4 nov 2010

La buchonas de Jalisco

Las buchonas de Jalisco, vidas al límiteAnna G. Lozano, reportera.
Agencia APRO-Proceso, 4 de noviembre de 2010;
Los parroquianos de los bares, centros nocturnos y palenques de la zona metropolitana de Guadalajara las identifican de inmediato por sus cuerpos esbeltos, su vestimenta extravagante y otros llamativos aditamentos. Son las buchonas, esas jóvenes desaprensivas que gastan dinero a manos llenas en esos establecimientos y se divierten al ritmo de los narcocorridos o la música de bandas gruperas. A ellas y a sus acompañantes, los wannabe, se les identifica con los narcos, aunque no necesariamente lo sean. Lo cierto es que hoy por hoy son parte de la narcocultura. Y ellas lo saben. Algunas admiten incluso que viven con el terror en las pestañas. 
GUADALAJARA, 3 de noviembre (Proceso Jalisco).- En el mundo del dinero fácil y abundante, el que se mueve alrededor de los narcos y la droga, empieza a imponerse un nuevo estilo: el de los buchones, mujeres y hombres jóvenes que suelen reunirse en lugares concurridos de esta gran ciudad. Son parte de un nuevo estrato social en el que conviven y se mimetizan con narcotraficantes, y forman parte ya de la narcocultura.
Al poniente de Guadalajara, donde residen las clases acomodadas, las buchonas deambulan por las calles tapatías y en los centros comerciales de moda deslumbran a la gente. Se mezclan con la socialité y acuden con frecuencia a lugares de diversión, como el Dubai, Element y Vida Divina; y son aficionados a los mariscos, que consumen en lujosos restaurantes como Los Arcos y Perla del Pacífico. También degustan comida japonesa y sus lugares favoritos son el Sushi Dokio y el Nura Sushi. 
Son mujeres de uñas largas incrustadas de brillitos o chispas de brillante; pelo lacio, largo y oscuro. Sus cinturas, ceñidas a veces por fajas ocultas, resaltan su esbeltez. Muchas de ellas están operadas y lucen glúteos y pechos voluminosos, labios con colágeno y cejas delineadas. Aun así todas son admiradas por los hombres. 
A las integrantes de esta tendencia urbana venida de Sinaloa lo mismo se les ve en antros, bares y restaurantes locales que en palenques y lugares amenizados con música grupera. Acompañantes de hombres que hacen ostentación de derroche y de estas chicas exuberantes, las buchonas se convierten en pasarela…
Ellas visten ropa de marca que exhiben con orgullo: Bebe, Studio F, Baby Phat, Ed Hardy, Coach, Dolce&Gabbana, Louis Vuitton, Gucci y Armani… Las etiquetas y logos se combinan con los destellos brillantes y letras que adornan sus costosas prendas; lo mismo que su calzado, sus lentes oscuros y sus grandes bolsos que compran en los centros comerciales de moda, como Andares y Galerías.
Sus hombres lucen cadenas de oro y diamantes, con los que conquistan a sus variadas amantes. Siempre van armados de sus ininterferibles nexteles… y de alguna que otra voluminosa pistola, aunque sea de uso deportivo y sólo lance balas de salva; son exhibicionistas. Se desplazan en coches y camionetas del año con vidrios polarizados, blindados y decorados. 
Cuando circulan por las principales avenidas de Guadalajara los buchones siempre llaman la atención: les encanta quemar llanta y que de sus vehículos retumbe música de banda mientras las mujeres que los acompañan sueltan risotadas: “Así vive un buchón. Disfruta de la poca o mucha vida que queda”, dice una fuente que prefiere permanecer anónima y que tiene acceso a estos círculos.
Aun cuando es cada vez más notoria la presencia de este tipo de jóvenes en los círculos sociales con capacidad de consumo –en los que, de manera consciente o no, conviven narcos y no narcos–, poco se sabe de sus orígenes y de lo que esta tendencia implica en términos socioculturales. El Diccionario de la Lengua Española define así el vocablo buchón: “Dicho del palomo o paloma domésticos: Que se distinguen por la propiedad de inflar el buche desmesuradamente”. 
Sin embargo, en Jalisco la palabra se presta aun a diversas interpretaciones. Personas consultadas por Proceso y que se interesan en el fenómeno aseguran que la palabra proviene de Sinaloa. Dicen que a los pobladores de la sierra que “cocinan” (procesan) la droga suele hinchárseles el cuello, de ahí que la gente haya establecido un símil de esta hinchazón con el buche de los animales. Ese habría sido el origen del mote buchón.
Otros aseguran que buchón se deriva de la palabra Buchanan’s, la marca de whisky escocés, toda vez que los integrantes de este grupo social consumen esa bebida, pues “denota estatus y reconocimiento”.
Sin embargo, hoy el término buchón o buchona se aplica a quienes visten de manera extravagante, llamativa y gustan de los narcocorridos. Y aun cuando no todos estén relacionados directamente con el narcotráfico, muchos de ellos son proclives a alguna de las manifestaciones de la narcocultura: ropa, música, vehículos, alcohol.
En busca de estatus

Ser buchón no sólo es sinónimo de moda, sino también de poder. Los jóvenes se afanan por ser temibles y manifestar su estatus, o por lo menos aparentarlo. Cada día son más aquellos que presumen trabajar de lleno para alguien “pesado”, aun cuando esto no sea del todo cierto. Eso, en su mundo, les da estatus. Cada día son más aquellos que presumen porque, dicen, trabajan para alguien “pesado”, pese a que no sea cierto. Lo que les importa es darse su importancia.
Consultado por Proceso, un adolescente vestido como los aficionados a la música de banda grupera expone: “A todo aquel que saque el pecho y estire el cuello se le dice buchón”. Los integrantes de este grupo social tienden a ser exhibicionistas. Quieren hacerse notar a toda costa; algunos gastan y lavan el dinero de manera despreocupada.
Su propósito es darse una vida de muchos lujos y mujeres. Esos jóvenes dispendiosos son los wannabe (los que quieren ser) narcos; los trabajadores de los capos o de sus hijos, los narcojuniors. “Los buchones no siempre son narcos; muchos sólo son dealers (narcomenudistas). Pero les gusta alardear sobre sus nexos con el narco”, dice el entrevistado.
Su comportamiento contrasta con el de sus “patrones”, quienes prefieren pasar inadvertidos; visten de una manera más casual y conducen carros austeros. Por lo general no permanecen más de dos horas en un sólo lugar. “¿Tú crees que si te robas un dulce vas a salir presumiendo a todos que te lo robaste?”, comenta.
Rubí, una joven de 23 años familiarizada con la narcocultura, explica: “Las buchonas son unas viejas que están bien pinche buenas, güey. Son las que andan detrás de los que dicen ser narcos. Muchas de ellas se creen bien pesadas, o dicen que sus novios son bien pesados nada más porque andan bien acá, con brillitos y pagando la fiesta a todos. 
“Ya ves, ahora todo el pinche mundo quiere ser narco; es una moda. Pero los que menos hablan, esos sí son los pesados”.
En medio de la entrevista una amiga de la entrevistada le pidió que le hiciera “un paro” llevándola a un antro buchón: El Dubai, ubicado en avenida Patria, casi esquina con Mariano Otero, donde recientemente se registró una balacera. 
La entrevista se interrumpió. Rubí, su amiga y la reportera se dirigieron al antro mencionado. Era sábado y el intempestivo itinerario se inició alrededor de la medianoche. Al intentar subir a la camioneta para ir al local, una de las jóvenes comentó:
–La puerta está bien pinche pesada. ¿Pues está blindada o qué?
–Pues, obvio, güey” –responde una de sus amigas, sin titubeos. 
Ya en el bar el ambiente era tenso. En las inmediaciones se veían autos y camionetas Mercedes Benz, BMW, Lincoln y Ford Lobo en espera del valet parking. Y en la entrada había grupos de jóvenes altos, con cadenas en el pecho y diamantes, acompañados de buchonas guapas y de generosos pechos y amplias caderas. Todas ellas con zapatos de altos y brillosos tacones.
En las inmediaciones del negocio, camionetas y autos de lujo hacen fila para entrar al tugurio. Algunos invaden incluso el carril derecho, pero eso no importa. Policías federales y estatales hacen rondines sobre la avenida para “resguardar” la seguridad de los tapatíos y evitar que algún extraño se colara en la fiesta.
Tras dejar a su amiga, Rubí reanudó la entrevista. Rubí comentó que aun cuando se les identifica como las parejas de los buchones, la mayoría de las veces el papel de las buchonas es brindar apoyo sentimental a sus compañeros, pero sobre todo ser fieles a ellos. 
Es el caso de Ángela, quien durante algún tiempo fue acompañante de un presunto narco. Algunas veces las buchonas sí tienen vínculos directos con narcotraficantes.
Tras el ruido constante de chocar de las pulseras doradas que decoran su delgada muñeca, Ángela explica a Proceso lo que implica ser buchona: “A mí me decían que yo era buchona, aunque para mí era sólo una moda el querer traer brillos hasta en las uñas de los pies”.
Comenta que esa posición es muy cómoda, sobre todo porque, dice, los viajes, regalos y halagos son la constante. Recuerda que en su primera cita obtuvo presentes cuyo valor era superior a 10 mil pesos. Luego siguieron los autos, dinero, ropa de marca, diamantes y las fiestas.
Admite también que algunas buchonas terminan envueltas en el narcotráfico principalmente por necesidad económica; lo mismo sucede con los buchones: “Todos se meten por el dinero. Hay chavos que se llevan hasta 50 mil pesos en una hora. Es dinero fácil; por dinero hacen todo sin medir las consecuencias o sin saber a dónde o con quién se están metiendo”.
Pero ese estilo de vida tiene un precio. Ángela asegura que no se puede andar expuesta diariamente a la luz pública. De ahí que las gorras y los lentes oscuros sean su mejor disfraz. “Hay mujeres que por dinero lo aguantan todo”, desde que su pareja tenga otras mujeres hasta golpes y otras formas de violencia. 
“Para empezar, una sabe que ellos tiene más viejas, por más gordos o feos que puedan estar. Pero nos gusta creer que una es la más importante. En cambio, tú no puedes salir con amigos, porque se encelan; no te les puedes poner al brinco. A una amiga le mataron a un chavo con el que estaba saliendo.”  
Ángela viste jeans ajustados. Cruza la pierna cuando la reportera le pregunta si se sentía segura junto a su pareja: “Sí. Yo me sentía mucho más segura cuando él estaba conmigo. Me sentía protegida. Una vez me tocó ver cómo los federales le hicieron el paro: él les dio una mordida de 10 mil pesos. Con eso se los echó a la bolsa”. Sin embargo, cuenta, la invadía el terror cuando su pareja hacía sus viajes de trabajo. “Siempre temía recibir una mala noticia. En estas ondas siempre se vive con el terror en las pestañas”.
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