PAÍS, 14/12/2007;
Sayed comenzó a proyectar desde su ordenador portátil decenas de fotografías de norteamericanos connotados, eran millonarios, ejecutivos de multinacionales, políticos republicanos y demócratas, militares, personajes de Hollywood, modelos, actores y actrices, cantantes, deportistas, periodistas, escritores, pintores, músicos, académicos y activistas de izquierda; en fin, una muestra de quienes detentan el poder económico, político, intelectual, cultural y mediático en los Estados Unidos. Al terminar de exponer las fotografías, Sayed dijo: “Estos personajes, y 25 millones más de norteamericanos, tienen algo en común, todos ellos son consumidores de algún tipo de droga ilegal”.
Sayed, un bioquímico nacido en Pashtum, una región ubicada en la frontera entre Afganistán y Pakistán, había obtenido su doctorado en Francia, pero su futuro prometedor terminó cuando su familia murió resultado de un bombardeo norteamericano. Nunca le interesó ni la política ni la religión, pero desde ese bombardeo sólo pensaba en vengarse. Había dictado muchas conferencias, pero ese día disertaba en una modesta casa en su tierra natal, ante un grupo que no era ni de académicos ni de estudiantes.
Sayed mostró datos de los consumidores de drogas estadounidenses por edades, ingresos y ubicación, explicando cómo la droga fluía con rapidez desde barrios pobres controlados por delincuentes hacia zonas de clase alta. Luego proyectó un mapa del mundo que destacaba los países productores y las rutas que seguían las drogas para llegar a Estados Unidos y Europa Occidental desde Afganistán, Pakistán, Birmania, Nigeria, Marruecos, Sudán, Bolivia, Colombia, Venezuela, Guatemala, México y otros. Seguidamente agregó: “Los países productores o de tráfico de drogas tienen conflictos internos, gran inseguridad, desorden, corrupción y poderosas redes delictivas. En algunos casos, EE UU tiene malas relaciones con sus Gobiernos, sin embargo su sociedad necesita de las redes criminales para abastecerse de drogas. Estas redes delictivas están interconectadas mundialmente y a través de ellas se puede llevar un producto desde donde estamos reunidos hasta las casas de los personajes que presenté al inicio”.
Sayed concluyó su exposición ante el grupo de terroristas islámicos diciendo: “Los americanos están esperando ataques atómicos, biológicos o atentados similares a los del 11 de septiembre, pero las drogas salen de nuestro mundo y llegan hasta el mundo de ellos sin que nadie controle su calidad. Una vez un cargamento llega a Estados Unidos, éste se convierte en infinidad de pequeñas dosis. No necesitamos bombas, sólo necesitamos alterar las drogas y convertirlas en una dosis de destrucción masiva y en pocos días les causaríamos millones de muertos”.
Esta historia es totalmente ficción, pero las premisas operacionales que la sustentan son completamente posibles. La intención es dramatizar cómo el consumo de drogas es ahora la mayor vulnerabilidad a la seguridad estratégica de Estados Unidos y Europa occidental frente al terrorismo. Las drogas naturales o sintéticas salen de lugares donde dominan terroristas y/o mafias del crimen organizado en Asia, África y Latinoamérica y llegan desde allí a millones de consumidores. Son comunes las intoxicaciones por drogas adulteradas y hay antecedentes de envenenamiento de comestibles; quienes preparan, trafican y venden las drogas no son ni médicos ni farmacéuticos, son criminales sin escrúpulos. Nadie pensó que aviones de pasajeros podían ser utilizados como misiles; utilizar las drogas como arma química es más fácil. Las hipótesis de ataques del Pentágono, la CIA o la ficción de Hollywood palidecen frente al riesgo real de un envenenamiento masivo por drogas. En EE UU rara vez se capturan grandes cargamentos a pesar de que allí se vende más del 40% de la producción mundial.
A la base de toda esta vulnerabilidad existen unas relaciones perversas, hipócritas y muy peligrosas entre la sociedad estadounidense y occidental con el terrorismo y el crimen organizado. Los persiguen, pero los financian; los quieren destruir, pero los arman; los consideran despreciables, pero toman las drogas que producen.
Son los consumidores de Chicago, Londres, París o Madrid quienes pagan la corrupción de los policías mexicanos, y quienes financian el terrorismo en África, Asia y Colombia. Un cigarro de marihuana, unos gramos de coca o heroína, o unas pastillas de éxtasis que llegan como diversión al consumidor final, dejan en el camino miles de muertos, poblados aterrorizados, policías convertidos en delincuentes, robos y prostitución realizados para sostener el vicio, niños que reciben drogas promocionales, millones de adictos incurables y guerras interminables, y en todo esto no hay nada divertido. Las drogas matan al distribuirlas y matan al consumirlas, tienen una lógica homicida y suicida.
En los años ochenta, Estados Unidos lanzó una guerra contra Nicaragua supuestamente para evitar que llegaran armas a la guerrilla salvadoreña, sin embargo ahora, de las 100.000 tiendas legales de armas que posee dicho país, hay 12.000 en la frontera sur que abastecen a los narcotraficantes mexicanos. El Gobierno de México capturó 90.000 armas entre 1995 y 2006. Sólo en el último año decomisó 3.300 fusiles de asalto. Los narcotraficantes podrían estar comprando unas 10.000 armas de guerra anualmente en Estados Unidos, bastante más de lo que recibíamos los guerrilleros salvadoreños. Pero no sólo son armas, en Colombia le decomisaron 14 millones de dólares a las FARC provenientes de la cocaína, y en México descubrieron 205 millones provenientes de la anfetamina. La narcoguerrilla colombiana compró al ex jefe de la inteligencia peruana Vladimiro Montesinos para ejecutar la más grande operación logística subversiva de Latinoamérica. 10.000 fusiles provenientes de Jordania llegaron así, por vía aérea, hasta las selvas colombianas.
Son los narcodólares estadounidenses la mayor amenaza a la estabilidad latinoamericana, éstos han convertido a Guatemala en un Estado fallido. Es la heroína de Afganistán lo que mantiene fuerte a Osama Bin Laden. Los planes estadounidenses de lucha contra la oferta de drogas han fracasado y creado un enorme agujero en su propia seguridad. El personal que se requiere para llevar droga clandestinamente hasta los Estados Unidos es mucho menos que el que se necesita para mercadearla en las calles.
Mientras los capos que trafican con las drogas, como Pablo Escobar, son perseguidos a muerte, las celebridades que las publicitan consumiéndolas, como la supermodelo británica Kate Moss, son regañadas por la policía, recibiendo nuevos millonarios contratos de trabajo como pena. Garantizar la oferta es delito, pero promover el consumo no. Los narcocorridos mexicanos invitando a desafiar a la muerte, y la expresión sexo, drogas y rock and roll invitando a divertirse, evidencian el absurdo de una seguridad basada en perseguir a la oferta y tolerar a la demanda. Las drogas deberían legalizarse, pero eso es imposible porque requeriría un acuerdo internacional simultáneo.
La doctrina de seguridad americana considera que la principal motivación de los insurgentes y/o terroristas es ideológica, antes era el comunismo y ahora el fanatismo islamista. Las personas comunes no caen en la violencia política por ideología, sino por emociones; y son las personas comunes quienes dan fuerza a una insurgencia. Médicos que ganaban 200.000 dólares anuales se convirtieron en hombres bomba para atacar aeropuertos británicos. Cuando se bombardea y ataca indiscriminadamente se multiplican el odio y las emociones, esto aumenta las posibilidades de que personas normales hagan cosas anormales. ¿Cómo controlaría Estados Unidos un ataque terrorista que utilizara las drogas como arma de destrucción masiva? ¿Podría evitar que se introdujeran? ¿Podría evitar que llegaran a las calles? ¿Podría evitar que fueran consumidas? Por ahora ninguna de esas tres cosas es posible, sólo falta entonces que los bombardeos generen un Sayed.
Ego sum qui sum; analista político, un soñador enamorado de la vida y aficionado a la poesía.
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