22 mar 2011

Alemania enseña a superar el pasado

Alemania enseña a superar el pasado/Timothy Garton Ash, catedrático de Estudios Europeos en la Universidad de Oxford, investigador titular en la Hoover Institution de la Universidad de Stanford. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia
Publicado en EL PAÍS, 20/03/11;
Nos guste o no, Alemania sigue siendo la referencia mundial en materia de maldad política. Hitler es el Diablo de una Europa laica. El nazismo y el Holocausto son comparaciones que utiliza la gente en todas partes. La Ley de Godwin, así llamada por el abogado estadounidense Mike Godwin, defensor de la libertad de expresión, afirma que “a medida que se prolonga un debate en la Red, la probabilidad de que haya una referencia o una comparación con Hitler o los nazis se aproxima a 1″.

Es una realidad con la que los alemanes actuales tienen que vivir. Pero existe otra cara de la moneda que es más brillante. Porque la experiencia de lidiar con dos dictaduras, una fascista y otra comunista, ha permitido que Alemania sea también el punto de referencia sobre cómo abordar un pasado difícil. El alemán moderno utiliza dos palabras, Geschichtsaufarbeitung y Vergangenheitsbewältigung, para describir este complejo proceso de abordar, desentrañar e incluso “vencer” un pasado difícil. Algo que nadie ha hecho mejor que Alemania, con aptitudes y métodos desarrollados para enfrentarse al pasado nazi y perfeccionados después con el legado de la Stasi. Así como se emplean normas alemanas para evaluar muchos productos industriales, las famosas normas DIN, existen también unas normas DIN para superar el pasado.
Ahora, los países árabes, que luchan para salir de años de oscuridad bajo sus dictadores, pueden aprender de Alemania. Además de un aspecto tan importante como la restitución y la compensación a las víctimas, la superación del pasado, en general, tiene tres facetas fundamentales: juicios, purgas y lecciones de historia.
Nuestras ideas actuales sobre la necesidad de someter a juicio a los responsables de “crímenes contra la humanidad” se remontan a los juicios de los dirigentes nazis en Núremberg. Pero, aunque Núremberg sentó un precedente crucial, tuvo dos grandes fallos: los “crímenes contra la humanidad” por los que se juzgó a los acusados no eran delitos de derecho internacional en el momento de cometerlos, y entre los jueces hubo representantes de la Unión Soviética, a su vez culpable de crímenes contra la humanidad durante el mismo periodo. Se podría acusar a Núremberg de haber sido una justicia de vencedores, selectiva y con efectos retroactivos.
Por suerte, el Tribunal Penal Internacional que tenemos hoy, y ante el que pueden comparecer los dirigentes árabes, evita en gran medida esos fallos. Las leyes internacionales están firmemente establecidas y este es un tribunal creado como es debido, aunque es una vergüenza que todavía no cuente con la participación de Estados Unidos, China ni Rusia.
Si los juicios internacionales son complicados, los que se llevan a cabo con arreglo a leyes y jurisdicciones nacionales pueden serlo todavía más. Y ese es un aspecto en el que Alemania no lo ha hecho mejor que los demás. Los juicios de los exdirigentes de Alemania del Este como Erich Honecker, dejaron mucho que desear y con frecuencia acabaron en fracaso. Dado que en casi todos los regímenes totalitarios o autoritarios hay muchas personas cómplices, lo normal es que se produzcan contradicciones. O castigamos a los peces pequeños y dejamos que se marchen algunos peces gordos, o damos un castigo ejemplar a unos cuantos peces gordos pero dejamos a otros, y a los tiburones más pequeños, en libertad.
El mes pasado, tres esbirros del régimen de Mubarak -el magnate del acero Ahmed Ezz y los exministros de Vivienda y Turismo- llegaron a un juzgado de El Cairo, en medio de una lluvia de piedras, para comparecer por acusaciones de corrupción. No me cabe duda de que eran muy corruptos, ¿pero más que algunos de los generales que los estaban sacrificando como ofrendas a una multitud indignada?
En circunstancias así, una rápida purga administrativa puede ser más eficaz, e incluso más justa, que unos juicios selectivos que se convierten en espectáculo. Consiste en que el país que está saliendo de una dictadura decide que hay algunas personas tan involucradas en las barbaridades del viejo régimen que dejar que sigan en activo en cargos importantes pone en peligro el nuevo orden. Estas medidas también tienen precedentes en Alemania. La “desbaazificación” de Irak y la “descomunistización” de Europa del Este tras 1989 se inspiraron en la “desnazificación” a partir de 1945. Pero la desnazificación también fue selectiva, y se interrumpió de forma brusca cuando Alemania Occidental se convirtió en Estado independiente en 1949.
Un ejemplo mejor es quizá la investigación sistemática de los vínculos de los funcionarios con la Stasi, la policía secreta de Alemania del Este. Tras la unificación alemana en 1990, se creó un ministerio para examinar los archivos de la Stasi. La gente lo llamaba “la autoridad Gauck”, por su primer responsable, Joachim Gauck. En mi opinión, quisieron abarcar demasiado. ¿De verdad había que investigar si cada cartero se había relacionado con la policía secreta? Pero el procedimiento en sí era riguroso, justo y apelable.
Alemania es excelente en lo que yo llamo las lecciones de historia. Después de un periodo de callar y reprimir el pasado nazi en los años cincuenta y primeros sesenta, Alemania Occidental empezó a investigar, documentar y enseñar con toda minuciosidad su difícil historia. Y la Alemania unida demostró que había aprendido las lecciones y lo hizo aún mejor con el legado comunista oriental. Se formó una comisión de la verdad, llamada Enquete Kommission. Se abrieron los archivos de la Stasi; se hicieron estudios; se aprendieron lecciones.
También la “autoridad Gauck” fue fundamental en esta clase magistral de cómo superar el pasado, porque permitió que cualquiera que se hubiese visto perjudicado por las acciones de la Stasi, tuviera acceso a los expedientes. Hasta ahora, ha recibido nada menos que 2,7 millones de solicitudes de particulares para obtener o leer información de los archivos. Esta semana nombraron al tercer responsable del organismo, Roland Jahn, otro antiguo disidente de Alemania del Este. Por tanto, ahora ha pasado a ser la “autoridad Jahn”. Se dice que tal vez no se cierre en 2019, como estaba previsto, sino que es posible que prolongue su actividad.
Como es natural, resulta muy improbable que ningún país árabe salido de la dictadura haga algo semejante, ni en dimensión ni en calidad. Aparte de la cultura legal, académica, periodística y administrativa tan desarrollada que se necesita para sostener un ministerio de los archivos como el de Alemania, es además un procedimiento muy caro. Los jóvenes árabes en paro y sin vivienda pueden pensar que sus Gobiernos tienen cosas más urgentes en las que gastar el dinero. Ahora bien, una vez decidido el cierre de su temido Servicio de Seguridad del Estado, no estaría mal, tal vez, que Egipto pida a Joachim Glauck que vaya a aconsejarles cuál es la mejor forma de abrir sus archivos.
Hay que ser precavidos. En las últimas semanas he oído decir muchas veces a europeos bien intencionados, pero demasiado satisfechos de sí mismos que “tenemos una rica experiencia de transiciones de la dictadura a la democracia y debemos ofrecérsela a nuestros amigos árabes”.
Lo primero es escuchar a quienes están allí, en el norte de África y Oriente Próximo. Es posible que sus prioridades y necesidades sean diferentes. Y una lección que nos enseñaron las transiciones de Europa del Este tras la caída del comunismo en 1989 es que no se puede aplicar un modelo occidental como si tal cosa. El mismo error que se cometió cuando Alemania Occidental, a menudo tan inflexible, incorporó Alemania del Este.
Por consiguiente, lo que debemos ofrecer a nuestros amigos de la otra orilla del Mediterráneo no es un modelo, sino unas herramientas. Unas herramientas entre las que ellos puedan escoger cuáles utilizar, cuándo, dónde y cómo. Entre esas herramientas para la transición debe haber, sin duda, un juego de llaves inglesas relucientes, que son las normas DIN para superar el pasado. Y esas llaves inglesas, como tantas otras exportaciones europeas, llevarán el letrero made in Germany.

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