24 feb 2011

'Wikiperiodismo'

'Wikiperiodismo'

Discurso de apertura del curso 2011 de la Escuela de Periodismo de EL PAÍS

JUAN LUIS CEBRIÁN
El País, 24/02/2011
En 1778, el Capitán James Cook, probablemente el navegante más famoso de su época, desembarcó por vez primera en el archipiélago hawaiano. Él y sus hombres eran los primeros occidentales en poner pie en aquellas islas, donde encontraron un pueblo acogedor y primitivo. Sus habitantes vivían en plena naturaleza y eran poseedores de un idioma cantarín, casi musical, que no merecía expresión escrita. Cook y su tripulación procuraron transcribir los fonemas del olelo y construyeron una lengua con solo doce consonantes y unos especiales signos de puntuación. Solo codificándola así, pensaban, sería posible por una parte, entenderse y, por otra, defenderla de la invasión de culturas que llegó con los colonizadores. El empeño no fue muy exitoso y los aborígenes se acostumbraron a utilizar una jerga local, trufada de vocablos aparentemente ingleses, una especie de creole hawaiano que mantuvo, no obstante, el sonido dulzón y danzarín al que estaban acostumbrados los hablantes del lugar. Así nació el término wiki, que parece una deformación del quick o el quickly inglés, expresión que se habría utilizado para meter prisa al prójimo en unas latitudes en las que el clima y el ambiente incitan más bien a una cierta galbana. Eso explica que wiki se haya usado por lo general por partida doble, exhortando a la gente, ¡wiki, wiki!, ¡deprisa, deprisa!, a ser eficaces y rápidos.

En 1909 Jack London escribió Martin Eden, una novela que narra la lucha de un autor novel por publicar en las revistas de su época. Una de las obras que le acabará dando fama y dinero al protagonista se llama precisamente Wiki Wiki, un cuento hawaiano lo que permite suponer que la expresión estaba ya para entonces muy extendida. En 1963 Irene Tsu, famosa actriz de Hollywood nacida en Shanghái, hija de un ministro de Chiang Kai Chek, se convirtió en la primera chica wiki wiki de la historia al aparecer con una falda de ramas y flores en los anuncios de una promoción de gasolina de la Chevron, campaña que mereció el apelativo del wiki wiki dólar. Pero posiblemente nada de esto sabía Ward Cunnigham, el creador de la wikiwikiweb, cuando en 1994 decidió llamar así a la página de Internet en la que proponía un sistema cooperativo que permitía intervenir a los usuarios en los textos e imágenes a los que accedían. El propio Cunningham ha declarado que se le ocurrió el nombre al acordarse del sistema de autobuses que enlazaban las diferentes terminales del aeropuerto de Honolulu, y que se llamaba -se llama todavía- Wiki Wiki Shuttle. Si hubiera citado a London como precedente habría podido darle un barniz más intelectual al patronímico. En cualquier caso el wiki wiki es hoy una de las expresiones más extendidas en el mundo, casi tanto como el waca waca de Shakira.
Lo que Cunningham inventó lo describe él mismo: es un método de colaboración rápida en la red, que permite e invita a los usuarios a editar cualquier página o crear páginas nuevas mediante un software sencillo y estándar. Los wikis constituyen un sistema común de elaborar documentos colectivos y aunque el más famoso y popular de los sitios que han generado es la Wikipedia, se emplean en realidad para muchos otros propósitos. Póngase atención en el hecho de que la velocidad o instantaneidad son características prioritarias de este proceso, como en realidad lo son de todo el universo de la sociedad digital. Ya cuando escribí en 1997 mi primer ensayo sobre el tema pretendí llamarlo de forma muy parecida al fruto de la imaginación de Cunningham. Deprisa, deprisa iba a ser su título, que evocaba tanto la desaparición de los conceptos tiempo y espacio en la sociedad interconectada como una famosa película de Carlos Saura, lo que nos remitía de paso a los aspectos audiovisuales de la nueva cultura. Pero los estudiosos del Club de Roma, para quienes se había redactado el trabajo y que por lo visto no habían viajado a Hawai, tradujeron el título por Speed y les asustó la coincidencia con el nombre de la cocaína y el crack en el slang de las calles de Nueva York. De modo que me conformé con bautizar el ensayo de manera más convencional y obvia, titulándolo La Red.
Ya por entonces no era difícil imaginar la magnitud de los cambios que la nueva civilización nos anunciaba. Es sorprendente la multitud de ensayos, análisis y encuestas publicadas al final del pasado siglo advirtiéndonos de los formidables efectos que la sociedad digital iba a producir en nuestra convivencia. Hay que decir que, en lo sustancial, esas premoniciones, (entre las que sobresalen las famosas profecías de Negroponte -Being Digital- o el libro Goodbye Gutenberg, de Anthony Smith), eran muy acertadas y todas ellas coincidían en adoptar un talante de relativo optimismo y fe en el futuro de los medios de comunicación. Pero a condición, eso sí, de que los protagonistas de los mismos fueran conscientes del significado de la nueva cultura y se mostraran capaces de adaptarse a ella. Llama la atención, por lo mismo que siendo tan abundantes y frecuentes los avisos acerca de las mutaciones predecibles en nuestro modelo de negocio y en el comportamiento de los consumidores, los empresarios de la mayoría de las compañías tradicionales hayamos sido tan perezosos, inexpertos y hasta torpes a la hora de emprender un plan de transformación. Ninguna de las operaciones exitosas llevadas a cabo en este terreno en los dominios de Internet ha sido fruto de los grandes conglomerados clásicos, sino de la actividad desacomplejada y lúdica de los dormitorios universitarios. Facebook, Google, Microsoft, son buenos ejemplos de esto que digo. Y son este tipo de compañías precisamente las que se perfilan como verdaderos competidores de los antiguos imperios mediáticos.
El éxito de los wikis responde a una constante generalizada del nuevo sistema de información digital: la interacción y la cooperación constituyen su núcleo de actividad. A partir de ese enunciado podemos deducir fácilmente lo sustancial del problema: nos preguntamos por el futuro de los medios de comunicación, el periodismo incluido, al tiempo que entronizamos una sociedad desintermediada. Resulta comprensible la confusión reinante en las respuestas, pues no existe contestación adecuada a interrogantes mal planteadas. Desde mi punto de vista la cuestión reside en preguntarse no en cuál es el papel de los medios, o su nuevo modelo de negocio, en la sociedad digital, sino si van a existir medios en el sentido clásico de la palabra. En definitiva, si la esencia del periodismo, que consiste en contar lo que pasa a los demás, va a sobrevivir en un mundo en el que cada cual es capaz de comunicar sus experiencias por sí mismo, dirigirse al orbe entero, y escucharlo también, sin necesidad de mediación alguna. ¿Es esto verdad? ¿O no es más cierto que sí existen mediaciones, pero son de otro género y especie a las que estábamos acostumbrados? Miren por ejemplo lo que sucede con Google. ¿Es Google un medio de comunicación? Debe serlo, porque la mayoría de los ciudadanos americanos se enteran primero por las noticias a través de Google News. Y no solo eso: los filólogos realizan sus búsquedas semánticas gracias al poderoso motor que la compañía ha puesto en marcha. Las empresas de cartografía, esenciales para los sistemas de Defensa, están llamadas a desparecer, sustituidas por Google Maps. Etcétera, etcétera. ¿Pero qué es Google esencialmente, de dónde emana su fabuloso poder y riqueza, capaz de hacer temblar a los imperios mediáticos de todo el mundo y a los antiguos monopolios de las telecomunicaciones? Google es un algoritmo. En esa sola fórmula, como en la de la Coca Cola, se encierra todo su secreto. ¿Seremos en el futuro los periodistas sustituidos por ecuaciones complejas? ¿O es que no lo hemos sido ya?
He titulado esta conferencia Wikiperiodismo y eso permite suponer que hay algo que se parece a eso. En definitiva, que hay una forma de periodismo -a desarrollar en la red- a la vez instantánea o muy rápida y cooperativa, en la que los comunicadores de las noticias son por lo general los protagonistas de las mismas y el efecto de intermediación desaparece. Los intermediarios han tenido siempre mala fama en cualquier sector de la economía y ahora también en la política. Es casi universal el clamor contra ellos en las redes de distribución, aduciendo que cobran comisiones escandalosas e innecesarias. Las organizaciones de consumidores acostumbran a promover medidas que contrarresten semejantes abusos, impulsando la venta directa, del productor al consumidor, de la cepa a la mesa. Se supone que esto es posible, y necesario en la medida en que los intermediarios -se dice- no generan ningún valor añadido, o este es muy pequeño en comparación con los incrementos de precio que se derivan de su actividad. En la misma órbita de preocupaciones puede inscribirse la cruzada contra las marcas o a favor de los genéricos en la industria farmacéutica. Los fabricantes de productos de consumo reconocen hoy que la crisis financiera y económica mundial ha llevado a los compradores a decantarse por marcas blancas, reduciendo los márgenes de las empresas productoras que a su vez se ven todavía más castigadas pues han decidido ellas mismas bajar precios en los productos con identidad propia como una forma de competir. El resultado suele ser un descenso de la calidad del producto mismo y de las garantías sobre las prestaciones del mismo. Pero muchos ciudadanos se sienten satisfechos porque consideran que en el balance final resultan beneficiados: no tienen que soportar los costes añadidos que emanan de la publicidad y al final una crema de cara es una crema de cara, por mucho plan de belleza en siete días que se la endilgue.
En la política, la desintermediación parece confundirse con la democracia directa. Esta es en realidad la primera forma de democracia que recuerda la Historia, pues la asamblea ateniense equivalía a un hombre, un voto. Y digo bien, ya que en ella no tenían cabida ni las mujeres, ni los niños, ni los esclavos, que carecían de la condición de ciudadanos. Sin embargo, salvo en el caso de la Confederación Helvética, la democracia directa se ha deslizado siempre peligrosamente hacia el populismo y ha sido un instrumento frecuentemente utilizado por dictadores y regímenes totalitarios. El deseo de los líderes populares por comunicarse directamente con su pueblo no solo parece inevitable, sino que va en aumento, y también afecta a los políticos democráticos. Es famosa la frase de Felipe González, pronunciada cuando ocupaba la jefatura del gobierno, en el sentido de que hay que distinguir entre la opinión pública y la publicada. Respondía a la constatación de que mientras la mayoría de los medios se mostraba crítica respecto a su tarea, cuando no de forma abiertamente hostil, él ganaba repetidas mayorías absolutas en las elecciones. Esta especie de desconfianza respecto a los sistemas de mediación en la creación de las opiniones públicas tiene su réplica en las frecuentes críticas que los propios medios y muchos periodistas hacen del sistema de representación política. La preponderancia de los partidos en la articulación de las democracias europeas, así como los calendarios electorales, explicaría la obsolescencia de las instituciones y su incapacidad para hacer frente a los retos actuales. En realidad, aunque nos resistamos a reconocerlo, partidos políticos y periódicos, o medios de comunicación, son facetas de un único mecanismo de funcionamiento del Estado y de articulación del poder, que ha pervivido en las democracias por más de doscientos años. Y es el sistema mismo lo que ha entrado en crisis a partir de la revolución digital. Wikipolítica y Wikimedia han venido a sustituirles.
Podríamos decir que el Wikiperiodismo es al periodismo lo que la Wikipedia a las enciclopedias clásicas. Aunque aparentemente se trata de productos parecidos u homogéneos en su presentación, y responden a una demanda muy similar, las diferencias que albergan entre ellos son profundas. En el mundo wiki la interacción instantánea es la clave, como antes he indicado, el conocimiento es colectivo y, en principio, no hay un liderazgo visible o demostrable al que atribuir la responsabilidad del rigor intelectual. Lo que se gana en participación se pierde en garantía de la calidad del producto. Pero eso no parece preocupar al usuario, antes bien sería un aliciente añadido. Saber que uno es capaz de influir hasta ese extremo en la elaboración de una enciclopedia o biblioteca universal y en la vertebración de la opinión pública global puede ser, quizás, un espejismo, pero al fin y al cabo constituiría solo uno más de los muchos mitos y ensoñaciones que alimentan los deseos de felicidad de los humanos.
Entre esos mitos o ilusiones que agita el universo de Internet se encuentra el que el profesor Ruiz Soroa, en un reciente ensayo, define como el de la existencia "de un pueblo que toma decisiones en la plaza pública". Sin embargo, añade "el pueblo él solo no puede formar una voluntad, no puede tomar una decisión, porque le falta el indispensable polo de alteridad que le falta para ello". Ello hace concluir al autor que sin los elementos de representación política el poder del pueblo quedaría reducido a la opinión pública o, en definitiva, a la aclamación. La democracia es desde luego un sistema basado en la opinión pública, pero necesita sobre todo -digan lo que digan los políticos- de la opinión publicada, de la discusión y la contradicción, en el ejercicio del poder representativo. La facilidad con que el Wikiperiodismo puede deslizarse hacia el wikipopulismo en el manejo de la información es demasiado evidente. Pero el problema reside de nuevo averiguar cómo podemos los mediadores, seamos periodistas o políticos, ayudar a los ciudadanos a ejercer sus opciones si ese principio de alteridad desaparece.
Las consecuencias prácticas de todo ello saltan a la vista: lo mismo que los estudiantes de todo el mundo parecen más a gusto en sus consultas en la red manejando la Wikipedia en vez de la Enciclopedia Británica (a la que también pueden acceder mediante un clic) muchos ciudadanos otorgan una credibilidad inaudita a las mentiras, rumores, calumnias y disparates de los confidenciales y blogueros, que desdicen del rigor periodístico de los medios tradicionales. Hay que decir que la extrema derecha y el pensamiento reaccionario se han apropiado como nadie del sistema, causando no pocos estragos, pero hay que reconocer también que ello es fruto de la resistencia al cambio cultural que los progresistas de oficio han demostrado a lo largo por lo menos del último medio siglo.
Este es para mí el verdadero debate que se abre sobre el futuro de los periódicos a partir de su irrupción en la red. La cuestión de si han de seguir publicándose en papel o en soporte electrónico me parece absolutamente marginal respecto al contenido verdadero de la discusión, que consiste en saber cómo la eliminación de los elementos tiempo y espacio en el universo digital va a influir en la construcción de la convivencia y en el método de conocimiento y comunicación entre los ciudadanos. Las transformaciones a las que estamos asistiendo son por el momento, mucho mayores y profundas de lo que queremos reconocernos. Políticos y periodistas, y toda otra clase de intermediarios que en el mundo han sido, continuamos aferrados a nuestras viejas normas y tradiciones, como si el cambio al que estamos asistiendo no consistiera en el orto de una nueva civilización. Podría enarbolar muchos y muy evidentes ejemplos de lo que digo, pero me basta una reflexión sobre los conflictos acerca de la protección de la propiedad individual y las apuradas soluciones que han merecido en el parlamento español. En este caso, la voluntad de los diputados ha sido doblegada por la actitud de un puñado de internautas (sean cientos o miles no dejan de ser un puñado frente a los millones de votantes representados en el Congreso) que hicieron valer su voz en el ágora cibernética hasta el punto de ser admitidos como interlocutores de la autoridad política, primero, y de la autoridad académica después (me refiero, claro está, a la autoridad de la Academia de la Cinematografía). Estas son anécdotas, pero muy demostrativas de las tendencias populistas a las que antes me refería. Como el éxito y la admiración que los integrantes de Anonymous despiertan entre la gente, y precisamente entre aquellos que reclaman, con razón, y de manera constante la transparencia del poder, sin reparar muchas veces en la opacidad de las ONG, deseosas de desvelar siempre todos los secretos menos los que ellas guardan. Pero el error de congresistas y gobernantes en la defensa de su ley es parecido al que cometen los internautas en el ataque a la misma: la suposición de que la norma en el mundo de la red sigue siendo la que emana del universo jurídico, la ley misma, cuando en realidad la norma en la red es el software. Es ahí, en el software, y no en la actualización de los códigos napoleónicos, donde debemos bucear la respuesta a las numerosas interrogantes que la sociedad digital propone. Y eso vale tanto para la ordenación jurídica, como para la regulación económica o la definición de los modelos de negocio de los llamados medios de comunicación.
La cuestión reside entonces no tanto en saber cómo se transformarán dichos medios tradicionales, sino si subsistirán y en qué ámbito, si serán reemplazados por otros, o si la nueva realidad virtual se basta tanto a sí misma que puede prescindir de ellos. No voy a insistir en las transformaciones ya experimentadas por la industria en su conjunto (en el sector musical, en del alquiler de películas o la distribución editorial) y procuraré centrarme por unos momentos en el futuro mismo de nuestra profesión, puesto que hoy celebramos la existencia de una escuela de periodismo. Y aunque todavía hay mucha confusión y ruido en torno a estas cuestiones, el tiempo no pasa en vano. La aparición de nuevos terminales, notablemente la de las llamadas tabletas, ha arrojado nuevas luces también sobre el comportamiento de nuestros usuarios, lectores, oyentes o televidentes, que ha de condicionar el del periodismo profesional. Para los editores, el Ipad, constituye un símbolo poderoso, y una realidad emergente, de cual es el camino probable por el que han de discurrir los acontecimientos. La buena noticia es que gracias a ese cacharro contamos con un sistema de distribución universal y prácticamente gratuito muy útil para nuestros propósitos. No tenemos que invertir en infraestructuras costosas, ni gastar en distribución, lo que aligera el peso y la financiación de cualquier nueva empresa periodística. Lanzar un periódico hoy a una audiencia masiva es, en principio más barato que nunca. Lo que obliga a reconvertir los procesos productivos tradicionales si no queremos que las antiguas empresas desaparezcan. En cualquier caso el coste de instalación de las redes y de difusión de los productos viene siendo soportado progresivamente por las instituciones públicas o privadas y por los propios usuarios. Nuestros libros, nuestras películas, nuestras revistas y diarios, pueden ser así ser difundidos en el mercado global, de forma directa. Pero la desaparición de muchas intermediaciones antes existentes está dando pábulo a la creación de una nueva: la de la compañía capaz de diseñar el aparato y de colocarlo masivamente en el mercado. Propietaria como es del software, puede acabar siéndolo también de la información que circula a través del sistema y de los datos de identidad de quienes la utilizan.
No voy a insistir una vez más en las condiciones diferentes en las que se hemos de desarrollar nuestro trabajo, a partir del hecho de que hoy en día, todo el conocimiento existente se encuentra ya en la red y que los motores de búsqueda son una herramienta poderosísima para cualquier reportero, que hace una década no existía. Independientemente de las facilidades técnicas y del cambio en las condiciones económicas, de rentabilidad y financiación del proceso, este se caracteriza porque se centra en la personalización del usuario, la habilidad de éste para relacionarse con el emisor, y la universalización de las noticias. También por el hecho de que nos dirigimos a un mercado global e instantáneo, que hace perecer prácticamente la mayoría de los ritos y hábitos de nuestra profesión. Cuando yo comencé periodismo, hace casi medio siglo, el grito de guerra que cualquier joven aspirante a estrella de la profesión soñaba con dar algún día era "¡Que paren las máquinas!". Teníamos que llegar los primeros con la noticia. ¿Qué sentido tiene ahora ni siquiera imaginar una demanda como esa en un mundo en el que la información es instantánea y se ha convertido en lo que los anglosajones llaman una commodity y a mí me gusta calificar de bien mostrenco? Algo al alcance de todos y, por cierto, en cualquier momento y lugar del planeta. Si todavía pretendemos dirigirnos a nuestros lectores o usuarios tenemos que comprender que estos son asaltados de forma constante por miles de tentaciones que compiten con las pobres sugerencias que habitualmente les hacemos, y hemos de ser capaces de individualizar sus demandas. Los periódicos se van a convertir, por eso, de manera progresiva y rápida en empresas de servicios, y los periodistas en agentes de esas empresas. Lo que el propietario de un terminal móvil, sea un teléfono celular, una tableta, o una computadora portátil quiere hacer, y de hecho hace, es pasearse por un ecosistema complejo y gigantesco (información, cultura, entretenimiento) que le permite no solo acceder al conocimiento universal sino participar de su elaboración. Para eso nadie le ha de pedir, como no se hace ya en el llamado periodismo ciudadano, ninguna credencial, preparación o experticia de ningún género. La tarea del periodismo profesional no puede ser otra que la de servirle de guía y acompañante durante ese paseo, en una palabra la de ejercer el liderazgo de una colectividad, agrupada quizá, pero no de manera exclusiva, en una de las muchas redes sociales que el periódico tiene la responsabilidad de contribuir a crear. Nuestra misión es facilitar la entrada a ese ecosistema y mejorar su estancia en él, sus capacidades de comprensión y análisis, potenciando sus descubrimientos y siendo capaces de atraer su curiosidad, prestando, por eso mayor y más decidida atención al periodismo investigativo, a la calidad y rigor de las informaciones, a la comprensión de las mismas.
Lo sucedido con el caso Wikileaks ha llevado a algunos a insistir en algunas características propias del periodismo tradicional: la explicación de las noticias, y la organización de los debates, su confirmación y contextualización; la capacidad de los diarios de referencia, también, para estampillar con el marchamo de su título una garantía de calidad, en un mundo, el de la información, en el que lar marcas blancas también han ganado mucho terreno. Wikileaks, se dice, ha acudido a los periódicos porque necesitaba de ellos. Pero eso no obsta para que ayer mismo el abogado de Julian Assange declarara que el fundador del sitio de Internet y antiguo hacker es también un tipo especial de periodista. Tan especial como que él no se dedica ni a buscar y encontrar información, ni a analizarla. Solo a facilitar que los demás lo hagan. Esta confusión interesada entre la fuente de la noticia y el redactor o transmisor de la misma es un ejemplo más de la versatilidad actual de las fronteras entre el periodismo ciudadano y el periodismo a secas.
Hasta hace relativamente poco tiempo, un par de décadas, llegar antes consistía en uno de los mandamientos de la ley de piedra de éste. Los periódicos adoraban las primicias e inventaban, por eso, mil maneras de acceder a las filtraciones. Ahora son las filtraciones las que buscan caminos y derroteros distintos. Se organizaban debates sobre la moralidad y licitud de utilizar, por parte del periodismo profesional, documentos robados, partiendo de la muy liberal convicción de que el fin no justifica los medios y se protegía la vida privada, incluso la de los personajes públicos, de tal forma que nadie desveló los amores del presidente americano con Marilyn Monroe ni la existencia de una hija natural de François Mitterrand hasta que los protagonistas de las noticias murieron. Pero hoy nadie llega antes que nadie en el mundo de la instantaneidad. Nuestros lectores ya conocen las noticias cuando abren el periódico, y no solo eso: han discutido sobre ellas, han participado en debates en la red, o a través de mensajes de Twitter o de ese eme eses de todo género; la privacidad o la intimidad son bienes que cotizan a la baja y desde luego nadie, y yo soy el primero en no hacerlo, debe dudar de la moralidad y oportunidad de publicar los documentos de Wikileaks, producto sin embargo de un hurto perpetrado por un joven soldado que hoy paga con la cárcel su osadía, aunque de su acto se hayan derivado tantos bienes para la transparencia democrática.
Los periodistas de hoy tienen qué saber que se dirigen no solo a un tipo de lectores muy variado y disperso, incapaz de ser identificado solo como lector de ese periódico concreto, sino cuyo comportamiento es también volátil y diferente según los terminales que utilice en cada momento. El primero por el que la gentes se entera ahora de lo que sucede, y lo comenta de inmediato, es lo que llamamos teléfonos móviles o celulares y que se tratan en realidad de ordenadores o computadoras portátiles multiuso. La gentes, sobre todo los más jóvenes, lo utilizan lo mismo para relacionarse con los amigos, para enterarse del tiempo que va a hacer, buscar un restaurante, emitir una opinión, leer una noticia o preparar los deberes de clase. Es, en cualquier caso, el primer contacto de los lectores con la realidad que les transmitimos. Sin embargo nuestros diarios, la mayoría de ellos, no ponen lo mejor de sus esfuerzos en atenderlos y recibirlos en esa primera puerta de entrada al ecosistema. Quizá sí existe esa intención por parte de directores, redactores y gestores de medios, la idea y el proyecto de hacerlo así. Pero muy pocos se han dotado de los instrumentos y herramientas necesarias para llevarlo a cabo, de la norma y el libro de estilo imperante en la red que es, nuevamente el software. Las decisiones y jerarquizaciones sobre las noticias en Google News no las toma un equipo de periodistas, como tampoco es un grupo de expertos el que clasifica y ordena los resultados de las búsquedas semánticas. Son máquinas y algoritmos funcionando veinticuatro horas sobre veinticuatro, las que han comenzado a gobernar el lábil universo de la información. La segunda ventana de oportunidad, la segunda entrada al ecosistema informativo planetario en el que se mueven ya cerca de dos mil millones de personas en el mundo con acceso a Internet, es la tableta y/o el laptop o computadora portátil. Creo no equivocarme al decir que el lanzamiento de IPad por Apple hace ahora un año supone uno de los cambios más formidables que podríamos imaginar a la hora de dar respuesta a las necesidades del usuario de los medios en la sociedad digital. Pero obviamente el producto que ofrecemos en ella no es ni puede ser, equivalente al de las ediciones clásicas de los periódicos. La tableta es el icono más representativo de las virtualidades de la nueva cultura: la interactividad, la convergencia, la instantaneidad y la globalidad están gracias a ella al alcance de cualquiera.
Finalmente para los nostálgicos, los clásicos, los espíritus más evolucionados y los amantes de educar a su perro amenazándole con un periódico plegado, estarán las ediciones en papel: Progresivamente ocuparán en el universo mediático e intelectual el espacio que en el comercial ostentan las boutiques de lujo, las marcas de alta gama y, en definitiva, el sentimiento elitista y aristocrático que Platón reclamara para encomendar el gobierno de la polis a los mejores.
Este sentimiento elitista tiene que ver con el liderazgo al que antes me refería, que debe ser ejercido en la sociedad virtual como en la analógica. El populismo reinante, nacido como reacción al absolutismo burgués, no puede perdurar por mucho tiempo. Los ciudadanos aman la libertad de elegir, pero les cansa hacerlo a cada minuto. Sin ellos saberlo, son las máquinas las que les están sustituyendo en sus voliciones, aunque sigamos creyendo en el mito de la absoluta libertad e independencia que la red propala. En realidad a todo lo que asistimos hoy es a una lucha entre los valores que emanaron de la Ilustración, sobre los que se construyó el viejo orden, y los que se derivan de la identidad, reclamados por la personalización que la sociedad digital promueve. Pero, paradójicamente, la amenaza de pérdida de esa identidad en el océano proceloso de la red permite a los más avispados, a los ayatolás sin escrúpulos, cualquiera que sea la religión que practiquen, alzarse con el santo y la limosna. Los medios de comunicación han sido siempre fabulosos creadores de mitos, y el Wikiperiodismo es capaz de fabricarlos por toneladas, de manera inmediata y a escala planetaria. La labor del periodismo responsable, ni wiki ni friki, del periodismo a secas, es contribuir a desmontarlos.
Y este es el mensaje final que quiero transmitir a la promoción que sale de esta escuela de periodismo y a la nueva que comienza a emerger en sus aulas. No creo que haya nadie que pueda anunciar sin asomo de dudas de que los periódicos, tal y como los hemos conocido durante doscientos años, sobrevivirán en el plazo de un par de décadas. En un momento en el que imperios del entretenimiento como Blockbusters o redes de distribución de libros como Borders han ido a la bancarrota es difícil predecir cómo será el mundo de la cultura, la información y el entretenimiento en el mercado global. Pero pervivan o no los periódicos, lo harán los periodistas, se llamen como se llamen, y seguirán siendo necesarios. La ciudadanía seguirá necesitando, quizá más que nunca, gente con las tripas, el corazón y la voluntad de servir a sus vecinos mediante ele ejercicio de contarles la verdad y desvelarles los secretos que el poder pretende ocultar. Esas gentes han de tener la inteligencia y la capacidad de análisis, el sentido común y el bagaje de formación necesarios para ejercer esa tarea de forma racional, para apoderarse del software y ponerlo a disposición de la comunidad. A los que recibís hoy el diploma os deseo mucha suerte en vuestra andadura en esta nueva profesión, de la que vais a ser pioneros y fundadores. No es el futuro lo que os pertenece, sino el presente ya, por más jodido y complicado que lo veáis. Y a los que comenzáis este periodo final de vuestra formación que es el master os recuerdo que es precisamente el concepto de maestría el que está en crisis, y el que hay que recuperar. Un mundo sin maestros es un mundo de impostores. Para combatirlos seguiréis siendo necesarios los periodistas, pertenecientes a una profesión que se hace, como digo, con tres cosas: cerebro, corazón y tripas. Antes las acompañábamos de otra santísima trinidad hoy en descrédito: café, copa y puro. Estoy seguro que también en esto, los fundamentalistas de turno llegarán antes o después a un compromiso con la profesión, lo mismo que la profesión tiene que llegar al suyo con los creadores de algoritmos. Eso sí: deprisa, deprisa.

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