6 jun 2011

El 15-M: ¿un nuevo Mayo de 1968?

El 15-M: ¿un nuevo Mayo de 1968?/Nigel Townson, profesor de la Universidad Complutense de Madrid y miembro del proyecto internacional de investigación Alrededor de 1968: militancia, redes y trayectorias.
Publicado en EL PAÍS, 06/06/11;
Traducción de Jesús Cuéllar Menezo
La semana pasada, deambulando entre las tiendas, sacos de dormir, tenderetes y pancartas de la Puerta del Sol, me preguntaba por qué algunos analistas habían llegado a calificar esta manifestación extraordinariamente pacífica y cívica de “nuevo Mayo del 68″. ¿Dónde estaban los estudiantes arrojando adoquines, las barricadas levantadas a toda prisa y los sangrientos enfrentamientos con la policía? Con todo, hay ciertas similitudes entre el 15-M y Mayo de 1968, aunque las disparidades entre ambos acontecimientos siguen teniendo un gran peso. Por otra parte, no cabe duda de que las convergencias entre uno y otro bastan para permitir que los participantes en Democracia Real Ya puedan extraer provechosas lecciones del movimiento registrado hace 43 años.
Lo primero que ambos mayos tienen en común es la sorpresa. Ni los medios de comunicación, ni los políticos, ni el conjunto de la sociedad preveían el espontáneo y sostenido estallido, no solo de indignación popular sino de celebración colectiva, que ha recorrido España en las dos últimas semanas. Lo mismo puede decirse de la protesta ocurrida en 1968 en la Universidad de Nanterre, de la periferia parisiense, que rápidamente se extendió a La Sorbona, mucho más visible por estar en el centro de la capital francesa y por su indiscutible prestigio. El hecho de que la protesta española se haya materializado en la ocupación de la Puerta del Sol apunta también un rasgo común. Los espacios de Mayo del 68, desde los consagrados edificios de La Sorbona a las calles y plazas del Barrio Latino de París, tuvieron una enorme importancia, ya que, para manifestantes y autoridades, esos disputados lugares estaban cargados de significado simbólico. Espacios céntricos como Sol o la Plaza de Catalunya se asocian con el poder oficial y reflejan el discurso dominante que les da significado. La Puerta del Sol no solo es el centro de la capital, sino el centro simbólico de España, el kilómetro cero. Al hacerse con Sol, los indignados no solo están reclamando para sí ese espacio, también sus significados simbólicos y discursivos, razón por la cual este ha pasado a conocerse con el nombre de “la República de Sol”.
Está claro que la ocupación de los espacios públicos refleja otro rasgo común a los dos mayos: ambos ponen en cuestión las pretensiones y métodos de la política de partidos convencional, suponiendo por tanto un desafío directo para ellos. Si los manifestantes parisienses rechazaban la V República “burguesa”, los sublevados de Sol han rechazado el duopolio institucional que constituyen el PSOE y el PP. Del mismo modo, los dos movimientos han hecho suya la “democracia directa” de las asambleas populares. También es sorprendente que tanto Mayo del 68 como mayo de 2011 sean estallidos de una juventud desafecta, de dos generaciones que sienten que el establishment les ha fallado. En España, el desencanto generacional lo ha agudizado la lentitud con la que se ha producido la renovación de las élites desde la Transición. Por último, los movimientos del 15-M y de Mayo del 68 se distinguen por la ausencia de líderes y de definición ideológica, así como por su correspondiente capacidad para la acción y la improvisación espontáneas.
Entonces, ¿qué distancia a los dos mayos? La diferencia más palmaria radica en que, para sus propios protagonistas, el levantamiento parisiense era una auténtica revolución. Según muchos de ellos, había de ser una revolución política, de corte marxista, con la que el proletariado y sus aliados arrebatarían el poder a la decadente burguesía de la V República. “Solo se hablaba”, como subraya Prisca Bachelet, de la Unión de Estudiantes Comunistas en 1968, “de cómo hacer la revolución”. Desde este punto de vista, la revuelta parisiense fracasó porque no tomó el poder político. Según expone un antiguo militante, la idea era “antes que nada ocupar el Hôtel de Ville (Ayuntamiento) y, si no se podía ocupar el Hôtel de Ville, quemar la Bolsa. El problema del 68 es que, aparte de las universidades, no nos hicimos con el control de nada; no ocupamos los centros de poder. No ocupar el Hôtel de Ville fue un enorme error”. Sin embargo, para otros militantes, mayo del 68 había de ser sobre todo una revolución cultural. Jean-Paul Dollé aspiraba a “una auténtica revolución cultural, pero de verdad. Se produciría un cambio en la forma de pensar, un movimiento filosófico de masas”. Como recuerda un colega, “nos decíamos que teníamos que llevar a cabo una revolución del espíritu. El auténtico mensaje era que todo el mundo puede hablar con los demás, que la democracia es libre, que por fin se pueden tener relaciones sexuales. ¡Abajo con la moralidad burguesa!”.
Tampoco habría que olvidar que la revolución política de 1968 se inspiraba en las luchas antiimperialistas y anticapitalistas del Tercer Mundo, sobre todo en la guerra de Vietnam, la Revolución Cubana y la guerra de independencia argelina. De hecho, los manifestantes franceses creían que estaban llevando la revolución a la metrópoli, reproduciendo Vietnam, Cuba y los demás conflictos en el corazón de Europa Occidental. Algo que produciría inevitablemente derramamiento de sangre. Alain Geismar, uno de los fundadores de Gauche Prolétarienne (Izquierda Proletaria) y coautor de una obra de título revelador, Vers la guerre civile (Hacia la guerra civil), recalca que “pensábamos que iban a producirse levantamientos populares por doquier, que serían sofocados con derramamiento de sangre”. En realidad, ambos bandos recurrieron a la violencia, como demuestran los enfrentamientos entre los estudiantes y la policía, y entre esta y los trabajadores. Por ejemplo, el registrado el 11 de junio en la planta de Peugeot en Sochaux se saldó con 150 heridos y dos trabajadores muertos. El contraste con el 15-M es apabullante. Puede que en parte sus manifestantes se hayan inspirado en las revueltas prodemocráticas árabes y en las estudiantiles de Grecia y otros países, pero no se consideran parte de una revolución mundial contra el capitalismo y el imperialismo. Tampoco son fundamentalmente antisistema, como demuestran sus principales reivindicaciones: reforma electoral, castigo a los políticos corruptos, rendición de cuentas y transparencia. Además, Democracia Real Ya no ha recurrido a la violencia. Más bien es difícil imaginar una “revolución” más pacífica y fundamentalmente cívica.
Para terminar, el mayo parisiense de 1968 tenía tanto que ver con las formas de vida como con las tradiciones políticas marxistas. Muchos militantes se afanaban por reinventar la política de una manera novedosa e imaginativa, haciendo que el cambio personal fuera también político: cambiar uno mismo era también cambiar el mundo. Así, Roland Castro, dirigente de Vive la Révolution, calificó a su grupo de “libertario, libertino”. Daniel Cohn-Bendit afirma incluso que “el movimiento quería cambiar más las formas de vida que al Gobierno”. Sin negar la vertiente liberadora y festiva del 15-M, hay que decir que, cuatro décadas después, las aspiraciones del 68 en lo tocante a las formas de vida se han revelado en gran medida irrelevantes.
Si tenemos en cuenta que no logró su principal objetivo político y que fue incapaz de consolidarse desde una perspectiva organizativa o institucional, Mayo del 68 fue un “fracaso”. Esto no solo se debió a las tensiones entre los que buscaban cambios políticos o de formas de vida, sino a las que había entre estudiantes y trabajadores, ya que estos no compartían los objetivos revolucionarios de aquellos. El resultado fue un movimiento que, profundamente dividido, se componía de grupos, redes y aspiraciones enfrentados.
Visto en perspectiva, ¿qué puede aprender el 15-M de mayo del 68? En primer lugar, sería vital que cristalizara en propuestas claras y concretas. La indefinición y la incoherencia sobre cuestiones fundamentales no harán más que perjudicar a la credibilidad y la eficacia del movimiento. Una consecuencia esencial sería la continuidad organizativa, que también implica la existencia de algún tipo de liderazgo colectivo o individual, probablemente básico para garantizar la cohesión, la identidad y la búsqueda de una meta común para el 15-M. Finalmente, yo le sugeriría al movimiento que, para conservar el favor popular, no se quede más de la cuenta en el centro de las ciudades. Con frecuencia se olvida que en Francia los acontecimientos de mayo de 1968 suscitaron una reacción tan virulenta que en las elecciones de junio los conservadores de De Gaulle obtuvieron el 75% de los escaños. Seguramente, lo último que querría el movimiento del 15-M es sufrir un destino similar y ser conocido, por tanto, como “el nuevo Mayo de 1968″.

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