20 nov 2009

Palabras de Gómez Mont en el 99 aniversario de la Revolución

Palabras del Secretario de Gobernación, Fernando Gómez Mont, durante la ceremonia Conmemorativa del XCIX Aniversario del Inicio de la Revolución Mexicana y Homenaje a don Francisco I. Madero, que tuvo lugar en la explanada “Francisco I. Madero” de la Residencia Oficial de los Pinos.
México, D. F., a 20 de noviembre de 2009 | Discurso
Don Felipe Calderón Hinojosa,
Presidente Constitucional de los Estados Unidos Mexicanos;
Señor Don Guillermo Ortiz Mayagoitia,
Presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación;
Senador Carlos Navarrete Ruiz,
Presidente de la Mesa del Senado;
Don Francisco Ramírez Acuña,
Presidente de la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados;
Honorables miembros del presídium,
Invitados especiales, señoras y señores:
Toda revolución exitosa implica una transformación profunda de la realidad: Necesariamente modifica las relaciones, los procesos y las estructuras sociales; las replantea, las redimensiona, las orienta a nuevos objetivos.
Las revoluciones surgen precisamente del sentido de urgencia de transformar que sobreviene a un sector o a una generación entera y se consolidan en tanto dicho proceso alimente a la esperanza de un futuro transformado.
No se explica, pues, una revolución sin sentimiento de indignación, sin deseo de cambio, sin compromiso con la comunidad ni, sobre todo, sin la firme convicción de que la transformación es posible.
Así, marcan puntos de inflexión que aceleran el dinamismo continuo que es inherente a la naturaleza humana; son procesos que superan inercias, su legado cobra forma y fuerza en períodos posteriores y se perpetúa como un referente colectivo que nos vincula a todos.
La Revolución Mexicana, que iniciara en 1910, fue una lucha por la equidad, en un país que se había asumido como único y distinto cien años antes; la identidad nacional no reflejaba un desarrollo homogéneo, una repartición equitativa de bienes y oportunidades, no había un espacio de participación desde la disidencia, no se defendían las libertades más fundamentales entre las cuales la libertad de conciencia es probablemente la más necesaria.
No puede pensarse una sociedad democrática y moderna sin promover la libertad que se ejerce con responsabilidad, con sentido de lo público, con conciencia de fe.
Como individuos nos articulamos desde la sensibilidad, la empatía, la humanidad con los demás.
El movimiento revolucionario planteaba estos principios, promovía estos valores y hoy, a cien años de su inicio, podemos evaluar si el discurso fue lo suficientemente poderoso para trascender con él a la realidad nacional.
Algunas de estas realidades subsisten, algunas han sido exitosamente transformadas.
Es parte de la naturaleza humana asignar límites a los ciclos temporales, el ánimo optimista los pone en marcha y la evaluación reflexiva los delimita.
Muchas veces los ciclos son íntimos, personales; pero así como la memoria individual se recarga en referentes comunes, así los ciclos individuales se inscriben en momentos históricos de la comunidad a la que pertenecemos y nos contiene.
A cien años del inicio del movimiento revolucionario que enarbolara los principios de modernidad, equidad y justicia social, tenemos la oportunidad de perpetuar este ciclo invadido de inercia o renovarlo desde una profunda reflexión.
Podemos definirnos desde nuestra historia pero también hacia nuestro porvenir, podemos asumirnos como herederos pero también como gestores de la nación.
En 1910, en un México con un sistema político excluyente, con una sociedad política incipiente, probablemente la única forma de imprimir un cambio profundo en la realidad era efectivamente el movimiento armado.
Hoy los mexicanos tenemos la posibilidad de lograr transformaciones profundas desde la participación democrática y no desde la violencia y a través de un marco institucional que busca fortalecerse constantemente, en vez de adecuarse a la voluntad de intereses particulares.
Podemos plantear caminos para acercarnos a los anhelos sociales a partir del debate comprometido, no mediante la imposición arbitraria; hoy los mexicanos tenemos la oportunidad de transformar nuestro país sin lastimar su realidad; hoy los mexicanos tenemos el deber de hacerlo.
El pasado 2 de septiembre el Presidente Calderón convocó a la participación de todos los mexicanos para redefinir nuestra realidad y replantear nuestro futuro; nos invitó a buscar las alternativas que multipliquen las oportunidades, que brinden un acceso equitativo a la riqueza, a la salud, al saber y al poder.
Para ser benéfico, para ser incluyente, para ser verdaderamente transformador, este impulso debe fortalecer a la ciudadanía, debe consolidar espacios institucionales para la toma de las decisiones políticas, debe superar la parálisis institucional y recargarse en el ánimo social, debe colocar al Gobierno cerca de los ciudadanos y a su servicio, debe transparentar el ejercicio del poder y obligarlo a rendir cuentas.
Para transformar la realidad no basta con reformar las instituciones formales. Tenemos que transformar las prácticas cotidianas, los prejuicios inamovibles, la negligencia irresponsable.
Para hacerlo, los ciudadanos tenemos que asumirnos todos como elementos constitutivos de una comunidad que nos trasciende, que nos ofrece y que nos exige.
Señor Presidente,
Señoras y señores:
A cien años del inicio del movimiento revolucionario, hoy tenemos la oportunidad de erradicar un sistema de privilegios que no atienda el beneficio social; podemos combatir la injusticia y la inequidad, podemos consolidar los pilares y los procesos que nos permitan crecer económica e institucionalmente; podemos replantear nuestra democracia y abrazar con fuerza la cultura de la legalidad.
En este año que conmemoramos el Centenario de nuestra Revolución los mexicanos tenemos la oportunidad de sustentar los principios de equidad, justicia y prosperidad que la motivaron desde las instituciones democráticas.
El Gobierno tiene el deber de hacerlo con acciones concretas y para ello convoca a todos los mexicanos a impulsarlos, a concretarlos y a perpetuarlos.
Gracias.

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