12 jul 2010

Columna Jaque Mate

Columna JAQUE MATE /
Indiferencia/Sergio Sarmiento
Reforma,
Johann Kaspar Lavater
ENSENADA, B.C.- La alternancia política en México nació en Baja California. En julio de 1989 el panista Ernesto Ruffo se levantó con el triunfo en la elección para el gobierno de Baja California. Los priistas locales se negaron a aceptar la derrota y organizaron movilizaciones para "defender el estado". Desde la Ciudad de México el entonces presidente nacional del PRI, Luis Donaldo Colosio, tuvo que aparecer en una conferencia de prensa para reconocer la derrota de su partido. Nunca antes en la historia contemporánea de México el PRI había reconocido una derrota en una elección para un gobierno estatal.
La victoria de Ernesto Ruffo el 2 de julio de 1989 abrió las puertas a la alternancia de partidos en el poder. Por ello es quizá tan significativo que el PRI haya ganado este pasado 4 de julio 13 de 16 distritos electorales y los cinco municipios del estado.
En medio de todos los análisis sobre las elecciones del 4 de julio, la importancia del triunfo priista en Baja California se ha perdido de vista, quizá porque el gobierno del estado no estaba en contienda. Pero la derrota del PAN en lo que hasta ahora era uno de sus mayores baluartes en el país es muy significativa.
Uno de los principales factores en este resultado ha sido la abstención, que en Tijuana alcanzó casi el 70 por ciento. La experiencia nos dice que el PRI, con su capacidad para sacar a votar a sus simpatizantes, tiene mejor desempeño en comicios donde hay poca participación. Pero el abstencionismo es síntoma de una enfermedad más profunda.
Los ciudadanos de Baja California, como muchos otros del país, se muestran insatisfechos con la actuación del gobierno. Y en este caso el gobierno tiene un rostro panista.
Al gobierno federal de Felipe Calderón, los bajacalifornianos le achacan la fallida guerra contra el narcotráfico y la crisis económica, además de medidas como el Siave que al dificultar el cruce de la línea han disminuido de manera radical el turismo fronterizo. Al gobierno estatal del también panista José Guadalupe Osuna se le culpa por la falta de liderazgo ante la inseguridad y las recesión. Al presidente municipal panista de Tijuana Jorge Ramos se le cuestionan unas obras públicas de recubrimiento de calles con concreto hidráulico que generaron un caos vial durante los últimos dos años y que están dejando profundamente endeudado al gobierno municipal.
Más que llevar a los votantes a apoyar de manera masiva a los candidatos del PRI, las circunstancias los llevaron a la abstención. Pero el PRI no necesitaba más para el triunfo.
Mientras los panistas en el país celebran tres triunfos en alianzas con el PRD y candidatos priistas o ex priistas, pierden de vista que en Baja California, la tierra donde el país empezó su andadura por la alternancia, están las claves que les han hecho perder terreno de forma tan importante en el país.
Los ciudadanos ven a un PAN gobernante que impulsa estrategias sin éxito que terminan por dañar los intereses de los habitantes. Al hablar con los bajacalifornianos encuentro una decepción generalizada. Nadie podría objetar que el estado que dio origen a la alternancia se hubiese volcado una vez más por el PRI, siempre y cuando lo hubiese hecho en un acto de consciente rebeldía ante el PAN después de más de dos décadas de gobierno. El problema es que, al ausentarse de las urnas, ha dejado simplemente que el PRI regrese al poder en medio de una total indiferencia.
FIFA y ONU
La FIFA tiene más miembros que las Naciones Unidas. Lo primero que busca un país al alcanzar su independencia es calificar a la Copa del Mundo. Sólo después se preocupa por la Asamblea General. Por eso es tan importante un triunfo en la Copa del Mundo. España lo ha logrado con un gran esfuerzo. El triunfo subirá los ánimos a un país en crisis. El pulpo Paul no se equivocó.
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Transición restaurada/Jesús Silva-Herzog Márquez
Reforma, 12 julio 2010.- A estas alturas deberíamos saberlo: el oxígeno de la alternancia se disipa pronto. Si no encuentra una nueva forma de ser eficaz, la fiesta preludia frustración. No hay duda de que el relevo de partidos refresca la vida política, pero el cambio puede ser raptado pronto por rutinas subterráneas. Deberíamos saberlo después de Fox. Las elecciones fundan una democracia pero no le imprimen solidez. La jornada reciente merece celebración porque conquista el gobierno de esa aritmética en territorios sustraídos de la competencia, pero requiere también cautela: tras la suma recta de los votos, emerge el mismo desafío nacional: el reto de la gobernación en democracia.
La coalición de los extremos fue extraordinariamente audaz. No debe pasarse por alto ese arrojo en el contexto de la política timorata. Muchos riesgos corrían los arquitectos de esta alianza de la izquierda y la derecha. Nada garantizaba su éxito electoral; podían resquebrajar a los partidos: quedarse cortos y quedar cortados. Y sin embargo, la estrategia demostró éxito. Hace unas cuantas semanas se hablaba del PRI como un ferrocarril imparable. Hoy se ha instalado de nuevo la atmósfera de la incertidumbre. En elecciones, los partidos dejan de caminar en solitario. Han aprendido a pactar para competir, pero no saben pactar para gobernar. Todas las combinaciones cromáticas han desfilado en las boletas electorales. Nuestra política electoral es modular: las piezas se juntan y se separan con facilidad, a conveniencia de sus gestores. Pero nuestros gobiernos siguen siendo monolíticos. La clase política ha aprendido a ensamblar coaliciones electorales exitosas; no ha intentado siquiera conformar coaliciones gobernantes eficaces. Ahí está el reto de los gobiernos emanados de la alianza de las puntas.
Las elecciones recientes rompen un monopolio antiguo y abusivo. Que estados como Oaxaca y Puebla vivan la alternancia es una oportunidad valiosa de renovación. El relevo de partidos podría (sólo es una posibilidad) romper la perversa imbricación de gobierno con los órganos del poder, las instancias de representación social y los mecanismos de información y critica. La alternancia puede sacudir estructuras, puede abrir espacios de autonomía pero puede también (ya lo sabemos) dar garantías de impunidad, al tiempo que pierde instrumentos de eficacia. Las elecciones, por históricas que sean, no terminan de destruir lo que hay que desmantelar, ni empiezan a construir lo que hay que fundar. Hiladas por una antipatía, las coaliciones antipriistas necesitan demostrar que las mantiene una disposición de trabajo.
A pesar de la sensación esperanzadora, los aires que se han respirado en estos días han sido antiguos. Los pasos que hemos dado hacia delante son de antier. Todas estas noticias las hemos escuchado ya. Desconfianza en las elecciones; árbitros parciales, coaliciones antipriistas y soberbia del PRI. Hay quien ha visto las elecciones recientes como muestra de una democracia que se consolida. Las veo distinto: como la restauración de la transición. El signo de un país que no logró asentar los cambios democráticos en todo su territorio y que no ha sabido dar los siguientes pasos, tras haber fundado la confianza electoral. En la segunda década del siglo XXI regresa la retórica de la última década del siglo XX: todos, sin importar las ideas ni las propuestas, contra el PRI; las elecciones como alfa y omega de una democracia sin adjetivos; los votos limpios de las oposiciones y los votos sucios de los priistas; la alternancia como el instante fundacional de la nueva república.
La retórica no es, por supuesto, caprichosa: obedece a una realidad política innegable. Si pudo concretarse la excentricidad de las alianzas fue porque, con el debilitamiento de la Presidencia y el gobierno central, el autoritarismo se convirtió en un fenómeno subnacional. La alianza de la izquierda y la derecha -fenómeno extraordinario, pero legítimo en democracias- expresa esa urgencia de recomponer la base de la vida política en estados dominados por el caciquismo. No deja de ser indicador de una transición restaurada el hecho de que los personajes que combaten al PRI provengan (otra vez) del PRI. Débil es aún, la formación de cuadros en sus alternativas. Tal parece que la única forma de derrotar al viejo partido hegemónico sigue siendo a través de sus escisiones internas. Lo que es electoralmente eficaz puede ser políticamente infértil -si lo que se busca es la transformación de los hábitos.
Y así regresamos una vez más al cuento viejo y a los viejos cuentistas de la transición y la magia de los votos. No pretendo demeritar el acontecimiento, advierto que el cuento ya lo oímos y acaba mal. Si, en tributo a la clase política, nos vuelve a capturar la hechicería del voto, volveremos a olvidar la urgencia de imprimirle eficacia al pluralismo.
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Denise Dresser / ¿AMLO ibid?
Reforma, 12 julio 2010).- "I'll be back", amenaza Arnold Schwarzenegger en la película Terminator. "Seré candidato presidencial otra vez", anuncia Andrés Manuel López Obrador en días recientes. Y no es una buena noticia ya que AMLO no debería serlo en el 2012, o por lo menos como lo fue en el 2006. Irremediablemente combativo, confrontacional, anti-institucional. Invariablemente atávico, testarudo, conservador, contumaz. Alguien cuyas posturas poco claras -y con frecuencia contradictorias- han inspirado una desconfianza que será difícil, si no imposible, remontar. Alguien que metió a la izquierda en un callejón del cual le está resultando muy difícil salir, a pesar de las alianzas electorales exitosas de los últimos tiempos.
Para quienes piensan -pensamos- que México debe tener una izquierda funcional, pocas cosas tan tristes como contemplar la tragedia de su auto-sabotaje desde hace cuatro años. Las heridas que se ha infligido a sí misma desde la última elección presidencial. El papel suicida que la izquierda dividida se ha empeñado en jugar. El PRD y el PT y Convergencia atrapados en una lógica de confrontación constante entre sí y sin saber exactamente qué hacer con Andrés Manuel López Obrador. El PRD transformado en propulsor de su peor adversario. López Obrador convertido en promotor involuntario del regreso del PRI. AMLO responsable, sin sopesarlo siquiera, de una regresión a la cual ha contribuido.
Tomando decisiones equívocas -una y otra vez- que debilitan su posición política y fortalecen las del contrario; haciendo declaraciones que le restan apoyos y se los transfieren a quienes desea debilitar pero termina por apuntalar; negando la legitimidad de las alianzas PAN-PRD aunque se han vuelto la única forma de parar al PRI. AMLO como conductor contraproducente; como actor auto-destructivo; como político paradójico que encabeza una izquierda empecinada en empoderar a la derecha priista. Una izquierda lopezobradorista que en lugar de actuar como contrapeso eficaz al PRI redivivo, explica su avance.
Todo ello producto de las decisiones post-electorales del 2006 que AMLO tomó, y por ello es imperativo recordarlas. No tenía sentido exigir el recuento voto por voto y -al mismo tiempo- negarse a aceptar sus resultados. No tenía sentido denunciar la ilegalidad de la contienda y -al mismo tiempo- aceptar los avances del PRD en ella. No tenía sentido pedir que se examinaran los votos de la elección y -al mismo tiempo- sugerir que era necesario anularla. No fue una buena estrategia descalificar todo el juego y también insistir que lo ganó. No fue una buena estrategia pedir el recuento y también sugerir que no lo respetaría. No fue una buena idea mandar al diablo a las instituciones y alienar con ello a quienes se rehusaron a creer que AMLO era peligroso y ahora piensan que lo es.
Y si López Obrador no entiende esto, ojalá que otros miembros de la izquierda mexicana sí sean capaces de hacerlo. Ojalá comprendan que el proyecto de nación que sigue proponiendo es demasiado estrecho, demasiado excluyente, demasiado monocromático. El país que quiere gobernar donde sólo hay cabida para los pobres. El candidato que nunca ha dicho lo que hará por las clases medias y cómo fomentará su expansión. El redentor que ofrece aliviar la pobreza pero no explica cómo va a crear riqueza. El líder social que no sabe cómo ser político profesional.

Que no entiende la necesidad de deslizarse hacia el centro del espectro político y liderar una izquierda moderna y propositiva desde allí. Incapaz de aprender que precisamente eso llevó al poder a Tony Blair y a Ricardo Lagos y a Felipe González y a Michelle Bachelet. La transformación del agravio histórico en la propuesta práctica. La reinvención del resentimiento en planteamiento. El combate a la desigualdad junto con medidas para asegurar la movilidad. Pero López Obrador no quiere o no puede pensar de esa manera. Por su obcecación. Por su tozudez. Por no moderar sus posiciones cuando debería hacerlo. Por amenazar y chantajear a legisladores perredistas que buscaban formar un frente contra el PRI en el Congreso. Por no atemperar sus posturas y posicionarse en el centro pragmático en lugar de atrincherarse dentro de la izquierda recalcitrante. Por pensar que no necesita convencer, que basta con existir.

Éste es un diagnóstico desolador para quienes creemos que México necesita una izquierda encabezada por líderes progresistas, audaces, visionarios. Una izquierda capaz de remontar la intransigencia que fortalece al priismo en vez de frenar su avance. Una izquierda que sea acicate del cambio progresista y no pretexto para la restauración conservadora. Una izquierda con ideas viables y no sólo posiciones morales. Una izquierda que sepa hablarle a las clases medias en lugar de alienarlas. Una fuerza política que sepa ser oposición y también opción viable de gobierno, porque el país necesita ambas. Y si no, López Obrador puede entonar la canción de los Beatles I'll be back y decir "Regresaré de nuevo ... Soy el que te quiere", pero habrá que responderle "Oh no".
12 julio 2010).- "Desconfía del hombre que todo lo encuentra bien, del hombre que todo lo encuentra mal, y más todavía del hombre que se muestra indiferente a todo".

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