7 abr 2011

Narcotráfico, violencia y debilidad

Narcotráfico, violencia y debilidad /Jorge Fernández Menéndez
Columna Razones, Excélsior, 7 de abril de 2011
“No es la fortaleza de los cárteles, sino su debilidad, lo hemos dicho muchas veces, la que explica la violencia que vivimos. El narcotráfico, como la enorme mayoría de las actividades del crimen organizado, para ser exitoso, requiere sólo un grado relativo de violencia. Cuando la misma es desmedida y se altera todo el tejido social y se pone en alerta a la sociedad y a las autoridades, los que se afectan son los negocios criminales.”
 ¿Es compatible decir que los cárteles mexicanos se están debilitando, como lo aseguraron el secretario de Seguridad Pública, Genaro García Luna, y el jefe de la policía de Colombia, Óscar Naranjo, en la cumbre de Cancún, con un incremento de la violencia causada por esos mismos grupos?, ¿es compatible decir que existen avances importantes en la lucha contra el narcotráfico, tantos que han llevado a la dispersión a la mayoría de esos cárteles, al mismo tiempo que se asegura que ellos están creando bases en otros países, sobre todo de Centroamérica?
Es contradictorio, pero cierto: los cárteles del narcotráfico están seriamente debilitados, sin embargo, precisamente eso  los hace más violentos, más irracionales y los lleva a exacerbar sus propios enfrentamientos. La disputa ha pasado de ser por las grandes rutas de introducción de drogas a Estados Unidos para convertirse en la lucha por una esquina, una colonia, un punto de venta. Los que se matan entre sí y se confrontan con la sociedad y la agreden constantemente, ya no son sicarios con un cierto margen de profesionalismo criminal, sino cada vez más jóvenes pandilleros que hacen tanto despliegue de crueldad como de inexperiencia.
Le llamaba la atención a mi querido Héctor Aguilar Camín en estos días la disparidad de bajas que existen entre sicarios y elementos militares cada vez que se enfrentan, pero ello es la consecuencia lógica de la confrontación entre soldados entrenados y preparados para utilizar las armas contra jóvenes sin escrúpulos con armas y equipos poderosos, pero sin entrenamiento real alguno. Es verdad que distintos grupos criminales han recurrido a ex militares, mexicanos o extranjeros, para integrar o entrenar a sus grupos de sicarios, pero el hecho es que, con un número de bajas tan alto, resulta imposible que puedan formar “cuadros” y, por lo tanto, éstos son cada vez más jóvenes, extraídos de ambientes más marginales, y suplen su incapacidad con mayor violencia.
No es la fortaleza de los cárteles, sino su debilidad, lo hemos dicho muchas veces, la que explica la violencia que vivimos. El narcotráfico, como la enorme mayoría de las actividades del crimen organizado, para ser exitoso, requiere sólo un grado relativo de violencia. Cuando la misma es desmedida y se altera todo el tejido social y se pone en alerta a la sociedad y a las autoridades, los que se afectan son los negocios criminales.
No es verdad que, en términos relativos, los cárteles mexicanos o los colombianos sean los más poderosos del mundo: por su influencia y su penetración en grupos de poder y en negocios de la economía real, son más poderosos los grupos de la yakuza japonesa o las triadas chinas. Los primeros, involucrados profundamente en muchos grupos empresariales y, paradójicamente, trabajando hoy en tareas de solidaridad, casi como una ONG, luego del terremoto y el tsunami, para buscar parte de los contratos de reconstrucción del país. Los segundos, participando en un enorme espacio de negocios, sobre todo en el tráfico de gente, pero más aún en la producción de medicamentos, de precursores químicos, en la piratería de productos y patentes, en la venta y producción de ciertas drogas. Claro que ejercen la violencia, pero ésta termina siendo selectiva y con objetivos muy concretos, dentro y fuera de su respectivo país de origen. Algo similar ocurre con la mafia italiana, en sus tres grandes grupos: el siciliano, el napolitano y el calabrés, sobre todo luego de los altos picos de violencia que los llevaron a un fuerte deterioro después de los asesinatos de algunos funcionarios antidrogas, el más recordado, Giovanni Falcone.
Lo que estamos viviendo en México es exactamente lo mismo que ya vivieron desde el sur de Italia hasta Colombia, desde Miami hasta Jamaica: picos de violencia y de ataques a las autoridades y a la gente ocasionados por una resistencia feroz de grupos que han perdido espacios de impunidad y operación. Quizá falten, como decía ayer García Luna, algunos años más de violencia irracional, hasta entrar en un terreno de cierta normalidad y de reglas no escritas, aunque no se acabará ni con el narcotráfico ni con el crimen organizado, pero se olvida en muchas ocasiones que esa cierta normalidad y esas reglas (como ocurrió en todos los casos citados, desde Colombia a China, pasando por Estados Unidos) sólo pueden imponerse desde la fuerza del Estado. No puede haber pactos, aunque sean implícitos, sino normas impuestas por el Estado. Lo otro, es abandono. Y los grupos criminales utilizan la violencia para forzarlo.

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