13 mar 2008

Subir el perfil de México en los hechos de Ecuador

Columna Día con día/Héctor Aguilar Camín
Publicado en Milenio, 13/03/2008;
Omisiones
El gobierno mexicano ha sido omiso en la defensa diplomática y judicial de sus ciudadanos muertos en el campamento ecuatoriano de las FARC. Lo menos que debió hacer es una denuncia enérgica de los hechos y exigir una explicación puntual a los gobiernos de Colombia y Ecuador.
El gobierno mexicano anda en fase de mejorar sus relaciones con los gobiernos del área, y ha adoptado en esto un bajo perfil. El bajo perfil puede resultar caro porque si hay algo evidente en el caso es que esos muchachos fueron muertos en un acto de violencia ilegal, en una operación de exterminio, cuyos detalles conocidos hielan la sangre.
Fue una acción del ejército colombiano ejecutada con premeditación, alevosía y ventaja en la que resultaron muertos ciudadanos mexicanos de cuya defensa y protección el gobierno mexicano debe hacerse cargo. Hacerse cargo es exigir tanto en los foros internacionales como ante los gobiernos involucrados una relación puntual de los hechos, su esclarecimiento circunstanciado y el castigo de los responsables. Ya empiezan a escucharse en boca de las víctimas y activistas de los derechos humanos las grandes palabras: “crimen de Estado”. No me gustan esas grandes palabras porque inducen a levantar la vista de lo concreto y a refugiar la indignación en un cielo de vaguedades bien pensantes que suenan mucho y no dicen nada. Prefiero los hechos escuetos.
Por ejemplo: hay testimonios de que los comandos colombianos tranquilizaban a los sorprendidos en el campamento intimándolos a rendirse, y una vez que se rendían los ejecutaban. ¿Alguno de los mexicanos muertos fue engañado y ejecutado así? Hay testimonios de que hubo rematados por la espalda. ¿Alguno de los mexicanos murió así?
Creo que ninguno de los actores debiera eludir sus responsabilidades en este episodio trágico. Ni los gobiernos, ni las escuelas donde estos jóvenes han aprendido lo que creen, ni los maestros que se los han enseñado, ni los padres que ignoran o esconden los hechos de sus hijos, ni los jóvenes mismos que son más que mayores de edad.
Mi impresión, sin embargo, es que este episodio empieza a diluirse en el habitual mar de omisiones que acabará escondiendo a nuestros ojos lo único que importaría saber y revelar: qué pasó exactamente ahí y qué nos muestran esos hechos de las pasiones de nuestra juventud radical, de sus creencias, sus mitos, sus maestros y enganchadores.

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