Reforma, 21 de enero de 2011;
El 9 de junio de 1993 una camioneta pick-up conducida por un capitán del ejército de Guatemala se detuvo cerca de la frontera con México. En la parte trasera llevaba a un hombre maniatado, de baja estatura y mirada huidiza. Era Joaquín el Chapo Guzmán, de 36 años. Nacido en Badiraguato, máximo semillero del narcotráfico, estudió hasta tercero de primaria y creció en el "triángulo dorado", donde confluyen los estados de Sinaloa, Durango y Chihuahua y los montes enrojecen con los cultivos de amapola. Su suerte parecía terminada.
El Chapo fue recibido por el capitán Jorge Carrillo Olea, coordinador general de Lucha Contra el Narcotráfico. Juntos abordaron un avión a Toluca. Los acompañaba el general brigadier Guillermo Álvarez Nahara, jefe de la Policía Judicial Militar.
Durante el trayecto, el general conversó con el detenido. Después de las privaciones que había sufrido, inexperto, deseoso de quedar bien, el Chapo hizo una detallada descripción del cártel que se había trasladado de Culiacán a Guadalajara y dominaba el narcotráfico en México. Dos características definían a ese narco de rango medio: tenía más información de la prevista e ignoraba el alcance de sus datos. Se trataba, a ojos vistas, de alguien que podía ayudar a los servicios de inteligencia.
Al aterrizar en México, Joaquín Guzmán fue trasladado al penal de máxima seguridad de Almoloya de Juárez. Ahí hizo una declaración de 12 páginas, muy distinta a la que ofreció a bordo del avión. ¿Qué sucedió entretanto?
He tomado estos datos de Los señores del narco, extraordinario libro de Anabel Hernández. De acuerdo con la periodista, que ha trabajado para Reforma, Milenio y El Universal, Álvarez Nahara comunicó al secretario de la Defensa las revelaciones que recibió a bordo del boeing 727 y el militar las transmitió a la Presidencia de la República.
Al llegar a Almoloya, relata Hernández, "un alto funcionario del gobierno federal" le advirtió al Chapo que no podía denunciar lo que sabía y seguir vivo. Necesitaba protección: "o cooperaba o se moría".
Al día siguiente (10 de junio de 1993) los mexicanos vimos el despliegue mediático en el que Joaquín Guzmán Loera fue presentado por el gobierno de Carlos Salinas de Gortari como criminal de altísima peligrosidad. Vestido en uniforme beige, el prisionero sonreía, relajado. Un hombre agradable.
No es extraño que se agrande la culpabilidad de un detenido para resaltar los logros de la justicia. En el caso del Chapo esta operación parecía tener un doble fin: anunciar la captura de un pez gordo y contar con su colaboración.
Resulta imposible conocer con toda veracidad la historia oculta en esta detención. Lo cierto es que a partir de ese momento un reo en apariencia liquidado inició su ascenso hasta convertirse en el criminal más poderoso del continente americano.
La corrupción del sistema penitenciario le permitió pasar de Almoloya al penal de Puente Grande, donde operó con toda facilidad. De acuerdo con Hernández, el Chapo podía ser descrito como alguien de inteligencia media, que carecía de conocimientos financieros o de alta estrategia delictiva. Su principal golpe de ingenio había sido enviar cocaína a Estados Unidos en latas de chiles y su mayor recurso psicológico era la simpatía, que contrasta con su crueldad. La cárcel lo preparó para convertirse en otra persona. Diez años después de su fuga, maneja un emporio de miles de empresas y está en la lista Forbes de los 100 hombres más ricos del planeta.
El mayor logro de Anabel Hernández consiste en describir la construcción colectiva de un criminal. Una poderosa red de complicidades políticas, empresariales y judiciales encontró en el Chapo al "mal menor" o al "cómplice de ocasión" para el narcotráfico. Estados Unidos no ha sido ajeno al entramado. La comisión dirigida por el senador John Kerry para investigar el caso "Irán-Contra" reveló que los contrainsurgentes nicaragüenses recibieron dinero del cártel de Medellín y el cártel de Guadalajara. La operación fue coordinada por la CIA, que entró en conflicto con la DEA.
Hernández niega la hipótesis picaresca de que el Chapo escapara de Puente Grande escondido en un coche de lavandería. De acuerdo con la periodista, salió de ahí con uniforme de policía.
La insólita prosperidad de Joaquín Guzmán ha coincidido con los gobiernos de Vicente Fox y Felipe Calderón. ¿Ha burlado de modo inaudito a la justicia o ha contado con su apoyo? En El cártel de Sinaloa, otro libro imprescindible para conocer el negro revés de nuestros días, Diego Enrique Osorno informa que el Chapo estaba destinado a ocupar plazas delictivas de mediana importancia, como la de Tecate, que le asignó Miguel Ángel Félix Gallardo. En 10 años de gobiernos panistas, alcanzó una fuerza inédita en la historia criminal mexicana. ¿Es posible describirlo como un "poder alterno"? Eso significaría ignorar que requiere del apoyo de sectores decisivos de los poderes reales. Su infamante "década de oro" no es producto de la sagacidad de un genio del mal.
El Chapo es menos dañino que las circunstancias que lo hicieron posible.
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