10 feb 2008

La diputada Ruth Zavaleta


“Aflojó el cuerpo”, “le agarraron la pierna”, "Excesivo colaboracionismo de la Presidenta Zavaleta" ¡Caray!; y lo más grave, los ataques son de sus compañero y compañeras de partido.
Dos textos sobre Ruth, la de Tepecoacuilco de Trujano, Guerrero.
Izquierda amable/Luis Rubio
Reforma, 10 Feb de 2008;
En el país en que la forma es fondo, algunos de nuestros principales próceres políticos carecen de ambos y, peor aún, se enorgullecen de ello. El vulgar y misógino ataque a Ruth Zavaleta por parte de Andrés Manuel López Obrador y su camarilla es revelador en sí mismo, pero también representativo de las soterradas luchas políticas que el país está viviendo. Ambas dimensiones, la de la forma y la del fondo, ameritan una seria reflexión porque de por medio va el país y la democracia ciudadana que muchos queremos construir.
Primero la forma. Las palabras tienen consecuencias porque revelan el pensamiento y porque adquieren vida propia. Niels Bohr, el famoso físico danés, decía que uno nunca debe expresarse mejor de lo que piensa. Bajo ese rasero, expresiones sobre la diputada Zavaleta como "aflojar el cuerpo" o "agarrándole la pierna a quien se deja" son sugerentes de una forma de pensar, de una forma de ser. Las palabras reflejan el espíritu de quien las profiere. Y esas palabras evidencian un desprecio por las personas derivado de su sexo, es decir, una intolerable misoginia. Además, refiriéndose a una colega del mismo partido político, sobre todo uno de izquierda, resulta ignominioso, por lo que el partido en cuestión debería sentirse no sólo avergonzado sino agraviado.
Las palabras, dice un viejo proverbio africano, no tienen pies, pero caminan. Una vez pronunciadas, las palabras son escuchadas, leídas, repetidas y recordadas. En algunas cofradías adquieren un valor simbólico tal que cobran formas casi religiosas. Un ataque artero sin consecuencias para el atacante implica licencia para seguir atacando, permiso para ofender, todo lo cual destruye no sólo cualquier pretensión de vida democrática, sino la credibilidad de un perfil de respeto por las formas y las leyes que el ex candidato presidencial había intentado forjar para sí mismo. Si así trata a los miembros de su propio partido, si da pie a esa profunda intolerancia y falta de autocrítica, no es sorprendente que injurie cotidianamente a personas que piensan distinto o que representan intereses divergentes a los suyos, comenzando por el Presidente de la República.
El lenguaje empleado contra la diputada Zavaleta lesiona a todas las mujeres y a todos los ciudadanos. Por eso todos los miembros de la sociedad mexicana le debemos a la injustamente agraviada una expresión de insoslayable solidaridad. Éste no es un tema de ideología o de postura frente a un determinado tema político o legislativo. Se trata de un principio elemental de respeto, la esencia de la vida en sociedad. Sin formas decentes de vivir, dijo alguna vez John Womack, la democracia es imposible. Y las formas decentes de vivir comienzan por el respeto a las personas. Ruth Zavaleta merece un absoluto respeto por el hecho de ser persona, mujer y ciudadana. Nada menos que eso es aceptable en una sociedad civilizada.
El ataque a la diputada Zavaleta también revela un fondo. Además del evidente desprecio a las mujeres, el hecho de atacar a una persona por cumplir con la responsabilidad para la que fue electa -hablar con sus pares y contrapartes- muestra dos características de la realidad política actual. Una, la existencia de un sector de la política mexicana que actúa por vías extra institucionales y dispuesta a todo con tal de lograr su cometido. La otra, una acusada disputa dentro del PRD por el futuro del partido que se manifiesta en el sistemático intento por coartar el desarrollo de una corriente política de auténtica izquierda moderna, capaz de no sólo cautivar al electorado, sino también de plantearle una alternativa positiva sobre el futuro, compatible con las aspiraciones de la ciudadanía. Es decir, estamos viendo a la vieja izquierda estalinista y priista que encarna el agresor verbal frente a la promesa de una socialdemocracia moderna del estilo español o chileno que tanta falta le hace al país.
Hace dos años el país se batía en la disyuntiva entre el pasado y el futuro. Ahora resulta que ese fenómeno era igualmente cierto dentro del propio PRD. Ahí conviven dos corrientes, ahora nítidamente diferenciadas: la que aboga por un retorno a las peores prácticas y valores autoritarios del viejo PRI y que se apoya en la izquierda más recalcitrante y reaccionaria. Y la otra corriente, la que sostiene un proyecto de transformación a partir de la lucha contra el privilegio a través de mecanismos de mercado. La nueva izquierda, esa que ha gobernado en España, Inglaterra y Chile en años recientes, rechaza las soluciones burocráticas y se opone a los monopolios y empresas estatales como respuesta natural e inexorable a todo fenómeno social o económico. A diferencia de los partidos liberales, la nueva izquierda concibe al crecimiento económico como un mero instrumento para alcanzar una sociedad igualitaria. Lo que diferencia a los partidos liberales de los de izquierda es la búsqueda de la igualdad; lo que distingue a la vieja de la nueva izquierda es su visión sobre el futuro y los instrumentos que está dispuesta a emplear para abrazarlo. La primera es eminentemente pesimista sobre el futuro; la nueva izquierda ve hacia adelante con determinación.
El espectacular salto histórico que dio España en los ochenta y noventa no fue producto de la casualidad, sino de una nueva concepción del desarrollo, liderada enteramente por esa izquierda moderna que hasta ahora había estado prácticamente ausente en México. El PRD nunca ha sido un partido monolítico y siempre hubo corrientes socialdemócratas inspiradas en los éxitos europeos y chileno. Hoy, sin embargo, como ilustran los ataques a Ruth Zavaleta, el partido y sus miembros viven acosados por las más rancias prácticas de descalificación y control, hijas de un estalinismo cavernario.Como en el resto del mundo, la nueva izquierda en México ha ido cobrando forma de manera paulatina. A final de cuentas, romper mitos, remontar dogmas y construir una verdadera alternativa nunca es tarea fácil. Mucho más difícil cuando las prácticas internas del partido parecen más cercanas a la era soviética que a la esencia de una democracia liberal. Pero el hecho es que la nueva izquierda ha ido ganando terreno y apoyos a diestra y siniestra. No me cabe duda que, sobre todo en los asuntos económicos, persisten entre sus miembros muchas concepciones que son más cercanas a la vieja izquierda que a la socialdemocracia moderna, pero eso tiene más que ver con la historia y la distancia respecto al proceso de toma de decisiones gubernamental que a una posición política o filosófica.
Descalificar e insultar a Ruth Zavaleta es equivalente a ofender a la democracia mexicana. La forma es intolerable; el fondo es por demás preocupante. Es, de hecho, una afrenta a la urgente modernización institucional del país, sobre la cual ningún partido o filosofía tiene monopolio.
Página de internet: www.cidac.org
Columna Bitácora del director/Pascal Beltrán
Las mujeres y el poder

Excelsior, 10/02/2008;
La declaración se perdió en las brumas del letargo informativo del pasado fin de año. Ruth Zavaleta, la presidenta pro tempore de la Cámara de Diputados, dijo a la agencia Notimex que México está preparado para que una mujer asuma la Presidencia de la República. La discusión sobre este tema se había animado el sexenio pasado en torno de las aspiraciones presidenciales —o propias o endilgadas— de Marta Sahagún de Fox y Rosario Robles Berlanga. ¿Se acuerda de ellas? La primera utilizó abiertamente su condición de esposa del Presidente para especular con la posibilidad de que el poder pudiera transferirse entre cónyuges, algo que ya sucedió en Argentina. La segunda construyó una meteórica carrera política que la llevó, en pocos años, del sindicato de la UNAM a la dirigencia del principal partido de izquierda del país, pasando por la Cámara de Diputados y la Jefatura de Gobierno del Distrito Federal. La estrepitosa caída de una y otra canceló momentáneamente el debate. Hace rato que hablar de una señora Presidenta es mera referencia a los triunfos electorales de Michelle Bachelet, en Chile, y, más recientemente, de Cristina Fernández de Kirchner, en Argentina, así como de las posibilidades que aún tiene la senadora estadunidense Hillary Clinton —otra ex primera dama— de llegar a la Casa Blanca.
En aquella entrevista, Zavaleta afirmó: “Las mujeres nos venimos preparando desde hace años y podemos ser iguales o incluso mejores que los hombres desempeñando cualquier cargo o responsabilidad”. Para mí, el asunto no es ese. No creo que las capacidades se definan por género. Un hombre no es, simplemente por condición de su sexo, más corrupto que una mujer, por ejemplo. El tema es, más bien, de igualdad de oportunidades. Y creo que por eso la presidenta de la Cámara de Diputados hizo muy bien en ponerlo nuevamente sobre la mesa, pese a que sus declaraciones hayan pasado prácticamente desapercibidas. Lo que debemos preguntarnos es si una mujer en México tiene las mismas posibilidades de ocupar el máximo cargo de elección en el país. La respuesta es no. Tendrán que pasar muchas cosas para alterar esa realidad. Algunas ya están pasando, como la aplicación de cuotas, en partidos y gobiernos. Otras son más lentas, como la erradicación cultural del machismo. Aunque tienen desventajas, las cuotas se han ido abriendo paso en la designación de candidaturas y la formación de gabinetes. Ese principio tiene como virtudes, cuando menos, el fogueo y la formación de una costumbre de ver a mujeres en puestos de responsabilidad.
En la integración de su gabinete, el presidente Felipe Calderón invitó a cuatro mujeres para ocupar sendas carteras, el máximo número de secretarias de Estado en el arranque de un gobierno. Los presidentes Vicente Fox y Ernesto Zedillo habían designado a tres secretarias, una más que Carlos Salinas de Gortari. Ahora, con la salida de Beatriz Zavala de la Secretaría de Desarrollo Social, el mes pasado, sólo quedan Josefina Vázquez Mota, Patricia Espinosa y Georgina Kessel. Sin embargo, la verdadera justicia se dará cuando las mujeres no requieran esa acción afirmativa —o de lazos familiares o afectivos— para alcanzar cargos públicos, por elección o designación.
El nombramiento de Zavaleta como presidenta de la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados, a fines de agosto pasado, tiene, venturosamente, ese sello. En su caso no importan parentescos ni relaciones sentimentales y sí pesaron en su nombramiento su talante conciliador y su efectividad como legisladora y funcionaria. Es verdad que en su ascenso político ha importado su afiliación en la corriente Nueva Izquierda, del PRD, pero es una exageración decir que es incondicional de los llamados Chuchos. Antes que miembro de dicha tribu, la guerrerense (nació en Tepecoacuilco, en 1966) es una política de nuevo cuño, formada en las luchas sociales y políticas de 1985-1988 y sin mucha relación con las organizaciones que precedieron al PRD, como puede leerse en la reveladora entrevista de semblanza que le hizo mi compañera María Luisa Díaz de León para esta misma edición de Excélsior.
Atacada reiteradamente por los seguidores de Andrés Manuel López Obrador, la legisladora ha evitado hacerse la víctima, una pose que aquél ha cultivado en grado de maestría. Desde cuando Marta Sahagún partió al rancho para no volver y Rosario Robles tiró a la basura su carrera política, Zavaleta se ha convertido en la opción más concreta a fin de que algún día una mujer llegue a Los Pinos. Está en esa posición por encima de la panista Vázquez Mota y las priistas Beatriz Paredes e Ivonne Ortega. No me queda claro si la Presidencia está en sus planes, aun los de largo plazo.
A Díaz de León le dijo que, una vez que termine la Legislatura, se irá a La Montaña de Guerrero a trabajar con los pobres. No tengo motivos para dudar de las palabras de Zavaleta, pero recuerdo que López Obrador, además de pedir que lo dieran “por muerto”, solía decir que después de 2006 se iría a Tabasco a “criar animalitos”.
El jueves pasado, en The New York Times, el columnista Nicholas Kristof recordaba una declaración de Shirley Chisholm, la única mujer negra que ha sido aspirante a la Presidencia de Estados Unidos, en 1972: “Sufrí mayor discriminación por ser mujer que por ser negra”. Es una lástima que las mayores muestras de misoginia contra Zavaleta —“entregó el cuerpo”, “le agarraron la pierna”— provengan de su propio partido político.

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