25 ago 2009

Opiniòn de Fernando Reinares

¿Se acabó la guerra al terrorismo?/Fernando Reinares
Publicado en EL PAÍS, 24/08/09;
Lo que Barack Obama piensa sobre terrorismo y antiterrorismo ha quedado suficientemente claro en algunos de sus discursos públicos. El más importante de ellos fue pronunciado el 1 de agosto de 2007, cuando aún era candidato a la nominación presidencial por el Partido Demócrata, en el Woodrow Wilson Center de Washington. Los contenidos de esa alocución están informando ahora la toma de decisiones en materia de política antiterrorista del actual presidente. Desde que jurara su cargo ha desarrollado una parte sustancial de los mismos en tres importantes intervenciones oficiales. Primero el 27 de marzo de 2009, desde la propia Casa Blanca, acerca de la nueva estrategia estadounidense en Afganistán y Pakistán. Apenas un mes después, el 21 de mayo, sobre seguridad nacional, en la sede de los Archivos Nacionales, asimismo en la capital norteamericana. Finalmente, el pasado 4 de junio, en El Cairo, a invitación de la Universidad de la capital egipcia y de El Azhar, institución de referencia para el Islam suní.
Pues bien, una primera constatación que emana de esos discursos es que para Barack Obama la amenaza terrorista en Estados Unidos no es una invención, va a perdurar y está claramente identificada. El 27 de marzo afirmó que “múltiples estimaciones de inteligencia han advertido de que Al Qaeda está planeando activamente ataques en el territorio de Estados Unidos desde su santuario en Pakistán” y el 21 de mayo insistió en que “sabemos que Al Qaeda se encuentra planificando activamente atacarnos de nuevo. Sabemos que esta amenaza estará con nosotros por mucho tiempo”. En la percepción de la amenaza no parece que existan discrepancias fundamentales entre el actual inquilino de la Casa Blanca y su predecesor, George W. Bush. Llama la atención, eso sí, que igualmente eluda hablar del problema que supone la existencia de células terroristas constituidas por individuos radicalizados en el seno de la propia sociedad estadounidense y abunde en la tradicional visión norteamericana de la amenaza terrorista como amenaza exterior.
Pero Barack Obama pretende diferenciar su estrategia contraterrorista, los objetivos de la misma y los medios para lograrlos, de la de su antecesor en el cargo. A partir de 2002, las declaraciones oficiales y los documentos estratégicos de la Administración republicana coincidían en definir al terrorismo como una amenaza global y referirse a la lucha contra dicho fenómeno como una guerra. Una guerra cuyo fin era el de eliminar no sólo ése sino cualquier tipo de extremismo violento y fomentar la democracia, recurriendo de manera preferente a medios militares y adoptando un enfoque unilateralista. El actual presidente de Estados Unidos, a diferencia de su secretaria de Estado, Hillary Clinton, o de su secretario de Defensa, Robert Gates, fue muy crítico con esa estrategia y sus desvaríos desde que era candidato a la nominación. El 1 de agosto de 2007 dijo que “a causa de una guerra en Irak que nunca se debió hacer, estamos ahora menos seguros de lo que estábamos antes del 11 de septiembre”. Palabras discutibles porque en Estados Unidos no se han repetido hechos como los de ese día.
Esa afirmación se incluía en el mencionado discurso del Woodrow Wilson Center, en el que Barack Obama presentó los cinco elementos de lo que sería y está siendo su estrategia contra el terrorismo. El primero, salir de Irak y entrar en el correcto campo de batalla de Afganistán y Pakistán. El segundo, desarrollar las capacidades y partenariados que sean precisos para acabar con los terroristas y las armas más mortíferas del mundo. El tercero, involucrar al mundo en privar de apoyo al terror y el extremismo. El cuarto, restablecer los valores estadounidenses. El quinto y último, hacer que la patria norteamericana sea más segura y consistente. Tres de estos cinco elementos han sido desarrollados por el ya presidente de Estados Unidos en otros tantos discursos pronunciados desde el inicio de su mandato, a los cuales he hecho alusión al comienzo de este artículo, así como en las decisiones ejecutivas tomadas en relación con sus contenidos. Aquellos discursos y estas decisiones permiten apreciar cambios pero también continuidades en la estrategia contraterrorista de dicha nación respecto a la que existía con anterioridad.
El principal objetivo de dicha estrategia es ahora, según lo dicho por Barack Obama el 27 de marzo, “desbaratar, desmantelar y derrotar a Al Qaeda en Pakistán y Afganistán, y prevenir su retorno a cualquiera de esos países”. Se trata de fines más precisos y, en cierto modo, menos ambiciosos que los del periodo en que George W. Bush desempeñó la presidencia de Estados Unidos. La nueva estrategia no se formula como entonces en términos bélicos, pero los medios militares continúan siendo preferentes, como difícilmente podría ser de otro modo en aquel escenario transfronterizo de conflicto armado generalizado. Esos medios incluyen asistencia militar a las autoridades paquistaníes y el despliegue de 17.000 soldados más en territorio afgano, aunque se contemplan también ayudas económicas y el refuerzo de instituciones democráticas. No se plantea una negociación con los talibanes. Si bien se alude asimismo al fortalecimiento de la cooperación internacional, el enfoque que se propone no renuncia a la acción unilateral ni puede ser calificado de multilateralista. Incluso los controvertidos ataques norteamericanos con misiles lanzados desde aeronaves no tripuladas, contra lo que se considera son blancos de Al Qaeda, han aumentado en Pakistán durante 2009.
Por otra parte, el actual mandatario estadounidense calificó el 21 de mayo de ineficaces e insostenibles una serie de decisiones adoptadas por la Administración previa republicana, presentando así su decisión de prohibir determinadas técnicas utilizadas en el interrogatorio a sospechosos de terrorismo y ordenar el cierre del campo de prisioneros de Guantánamo al tiempo que la revisión de todos los casos pendientes en el mismo. Pero la restauración de un apropiado marco legal en su estrategia contraterrorista encuentra serias dificultades, evidentes con el retraso en la clausura de esas instalaciones, la persistencia de tribunales castrenses para los internados en ellas e incluso de la detención indefinida si aquellos no son tenidos por competentes. En otros aspectos ni siquiera se abordan modificaciones: instrucciones expresas de Barack Obama han autorizado a la CIA para que continúe secuestrando presuntos terroristas y trasladándolos a países que colaboran con Estados Unidos en ese tipo de actividades. Antes de acceder al cargo habló de “perseguir y matar terroristas en todo el mundo”, lo que no se compadece muy bien ni con el Estado de derecho ni con la legalidad internacional.
En el mensaje que el presidente de Estados Unidos dirigió el 4 de junio a los musulmanes del mundo les instó a no tolerar el “extremismo violento” y combatir la “violencia contra civiles” -pese a lo equívoco que pudo resultar el hecho de que no hiciese mención alguna al terrorismo y de que se refiriese implícitamente a este último como si no fuera igualmente reprobable cuando mata policías turcos o soldados argelinos-, reiterando de cualquier manera que su país “no está ni nunca estará en guerra con el Islam”. Es importante vocear esto último y acompañarlo con hechos, para impugnar la narrativa de los terroristas, que presenta la guerra al terrorismo como guerra al Islam. Porque, como tal, la guerra al terrorismo no se ha acabado. Más bien se ha redefinido, en un contexto como el norteamericano en el que los condicionantes institucionales y la cultura política tienden a inhibir transformaciones profundas en el ámbito de la seguridad nacional. En la nueva Administración demócrata no se habla ya de la guerra global al terrorismo que propugnaban los republicanos. Pero Barack Obama, el 21 de mayo, fue rotundo: “Por supuesto que estamos en guerra con Al Qaeda y sus afiliados”.

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