19 nov 2009

Poco oasis y mucho camello

Poco oasis y mucho camello/Gregorio Morán
Publicado en LA VANGUARDIA, en dos partes el 7 y 14 /11/09;
El problema más alarmante en Catalunya no es ni el futuro de la lengua catalana, plenamente subvencionada, ni la supervivencia del castellano, garantizada por la evidencia. La cuestión más inquietante es la tercera lengua. ¿Y cuál es la tercera lengua? ¿Acaso el inglés? ¡Qué más quisiéramos, que se tratara de una lengua así, muy útil para llamar a las cosas por su nombre y escasamente sofisticada en las reglas! La tercera lengua es la jerga con la que nos expresamos en Catalunya para no decir lo que estaríamos obligados a decir si nos creyéramos lo que decimos. Este trabalenguas, que parece una charada, resulta muy simple de explicar a partir del caso Millet, nuestro Madoff de diseño. Caso modélico de la tercera lengua y de nuestra cultura institucional.
Cuando el abogado de nuestro prestidigitador financiero afirma “que no se preocupe la gente, porque el Palau recuperará el dinero, y si el señor Millet tiene que ir a vivir bajo un puente, pues irá”, caben dos posibilidades. Como mínimo, dos. La primera es impresionarnos porque todo un letrado, que además canta y se apellida Molins, de los Molins de toda la vida, pueda usar una expresión tan radical como echarse a vivir debajo de un puente, nada menos que un Millet. Incluso como augurio resulta excesivo, y muchos sensibles intelectuales autóctonos entenderán que se trata de un exceso oratorio.
¿Quién podría tener tan mala entraña como para mandar a Fèlix Millet debajo de un puente?
Sin entrar en el pequeño detalle de que tratándose de tantos parientes y amigos como los que participaron en el saqueo del Palau no cabrían, o cuando menos estarían incómodos en tan inhóspito espacio. Entonces llegamos a la conclusión de que con toda probabilidad el ilustre letrado Pau Molins se está descojonando de nosotros. O lo que es lo mismo, está usando la tercera lengua.
Creo que la mejor metáfora sobre el latrocinio de Millet y compañía la ha dado Domingo Marchena en este periódico. Lo de Millet es un circo, y como todo gran circo tiene varias pistas. La pista principal la ocupa por derecho propio, valga la expresión, el protagonista, con ese gesto cansado que suele distinguirse en gente que no ha trabajado en su vida.
Me presentaron – mejor sería decir de acuerdo con las categorías de la tercera lengua fui presentado-a Fèlix Millet hacia 1991 o 1992 en el vestíbulo del Palau, y lo único que me impresionó, y me hace recordarlo aún hoy, es que el mismo que hizo de intermediario, un periodista radical converso luego al nacionalismo, me susurró inmediatamente después: “Es un delincuente, pero se apellida Millet”. Como no volví a encontrármelo en mi vida, la verdad es que se me olvidó el tal Millet hasta hace bien poco.
¿Qué es lo que tiene de peculiar la prodigiosa historia del estafador Fèlix Millet en una España donde es difícil sorprenderse? El color local, eso que vuelve a ser otra manifestación de la tercera lengua. Si el Madoff norteamericano se distinguió por saber explotar el sionismo con la audacia de un estafador de altos vuelos, Millet fue nuestro Madoff. Digo más, ahora que se había puesto de moda entre nuestros nacionalistas de regadío equipararnos al pueblo semita – somos los judíos de España-resulta que el color local se reduce a eso: cómo engañar a la gente usando las creencias más profundas. Pero hasta aquí todo sería normal, todo lo normal en una historia de estafadores y estafados, pero la tercera lengua nos introduce un elemento sorprendente: detrás de la denuncia de Millet hay un ataque a las esencias culturales de Catalunya. La verdad es que el asunto sería cómico si no trascendiera lo patético.
La tercera lengua obliga a considerar que hay dos tipos de estafadores. Los nuestros, que se desviaron del pacto implícito que les hubiera permitido robar un poco y vivir de ello, y se excedieron en el descaro y la alevosía. Y luego están los demás, que cuando roban lo hacen sin principios. A nuestros estafadores hay que suponerles siempre gente de principios muy arraigados. Casi se podría decir, parodiando una vieja película española, que nuestros ladrones son gente honrada.
En un país con opinión pública, donde la tercera lengua no se constituyera en el canon de las relaciones sociales, políticas e informativas, lo primero que se hubiera hecho es formar sociedades de agraviados por nuestro Madoff, porque se ha producido una estafa a la sociedad, no sólo a particulares. En Catalunya hoy no existe opinión pública; existía, pero se disolvió en los años del pujolismo. Es creencia de la tercera lengua que nos habíamos hecho tan excelentes que la envidia carcomía a nuestros ancestrales enemigos. Por eso ahora estamos apenados, porque nos van a decir que nos parecemos a los demás. Esta ideología de patio de colegio funciona. Es sorprendente, pero funciona.
A los portavoces de la tercera lengua se les llena la boca hablando de la sociedad civil. O mucho me equivoco o el plenario de esa denominada sociedad civil asistió a las bodas de las hijas del Midas de la música catalana. ¿Hicieron regalos o consideraron que la inversión ya estaba amortizada? A ese consuegro doblemente estafado, el que pagó a Millet lo que Millet había sustraído, ¿nadie le pregunta si reclamará o se mantendrá callado? Me imagino los sudores del juez Juli Solaz, el del 30, enfrentado a un dilema shakespeariano digno del Mercader de Venecia.
Mirémoslo desde el ángulo de la ironía. Nuestra aportación y desprendimiento hacia la cultura. Dudo mucho que haya país alguno en el que sea posible que alguien sin necesidad de tocar un instrumento ni tener zorra idea de música alcance tal nivel de sofisticación armónica como para forrarse él y los suyos. ¡Millet, el primer estafador mundial de la música!
¡A qué esperan nuestros diseñadores estelares y nuestros chistosos mediáticos para exportar esa mina! Incluso las escuelas empresariales de rompe y rasga, y con influencia en el mundo entero, deberían incluir un programa de estudios que tuviera un título imaginativo y con pegada: “Fèlix Millet, un crac del negocio musical sin saber lo que es una corchea”. Yo animo a hombres de reconocida solvencia en este campo, Oscar Tusquets por ejemplo, que tan bien conocía al protagonista cuando nos vendió un proyecto hotelero suculento, para que nos ayude con su proverbial imaginación plástica a lanzar el producto.
La tercera lengua facilita entender al juez Juli Solaz. Una opinión pública exigente nos hubiera hecho saber todo sobre el juez, amén de que pertenece a la otrora progresista Jueces para la Democracia. La izquierda en Catalunya se arrugó hacia 1980 y ahí se quedó, en el calor de la tintorería. El juez Solaz se lo piensa. Tiene su lógica. Si Millet lleva nueve años robando – las investigaciones ya están en el 2000 y seguirán bajando-por qué se quejan si su señoría se lo toma con calma. Y además intuyo que el juez Solaz – qué idoneidad la del apellido; solazarse viene de solaz-debe de tener esposa y quizá hijos, y suegros y hermanos y parientes, y le gustará comer en familia canelones – ¡ojo, canelones!; los canalones,en castellano, son de metal-.Se imaginan qué dirían de él los de la tercera lengua, los suyos en definitiva, si metiera en la cárcel al chisgarabís de Millet. ¡Mientras pueda demorarlo! ¿Quién osaría arrostrar una responsabilidad así? Sería como encarcelar una institución. ¿O no era una institución?
Conmueve la preocupación por el buen nombre de las instituciones. ¡Hay que preservar el prestigio de las instituciones! Bueno, vale, preservémoslo. ¿Y cómo lo hacemos? Tenemos en la cárcel a nuestro empresario modélico Javier de la Rosa, también al formador de generaciones de abogados catalanes, reconocido prohombre del derecho, Piqué Vidal. También a Pascual Estevill, nuestro juez más profesional – yo me aterrorizo cuando oigo que se dice de alguien que “es muy profesional”, expresión muy utilizada para los sicarios-.A lo mejor ni siquiera están ya en la cárcel, sino en el limbo del tercer grado, en función de sus muchos méritos.
No es por ponerme dramático, pero tras lo de Millet “deberíamos hacérnoslo mirar”, que dicen por aquí. Con eso ya habría como para una sesión. Pero entonces aparecieron los del Pretoria
Una modesta proposición. Por eso de la salud pública propongo que los medios de comunicación de Catalunya, especialmente los escritos, que parecen gozar de historia y sensibilidad, inserten un pequeño recuadro donde den cuenta, día a día, del tiempo que va transcurriendo sin que el señor Fèlix Millet entre en la cárcel. ¿Cuánto llevamos? ¿Cien, ochenta, cuarenta y cinco días? Esa misma discusión sería una buena terapia social y una pregunta digna para el equipo de Redactores de Informes Institucionales (cuyas siglas RII lo identifica con la época del jijiji-jajaja que disfrutamos). Se podría adjuntar una pregunta sencilla que obligaría a la ciudadanía a definirse: ¿Cuándo se enteró usted que don Fèlix Millet era un chorizo? Los resultados estadísticos pueden ser excepcionalmente reveladores de los segmentos en los que se divide la sociedad catalana. Soy consciente de la primera dificultad.
La idea de que Catalunya esté segmentada no deja de resultar tendenciosa porque aquí segmentos, lo que se dice segmentos, sólo hay uno. Los demás están en trance de integrarse, y si aún se consideran segmentos es porque no han terminado su proceso de adaptación. Pero si dejamos esta afirmación canónica para otro día y hacemos un soberano esfuerzo por aparcarla, hemos de abordar lo fundamental.
Fèlix Millet no está en la cárcel.
Ni está ni se le espera.
Alcachofa de encuestador en mano usted podría recorrer la geografía catalana e ir preguntando, yde seguro que se encontrará dos bloques fundamentales. Uno que no necesita demasiadas explicaciones porque tiene experiencia y sabe que la gente como Fèlix Millet no va a la cárcel sino que pasa una estancia carcelaria,y el otro bloque, muy puesto y serio, que le responderá con otra pregunta ¿por qué no dejamos trabajar a la justicia? Quizá sea por la edad y la experiencia pero cada vez que oigo que alguien dice “tengo confianza en la justicia”, me echo a temblar, porque soy consciente de que están preparándose para engañarme. Yo no tengo ni la más mínima confianza en la justicia, me sobran las razones, y me bastaría decir que los primeros que desconfían de la justicia son quienes viven de ella.
El episodio Fèlix Millet es la ecografía menos deseada para una sociedad, la expresión más brutal de un tumor canceroso. El más vulgar de los ladrones de pisos, el tironero más desalmado, no alcanzan el grado de desfachatez de un tipo capaz de estafar a su consuegro y hacer cobrar a la sociedad que le apacienta hasta sus condones, sin contar con lo de orinarse sobre los trajes de gala con fondo modernista y música orquestal en vivo. Como dicen los posmodernos, lo de Millet es el top de una sociedad corrupta y narcisista. No le den más vueltas, lo uno y lo otro, inseparables. Ahora bien, a partir de aquí hay gente que asume la necesidad de una terapia y quien se encomienda al santo patrono, porque tiene mucha fe. Y eso cada uno lo aborda como puede, como sabe o como quiere. Mi opinión personal es que esta sociedad tiene difícil arreglo, porque está demasiado instalada en su narcisismo. Se reparte tanto dinero para alimentar el narcisismo, que chocaría con muchos intereses creados reconvertir ese personal en algo socialmente responsable. Por lo demás lo que ocurra en Madrid, Oviedo o Sevilla, en este caso me trae al pairo. Estamos hablando de nosotros, y punto.
Para un observador de la sociedad catalana que no cobre de las instituciones, ¿qué es lo más llamativo de la detención del grupo Prenafeta-Alavedra-Muñoz? La irritación de buena parte de sus representantes sociales. Clase política y clase mediática, con pocas excepciones, han tomado el asunto como si fuera suyo; como si se tratara de un pariente, de un amigo, casi de un socio. Y si nos detenemos en las tres figuras emblemáticas quizá nos encontremos con eso, son socios. Mitad compadres, que dirían los mexicanos, mitad amici según dicen por Sicilia. Porque si hay algo que distinguía al triángulo Prenafeta-Alavedra-Muñoz es su sociabilidad, su simpatía, su capacidad para generar amigos allí donde otros llaman socios o compadres. Por supuesto, tres especialistas en ese oficio difícil y exquisito de la corrupción de mayores. Su transversalidad los hace más genuinamente representativos y no sólo porque se trate de una cuestión de partidos o de ideas. Que nadie dude que estamos ante tres ideólogos. Han sido capaces de hacer de sus ideas una fortuna; el sueño de todo pensador.
¿Corruptos? Todo el mundo está de acuerdo en luchar contra la corrupción en abstracto, las diferencias aparecen cuando se citan los nombres. ¿Quién de nosotros tiene la menor sombra de duda de que el señor Prenafeta ejercía de corruptor de mayores? Lo es desde que tengo noticia de su existencia. No habrá muchos periodistas veteranos a los que no haya contratado o despedido. Los famosos regalos de Prenafeta; un hombre de detalles. Nadie quiere recordar hoy aquella suculenta invención periodística que se llamó El Observador,tan irregular y corrupta que hubiera sido imposible sin los fondos y los poderes de la Generalitat pujoliana que administraba Prenafeta. ¿Cuántos fondos públicos fueron usados en intereses privados? ¿Dónde está lo privado y lo público de Prenafeta? ¿Ven ustedes cómo volvemos al tópico? Unos roban, otros defienden las instituciones. ¡El temido Prenafeta, recitador de Leopardi y responsable de la caja B de la Generalitat desde sus albores, en la cárcel! Seamos claros, no me imagino aun juez en Catalunya, ni cargado de razón y de pruebas, que hubiera osado tal desmesura. Eso es lo que ha trasbalsat al cogollo de la barretina.
No sé si ustedes gustan de las metáforas, yo las adoro porque al escribir vivo de ellas, pero podemos confundirnos con las metáforas. No existe ningún peligro de que venga un Berlusconi haciendo populismo y extorsionando a la opinión, porque Berlusconi ya habita entre nosotros. Observen a Joan Laporta; ensaya todos los días. Estamos tan sumidos en una sociedad berlusconiana que ante la detención de tres personajes excelentes, cuyos delitos deberá probar la justicia pero sobre cuya imposible honradez han trabajado ya la fiscalía y la policía, brota otra agrupación transversal: los defensores de la presunción de inocencia. Quizá muchos olvidan que no es lo mismo la condena judicial que ser inocente. Ahí tienen a los Albertos madrileños, delincuentes notables y reiterados, pero absueltos por prescripción. Vivimos en una sociedad que lleva con la mayor tranquilidad una humillación a la ciudadanía como es la simple visualización de un Fèlix Millet en vecindad, ¡y en familia, qué cojones! Una sociedad que ante la aplastante evidencia de tres individuos y sus laxos entornos políticos, tan transversales ellos que recorren toda la geografía del país, lo que debería avergonzarnos, puesto que no hemos sido nosotros, sino quienes se hicieron favores y se los cobraron, como es obvio.
Y ante todo esto lo que más nos ha llamado la atención no es la estafa, ni los estafadores, ni el deterioro de nuestro propio respeto como sociedad democrática, y según algunos hasta modelo de igualitarismo. ¿Qué es lo que nos desasosiega? “La pena de telediario”.
Hemos visto de todo en los basurales de nuestras televisiones, pero aún no habían sacado a tres de los nuestros. Bajarse de las lecheras de la Guardia Civil, esposados – odio las esposas; es una ofensa humillante, y deberían desterrarse para todos los que no estén acusados de delitos de sangre y violencia-,y con sus pertenencias en bolsas de basura. ¡En bolsas de basura! O sea que nuestros detenidos, los nuestros, han de meter sus cosas, cordones de zapatos incluidos, como todos, en bolsas de basura y no de Vinçon! Y los ponen ante los ojos de la opinión pública. ¿Humillación social? Yo la mayor humillación y escarnio me parece poner el grito en el cielo porque aparezcan en el telediario y no porque han sido detenidos por estafa y asociación delictiva tres hombres a los que la sociedad había concedido un crédito ilimitado. La idea del oasis nació bajo la forma de sarcasmo, pero algunos se lo acabaron creyendo por el simple hecho de que ayudaban a abrevar a los camellos.

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