7 may 2011

Los 'círculos morados' de Jorge Edwards

Los 'círculos morados' de Jorge Edwards
ANTONIO JIMÉNEZ BARCA
Babelia, 07/05/2011
Cada mañana, de seis a ocho, el embajador de Chile en París se levanta y se coloca en un despacho de la segunda planta de su residencia oficial, con vistas a Los Inválidos. Es entonces cuando el embajador, Jorge Edwards (Santiago de Chile, 1931) se olvida de todo lo relacionado con su cargo y escribe. El despacho es amplio, bonito, con una mesa pequeña ("la encontré por ahí en la casa, pero la voy a cambiar") y con mucha historia: era la habitación preferida de otro embajador chileno famoso, el poeta Pablo Neruda, al que Edwards conoció bien ya que trabajó a su lado, entonces como segundo de la embajada. "Se paseaba por aquí con un león de peluche que acariciaba constantemente", recuerda. Edwards, de 80 años, se embala entonces y recuenta las personalidades que se han sentado en ese despacho: "Mitterrand, varias veces, Pasionaria, Louis Aragon...". Después se deja invadir por su vicio de contador y añade que no solo el despacho tiene historia, sino todo el edificio, construido a principios del siglo XX. "Perteneció a una familia rica venida a menos, y el primer propietario se suicidó, no se sabe si ahorcándose en una viga. A lo mejor algún día escribo esa historia".
Mientras se piensa atacar la historia del ahorcado, cada mañana, Edwards avanza en la redacción del primer tomo de sus memorias. Se titulará Los círculos morados. "Son los círculos que se nos quedaban en la boca cuando éramos jóvenes y entrábamos en las peores tabernas de Santiago a beber vinos malos. Con esos círculos volvíamos a casa". Para redactarlas, no consulta otra cosa que sus recuerdos: "Si me pusiera a investigar, sería otro libro", sostiene.
Se lamenta de que su cargo no le deja mucho tiempo para escribir. "Hay decenas de visitas, de peticiones, de personas que acuden a la embajada para todo: hace unos días, una señora nos envió un recibo para que fuéramos a recoger un reloj que había mandado reparar en una tienda. Lo bueno es que para recuperarlo... ¡Nos pedían 500 euros! ¡La señora ni siquiera había pagado!".
Edwards, que acaba de publicar la novela La muerte de Montaigne (Tusquets), añade que muchas noches, cuando tanto ajetreo y tantos cometidos le abruman, se encierra en el despacho de siempre y contempla por la ventana la hermosa cúpula dorada iluminada de Los Inválidos. Eso basta, entonces.

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