6 dic 2009

El abogado del Diablo

El abogado del Diablo/JÜRGEN SCHREIBER
Publicado en El País, 6/12/2009;
© ‘Die Zeit’ Traducción de News Clips
Fritz Steinacker se hizo famoso defendiendo a los peores criminales nazis. Personajes como Josef Mengele, Aribert Heim, Viktor Capesius… y otros que suman acusaciones por 750.000 asesinatos. Bajo el influjo de sus terribles actos ha vivido medio siglo. ¿Está orgulloso de sus éxitos?
Fritz Steinacker, del despacho Laternser & Steinacker, lleva 50 años defendiendo a un fantasma. El 5 de mayo de 1962, éste se presentó en persona en su bufete de la calle de Schumann de Francfort sin que el abogado sepa cómo. Ese día, el ex médico de las SS Aribert Heim les dejó allí un “poder”. Y hasta hoy, Heim sigue reapareciendo en la vida de este hombre de 87 años. “Tiene que ser ésta”. Steinacker saca la copia de un expediente con la vigorosa V con que Heim escribió “Vollmacht” [poder, en alemán]. El original se guarda en la brigada regional de investigación criminal. Con una mezcla de caligrafía romana y alemana, Heim encomienda a “los señores abogados” representarle “judicial y extrajudicialmente tanto en sus asuntos privados como en los jurídico-patrimoniales…”. Estas líneas eran un anuncio de huida enmascarado. Dijo: “Ya tendrán noticias mías”. Se deducía que no quería afrontar entonces un inminente proceso por homicidio. Y no lo haría nunca, porque en 1962, este criminal de guerra desapareció para siempre. Para los encargados de la prosecución del caso, quedó “en paradero desconocido”.
¿Quién le había recomendado el bufete a Heim? Steinacker sacude la cabeza: “No lo sé”. Quizá entre los ex camaradas de las SS se había comentado que el no menos luciferino médico de los campos de concentración Josef Mengele había contratado a estos abogados de Francfort en 1961. Fue su mujer la que acudió buscando ayuda para él. Se llamaba Marta, “Marta sin h”, dicta Steinacker, domicilio en Zürich-Kloten, Schwimmbadstraße 11.
El hombre en quien confiaron los genocidas sigue teniendo oficina en Francfort, a la que acude a diario. Ésta es de estampa convencional: un ostentoso tresillo Chesterfield bajo un grabado de Merian de la ciudad, un tronco del Brasil, una caja fuerte… Encaja con su imagen conservadora (pantalones grises, chaqueta oscura) y revela mucho sobre este notario jubilado con buena situación. Steinacker sujeta bajo el brazo el archivo de Heim cuando deja solo al visitante en la habitación.
El mundo conoce a Heim como “Doctor Muerte”. Se ofrecen 310.000 euros de recompensa por su captura. Debió de ser infinitamente cruel. En el campo de concentración de Mauthausen “mató a muchas personas… por móviles completamente viles”, inyectando cloruro de magnesio en su corazón, en su mayoría judíos. Así consta en la orden de detención 6 Js 176/79, dictada por la fiscalía de Baden-Baden. Heim experimentaba con los cuerpos vivos por puro aburrimiento, se regodeaba con el sufrimiento de los degollados, encargó que hirvieran y disecaran cráneos… A los investigadores les ha costado describir su inhumanidad de forma objetiva. Una y otra vez saltó la noticia de que había sido visto en Brasil, Chile, España… Su defensor calla inexpresivo. Amparado por el secreto profesional, Steinacker ha tenido parte en este macabro juego del escondite. De acuerdo con la televisión alemana ZDF y The New York Times, Heim murió en agosto de 1992 y fue enterrado en El Cairo como Tarik Hussein Farid. Ni siquiera esta reciente revelación saca de su mutismo a Steinacker. Dice que ha seguido la noticia “con gran interés”. Pero, mientras no existan pruebas, un análisis de ADN o un certificado de defunción oficial, su poder de 1962 sigue vigente.
Steinacker es el último miembro importante aún vivo de un equipo de abogados que logró hacerse un nombre en los mastodónticos procesos contra criminales nazis. Ya sea en el proceso Majdanek de Düsseldorf (iniciado en 1975), que concierne a un total de 250.000 asesinatos, o el de la Audiencia Provincial de Hamburgo contra Viktor Arajs, que en 1979 fue condenado a cadena perpetua por intervenir en el asesinato de 13.000 personas, sus clientes han hecho frente a acusaciones que ponen los pelos de punta. Apenas ha habido algún proceso en el que no fuera necesario hablar de atrocidades inconcebibles. Steinacker tiene a sus espaldas una carrera sobrecargada de dolor ajeno, con muchos muertos. Demasiados para su pasión por la vida.
Resulta difícil aclarar si esta deprimente temática ha ido a su encuentro o si la descubrió por iniciativa propia. Nadie le ha obligado a dedicar su vida a nazis que no se arrepentían de lo hecho y a asumir por ello el hostigamiento de un entorno receloso. Algunos colegas rechazaban esta clientela por motivos políticos. Otros pensaban que el crimen épico del genocidio era propicio para buscarse la ruina (y luego eran testigos del florecimiento del bufete Laternser & Steinacker). Los crímenes de pesadilla ejercen una atracción irresistible sobre los abogados defensores, e incluso contribuyen a su gloria de acuerdo con una dialéctica sorprendente. Es evidente que Steinacker se esfuerza en tratar a un nivel puramente forense la cuestión de por qué se dejó enredar: “Se corrió la voz de que yo era el hombre adecuado”. Pronto se convirtió en experto.
Nacido en 1921, Steinacker creció en el Estado hitleriano. Poco antes del bachillerato, su formación como piloto lo catapultó entre los guerreros. Cualificado para volar sin visibilidad, pilotó aviones Ju 88 y Heinkel 111 con la cruz gamada en el timón. Este piloto de bombarderos de los escuadrones de combate 4º y 55º resultó herido grave varias veces. Se ha ido desmoronando con la edad, pero un hombre a quien se concedió en enero de 1945 la orden de la “Cruz alemana de oro” por “actos de extraordinario valor” es un hombre de audacia acreditada. Deseaba estudiar medicina. Pero los olores le provocaban desmayos. Llegó con hambre a la jurisprudencia.
Los periodistas aman las casualidades. Nos habíamos citado en su oficina, pero me topé con Steinacker en la calle, una oportunidad de oro para observarle: su andar era más erguido, enérgico y vital de lo esperado. Al entrar cedió el paso al más joven. Uno podría pensar que alguien que se ha visto cara a cara con el crimen en todas sus manifestaciones tiene que haber quedado marcado. En lugar de eso, tengo sentado al otro lado de la mesa a un delicado caballero bronceado tras las vacaciones. De poca estatura, invita a subestimarlo. Pero en su interior esconde una novela. Su cabeza es de otra época. Si no fuera por los ojos escrutadores, su rostro tendría una expresión reservada. No resulta fácil entablar conversación. Nos vamos aproximando a escenarios y personas, a sus clientes Heim y Mengele, que en 1945 estuvieron a un paso de acabar en el patíbulo. Hace un calor sofocante en Francfort, pero el ambiente en el local empieza a ser glacial.
Steinacker mira furtivamente el reloj. De porte rígido, irradia un aura de disciplina y sentido común. Produce una impresión tensa, combina curiosidad y escepticismo, afán pedagógico. Practica la economía de gestos. A veces centellea un relámpago de picardía. Se irrita fácilmente. La paciencia no es el fuerte de este “abogado especializado en el pasado alemán”. Experimentado en la topografía del terror, Steinacker podría informar como nadie sobre la maraña de implicados y autores de los delitos, él es el único a quien han revelado la verdad. En este país aún existen personas inquietantemente familiarizadas con el Holocausto y que han obtenido su información directamente de los obedientes ejecutores de las órdenes de Hitler. Un personaje como Steinacker debería escribir sus memorias. “Eso mismo dice mi hijo”. Y no lo descarta.
Uno ha visto a este abogado en fotos de periódicos codo con codo con gerifaltes nazis: Steinacker en 1972, en el proceso contra el antiguo coronel de las SS Wagner, una causa con 20.000 páginas. Resulta difícil creer que ese abuelo haya colaborado “con el asesinato de judíos en 356.624 casos”. Steinacker en el proceso contra los hombres de Eichmann Hunsche y Krumey, este último condenado a “cadena perpetua” por la matanza de 290.000 personas. Steinacker peinado a lo militar en el proceso contra Heim. Steinacker omnipresente, Steinacker solo contra todos. Algunas semanas defendió, uno tras otro, a acusados en Hof, Ulm, Essen y Francfort.
Un rastro de sangre que recorre Europa. Asesinados en Tarnow, en Zmigrod, en Riga. Sin olvidar a los de Czestochowa. Su cliente Fasold participó allí en la muerte de “al menos 180 prisioneros judíos”: auto de procesamiento en Francfort. “La dignidad del ser humano es sagrada”, se leía a la entrada al tribunal. Steinacker defendió a Alois Dörr, mezcla alemana de espíritu burgués y fanatismo. Este campesino y brigada de las SS obligó a los prisioneros de Helmbrechts a la “marcha de la muerte” rumbo a Bohemia y Moravia. Dörr fue condenado a la pena máxima, tal y como consta en la antología de sentencias Justicia y crímenes nacionalsocialistas, páginas 582 a 701, volumen XXXII. Mi lectura entre las tres visitas que hice a Steinacker. La base de datos del investigador Andreas Eichmüller documenta 25 procesos con su participación. El abogado objeta: “Debieron de ser más”. Una muestra de los acusados ofrece como perfil común la voluntad de exterminio nazi. Estos procesos debían abordar la resolución de unos 750.000 casos de asesinato.
A pesar de su terrible clientela, resulta sorprendente la escasez de declaraciones de Steinacker. Fuera de los juzgados, rara vez decía más de lo necesario. Y no porque pensara que no tenía qué decir. Todo lo contrario. Quería trabajar en paz. Si se le califica de reservado, exclama: “¡Es la primera vez que oigo semejante cosa!”. Este afiliado a la CDU, honrado por sus 30 años de pertenencia al partido, no se dejaba ver el pelo, como para evitar malentendidos. El acercamiento más íntimo a su persona fue un homenaje por el 80º cumpleaños del presidente de la Unión Gimnástica y Deportiva de Francfort. Ése era él. Y ese cargo le aportó cierta reputación social y la Cruz Federal del Mérito, cosa que fue criticada. Según dice, su papel de defensor no ha sido cuestionado en el ámbito privado. Ni por su hijo Peter, al frente de la iglesia protestante en Hessen-Nassau, ni por su esposa. Todo lo más, ésta llegó a preguntarle suspirando: “¿Cuándo va a terminar todo esto?”.
Su gran actuación fue el proceso de Auschwitz en Francfort. El juicio de la “causa contra Mulka y otros” dio comienzo en 1963. Vemos a un Steinacker metido en su papel, lleno de gravedad, brillante toga nueva, peinado impecable. Sus notas ocuparon 1.600 páginas mecanografiadas, prueba de su tenacidad. Junto con su mentor Hans Laternser, representó a cinco acusados de las SS sentados en pequeñas mesas con números grandes. Los espectadores se encontraron con respetables burgueses que habían cambiado el uniforme por el elegante traje democrático. Estaban asistidos por sus esposas con cardados estilo B-52. Se camuflaban bajo rostros inocentes; se cuadraban cuando se les dirigía la palabra. Los subalternos no creían en su culpa, sino en el destino. Sufrían amnesia. Nada sabían de los crímenes. Sólo recordaban sus nombres.
Victor Capesius. Farmacéutico de Auschwitz, jefe de unidad de asalto de las SS. Según la sentencia, mandó “al menos a 8.000 víctimas” a la cámara de gas. Ascendió a la categoría de señor de la vida y la muerte en Birkenau junto a Mengele, el más abominable cliente de Steinacker. Supervisaba el Zyklon B en la cámara de gas y seguía por la mirilla la muerte de los prisioneros. Gracias a las artimañas de los abogados, fue declarado “colaborador”. Nueve años de cárcel. Aunque había obrado “con crueldad y alevosía” y se había enriquecido con los bienes de los asesinados de “manera indecente”, la sala negó que tuviera un “interés personal” en su muerte. Había traspasado la farmacia de Göpping a su mujer y ésta anunciaba su instituto de cosmetología con el lema “Embellécete con el tratamiento Capesius”.
Steinacker participó en la visita a Auschwitz de 1964. El tribunal viajó allí en diciembre, un mes predestinado a cubrir con tonalidad cadavérica esa región envenenada por los alemanes. Los 28 bloques de prisioneros ya no eran un croquis en el juicio, sino el lugar donde sus clientes perpetraron sus crímenes. ¿Se imaginaría su abogado bajo los plátanos deshojados a los deportados en filas? Fue aquí donde Mengele, con un movimiento del pulgar a la izquierda, mandaba al prisionero a la cámara de gas; con otro a la derecha otorgaba un mísero plazo de gracia. ¿Qué se le pasó por la cabeza a su defensor allí de pie junto a las vías? Imposible saberlo. “¡Me repugna su Capesius!”, le solté. El abogado respondió: “En aquel entonces creí su descripción de los hechos. ¿Es usted capaz de ver el interior de un ser humano?”.
Anticipándose a todos, su bufete hizo recaer la responsabilidad en la persona de “Hitler, el máximo responsable”, y reclamó el atenuante de “órdenes ineludibles” para los acusados. Esta simple explicación –“¡Yo no fui, fue Hitler!”– pareció plausible a antiguos oficiales de la Wehrmacht como Steinacker y Laternser. Los jueces dicen que cada condenado a “cadena perpetua” deja una huella en ellos. Steinacker parece estar en paz con sus secretos. Ofrece pocas emociones visibles: “Las acusaciones que se hacen a los clientes le pesan a uno. Eso siempre será así. ¡Cuando se oyen sus nombres vuelven las imágenes!”. Él recurre al código legal para ponerse a cubierto, reprimir angustias y ocultar detalles escalofriantes bajo estereotipos. Su tipología de los criminales culmina con uno: “¡Eran personas como usted y como yo!”. En la conversación da bastante importancia a una afirmación desconcertante: “Hasta donde recuerdo, no he defendido a ningún acusado que haya matado personalmente a nadie con una pistola o un fusil”. Pero eso es algo que los expertos en la “solución final de la cuestión judía” tampoco necesitaban hacer: Heim y Mengele pusieron en práctica sus propios métodos de asesinato.
A Mengele, un médico de inconcebible frialdad que enviaba a Berlín cajas llenas de globos oculares de niños asesinados, lo representó en “dos procesos sin él, sin el señor Mengele”. Steinacker peleó para que recuperara los títulos de doctor en medicina y filosofía. “Nunca hablé con él ni llegué a verlo”. Sin embargo, este desaparecido disfrutó de su protección. “Probablemente, mis honorarios fueron pagados por la empresa Mengele de Günzburg”. Su compromiso con Heim le puso en serios apuros. A finales de los sesenta buscó su proximidad en el anonimato de El Cairo durante unos días para tratar el proceso pendiente por asesinato. Para Der Spiegel, era como si hablase un “médium” del acusado huido. Por su culpa, Steinacker recibió denuncias (que no prosperaron). Steinacker es jurista. Los juristas son pragmáticos y eso responde a la pregunta por la moral. El conocimiento de la culpa y la parcialidad forman parte de la esencia de la profesión. El abogado no parece ser consciente del escándalo que supone el asunto Heim. Este hombre buscado en todo el mundo ha dejado en ridículo a los investigadores encargados de dar con él mientras acrecentaba su capital en la República Federal: ingresos por alquileres, títulos…; se le consideraba millonario. Steinacker le presentaba las declaraciones de la renta. Heim tenía que confiar en su lealtad. Y a uno le gustaría saber en qué se cimentaba esa confianza. Tenía que haber un motivo para que los criminales de guerra le considerasen precisamente a él abogado idóneo. Pues bien, uno percibe la razón: su tono conciliador puede transformarse súbitamente en dureza; en lo profesional tenía que anteponer sus obligaciones a sus sentimientos. Steinacker tiene fama de devorador de actas con memoria legendaria. Pocos podían pelear más por acusados condenados de antemano que el maestro de las sutilezas jurídicas. Los fiscales buscaban en ellos un antisemitismo enraizado, puras ganas de matar o la paranoia de la época. Steinacker encontró en lo monstruoso un desafío jurídico. Su tenacidad cosechó muchos éxitos. El derecho y la justicia son dos cosas diferentes. Nuestra conversación comenzó con el caso Heim, pero emergieron esbirros nazis uno tras otro. Yo estaba seguro de que tras estos encuentros la imagen de las víctimas debía seguir grabada en la retina de Steinacker.
Adolf Janssen pertenecía al comando especial 4a. Teniente de las SS. Según la sentencia de la Audiencia Provincial de Darmstadt, participó, entre otras, en la ejecución de 33.771 judíos en la quebrada de Babij Jar (Kiev). Cuerpos desnudos en primer plano, unos sobre otros, unos junto a otros. Al contemplar las fotos se le hace a uno un nudo en la garganta. Janssen ordena dinamitar el lugar para borrar huellas. Su contribución a la masacre: echar tierra sobre los muertos y sobre los que aún vivían. Algunas historias van perdiendo su horror cuanto más se cuentan. Pero ésta es cada vez más espeluznante. Sobre este baño de sangre se levanta una ilusión que el tiempo no consigue extinguir. Uno quisiera descartar la posibilidad de que los autores pudieran regresar alguna vez del laberinto de confusas implicaciones. Pero los asesinos viven entre nosotros. A la carrera de la violencia le siguió el ascenso profesional. El fiscal descubrió al director de banco Janssen, especializado en préstamos, en su atildado hogar en Taunus. Janssen ingresó en prisión para cumplir una pena de 11 años por “colaboración en asesinato”. Steinacker lo recuerda como “extremadamente inteligente”. Siguieron en contacto tras su libertad. Que él sepa, ya ha muerto. Su número de teléfono perdura en su libreta: “06081/5054”.
Otro cliente de Steinacker, Rolf-Joachim Buchs, enseñaba teoría del Estado en la escuela regional de policía de Düsseldorf hasta que se presentó una acusación contra él. No era un fanático de la raza, simplemente temía la deshonra de la blandura. El 27 de junio 1941 hacía calor en Bialystok y los alemanes encerraron a 700 ciudadanos judíos en su sinagoga. Según la Audiencia Provincial de Wuppertal, el jefe de compañía Buchs reconoció “el estado de cosas por completo”. El estado de cosas fue la incineración de los encerrados aún vivos. Esperó hasta que los lamentos se apagaron dentro, hasta que densas nubes de humo se cernieron sobre la ruina… La verdad de aquel instante: cegado por las perspectivas de promoción, Buchs dejó pasar la ocasión de comportarse como un ser humano. El tribunal lo calificó de “cómplice” de asesinato. Steinacker interpuso un recurso de casación que acortó la “cadena perpetua” a cuatro años de prisión. El periódico local tituló: “¡Culpable, pero libre!”.
Steinacker conocía bien su oficio. Tan bien que algunas de las sentencias peleadas por él suscitaron protestas en el extranjero y originaron oposición y amenazas: “Te vamos a matar”. Luchó hasta conseguir que se pagara al teniente de las SS Strippel, condenado a “cadena perpetua” por participación en asesinato, 121.500 marcos de indemnización por estar encarcelado injustamente. Cuando se le menciona, una sonrisa victoriosa ilumina su rostro: “Era necesario desde el punto de vista de la legalidad”. Strippel se compró una casa en Francfort. A la vista de esta clientela, los críticos de Steinacker colegían no sólo eficiencia, sino cierto tipo de convicciones. Nadie se especializa en semejante gente sin afinidad, murmuraban. Sobre todo Heim y Mengele le dieron fama de pactar “con el diablo”. Estos rumores también estaban relacionados con su pertenencia al NSDAP. A los 17 años, el joven Fritz ingresó en el partido nacionalsocialista, afiliado 7125239, según consta en el fichero del Archivo Federal. Fecha de ingreso, 1939. Steinacker dijo que fue en 1943.
Para Steinacker es duro que se le encasille en la derecha. Él se adscribe al ala liberal de su CDU. Si uno reprocha su identificación con antiguos nazis, verá su naturaleza combativa: de lo que se trata aquí es de “verificar acusaciones conforme a la legalidad. Y eso no tiene nada que ver con simpatías de ninguna clase”. Densas sombras pesan sobre su clientela, y su repetida alusión: “¡Todos, incluso los asesinos, tienen derecho a ser defendidos como es debido ante un tribunal!”, no consigue disiparlas. Uno debe confiar en que su simpatía está de parte de las víctimas. Con casi 88 años de edad, ¿no cabría esperar que al final maldijera su profesión clamando que el ser humano alcanza la cima de su creatividad con la crueldad? Probablemente la presidencia de la asociación deportiva, que asumió al tiempo que tenían lugar los procesos contra los nazis, supuso un refugio en un sentimiento de comunidad. No hay que obligarle a plantearse cómo es posible que un individuo aislado haya podido soportar la intimidad triste de los torturadores. Pero a una edad ya bíblica ofrece cierto consuelo el hecho de que algunas cosas empiecen a volverse borrosas. Y uno no puede plantearse cada día el enigma irresoluble de por qué el hombre es un lobo para el hombre. Silencioso, parece reconciliado consigo mismo y con lo que creyó que tenía que hacer. Señor Steinacker, ¿hay novedades del fantasma? En el caso del doctor Heim, el mandato mantendrá su vigencia “hasta que se haya resuelto que ya no está vivo”, dice. Fiel hasta la muerte, el abogado ha sobrevivido a casi todos sus clientes.

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